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Las travesuras de Hermes: ¿conocimiento más allá del lenguaje?
José Manuel Redondo Ornelas
 

La potencia de los nombres

A lo largo de varios parágrafos (por ejemplo, XVI, XLIX, L, LI) insiste el de Constantinopla que el nominador ha de ser el que ve el intelecto (nous). Y hace una analogía entre el nominador y el demiurgo del Timeo (28c), quien contempla las ideas. Entre otros, Plotino ya veía a éste -partiendo por ejemplo del Sofista (248e)- como análogo al intelecto divino de la Metafísica aristotélica (Lambda, 9) y análogo al nous poetikós como lo presentara Aristóteles respecto al pensamiento puro (o “ciencia en acto” -intelección, noésis) en De Anima (431a). Probablemente todos estos paralelismos muy fuertes y hechos aquí rápidamente, resulten insólitos para el no familiarizado con estas escuelas de pensamiento (el tema es demasiado complejo y hemos de atenernos a un límite de extensión). Como el demiurgo, Proclo nos dice (LI) que los nombres tienen “doble potencia”; los nombres son vástagos de dioses, démones y hombres, al decir del filósofo. El nombre lo es por ley y por naturaleza (LI), pero no por una ley cualquiera sino las leyes eternas, nos dice; por la causa eficiente (epistémica) –recurre al vocabulario aristotélico- es por ley y convención; por la causa ejemplar es por naturaleza. La ley es contemplativa de lo universal; respecto a los nombres de las cosas corruptibles, no domina sobre ellos la ley. De ahí que reúna en una figura el demiurgo y el legislador (de los nombres), el intelecto que usa la potencia figurativa que hay en el alma; de ésta depende el arte productiva de los nombres: la potencia figurativa es asimiladora de las cosas superiores a las inferiores y de las formas que resultan en composición a las más simples; esta es la imaginación verbal, que produce por sí misma la esencia de los nombres y respecto a la cual Proclo establece una semejanza con la teléstica o teurgia, y en otros textos con la creación poética. A propósito del símil de la lanzadera y los nombres, Proclo establece una muy interesante y sugestiva –me parece- analogía con la diosa Atenea, quien a través del oficio del tejido –una de las artes que preside- une arte y naturaleza (LIII).

A pesar de la potencia figurativa, el nombrar tiene límites:

Los primerísimos seres no pueden ser recordables y cognoscibles por medio de la imaginación, la opinión o el pensamiento; pues somos aptos por naturaleza para unirnos a ellos por la flor del intelecto y por la realidad de nuestra esencia, por medio de los cuales recibimos la percepción de su naturaleza desconocida (CXIII).

El texto escrito tiene para Proclo una finalidad ritual; supone una textualidad tejida con símbolos que son indicadores o puertas para ir más allá de la textualidad, como cuando se invita al lector a meditar o visualizar una situación psíquica definida.20 Rappe llama al lenguaje de Proclo el lenguaje de la visión21 un lenguaje que privilegia el uso de la imaginación (la potencia figurativa) –así como su desarrollo- como espacio psíquico más real que el percibido por los sentidos, vehículo de la intuición intelectual. El discurso sobre lo divino constituye no un mero discurso, sino una iniciación, una mistagogía para el alma purificada del dialéctico. Todas estas ideas que pueden parecernos fantásticas, y sin embargo, quizá no tan lejanas, aun cuando formuladas en un lenguaje muy diferente, de las aserciones de algunos filósofos modernos (Wittgenstein, por ejemplo), acerca de los límites del lenguaje y aquello de lo que no se puede hablar. También quizá valga la pena mirar a la India, en donde al día de hoy diferentes escuelas de pensamiento siguen manteniendo una postura muy similar a la Proclo. Ya los Upanishads hablan desde hace siglos del lugar accesible a la meditación “donde las palabras se dan la vuelta”.


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