La
argumentación es un proceso secuencial que permite inferir
conclusiones a partir de ciertas premisas. Implica un movimiento
comunicativo interactivo entre personas, grupo de personas e incluso
entre la persona y el texto que se está generando, en especial,
cuando se reconoce a la escritura como un acto textual consciente,
que permite “elegir palabras con una selección reflexiva
que dota a los pensamientos y a las palabras de nuevos recursos
de discriminación” (Ong, 1987, p. 105). Está
tradicionalmente afiliada, por una parte, a actos verbales de
ataque y defensa, refutativos de un punto de vista en contra de
una opinión establecida, razón que explica la posición
de Lakoff y Johnson (1980) quienes identifican a la guerra como
la metáfora que mejor la ilustra, debido a los términos
lingüísticos usados para referir las actividades involucradas:
se ganan y pierden argumentos. La persona a la cual alguien enfrenta
al argumentar es un opositor, cuyas posturas se atacan o defienden.
Se planean y se utilizan estrategias. Si se halla un reducto indefendible,
se abandona y se toma una línea nueva de ataque. Muchas
de las cosas que se hacen con palabras en una discusión
se estructuran bajo el concepto de guerra. La batalla es verbal,
y la estructura de la argumentación es ataque, defensa,
contraataque. Se infiere, entonces, que se trata de algo cultural.
Es occidental. Así lo concibieron los griegos. Pero, además,
la argumentación está asociada a actos verbales
epistémicos interesados en la generación y producción
de ideas (conocimientos) o en el consenso.
Argumentación
implica razonamiento. Aristóteles fue uno de los primeros
en descubrir la existencia de una lógica argumentativa,
de naturaleza inductiva en los discursos sociales, diferente a
la silogística y valorada en la actualidad en función
de parámetros como coherencia y adecuación. Una
línea de argumentación inductiva permite inferir
a partir de una evidencia particular con el fin de derivar unas
conclusiones. Es lo que Aristóteles en su Retórica
denominó entimema.
Por
ser un componente fundamental de la interacción humana,
la competencia argumentativa, -definida como la habilidad para
producir argumentos por ethos, por logos y por
pathos (Rodríguez Bello, 1992, 1994)-, ha sido
apreciada en todas las culturas, sobre todo en Occidente, donde
se considera un factor clave en el éxito político,
laboral, comunitario, familiar. En el marco de los contextos académicos
en los que se preserva, genera y difunde conocimiento a través
de documentos escritos, la argumentación lógica
es una condición intrínseca del discurso que le
aporta solidez al escrito y prestigio personal al productor del
texto.
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