logo
  Cita PDF
Neurocepción, una forma de comprender el comportamiento amoroso*
Benjamín Domínguez Trejo
 

La neurocepción, el guardián de la vida

Con el procesamiento de la información del ambiente a través de los sentidos, el sistema nervioso evalúa continuamente el riesgo. Stephen W. Porges (2007) ha acuñado el término neurocepción para referirse a los circuitos neurales que se encargan de distinguir sí las situaciones o personas son de confiar, peligrosos o amenazantes a la vida.

Como parte de nuestra herencia como especie, la neurocepción ocupa un lugar sobresaliente entre los mecanismos más primitivos de nuestro cerebro que funcionan sin la participación de la conciencia. La detección de una persona como segura o peligrosa determina el tipo de conductas pro-sociales o defensivas que se llevarán a cabo; en un nivel neurofisiológico, nuestro cuerpo inicia una secuencia de procesos neurales que facilitarán las conductas de defensa adaptativa como luchar, huir o paralizarse, lo que ocurre incluso aunque no seamos conscientes del peligro o del riesgo.

¿Cómo detecta el sistema nervioso la seguridad o amenaza a la vida? ¿Qué mecanismos evalúan el riesgo en el ambiente? Con la imageneología de resonancia magnética funcional (fMRI), se han identificado estructuras neurales relacionadas con la detección de riesgo, áreas localizadas del cerebro que detectan y evalúan características tales como los movimientos corporales, faciales y las vocalizaciones que contribuyen a la impresión de seguridad o de confianza (Vuilleumier, 2005). Hasta ahora, se ha identificado un área en la corteza que se activa cuando vemos caras familiares y escuchamos voces conocidas, este proceso de identificación de la familiaridad y de la confianza en las personas y la evaluación de las intensiones de otros apoyadas en “movimientos biológicos” de la cara y de las extremidades, parece estar ubicado en el lóbulo temporal de la corteza (Pessoa et al., 2002), (ver Fotografía 1). Otras estructuras del sistema nervioso involucradas en la neurocepción son la amígdala (LeDoux, 2005), el sistema nervioso autónomo y los pares craneales trigémino, facial, glosofaríngeo, vago y espinal (Porges 2007).

La neurocepción (Porges, 1995, 1997) nos aporta una explicación de por qué un bebe sonríe o busca acercarse a un cuidador, pero llora cuando se acerca un extraño; o por qué un joven disfruta el abrazo de uno de sus padres, pero interpreta el mismo gesto de un extraño como un ataque o un asalto; por qué la vida se hace placentera con solo escuchar la voz conocida de la persona que se ama.

Cuando un adulto ingresa a un ambiente nuevo o se encuentra con personas desconocidas, su sistema nervioso puede calificar la situación como una amenaza a su integridad; definitivamente puede no existir ninguna razón para sentirse amenazado, pero incluso, aunque lo comprenda, su cuerpo puede traicionarlo, a veces esta traición es privada, solamente los propietarios son conscientes de que sus corazones están acelerados y sometidos a una fuerza que los impulsa a alejarse; en otros casos, las respuestas son más abiertas y observables: notamos que tiemblan, sus caras enrojecidas o llenas de transpiración, igual sus manos y frente, otros pueden ponerse pálidos y sentirse al punto del desmayo.

Una plática “embriagadora”, un “juego fascinante”, una entrevista clínica bien conducida (con buen nivel empático), se producen naturalmente cuando nuestra neurocepción detecta seguridad y promueve estados fisiológicos que apoyan la conducta social, sin embargo las conductas pro-sociales no se expresan cuando nuestra neurocepción hace una lectura equivocada de las señales ambientales y dispara estados fisiológicos que apoyan estrategias defensivas. Para poder construir relaciones duraderas como las amorosas, los humanos tenemos que relegar estas acciones defensivas y dejar que se exprese el involucramiento, el apego y otras formas duraderas de vínculos sociales.

¿Qué situaciones favorecen la ejecución de conductas de involucramiento afectivo y al mismo tiempo desalientan los mecanismos de defensa? Para transitar efectivamente de una estrategia defensiva a una de involucramiento social, el sistema nervioso debe hacer dos cosas: 1) evaluar el riesgo y 2) si el ambiente parece seguro, inhibir las reacciones de defensas primitivas de pelear, escaparse o inmovilizarse. Como producto de la evolución, se han generado nuevos sistemas neurales que presentan un desarrollo paralelo. Un componente importante es el sistema nervioso autónomo, que presenta tres fases de desarrollo: la primera fase está relacionada con conductas de inmovilización y está regulada principalmente por el núcleo dorsal motor del vago, la segunda fase está relacionada con conductas de luchar o huir y está regulada por el sistema nervioso simpático; la tercera fase está relacionada con conductas de comunicación e involucramiento social y está modulada por el núcleo ambiguo (Porges 1995, 1997, 2007). De esta forma, la neurocepción, por medio de la actividad del núcleo ambiguo, puede impulsar el desarrollo de vínculos sociales y facilitar la oportunidad para las relaciones amorosas, reproducción, la cooperación, el trabajo en equipo, una relación psicólogo-paciente y otras modalidades complejas y sutiles de interacción social.

 

anterior

subir

siguiente


Número actual
Ecoteca

 
D.R. © Coordinación de Publicaciones Digitales
Dirección General de Servicios de Cómputo Académico-UNAM
Ciudad Universitaria, México D.F.
Se autoriza la reproducción total o parcial de los artículos aquí presentados,
siempre y cuando se cite la fuente completa y su dirección electrónica