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Julio Cortázar, la prosa de Moebius

Yanna Hadatty Mora
 
 

Escurridizo como una anguila

Hay obras que asumimos escritas únicamente para el gozo. Por su misma naturaleza, constituyen un efusivo derroche de creatividad; las consideramos por ello nacidas de una sola vez en una noche de inspiración, sin revisiones, sin constricciones. Escritos sin estructura aparente ni subdivisiones, muchas veces a nivel connotativo hablan de la libertad del creador, por lo que atemoriza coartarla al hacer su “disección” con términos especializados, categorías de la teoría literaria, notas al pie de página o referencias puntuales.

Ocurre así —y la escasez de estudios específicos sobre este texto lo
atestigua1— con Prosa del observatorio, que Julio Cortázar publicara en 1972, como parte del homenaje al año internacional del libro. Texto de escasas once páginas al ser trascrito de corrido, que, con un bello y sobrio diseño de interiores, se convierte en un libro completo, acompañado por las treinta y seis fotografías tomadas por el mismo autor en Jaipur; éstas últimas tratadas por el fotógrafo español Antonio Gálvez para la primera edición, cosa necesaria, confiesa Cortázar, por la mala calidad de la película utilizada originalmente.2

Se cuenta que el proyecto de escritura surgió a raíz de un viaje que el escritor argentino realizó en el año de 1968 a la India, acompañado por Aurora Bernárdez, su primera esposa; alojándose ambos en casa de Octavio Paz, aún miembro del cuerpo diplomático mexicano.


De la estancia de Cortázar en la India, existe este video filmado en la
Embajada de México en Delhi, en que se ve a Aurora Bernárdez, Octavio Paz,
filmado por Cortázar, saltando y bailando.

En ese contexto realizan la visita al observatorio astronómico de Jaipur, uno de los espacios centrales de esta prosa. El otro tema aludido queda acreditado en lo extraliterario por el autor en el epígrafe: “Las referencias del ciclo de las anguilas proceden de un artículo de Claude Lamotte publicado en Le Monde, París, 14 de abril de 1971” (1999: p. 5).

El libro, sin embargo, no es un libro de viaje, ni de fotografía, ni mucho menos la glosa a un artículo de divulgación de la ciencia; sino un libérrimo ejercicio de prosa lírica —de ahí el comentario de Cristina Peri Rossi para la contraportada del mismo, en el que afirma que se trata de “un texto claramente poético”; o el de María Kodama que lo considera “propiamente una nouvelle”, o el de Martin S. Stabb que lo asume como un ensayo— en el cual dos realidades extremadamente distantes —a saber: el ciclo de las anguilas en aguas europeas y el paseo de un sultán por un observatorio astronómico en Jaipur— se trenzan de manera continua para producir a nivel de lenguaje un discurso de textura rica, de urdimbre compleja, y ritmo vertiginoso.

Y sin embargo, justamente un texto como éste, releído en varias ocasiones, invita a su desmontaje y glosa. Despierta la curiosidad: ¿existe algo más allá del gozo? ¿Una estructura, otro código, subyacen a la sintaxis rítmica y envolvente?

Si la escritura de la modernidad se caracteriza por brindar sus propias claves de crítica, se puede partir con cierta intuición a la detección de la banda de Moebius: un motivo recurrente en el texto es la comparación de ambos planos –anguilas en el agua, estrellas desde el observatorio- desde la mediación simbólica de la banda de Moebius. Se trata de los momentos que parecen hablar de una propuesta estética: dos realidades excluyentes coinciden en una figura (escritura) imposible, que, paradójicamente, se resuelven desde el texto. La banda de Moebius misma parece iconizar el concepto de paradoja, en tanto “expresión de que hay una incompatibilidad aparente, que está resuelta en un pensamiento más profundo del que la enuncia” (Moliner, p. 569), o aserto formado por la unión de dos términos aparentemente excluyentes que resulta pensable como nueva realidad. Siendo ésta una clave propuesta por el mismo texto, resulta interesante explorar sus posibilidades interpretativas o críticas.

Más aún, cuando el crítico Jaime Alazraki, en el estudio más completo sobre este texto de Cortázar, sostiene que en cuanto al género literario, Prosa del observatorio se puede definir como un freak literario, puesto que no es en pureza poema en prosa ni ensayo ni narración (Alazraki, 1994, p.273), sino una “larga reflexión que combina los procedimientos de la narración […] con los de la prosa discursiva”; y, luego de su análisis, concluye que el texto en cuestión es “ensayo que es poema que es narración que es ensayo…” (p. 276).

 

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