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Naturaleza humana y teoría darwinista

Julio Muñoz Rubio
 
 

Introducción

Darwin y su adopción de las ideas hegemónicas del mundo

Papel ingrato el que por decisión propia me toca jugar en esta ocasión. Ingrato porque siendo yo un evolucionista y un darwinista convicto y confeso, y partícipe activo en la celebración de los 150 años de la publicación de El Origen de las Especies y los 200 años de su nacimiento,1 me impuse la tarea de hacer una crítica a un aspecto de la teoría de Darwin en el que se muestran deficiencias importantes: el de su teoría de la naturaleza humana.

Ciertamente, la teoría de Darwin, como ya se ha señalado en innumerables ocasiones, tiene la virtud de haber abierto numerosas líneas de investigación en biología, reforzando las que ya existían, haber establecido muchas verdades y con todo ello transformado radicalmente nuestra visión del mundo.

La teoría de Darwin, ante todo, ha unificado como ninguna otra, nuestro conocimiento del mundo vivo, de manera análoga a como dos siglos antes Newton había unificado el conocimiento del movimiento de los cuerpos. Sus logros, a 150 años de distancia, son innegables.

Uno de los propósitos de Darwin, al emitir su teoría, era justamente ofrecer una explicación coherente y válida del funcionamiento y origen de todas las especies y organismos sobre la Tierra, y esto desde luego incluía e incluye al ser humano. Si el modelo evolutivo de Darwin, basado siempre en explicaciones materiales y en leyes naturales, encontrara excepciones aquí y allá, se vería enormemente debilitado. Por ello tenía necesariamente que abarcar al ser humano en su explicación.

¿Y cuál es la explicación que Darwin ofrece para el origen del ser humano en la Tierra? Para entenderlo debemos recordar la tesis general de Darwin:

1- En la naturaleza existe un continuo proceso de variación. Las variaciones en los organismos se heredan.

2- Al mismo tiempo existe una situación de escasez permanente en el mundo por causa del desequilibrio permanente entre la población y los recursos.

3- En esta situación, se genera inevitablemente una lucha por la existencia, una guerra de todos contra todos.

4-Sobreviven solamente las variedades mejor adaptadas a las condiciones permanentemente hostiles, las cuales son seleccionadas por la naturaleza.

5- En consecuencia, el comportamiento de todo individuo es egoísta, agresivo y territorial.

Aquí lo que encontramos es, curiosamente, una tesis muy particular acerca de la naturaleza humana, que es extendida al conjunto del mundo vivo.

¿Cuál es esa visión? ¿Cuáles son sus raíces? Se trata, ante todo, de una visión del ser humano prevaleciente a partir del siglo XVI, es decir, coincidente con el surgimiento del capitalismo. Observemos algunos ejemplos de esto:

Thomas Hobbes (1588-1679), uno de los primeros intelectuales del capitalismo observó en 1651 en su obra cumbre: Leviathan (2001):

Así, hallamos en la naturaleza del hombre tres causas principales de discordia. Primera, la competencia, segunda la desconfianza, tercera, la gloria (p.102)

La condición del hombre… es una condición de guerra de todos contra todos, en la cual cada uno está gobernado por su propia razón, no existiendo nada, de lo que pueda hacer uso, que no le sirva de instrumento para proteger su vida contra sus enemigos. De aquí se sigue que, en semejante condición, cada hombre tiene el derecho a hacer cualquier cosa, incluso en el cuerpo de los demás. (pp. 196-107)

Para Hobbes, en consecuencia, la sociedad requiere por fuerza de una estructura autoritaria que someta al ser humano y lo controle para evitar el desboque de los egoísmos y violencias inherentes al mismo. Algo más de un siglo después, en 1776-1778, en su clásico La Riqueza de las Naciones, Adam Smith (1954) expresó en un tono sombrío:

… el individuo no se propone, por lo general, promover el interés público, ni sabe hasta qué punto lo promueve. Cuando prefiere la actividad económica de su país a la extranjera, considera únicamente su seguridad, y al dirigir la primera de tal forma que su producto tenga el mayor valor posible, piensa sólo en su propia ganancia, y en este como en muchos otros casos, es conducido por una mano invisible a promover un fin que no entra en sus intenciones. (p.398)

Esta división del trabajo, de la cual se derivan tantas ventajas, no es originalmente el efecto de la sabiduría humana… Es consecuencia necesaria, aunque lenta y gradual, de una cierta propensión en la naturaleza humana… la propensión a permutar, cambiar y negociar una cosa por otra. (p. 400)

Y desde luego no podemos dejar de citar a Thomas Malthus (1979), uno de los principales influyentes en la obra de Darwin, quien en su Primer Ensayo sobre la Población, de 1798, mencionó:

...la capacidad de crecimiento de la población es infinitamente mayor que la capacidad de la tierra para producir alimentos para el hombre. La población, si no encuentra obstáculos aumenta en progresión geométrica. Los alimentos tan sólo aumentan en progresión aritmética. (p.53)

Para añadir en una de las ediciones posteriores de la misma obra que:

El hombre no puede vivir en medio de la abundancia. No todos pueden participar en los dones de la naturaleza. Si no existieran leyes que regularan la propiedad, cada uno tendría que defender y amparar sus bienes. (1986, p. 296)

Todas estas ideas deben sonar muy familiares para la mayoría o para todos los lectores. Hemos crecido y vivido escuchándolas, aprendiéndolas y desde luego reproduciéndolas en muchos casos, aunque no necesariamente sepamos de dónde o cómo surgieron. En una ojeada superficial parecen ser tesis lógicas, obvias, naturales, es decir, inherentes al ser humano, inmodificables. Son tesis parecidas a imperativos morales como “ama a tus padres”, “respeta a tus maestros” o “la patria es primero”. La obviedad de tales sentencias parece tan grande que uno debería aceptarlas, no importando si los padres son maltratadores e injustos, si los maestros son autoritarios o si nadie entiende qué es la “patria” y por qué tiene que ser “primero”. La mayoría de la población acepta ideas como estas porque no parece haber de otra, porque se difunden acríticamente y porque se descargan desde los centros del poder hegemónico, con todo su autoritarismo.

Tal es el caso de las tesis mencionadas arriba sobre la naturaleza humana. Para la primera mitad del siglo XIX esas tesis tenían un consenso amplio y aparentemente universal, son ideas que flotaban en el aire permanentemente, que casi nadie cuestionaba, y en esta situación, a Darwin no le costó trabajo adoptarlas para su trabajo. El principio de selección natural es una extensión de estas concepciones al mundo vivo.

Así las cosas, cuando Darwin (1981) enfrentó el reto de explicar la evolución del ser humano, expresó cosas como éstas provenientes de El Origen del Hombre (1871): En primer lugar hago notar su idea de la continuidad animal-hombre:

No obstante, la diferencia en la mente entre el hombre y los animales superiores, aun cuando es grande es una diferencia de grado, no de clase. (p.105).

Y en seguida la aplicación al humano, de su modelo basado en la selección, lucha, escasez, egoísmo y guerra de todos contra todos:

Se puede ver que, en el estado más rudo de la sociedad primitiva, los individuos de mayor sagacidad, los que hubiesen inventado y llevasen mejores armas o lazos, y los que hubieran sido los más hábiles en defenderse, serían precisamente los que alcanzarían mayor descendencia. Las tribus compuestas de mayor número de individuos con semejantes dotes serían las que más se multiplicarían t suplantarían a otras tribus. (p.159)

...si un hombre que fuera miembro de una tribu y que fuera más sagaz que los demás, inventase un nuevo lazo, arma o cualquier otro medio de ataque o defensa; el más simple auto-interés, sin necesidad de gran fuerza de raciocinio, impulsaría a los demás miembros de la tribu a imitarlo, lo cual sería beneficioso... Si el nuevo invento fuese verdaderamente importante, la tribu aumentaría en número, desarrollo y dominio sobre las otras. Si tales hombres procrearan hijos que heredaran su superioridad mental, la probabilidad de dar a luz a algunos miembros aun más ingeniosos sería todavía mayor... (p.161)

Como se puede ver, entre estas tesis de Darwin y las de Hobbes, Smith y Malthus hay un claro hilo conductor que supera la prueba del paso del tiempo y eso parece conferirle un carácter objetivo. Veremos que no existe tal objetividad.

 

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