31 de enero de 2004, Vol. 5, No. 1 ISSN: 1607-6079
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La Universidad debe alentar la imaginación, ésta capacita al hombre para construir una visión intelectual de un mundo nuevo y conserva el gusto de vivir mediante la postulación de propósitos satisfactorios. Y es en estas instituciones donde se encuentra a los jóvenes en plena actividad imaginativa, es ahí donde se debe aprovechar la libertad y la disciplina para llevar a buen fin el proceso educativo. Su tarea es unificar la imaginación del alumno, su libertad, con el conocimiento, experiencia y disciplina intelectual de los docentes.

La propuesta de nuestro filósofo respecto a vincular la inteligencia con el gusto por vivir conforma uno de los rasgos de una buena educación, esta unión constituye uno de los objetivos de las universidades, considerando que la sabiduría es el ideal educativo. En concordancia con esta propuesta, consignamos el siguiente pensamiento de Latapí:

Una buena educación debiera dejar la convicción de que la vida es para algo, oportunidad más que destino, tarea más que azar. La buena educación se propone que cada alumna y alumno constituya en su interior un estado del alma profundo, se convierta en sujeto consciente, capaz de orientarse al correr de los años en la búsqueda del sentido de las cosas. Así transformará la información en conocimiento y el conocimiento en sabiduría; habrá aprendido a vivir. (Latapí, 2002, p. 43.)

Otro factor importante que resalta Whitehead para que las universidades cumplan con su misión se refiere a la personalidad del docente, éste debe mostrarse en su verdadero carácter, como una persona “ignorante”, pero, capaz de pensar y utilizar activamente esa pequeña porción de conocimiento que posee.

El profesor universitario tiene entonces, expresa en Los fines de la educación, una doble función: le corresponde despertar el entusiasmo de sus alumnos para fortalecer su propia personalidad y, además, crear el ambiente de un conocimiento más amplio y de un propósito más firme en combinación con los intereses de sus estudiantes. El docente está en la Universidad para evitar el derroche innecesario de energías, encauzar el conocimiento de los estudiantes.

Por otra parte, Whitehead considera que la realidad universitaria de su época, y de la actual agregaríamos, estima demasiado el valor de un profesor según las obras impresas firmadas con su nombre. Propone, desde su perspectiva, que una buena prueba de eficiencia sobre el trabajo del profesor sería valorar su producción intelectual en conjunto, con sus colegas docentes y con los alumnos. La evaluación que se haga del profesor debe ser estimada por el valor del pensamiento que defiende y no por el número de palabras que escribe.

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