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Falacia de la crisis económica y los valores humanos
José David Lara González
 



 
 

Falsa crisis de valores humanos

La sociedad es una construcción abstracta. No existe físicamente algo denominado sociedad, sin llegar al extremo del “objetivismo” hasta irracional como en el señalamiento dado por esa frase tristemente histórica de Margaret Thatcher: “la sociedad no existe, existen los individuos” o en otra vergonzante declaración histórica de Pinochet: “¿existe algo llamado derechos humanos?”.

La sociedad es una de las formas humanas de asociación. Es parte de la subjetividad de los seres humanos. El ser humano posee alta cualidad de abstracción de ahí su capacidad de generar filosofía, ciencia, tecnología, etc. Otra de sus obras de abstracción son los valores, a los que se supone, comúnmente hoy, que están en crisis. Empero, para nosotros este es un mal planteamiento. Aunque se presta a mucha crítica, nosotros entendemos que los valores no están en crisis.

Una crisis no puede ser tan duradera que se haga permanente (como ya lo dijimos). Como sostenía Castoriadis (2002): en una crisis hay elementos opuestos que se combaten, mientras que lo que caracteriza a la sociedad contemporánea es la desaparición del conflicto social y político. En la aparición de lo que Marcuse (2001) llama “la sociedad unidimensional” dada por la homogenización del humano al devenirse “hombre unidimensional”.

La tendencia generalizada a observar el acontecer actual de los valores como una crisis es una apreciación errada. Estamos tan “acostumbrados” a pasar de una crisis a otra que el manejo del término crisis se ha desvirtuado, adquiriendo múltiples significados siendo aplicado “libremente”. Etimológicamente significa separar, discernir. Empero, ante la confusión cotidiana y de los vertiginosos cambios en el lenguaje primero, y en las significaciones de las palabras después, de lo que nos da cuenta Roitman (2003) “al trivializar el lenguaje se resta fuerza al significado semántico fortaleciéndose una interpretación sintáctica y pragmática de la realidad”, se asume como crisis a casi cualquier punto álgido de un proceso, pero no todo punto cima o sima implica una crisis. Frente a las transformaciones que los valores están teniendo en las últimas décadas es un “lugar común” del común de la gente, el suponerlas como una crisis más, haciendo eco de la apostilla de Chesterton: “no sólo estamos todos en el mismo barco, sino que todos estamos mareados”…

Cada etapa humana tiene sus propios valores y pese a que en ningún momento negamos que hayan valores históricamente forjados y presentes, sostenemos que cada grupo social y época van reubicando sus valores reubicándose en ellos a la vez: lo cual es una parte de la cultura, cultura que puede observarse de desiguales modos: el nazi Hermann Goering soltó una “exquisita” frase histórica “cuando oigo la palabra cultura, saco el revólver”.

Cultura es la ética aunque pueda ser manipulada de acuerdo a lo que se pretenda de ella. La ética no está peleada con el Estado él mismo la promueve como lo puntualizaba Hegel, pensador resuelto a la conformación del Estado rector en una nación y que presentaba al propio Estado como el momento ético de la vida de las naciones (Dri, 2000).

Parte de los valores constituye a la ética pero esta no es UNA ni universal: el nazismo aunque para muchos afuera de esa ideología nos pueda parecer inmoral-amoral, para los nazis era un movimiento de índole ético-moral (Cosacov, 2008) y no sólo eso sino que era una ética fundamentalista que quería transformar la moral convencional “poco apta” para la entrada en la historia del superhombre ario de ese sistema para, simultáneamente, cambiar radicalmente al hombre y al mundo en el “imperio de mil años” soñado y prometido por Hitler.

Parece que lo que se formula como crisis de valores más bien es una crisis del pensamiento y de lo metafísico que han sido combatidos y desalentados por décadas o siglos para mantener a las mayorías poblacionales (“masas”) en un estado laxo, INESTABLE, pero bajo control satisfactorio para el sistema dominante. Las percepciones que toman a las modificaciones valorales que se están presentando ahora son expresiones de una sociedad manejada por sofistas que crean y consolidan un sofisma tras otro (Roitman, 2003). No cualquier persona tiene la formación ni las condiciones para darse cuenta de estar ante un planteamiento permanente-programado de sofismas hechos por los sofistas profesionales y científicos del sistema. Menos para desatarse de ellos y atacarlos, por tanto los acata.

Desde nuestro punto de vista esto es lo que está pasando ahora: hay un cambio axiológico acompañado del surgimiento de otros valores, unos que son matizaciones de valores que ya existían y otros más que pueden verse como nuevos; tomando en cuenta que: “finalmente todo lo que se halla frente a nosotros, todo lo que se dirige a nosotros y toma posesión de nosotros, toda participación de la existencia, todo se disuelve en una flotante subjetividad” (Buber, 1995) para que Engels (¡nunca Einstein!) complete la curva aduciendo que todo es relativo.

Los referentes de tiempo y lugar son inseparables del atado valoral que aplica en determinada cultura, son parte intrínseca de ésta. Así, en algún momento contar con un caballo o usar pelucas era visto como representaciones de un valor. Ahora la TV, el teléfono celular, la PC o el automóvil son íconos de valor de una sociedad occidentalizada con harto apetito por los aperos tecnológicos; después no sabemos cuáles serán los referentes simbólicos del cosmos de valores.

Los seres humanos somos cambiantes no somos hechos de una manera para siempre. El humano cambia y más cuando los tiempos se alargan. Siendo los valores una construcción abstracta nuestra, sería incongruente suponer y “exigir” que los valores fueran inamovibles: incluso hay teóricos que suponen al desarrollo con un componente de transformación de valores (Sunkel, 1980). Una cosa es plantear que algunos de los valores humanos por su importancia y naturaleza se deseé su “universalización” y otro asunto muy distinto es el hacerlos eternos. Lo primero pudiera ser pero lo segundo es más difícil y quizás irrealizable, tal vez ni siquiera fuera lo más deseable en términos de sustentabilidad de los sistemas humanos y de la diversidad sociocultural.

El planteamiento equivocado de asumir una crisis de valores obligaría a pensar que hay una reducción en la “cantidad” de los valores presentes respecto a otros momentos, digamos una pérdida de los valores habidos o bien, que hay un cambio en su priorización o una subversión de estos con un redireccionamiento perceptual y aplicado. Pero también se podrían suponer juntos estos efectos. Tales consideraciones no son fáciles de constatar ni de demostrar: constituyen un sistema imbricado que habría que revisar concienzudamente a fondo con una fuerte base de conocimientos acompañada de una alta dosis de imparcialidad que articule el análisis en una actitud abierta, incluyente y humanamente crítica.

El asunto de que se dé una crisis de valores, es bastante distinto de señalar que con la problemática existente ahora sobre los valores, nuestras sociedades empeoren o se llegue al final de la civilización como hoy la conocemos, en una visión catastrofista. No tenemos las evidencias fuertes y serias que indiquen que algo así podría suceder. Las permutas valorales que se vienen mostrando no pueden POR DEFINICIÓN, extraída de quién sabe qué lugares, tomarse para practicar un vaticinio de lo que vendrá. Los cambios pueden devenir una sociedad mejor o una peor, nadie lo sabe. No creemos en la adivinación ni en el determinismo prosaico. Lo que se puede pronosticar es que las sociedades futuras serán DIFERENTES de las del presente, lacónicamente, donde cada uno tendrá que enfrentar sus realidades bajo la fría y cálida luz de su propia racionalidad potenciada por la fortaleza del espíritu humano que nos ha sacado de las oscuridades de momentos críticos superados, rielando en el ambiente.

En la actualidad los valores no desaparecen, no vivimos una escalada que mate a la axiología, sino que vivimos dentro del proceso modernidad-posmodernidad donde quizás lo más característico sea la desaparición de significaciones y el desvanecimiento de valores, como lo apunta Castoriadis (2002), es decir, un vaciamiento, llegándose a la sociedad permisiva reconocida por Antaki (2000).

Los valores son causa y efecto de la sociocultura. En esta sociedad permisiva que ha “derrotado” a la sociedad “represiva”, donde el propio sistema explota las ideas de ir contra las restricciones (Bauman, 2007) hay una transformación del entramado valoral: en algunos casos, las palabras siguen siendo las mismas pero sus significados pueden ser distintos e incluso contrarios. Ejemplo notable: la familia. Sigue siendo un valor en nuestros días, se le llama igual, pero ya no significa lo mismo que antes. Era el puntal de la estructura social, después en la modernidad fue la unidad de producción, ahora en la posmodernidad es la unidad de consumo. Sí, la familia es un valor en la actualidad pero es distinto del valor que antes representaba.

Dado un cierto nivel de la evolución humana, surgen los valores y con ésta base valoral se iban construyendo los diferentes grupos comunitarios y sociales. Los modelos desarrollista-economicistas fundados en las ideas modernas-posmodernas, al tener que enfrentar situaciones problemáticas debido a los desequilibrios que los surcan, han generado una situación diferente a esa evolución de los grupos humanos. Con notoria rigidez y cerrazón, fabrican sus valores, principios y normas con las que la sociedad desarrollista habría de marchar: es el modelo existencial el que diseña la axiología del momento, una de tipo contingente puesto que se intenta una disolución del tiempo; se rompe con el pesado pasado, lastre que “retrasa” el desarrollo promovido desde los centros de poder y se impone un bloqueo del futuro por medio del inmediatismo. El presente se ve ascendido a tiempo regente único excluyente del pasado y futuro. Es la vida rápida que tiende a la generación de la inconsciencia en los colectivos humanos para no brindar la oportunidad de la reflexión profunda, para coadyuvar a la entronización de su proyecto axiológico forjando la fatiga física-mental de los individuos transformados en los “operadores sistémicos” de pensamiento superficial evidenciados por Roitman (2003).

No tenemos duda de que hay un cambio en los valores humanos en estos momentos de aguda situación para el mundo.

El cambio valoral no constituye en sí un problema, no lo consideramos un problema, es una parte de la dinámica regular, de la movilidad histórica de la evolución de los ecosistemas humanos. Lo que sí constituye un problema son las razones que se esgrimen para el cambio de valores (si es que se dan esas razones), otro origen de problemas son las formas en que se da el cambio de valores, las fuentes y los medios de que se sirve para realizar dichos cambios y, al último pero no menos importante, el ritmo, la velocidad con la que se están dando los cambios valorales.

Los modelos desarrollistas fincan sus juicios en un razonamiento técnico. En esta clase de raciocinio, el modelo desarrollista de que se trate va a intentar, como le sea posible, la reproducción del modelo por sí mismo y esto no implica que las personas jueguen un rol distinto del de consumidores, electores, pagadores de impuestos, mano de obra y legitimadores. Visión que concibe a las personas como objetos, desposeyéndolos de su naturaleza de sujetos, para que dentro del paradigma productivista puedan ser pensados como un “recurso natural” para que la máquina que el sistema es, no pare.

En este espacio productivista se niega a la Sociología y a la Historia como ciencias (y más cuando se toma a la historia como despliegue de las contradicciones sociales, desde un perfil marxista, contrapuesto al burgués que la reduce a “una crónica de sucesos”). Las ciencias sociales son “administradas” como apologías del sistema con sus teorías de la “elección racional” y otras, propias del neoconservadurismo (Boron, 2006). Se crea a la ingeniería social oponiéndose a reflexiones humanistas como las de Ortega y Gasset (1971): “el hombre va siendo y des-siendo, viviendo. Va acumulando ser (el pasado), se va haciendo un ser en la serie dialéctica de sus experiencias”.

La gente común no es reconocida en su calidad humana y por tanto el sistema no requiere “desarrollar” razones para efectuar cambios en el subsistema de valores humanos. No tiene que dar explicaciones ni rendir cuentas puesto que los que forman el núcleo de poder son aliados entre sí y el resto del mundo representa el “campo de batalla” por el poder hegemónico.

No menospreciamos las razones que el desarrollismo expresa para asestar sus cambios en los valores, pero resaltamos que son razones a modo, donde la crítica es inaceptable y los brotes de oposición son combatidos o “sencillamente” se les descuenta. Esto recala en lo que Duque (1984) comenta: “cada día… somos menos libres y menos cultos porque somos más iguales y más civilizados…”, en una humanidad homologada y preasignada por el sistema no para ser sino para el “deber ser” dentro de la planeación de la “sociedad unidimensional” de Marcuse.

Otro de los puntos que se semblantean aquí es el de la fuente de donde provienen los cambios en el sistema de valores humanos y, las formas y los medios que se emplean para ejecutarlos. Sucintamente señalaremos que el origen de donde provienen los cambios valorales es única: el grupo de poder mundial. Es el triunfo de la marcha “progresista” del valor de cambio.

Las formas son un tanto variadas incluyendo desde labores de convencimiento, medidas legales (con un nivel de controversia) hasta llegar muchas veces a la burda imposición como en el caso de la democracia, un valor que se quiere universalizar y aplicar indiscriminadamente en todo sitio, situación y ocasión desconociéndose (a propósito) otras formas de afrontar las cosas, así como sus limitaciones intrínsecas y, donde debería pensarse que a final de cuentas la democracia es un modo de gobernancia, no de vida: no es una religión ni una filosofía, no es una panacea: Meiksins (2006) asume “la democracia es camuflada para que el capitalismo pueda tolerarla”. Los escenarios de conflicto se multiplican en espacios locales, naciona¬les, internacionales y regionales, transformando al mundo “literalmen¬te” en un globo a punto de estallar. Los diagnósticos que se escuchan con mayor fuerza y estridencia son aquellos que señalan como causa del problema a los excesos de las democracias (González, 2006). A nombre de la democracia se han cometido abusos y crímenes: en algunos casos el poder central no se ha detenido para eliminar rivales políticos cobrando libertades y vidas dentro de lo que consideran parte del “quehacer democrático” (Amnistía Internacional, 1995).

Duque (1984) nos recuerda que la revolución moral, consecuencia de la tecnológica, ha impuesto una sustitución de los valores judeo-cristianos por una especie de hedonismo. Valores de antaño son relegados a planos de menor importancia tanto en los colectivos como al nivel individual. Hay una tendencia a enmascarar, declinar o esquivar aquellos valores calificados de apócrifos y arcaicos. Entonces parece que los valores se hacen menos por un efecto de percepción que tiene doble salida: para algunos aligera la toma de decisiones, conductas y actitudes mientras a otros los deja sin “asideros” accesibles. La sociedad presente es compleja, complicada, contradictoria y hasta absurda: inefable, en resumen.

Los medios o recursos que emplea el sistema para lograr sus cambios valorales son variados. Octavio Paz aclaraba: se da un nihilismo de signo contrario al de Nietzsche, “no estamos ante una negación crítica de los valores establecidos, sino ante su disolución en una indiferencia pasiva”; por una involución e inmovilismo añadimos.

El sistema emplea los medios-recursos desde los más populares a través de los medios masivos de comunicación-información, principalmente televisión y radio, hasta los más sofisticados que involucran el manejo subliminal y, en los cuales se recurre a todos los niveles y actores sociales posibles: partidos políticos, políticos, politólogos, gobernantes, empresarios, instituciones, religiosos, líderes, actores-actrices, deportistas, figuras locales, intelectuales, tecnócratas, etcétera.

El modelo actúa de manera vertical primero y luego horizontal, de arriba hacia abajo. El pensar y sentir de las mayorías son receptores de un diálogo abstruso de comunicación sesgada en un sentido y bloqueada en el otro: no se educa sobre los valores sino se adoctrina (y no precisamente de manera laica). No se enseña a pensar sino que se da un pensamiento prediseñado: los valores se presentan como “decálogo” para memorizar sin cuestionar, los valores se dogmatizan.

Los medios de comunicación-información remarcan que la libertad de pensamiento no radica en el cerebro sino en los genitales e infunden complejo de elemento ASOCIAL a aquel que aún crea en el pudor y la urbanidad. La urbanidad supone el respeto a la intimidad del prójimo; la publicidad de los medios implica su allanamiento. La publicidad entra en el subconsciente dice qué vestir y cómo pensar. La publicidad es uno de los instrumentos de la revolución norteamericana que da al traste con las previsiones de Marx al hacer del proletario no la víctima sino el cómplice del capital. El capital necesita mercado y no se va a quedar con el de las reducidas élites sino que va a la gran masa proletaria. El proletario, por obra de la publicidad se convierte en consumidor y, con la posibilidad de ser accionista, se vuelve explotador de sí mismo (Duque, 1984).

El más poderoso medio que emplea el sistema para imponer sus condiciones y valores es la televisión. El primer conflicto que amenaza la formación en valores son los contravalores que transmite la TV. La TV se ha convertido en pieza fundamental de política cultural. El argumento de las empresas televisivas es el rating: toda empresa es un negocio y su crecimiento depende del mercado; las preferencias del público deben respetarse porque expresan democráticamente el sentir de la población. La libertad de expresión de la empresa, está regulada por la respuesta legítima, libre y democrática de la audiencia; por esto se rechaza cualquier control. La falacia de identificar democracia con mercado y con rating es obvia, no sólo porque el rating capta sólo preferencias entre las opciones que actualmente se están presentando a la audiencia (excluyendo la posibilidad de respuestas a opciones que nunca se presentan), sino sobre todo porque tal argumento desconoce las responsabilidades sociales y morales que conlleva la libertad de expresión (Latapí, 2004).

Por esto Popper reacciona así: no hay nada en la democracia que justifique la tesis según la cual el hecho de ofrecer transmisiones cada vez peores desde el punto de vista educativo corresponde a los principios de la democracia “porque la gente lo quiere”. ¡De esta manera nos veríamos obligados a irnos todos al diablo! (Popper y Condry, 2000).

Finalmente, el problema de la velocidad con que se dan los cambios. La modificación de los valores humanos es demasiado trascendente para ser realizada mecánicamente como lo hace el sistema desarrollista. Son modificaciones que tienen que ser deliberadas, introyectadas antes de formalizarlas y requieren una sensibilización honda del ser humano tanto en su conciencia como en su juicio mayor. Empero, los modelos desarrollistas del inmediatismo y lo desechable, promueven los cambios valorales a una velocidad pasmosa que nada tiene que ver con la seriedad del caso.

Carente de tiempo y de herramientas suficientes el individuo del “tiempo real” adolecerá también de las sutilezas y profundidades de análisis crítico, sumergido en un magno océano de informaciones por un lado contradictorias y por otro desestructuradas. Baste considerar que en un solo ejemplar dominical del New York Times hay más información que la que una persona culta decimonónica consumía en toda su vida (Ramonet, 1999).

No hay tiempo para la consulta, la reflexión o la duda. Hay una dura limitante para poder asimilar el universo de información actualmente disponible, “en la punta de los dedos” tan sólo pensando en Internet. Mucha información queda “virgen” sin ser tan siquiera conocida (Eriksen, 2001): más de la mitad de los artículos periodísticos publicados en ciencias sociales nunca son citados. Esto puede traducirse en que nadie los lee ni los emplea en algún momento. Una catarata de signos sin contexto... como gritar en la oscuridad de la nada a unos oídos que no quieren oír, ni lo intentan, en un automatismo robótico, triunfo virtual del lenguaje binario… computable finalmente.

La persona común no puede intimar con los valores modificados a tan alta velocidad, no tiene manera de hacerlo, se le presentan como hechos consumados y se alinea en ellos o será señalado por los demás y las consecuencias vendrán. El tiempo es uno “puntillista” (Maffesoli, 2001), un tiempo marcado por rupturas y discontinuidades, donde la vida no es otra cosa que una concatenación de presentes vividos con distintas intensidades desentendidas de la aseveración de Sartre: el pasado ya no es, el futuro aún no es, y el presente no es todo. Se origina así una “cultura ahorista o acelerada” (Bertman, 1998).

Ese “ahorismo” está reproduciendo y se nutre de la vieja confrontación equivoca entre dos de los principales saberes, la filosofía, tan relegada hoy, y la ciencia, tan ensalzada ahora, de tal manera que se cae en la ingenuidad de pensar que puede uno ocuparse de lo universal sin considerar lo particular o se comete la otra ingenuidad al pensar lo contrario, el poder ocuparse de lo particular sin tomar en cuenta lo general.

La celeridad de la modificación de los valores en nuestras sociedades ha caído en la trampa clásica de juzgar el bosque por los árboles o al árbol por el bosque sin mayores contemplaciones, esto es, que se ha dado por confundir lo esencial de los valores por lo meramente circunstancial de ellos. Punto que dada la cortedad de visión del ser humano convertido en agente sistémico, aporta mayor confusión prestada al surgimiento de una actitud violenta y un comportamiento que llega a redundar en conductas agresivas operadas como MIRILLAS del acontecer GLOCAL. La revolución que se está viviendo en los valores, en el sentido estricto de la palabra (volver a andar lo andado), genera un ímpetu que descerraja al individuo y por sinergismo apremia todavía más a la sociedad incrementando su avidez por lo morboso-sanguinario-ultraviolento en una apretada espiral descendente viciada, que no un círculo vicioso como es frecuente observarle.

Cada nuevo valor o cada cambio a un valor anterior necesita una formulación amplia y un proceso de prueba y madurez, pero esta madurez no puede ser artificialmente lograda es paulatina, de años, de generaciones humanas quizás. Aquí madurez implica tiempo y un tiempo de calidad, sólo así los valores serán definitivamente humanos. “Somos responsables no sólo de algo sino ante algo, ante una instancia que nos obliga a justificarnos. Esta instancia, como se dice cuando se deja de creer en la divinidad, es la conciencia moral” (Hans, 1998). ¿No es otra falacia la supuesta crisis de valores presente?

 

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