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Si
pensamos en el cáncer como la enfermedad prototipo
para enfrentar la terminalidad, es necesario considerar
que de acuerdo a la Organización Mundial de la
Salud: “En casi todo el mundo, la mayoría de
los pacientes de cáncer presentan la enfermedad
en una fase avanzada. Para ellos, la única posibilidad
razonable de tratamiento es el alivio del dolor y los
cuidados paliativos”.6
La recomendación principal de la Organización
Mundial de la Salud para el alivio del dolor por cáncer,
es el uso de morfina, en cantidades suficientes y por
el tiempo que sea necesario.7
Pocos
fármacos hay tan estigmatizados como la morfina,
la cual es como un arma de doble filo: por una parte
ofrece alivio del dolor y por la otra ofrece la sombra
del daño social, consecuencia del uso ilícito.
No es raro encontrar temores en los familiares sobre
el riesgo de provocar “adicción”, en sus parientes,
priorizando este riesgo sobre la calidad de vida del
doliente. Los esfuerzos en calidad y cantidad para facilitar
o entorpecer el alivio del dolor, no sólo involucran
los lazos afectivos, también tienen que ver con
las características inherentes a la etapa de
vida del afectado. Considere ahora el dolor de un niño,
de un adolescente, de la madre, de la hermana, del padre
o de los abuelos. La premura y las dimensiones de los
esfuerzos pueden variar de forma significativa, así
como la justificación de las medidas y los recursos
a emplear. Otro aspecto a considerar es el entorno en
que se desarrolla la atención del enfermo y los
recursos financieros con que se cuente.
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