Por
otra parte, si bien el concepto de culpa
y expiación de la culpa, a través
del sufrimiento, es una construcción
religiosa judeo-cristiana, el abordaje
religioso ofrece también elementos
para afrontar las crisis y es frecuente
en nuestra sociedad el echar mano de las
historias familiares con las que se pretende
aminorar la crisis en la que se encuentra
sumergida la familia. Con frecuencia se
retoman actitudes religiosas para enfrentar
los eventos metafísicos y se esgrimen
recursos como las oraciones formales o
las lecturas de textos religiosos, en
un afán de encontrar consuelo.
Conductas
como las oraciones y los rezos compartidos,
así como las muestras de afecto,
suelen presentarse en los períodos
iniciales de afrontamiento a la enfermedad
terminal. Pero conforme el proceso avanza
en su evolución incontenible, la
solidaridad se transforma, primero en
desconfianza; se duda de la veracidad
del síntoma doloroso e incluso
del sufrimiento, y después, en
un rechazo a la situación o al
enfermo al no encontrar soluciones.
No es difícil corroborar la conducta social de los allegados a la familia, que en los primeros días se muestran solícitos y condescendientes, pero con el transcurrir del tiempo se alejan e incluso evitan el contacto con la familia y con el propio enfermo. Cabe aquí la frase de René Lariche: “ Sólo hay un dolor fácil de soportar, y éste es el dolor de los demás”, o la tan conocida frase popular : “En la cárcel y en la enfermedad se conoce a los amigos”. Es en este momento en el que la familia se enfrenta sola al cuidado del enfermo, con frecuencia ya abandonado por las instituciones de seguridad social, bajo la etiqueta de “incurable” ó “desahuciado” y se involucran directamente en el manejo del dolor, situación seguramente terrible, cuando es ampliamente reconocido, que incluso en un ámbito tecnificado y medicalizado, existe un alto grado de ineficiencia para su control.
En estas condiciones, los miembros de la familia se convierten en los cuidadores del enfermo y tienen que lidiar tanto con las necesidades físicas, metafísicas y emocionales del enfermo, como con las propias, dados los lazos de afecto que les unen. Además tienen que aprender conocimientos técnicos para la administración de fármacos, aseo, alimentación especializada, diagnóstico y un sinfín de nuevos conocimientos, que se ven facilitados o entorpecidos por el ambiente social de pertenencia. Este perfil que se desarrolla en los familiares del enfermo terminal, impone retos de comunicación y ejercicio profesional para el personal de salud, a quienes importuna con conocimientos médicos profundos, y en donde los anestesiólogos no se ven exentos de este proceso.