Introducción
La tragedia del planeta Tierra se ha convertido en lugar común. El calentamiento global se ha transformado de un fenómeno climático a un instrumento del discurso político para ocultar o justificar ineptitud, ineficiencia, fracaso, complicidad, imprevisión, irresponsabilidad. Todo lo anterior podría simplificarse en una palabra: torpeza.
Herbert Marcuse (1898-1979), hace ya medio siglo, nos alertaba "...de que las nuevas posibilidades de una sociedad humana y de su medio ambiente ya no pueden ser tenidas como simples prolongación de las anteriores, ya que no puedan ser concebidas dentro del mismo continuo histórico, sino que representa una ruptura con tal continuo histórico". Esto es, que a pesar de que las sociedades actuales son producto de su pasado, las capacidades técnicas y económicas han impreso un cambio profundo en las sociedades posindustriales. Por esta razón los supuestos, los paradigmas y las ideologías anteriores debían ser revisados en un novedoso contexto de cambios drásticos y acelerados, que la Revolución Tecnológica ha ocasionado en la forma de vida de la humanidad. Según el mismo filósofo, "…esta sociedad es irracional como totalidad. Su productividad destruye el libre desarrollo de las necesidades y facultades humanas, [...] su crecimiento depende de la represión de las verdaderas posibilidades de pacificar la lucha por la existencia en el campo individual, nacional e internacional". Y, refiriéndose a la sociedad tecnológicamente avanzada, opinaba que:
Nuestra sociedad se caracteriza a sí misma por la conquista de las fuerzas sociales centrífugas mediante la tecnología, antes que mediante el terror, sobre la doble base de una abrumadora eficacia y un nivel de vida cada día más alto. [...] Esta contención del cambio social es quizá el logro más singular de la sociedad industrial avanzada.
La unión de una creciente productividad y una creciente destructividad; la inminente amenaza de aniquilación; la capitulación del pensamiento, la esperanza y el temor a las decisiones de los poderes existentes; la preservación de la miseria frente a una riqueza sin precedentes constituyen la más imparcial acusación. [...] El hecho de que la gran mayoría de la población acepte, y sea obligada a aceptar esta sociedad no la hace menos irracional y menos reprobable.
Para el germano-americano autor de
El hombre unidimensional (1964), "La tecnología sirve para instituir formas de control social y de cohesión social más efectivas y más agradables [...] extendiéndose a las zonas del mundo menos desarrolladas e incluso preindustriales. [...] Ante las características totalitarias de esta sociedad la noción tradicional de la
neutralidad de la tecnología no puede ya sostenerse".
Herbert Marcuse caracteriza a la sociedad posindustrial con las siguientes tendencias principales: concentración de la economía mundial en las necesidades de las grandes empresas, con los gobiernos actuando como fuerza estimulante de apoyo y algunas veces de control; convenios monetarios, asistencia técnica y modelos de desarrollo; armonía preestablecida entre la enseñanza y los objetivos globalizadores; gradual asimilación de la población en general, de las diversiones y las aspiraciones en las diferentes clases sociales; invasión del hogar privado por la proximidad de la opinión pública, abriendo la alcoba a los medios de comunicación; individuos precondicionados de tal modo que los bienes que producen satisfacción también incluyen pensamientos, sentimientos y aspiraciones.
En nuestros días, el economista francés Serge Latouche establece que los fundamentos de la “sociedad del crecimiento” son
la publicidad, la obsolescencia programada y el crédito.
Publicidad = manipulación
Vance Packard (1914–1996), autor de
Los persuasores ocultos (1957), exponía los sistemáticos intentos de los hombres de negocio para “hacernos individuos derrochadores, endeudados y permanentemente insatisfechos”. En particular se refería al poder disuasivo de la televisión.
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Ninguna otra palabra es tan reiterativamente usada en la publicidad como “nuevo”, como si lo viejo fuera necesariamente malo o despreciable. |
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Las funciones de la televisión comercial han sido: fomento económico, entretenimiento, información y cultura, en ese estricto orden prioritario y, en consecuencia, decreciendo en cantidad y calidad. La primera función es en realidad su meta y razón de ser. No sólo consiste en la inserción de anuncios publicitarios, sino de los acondicionamientos que imponen y las derivaciones consiguientes. John K. Galbraith (1984) nos dice al respecto: “...se ve aparecer un número creciente de nuevos productos de consumo que no responden a ninguna necesidad o que no cumplen las promesas de los fabricantes”. Ninguna otra palabra es tan reiterativamente usada en la publicidad como “nuevo”, como si lo viejo fuera necesariamente malo o despreciable. Los productores de bienes y servicios son, pues, quienes planifican nuestras necesidades con base en las de ellos. No importa informar verazmente sobre los productos, sino venderlos. Los artículos de primera necesidad no requieren publicidad (excepto el agua embotellada); los productos superfluos, sí. Una cosa es ser consumidor y otra, muy diferente, ser consumista. Ya sea por codicia, vanidad o presión social, si tenemos la oportunidad, todos somos consumistas. Sin importar condición socioeconómica o educativa, el grado de afán consumista es inversamente proporcional al desarrollo intelectual. Los niños, por ejemplo, son las típicas víctimas inermes de las campañas publicitarias.
Antes las ganancias se obtenían de la venta de sus productos, ahora, algunas corporaciones están recibiendo mayores beneficios de la manipulación monetaria y financiera que de la producción real. Según Noam Chomsky “El poder se está trasladando a tiranías privadas”, refiriéndose al efecto de la transnacionalización del capital financiero. Los estados, agrega, permanecen poderosos; es la democracia la que está declinando.
A estas elites, J.K. Galbraith las ha denominado “la tecnoestructura”: asociación de personas de diversos conocimientos técnicos, experiencias o demás talentos requeridos por la tecnología industrial y la planeación modernas; el paso del poder desde el capital (propietarios y accionistas que disfrutan los beneficios) a la inteligencia organizada (técnicos y administradores que toman las decisiones). La gran sociedad anónima o
holding que se ha venido consolidando en los últimos 60 años, lejos de estar controlada por el mercado, ha hecho todo lo posible para que el mercado quede subordinado a los fines de su planificación. Dados los elevados montos de capital invertido para investigación y desarrollo de nuevos productos, así como el tiempo necesario para su producción, no puede permitirse que la demanda y los precios estén entregados a los caprichos de un mercado sin manipular. De ahí la necesidad imperiosa de un “sistema planificador” en el que, a diferencia de los desaparecidos estados socialistas, la regulación proviene de las grandes corporaciones u oligopolios y no de un gobierno rector de la economía. Por el contrario, el gobierno recibe la influencia de las grandes empresas transnacionales que se traducen en la regulación de la demanda agregada, la garantía y subvención de tecnología avanzada, el suministro de fuerza de trabajo educada y entrenada. El “sistema planificador” ignora, o considera sin importancia, los servicios del Estado que no están en relación directa con las necesidades del sistema como son seguridad social, fomento de las artes, urbanismo, protección ambiental, educación masiva o investigación básica.
En palabras de Marcuse,
Nos encontramos ante uno de los aspectos más perturbadores de la civilización industrial avanzada: el carácter racional de su irracionalidad. Su productividad y eficiencia, su capacidad de crear y difundir sus comodidades, de convertir lo superfluo en necesidad y la destrucción en construcción. La gente se reconoce en sus mercancías; encuentra su alma en su automóvil, en su aparato de alta fidelidad, [...] y el control social se ha incrustado en las nuevas necesidades que ha producido [...] los controles tecnológicos parecen ser la misma encarnación de la razón en beneficio de todos los grupos e intereses sociales, hasta el punto que toda contradicción parece irracional y toda oposición imposible.
Obsolescencia programada = contaminación
Obsolescencia programada es la práctica de acortar artificialmente la vida útil de los productos o servicios, con el objetivo de influenciar o inducir en las decisiones de compra del consumidor en favor del fabricante o prestador de servicio. Los orígenes de la obsolescencia programada se remontan a los años 30’s, con el documento de Bernard London
Ending the Depression Through Planned Obsolescence, pero la frase fue popularizada por el diseñador industrial Brooks Stevens en 1954, “inculcando en el comprador el deseo de poseer algo un poco más nuevo, un poco mejor, un poco más pronto que lo necesario”. No obstante, la práctica de dicha innovación en la economía ya la habían impuesto los fabricantes de lámparas incandescentes (focos) desde 1924, mediante el acuerdo
Phoebus para disminuir su vida media de unas 2,500 horas a sólo 1,000. Otros fabricantes han sido Dupont, con su fibra
Nylon que originalmente era en exceso resistente, Apple con sus iPods con baterías insustituibles, o Micosoft con sus softwares caducos, entre otros.
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Obsolescencia programada es la práctica de acortar artificialmente la vida útil de los productos o servicios, con el objetivo de influenciar o inducir en las decisiones de compra del consumidor en favor del fabricante o prestador de servicio. |
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Las necesidades y sus satisfactores son pilares de la economía. Cuando se alteran, por ejemplo, los hábitos de consumo, se está cambiando un elemento fundamental de la cultura de cualquier conglomerado humano, y esto tiene una repercusión en la economía familiar o social.
Según algunos cálculos, una tonelada de basura arrojada por el último consumidor implica la producción de 5 toneladas de desperdicio en la manufactura y 20 de desechos en la extracción inicial (minería, bombeo, tala, granja, etcétera). El consumo de materiales es enorme y va en aumento, a pesar de los avances técnicos y las tímidas políticas de reciclado. La biotecnología y la nanotecnología tal vez den en el futuro algunas soluciones. Sin embargo, y mientras tanto, nos ahogaremos en basura. El “no retornable” se ha traducido en una maldición para el mundo. Como muestra tenemos la Gran Zona de Basura del Pacífico, también conocida como Sopa de plástico (coordenadas 135° a 155°O y 35° a 42°N), que mide entre 700.000 km² y 1.5 millones de km² y contiene unos 100 millones de toneladas de desechos, principalmente plásticos: 15.7 Kg por cada habitante del planeta.
De los asuntos más preocupantes, los derrames de hidrocarburos encabezan las larga lista. Por sus dimensiones han destacado: La guerra del Golfo (1,770,000 ton. en 1991), Deepwater Horizont (590,000 ton. en 2010) e Ixtoc I (467,000 ton. en 1979). Sumemos a estos los drenajes masivos industriales y urbanos, el manejo inadecuado de fertilizantes e insecticidas, los deshechos de la explotación minera, la pesca irracional que, para consumo humano y animal, ha incrementado la captura de 20 millones de toneladas en 1950 a 86 millones ton. en 2000. En la actualidad la demanda aumenta y la producción decae.
Los países pobres se han convertido en receptores de basuras tóxicas de alto riesgo. Las industrias de los países desarrollados inicieron tímidas políticas ambientalistas pero, en el Tercer Mundo o en Países Emergentes, es inimaginable la eventual inversión de miles de millones de dólares en equipos anticontaminantes o en campañas de remediación ambiental, cuando su problema es pagar el servicio de la deuda externa o, en el mejor de los casos, dar de comer a sus habitantes. Muchas de las sustancias cuya fabricación está prohibida en el Primer Mundo, ahora se elaboran y consumen en el Tercero; solución poco sabia ya que los dos bloques están en el mismo planeta. De los 65,000 productos químicos industriales para uso comercial habitual, sólo el 1% dispone de estudios toxicológicos confiables. Las industrias fabrican masivamente productos que después se vuelven contra el hombre y la naturaleza, como han sido el DDT, los fluorclorocarbonos, los plásticos, los detergentes, las pilas eléctricas, etc. La emisión de gases como el dióxido de carbono, metano y óxido nitroso está incrementando al efecto invernadero o destruyendo la capa de ozono. La presencia de metales pesados en suelos y aguas se ha convertido en un grave problema de salud pública. Pero la consigna de las grandes corporaciones sigue siendo producir, vender, crecer sin límite.
Las advertencias del Club de Roma emitidas desde 1968 y resumidas en el documento
Los límites del crecimiento (1972) fueron desechadas y calificadas de alarmistas por quienes tuvieron y tienen el poder de decisión.
Consumismo, contaminación y degradación ambiental a nivel planetario; globalización e inequidad económica entre naciones e individuos; homogeneización cultural, explosión demográfica, migración masiva e incontrolable, desintegración tribal y familiar, incertidumbre social y crisis de valores tradicionales han sido algunos de los productos de un mundo tecnificado que cambia más aprisa de lo que las sociedades y el hombre en lo individual, pueden hacerlo:
El shock del futuro. Para Alvin Toffler (1993) la nuestra es:
...una civilización que depende en gran medida de los combustibles fósiles, la producción fabril, la familia nuclear, la corporación, la educación general y los medios de comunicación, basado todo ello en la creciente separación abierta entre producción y consumo y todo dirigido por un grupo de elites […] Dos cambios, por sí solos, hacen que no sea ya posible la continuación “normal” de la civilización industrial. En primer lugar, hemos llegado a un punto de inflexión en la “guerra contra la Naturaleza”. La biosfera, simplemente, no tolerará por más tiempo el ataque industrial. En segundo, no podemos seguir confiando indefinidamente en energía no renovable, principal subvención hasta ahora del desarrollo industrial.
Crédito = crisis financiera
En su origen, la palabra
crédito significa confiar o tener confianza. En economía, es una manifestación en especie o en dinero en la que la persona, empresa o nación se compromete a devolver la cantidad solicitada en el tiempo o plazo definido según las condiciones establecidas para dicho préstamo más los intereses devengados, seguros y costos asociados si los hubiera. La Western Union emitió en 1914 la primera tarjeta de crédito al consumidor; en 1950 salió la tarjeta Diners Club (20,000 emitidas); VISA del Bank of America en 1966. México incursionó en el dinero plástico en 1968 con BANCOMATICO de Banamex. Cada hogar estadounidense tiene deudas por 8.400 dólares en concepto de tarjetas de crédito, según los expertos de Moody's. Y eso sin contar los créditos hipotecarios y otros.
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En síntesis, vivir a crédito lleva a familias y países al colapso, sin embargo, se practica con inusitada liberalidad. |
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Lo primero fue crear artificialmente una necesidad, después, no permitir que el supuesto satisfactor perdure y, finalmente, asegurar a perpetuidad el ciclo compra-venta mediante la emisión de un dinero inexistente. Este proceso no sólo se dirigió a los individuos sino que también se aplicó a las naciones, por ejemplo, con la venta de armas. Pero la codicia tampoco encontró límites y la realidad concreta hizo presencia.
El inicio del siglo XXI nos dio una muestra de lo que significa una economía basada en los excesos de la desregulación financiera: la quiebra de Enron. Clasificada como la séptima empresa en los EE.UU., en 24 días su valor cayó de 70,000 millones de dólares a 100 millones; casi nada de activos, pero muchas acciones en bolsa. Dejó a 20,000 personas sin trabajo y 2.000 millones de dólares en pérdidas de pensiones y jubilaciones no pagadas. Pero esto sólo fue la punta del iceberg y nada efectivo se hizo para corregirlo.
En la vorágine crediticia se crearon los NINJA (No Income, No Job Application), “beneficiarios” del financiamiento hipotecario de alto riesgo, el subprime. El riesgo de las subprime se transfirió a los bonos de deuda, a fondos de pensiones y de inversión. Según la Reserva Federal, las pérdidas generadas por este tipo de hipotecas, en 2007, se situaban ya entre los 50.000 y los 100.000 millones de dólares. Lo que siguió vino en cascada: pérdidas en fondo de pensiones británico, por 27.000 millones de libras; el banco alemán Sachsen LB se rescata con 17.300 millones de euros; los bancos chinos ICBC y Bank of China aseguran que tienen 8.000 millones de euros en inversión hipotecaria subprime; Merrill Lynch reconoce deudas incobrables por 7.900 millones de dólares, Lehman Brothers que gestionaba 46.000 millones de dólares en hipotecas, se declara en quiebra; la FED, con un costo al erario público de cerca de 200.000 millones de dólares rescata a Fannie Mae y a Freddie Mac, etc.
En síntesis, vivir a crédito lleva a familias y países al colapso, sin embargo, se practica con inusitada liberalidad. Los Estados Unidos adeudan 16.7 millones de millones (trillones en inglés) de dólares: el primer trillón de dólares en deuda se acumuló desde el periodo de la presidencia de George Washington (1789-1797) hasta la presidencia de Ronald Reagan (1981-1989). Desde entonces y hasta hoy EE.UU. ha aumentado la deuda nacional en más de 13 trillones; Inglaterra 9 y Japón 2.4. Pero lo trágico es para países como Grecia o Portugal, que adeudan 500.000 millones; Irlanda, Italia y España más de 2.2 billones, cada uno; Brasil o México por el rango de 2 billones. Con estas deudas es impensable que se sugiera invertir en fuentes alternas de energía, en vedas a la pesca irracional, en biorremediación, conservación o reforestaciones, en sistemas de salud, en jubilaciones dignas, en educación de calidad o en impedir guerras. Se sustituye el "Estado de Bienestar" de Bismark, Roosevelt y Keynes por "Gobierno por el Mercado" de Thatcher, Reagan y Milton Friedman. El modelo económico seguido en los últimos 40 años ha mostrado su ineficiencia, inclusive en los aspectos macroeconómicos no existen posibilidades de solución. Solo algunas personas conscientes o víctimas de la situación intentan hacerse escuchar y reciben el mote de “los indignados”; los desplazados por guerras o ecocidios ni siquiera tienen una denominación.
Sustentabilidad = responsabilidad
La
sustentabilidad para una sociedad significa la existencia de condiciones económicas, ecológicas, sociales y políticas que permitan su funcionamiento de forma armónica a lo largo del tiempo y del espacio.
Lejos estamos de intentar dar soluciones o recetas pero, sin lugar a dudas, sabemos que el reto más importante es preservar el medio ambiente: no tenemos ningún otro lugar para vivir. Por ello, todo lo que conlleve deterioro ecológico, toda sobreexplotación de los recursos naturales, todo proceso que no sea sustentable debe ser rechazado. Agua, suelo, atmósfera y biodiversidad deben ser preservados. La entropía debe ser, en lo posible, disminuida en toda actividad humana. El uso de energía, materiales y recursos financieros deben ser racionalizados: recliclado y no desperdicio, mínimo de deshechos residuales y máximo ahorro. Las tres “R's”, que son reutilizar, reclicar y reducir, deben ser prioritarias. Aplicar estrictamente la propuesta del científico austríaco Anton Moser: “Nunca generar desechos a una velocidad superior a la capacidad de amortiguamiento del ecosistema”. Las actividades y potencialidades industriales deben encaminarse a la biorremediación y preservación del hábitat; industrias y tecnologías ecológicas serán la mejor inversión. La concentración y el gigantismo deben ser vistos como aspectos negativos de la era industrial y no como símbolos de progreso. No buscar el máximo sino lo óptimo. En lugar de concentrar se debe diseminar y descentralizar las actividades productivas y con ellas redistribuir la población. Esto es, estimular unidades de trabajo más pequeñas. Por lo tanto, las metas deben ser descentralización y desurbanización de la producción: “La solución a los problemas globales se gestan en los espacios locales”. Los valores sociales deben ser, como nos sugieren los investigadores del M.I.T. Meadows y Randers, sustentabilidad, eficiencia, suficiencia, justicia, equidad y comunidad; “Una economía que sea un medio, y no un fin, que sirva al bienestar de la comunidad humana y al medio ambiente”.
Se deberá buscar la autosuficiencia local en alimentos y energéticos, vivienda y abrigo, servicios de salud y educación. La declinación de las reservas probadas de hidrocarburos debe forzarnos a buscar y desarrollar fuentes alternas de energía renovables como la solar, eólica, geotérmica, biótica, etcétera, así como a educar en una cultura de ahorro de energía. En lugar de depender de combustibles concentrados y fuentes centralizadas de energía, hay que fomentar y usar fuentes energéticas dispersas y descentralizadas y contar con un sistema energético más inteligente, sustentable y dotado de una base científica. Los hidrocarburos disponibles o remanentes deberán usarse moderadamente como materia prima, y sólo en última instancia como combustible.
Las casas habitación deberían ser edificadas con materiales locales, utilizando los conocimientos técnicos con los que contamos, tanto tradicionales como modernos. El diseño de las casas deberá contemplar la optimización en el uso del agua y las fuentes energéticas, como la reutilización de “aguas grises”, diseños térmicos, instalación de biodigestores, paneles fotovoltaicos, cajones de composta, huertos familiares y separación de basuras.
Haciendo uso de tecnologías adecuadas e intermedias, acordes con las condiciones específicas de cada lugar o región, deberán privilegiarse las actividades que requieran la mayor cantidad de mano de obra posible, especialmente en los países menos desarrollados y con mayor densidad de población, fomentando actividades necesarias como reforestación (de especies autóctonas), recuperación de suelos y aguas, sistemas de riego racionales, granjas piscícolas, casas ecológicas; recolección, clasificación y recliclado de residuos sólidos.
La educación a los jóvenes y a la población en general deberá impulsar la conciencia planetaria y regional, alentando la cooperación y rechazando la agresividad, utilizando la razón y desterrando la superstición, fomentando el arte y liberando la creatividad en todos sus aspectos.
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No podemos ocultar lo que conocemos. Sólo podemos luchar por controlar su aplicación, impedir la explotación apresurada, transnacionalizarla y reducir al mínimo, antes de que sea demasiado tarde, la rivalidad corporativa nacional e intercientífica en todo terreno. |
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Alvin Toffler |
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¿Con qué contamos para todo lo anterior? Conocimientos científicos y avances tecnológicos asombrosos: electrónica y computación, telecomunicaciones e informática que pueden influir y llegar a todas partes; ciencias genómicas y biotecnología que, usadas adecuada y responsablemente, pueden resolver problemas hasta ahora insalvables; nanotecnología y física del estado sólido que nos prometen poder utilizar la mínima cantidad de recursos no renovables; nuevos materiales obtenidos a partir de síntesis química y “fabricación espacial”; técnicas agropecuarias como la hidroponia, acuacultura, cultivos
in vitro, etcétera. Todo esto sin dejar de rescatar la sabiduría agrícola tradicional regional. Además, insistimos, con una nueva base energética sustentable.
Alvin Toffler nos alerta, “No podemos ocultar lo que conocemos. Sólo podemos luchar por controlar su aplicación, impedir la explotación apresurada, transnacionalizarla y reducir al mínimo, antes de que sea demasiado tarde, la rivalidad corporativa nacional e intercientífica en todo terreno”. La tecnología no necesita ser costosa ni compleja para ser avanzada. Debemos elegir aquellas que sirvan a objetivos sociales y ecológicos de largo alcance, “en vez de dejar que la tecnología sea lo que moldee nuestros objetivos”. Debemos estar preparados en contra de quienes “desean asegurar el control social sobre las direcciones del impulso tecnológico”. En este sentido, Carl Sagan asegura que “el más abierto y vigoroso debate es a menudo la única protección contra lo más pernicioso del mal uso de la tecnología”.
El sistema planificador (y su tecnoestructura), que ha mostrado ser eficaz, puede y debe preservarse, pero lo que deben cambiar son los objetivos. Al respecto, J.K. Galbraith considera que “El estamento pedagógico y científico tiene poder para practicar su opción. Tiene en la mano las cartas decisivas. Pues el sistema planificador, al ponerlo todo a merced de la tecnología, la planificación y la organización, se ha puesto en profunda dependencia de la fuerza de trabajo necesaria para promover esos factores”. Añade que “...es razonable decir que el futuro de la sociedad moderna depende de lo voluntaria y eficazmente que la comunidad intelectual en general, y el estamento pedagógico y científico en particular, asuman la responsabilidad de la acción y la dirección políticas”.
Bibliografía
CREMOUX, Raúl. ¿Televisión o prisión electrónica? México: Fondo de Cultura Económica, 1974.
GALBRAITH K., John. El nuevo estado industrial. México: Ariel, 1984.
--- La era de la incertidumbre. México. Diana, 1986.
MARCUSE, Herbert. El fin de la utopía. México: Siglo XXI, 1971.
--- El hombre unidimensional. México: Joaquín Mortiz, 1968.
MEADOWS Donella, Meadows Dennis y Randers Jorgen. Más allá de los límites de crecimiento. México: Ediciones El País. S.A./ Aguilar S.A. de Ediciones, 1992.
SAGAN, Carl. The demon-haunted world. USA: Random House, 1996.
TOFFLER, Alvin. La tercera ola. México: Diana.
“Deuda externa”. Wikipedia [en línea]. <http://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Deuda_externa_por_pa%C3%Ads>
“Crédito” . Wikipedia [en línea]. <http://es.wikipedia.org/wiki/Crédito>
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“Impacto ambiental de la pesca” . Wikipedia [en línea]. <http://es.wikipedia.org/wiki/Impacto_ambiental_de_la_pesca>
“Isla de basura”. Wikipedia [en línea]. <http://es.wikipedia.org/wiki/Isla_de_basura>
“Sustentabilidad”. Amartya <http://www.amartya.org.ar>