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Julio Cortázar, la prosa de Moebius

Yanna Hadatty Mora
 
 

Anguilas y estrellas en una misma banda


“Banda de Moebius I y II"
Imagen tomada de: http://www.mcescher.com /

Como se propuso al inicio, representación de lo imposible, la banda o cinta de Moebius —quizá iconizada a partir de los dibujos “Banda de Moebius I y II” (1961 y 1963) del pintor holandés M.C. Escher— superficie en la que no se distingue el arriba del abajo, funciona en el texto como fusión de dos realidades opuestas e inconciliables (según el pensamiento lineal) que sin embargo coexisten, anguilas y estrellas en el texto:

perra aristotélica, que lo binario que te afila los colmillos sepa de alguna manera su innecesidad cuando otra esclusa empieza a abrirse en mármol y en peces, cuando Jai Singh con un cristal entre los dedos es ese pescador que extrae de la red, estremecida de dientes y de rabia, una anguila que es una estrella que es una anguila que es una estrella que es una anguila (p. 15).

Esto resulta más evidente, al revelarse de manera explícita en el discurso cortazariano que ambas son metáforas, “perchas de la imagen”:

Desde luego inevitable metáfora, anguila o estrella, desde luego perchas de la imagen, desde luego ficción, ergo tranquilidad en bibliotecas y butacas; como quieras, no hay otra manera aquí de ser un sultán de Jaipur, un banco de anguilas, un hombre que levanta la cara hacia lo abierto en la noche pelirroja (p.13).

Sólo así llegamos a ese final de oración que se extiende al infinito, ya pleno de sentido: “una anguila que es una estrella que es una anguila que es una estrella que es una anguila”.

Especialistas y legos sabemos por igual que la literatura juega siempre en los dos planos: a nivel de anécdota o denotación, y de sentido o connotación. Sin embargo, en esta aparente voluntad de revelar no la crítica sino el texto su propia connotación, opacidad de la transparencia, hablamos de una connotación otra, en la que se vuelve explícito del modo en que se dice, y se recurre a la sucesiva apelación de símbolos. En este caso, el texto pasa a resignificar el mito de Diana y Acteón.

Pero si el hombre es Acteón acosado por los perros del pasado y los simétricos perros del futuro, pelele deshecho a mordiscones que lucha contra la doble jauría, lacerado y chorreando vida, solo contra un diluvio de colmillos, Acteón sobrevivirá y volverá a la caza hasta el día en que encuentre a Diana y la posea bajo las frondas, le arrebate una virginidad que ya ningún clamor defiende, Diana la historia del hombre relegado y derogado, Diana la historia enemiga con sus perros de tradición y mandamiento, con su espejo de ideas recibidas que proyecta en el futuro los mismos colmillos y las mismas babas, y que el cazador trizará como triza su doncellez despótica para alzarse desnudo y libre y asomarse a lo abierto, al lugar del hombre a la hora de su verdadera revolución de dentro afuera y de fuera adentro (pp. 69-71).

Entonces, los problemas humanos, que trascienden a los individuos, se separan del “yo”, creación de Occidente, según el mismo texto de Cortázar, para hablar del nosotros:

Pero no hablamos de buscar, […] no se trata de satisfacciones mentales ni de someter a otra vuelta de tuerca una naturaleza todavía mal colonizada. Aquí se pregunta por el hombre aunque se hable de anguilas y de estrellas; algo que viene de la música, del combate amoroso y de los ritmos estacionales, algo que la analogía tantea en la esponja, en el pulmón y el sístole, balbucea sin vocabulario tabulable una dirección hacia otro entendimiento. (Nuestras cursivas, pp. 51-53).

Banda que incluye su envés y su revés, el texto alcanza un nivel de coherencia absoluto, frente al cual, más que la crítica aséptica, caben a un mismo tiempo la glosa y el placer de la lectura.

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