Parejas incongruentes

Para Kant el análisis de la posición o situación de las partes componentes de los cuerpos y las figuras–análisis que deja de lado toda consideración respecto de su magnitud–, no puede dar cuenta cabal de la forma corpórea a menos que, para ello, haga referencias a un espacio absoluto, que por consiguiente tiene que tomar como previamente existente. El orden en el que las partes de un cuerpo se presentan sólo puede ser determinado unívocamente a través del establecimiento de un sistema de referencia y de un observador que pueda localizarlas con relación a este sistema; sin embargo tanto el sistema de referencia como el observador adquieren esta función sólo a partir del espacio absoluto y real en el que se encuentran contenidos junto con el cuerpo descrito. Esta dependencia de la forma respecto del espacio, que deviene a su vez una prueba de la naturaleza absoluta del espacio, se manifiesta claramente al tomar en cuenta la existencia de las parejas incongruentes, de las que el ejemplo más inmediato es el de la mano derecha y la mano izquierda. En efecto es la existencia de los cuerpos que son idénticos en cada una de sus partes y que sin embargo no pueden coincidir si se superpone uno a otro, quien le permite afirmar la naturaleza de un espacio que no puede ser simplemente el conjunto de relaciones externas de las partes de la materia, como lo aseguraba el propio Leibniz, ya que en ese caso la existencia de una de las dos manos agotaría todo el espacio que a partir de ella se define, haciendo imposible la existencia de la otra, toda vez que de acuerdo con esta concepción, ambas determinarían el mismo espacio y deberían, por lo tanto, coincidir plenamente.

Dos años después, en De Mundi Sensibilis atque Intelligibilis Forma et Principiis, Dissertatio de 1770 Kant vuelve a tratar con cierto cuidado el problema del espacio; este texto, considerado como un punto de inflexión en la obra de Kant, marca el fin del período precrítico y anuncia la apertura del horizonte problemático característico de la filosofía crítica. La investigación sobre los principios del mundo sensible y del mundo inteligible, tema de esta Dissertatio, proporciona, mediante el establecimiento de los principios formales de ambos, el fundamento de lo que será más adelante la Estética Trascendental. Mientras que la sensibilidad es concebida como una capacidad receptiva del sujeto ante la presencia de los objetos, la inteligencia es concebida como la facultad del sujeto de representarse aquello que por su naturaleza no se presenta a los sentidos. De este modo, el conocimiento sometido a las leyes de la sensibilidad es un conocimiento sensible, mientras que aquél sometido a la inteligencia es un conocimiento intelectual o racional. Bajo el primero se tiene una representación de las cosas tal y como ellas aparecen, bajo el segundo una representación tal y como ellas son4.

Es en esta doble tarea de establecer los principios formales del conocimiento sensible y del conocimiento inteligible que Kant regresa nuevamente a una reflexión acerca del espacio ya que éste aparece (junto con el tiempo) como principio formal del mundo sensible que sustenta el vínculo por medio del cual las sustancias y sus estados se ligan en tanto que objetos de la sensibilidad. El conocimiento sensible se basa en la percepción que de las cosas externas se tiene. Dicha percepción se despliega en el espacio, aunque ello no significa la existencia de un espacio para cada percepción de las cosas sensibles ya que bajo la multiplicidad de regiones espaciales no hay sino secciones diferentes de un espacio único.

Con base en este doble carácter del espacio, su unicidad y el hecho de ser la forma fundamental de toda sensación, Kant concluye que el espacio es una intuición pura, anterior y condición de posibilidad de toda sensación y de toda experiencia. Esta intuición puede ser captada fácilmente a través de los axiomas de la geometría y de las construcciones (mentales) de los postulados, aunque ninguno de ellos es deducible de algún principio o noción universal acerca del espacio y más bien se trata de proposiciones que en él mismo se pueden discernir y ver5.

Para Kant, la geometría no procede concibiendo a sus objetos a través de conceptos universales, sino que los coloca ante los ojos mediante una intuición singular, como sucede con los objetos sensibles. Además de los axiomas algunas otras relaciones entre las figuras en el espacio tienen esta doble propiedad de no ser lógicamente deducibles y de ser igualmente evidentes. Un ejemplo claro lo constituye la propiedad que permite la distinción entre dos figuras iguales y dos que no lo son a pesar de coincidir en cada una de sus partes. Por un lado la relación de igualdad en las figuras se deriva de la posibilidad de que coincidan cuando una de ellas se superpone a la otra. Si bien es claro que para la geometría plana dicha coincidencia se puede deducir a partir de la coincidencia de algunas de sus partes, en el caso de la geometría sólida esta situación no necesariamente se cumple. Este es el caso de la relación entre los sólidos similares pero incongruentes (solidis perfecte similibus atque aequalibus, sed discongruentibus), ya que sólo con base en la coincidencia plena es posible garantizar su igualdad, pero dicha coincidencia plena, o la ausencia de ella, de donde deriva la desigualdad, se concluye de un principio que se apoya a su vez en una intuición:

…No es sino a través de una intuición que se puede caracterizar la diversidad, a saber la de la imposibilidad de la coincidencia. De ahí que la geometría use principios que no son solamente indudables y discursivos, sino que caen bajo la mirada de la mente6.

Nada de lo que se pueda enunciar discursivamente permitiría establecer la distinción entre ellas, ya que ésta es precisamente su característica primordial: son indistinguibles en cada una de sus partes; la diferencia interna que hace imposible la congruencia entre ellas sólo puede ser captada a través de la intuición.

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