Revista Digital Universitaria
10 de abril de 2006 Vol.7, No.4 ISSN: 1607 - 6079
Publicación mensual
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Si pensamos en el cáncer como la enfermedad prototipo para enfrentar la terminalidad, es necesario considerar que de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud: “En casi todo el mundo, la mayoría de los pacientes de cáncer presentan la enfermedad en una fase avanzada. Para ellos, la única posibilidad razonable de tratamiento es el alivio del dolor y los cuidados paliativos”.6 La recomendación principal de la Organización Mundial de la Salud para el alivio del dolor por cáncer, es el uso de morfina, en cantidades suficientes y por el tiempo que sea necesario.7

Pocos fármacos hay tan estigmatizados como la morfina, la cual es como un arma de doble filo: por una parte ofrece alivio del dolor y por la otra ofrece la sombra del daño social, consecuencia del uso ilícito. No es raro encontrar temores en los familiares sobre el riesgo de provocar “adicción”, en sus parientes, priorizando este riesgo sobre la calidad de vida del doliente. Los esfuerzos en calidad y cantidad para facilitar o entorpecer el alivio del dolor, no sólo involucran los lazos afectivos, también tienen que ver con las características inherentes a la etapa de vida del afectado. Considere ahora el dolor de un niño, de un adolescente, de la madre, de la hermana, del padre o de los abuelos. La premura y las dimensiones de los esfuerzos pueden variar de forma significativa, así como la justificación de las medidas y los recursos a emplear. Otro aspecto a considerar es el entorno en que se desarrolla la atención del enfermo y los recursos financieros con que se cuente.

 

 

 
   
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