Los tercios Para garantizar estos objetivos, Kant divide las conversaciones de sobremesa en tres fases o, como dirían los aficionados taurinos, en "tercios". En el primero de ellos, dice, se intercambia información. En el segundo tercio, se ejercita la argumentación. Y en el tercero, se "bromea", es decir, se juega y ejercita el ingenio. Una vez distinguidos, Kant define reglas para en todos ellos se conserve el mencionado equilibrio entre libertad y sujeción a principios. Intercambia
información Ejercita
la argumentación De modo que, cuando hay mujeres presentes, conviene abreviar el segundo tercio, pasar cuanto antes al último, y prolongarlo. En éste la presencia femenina, en vez de representar una restricción, es para los comensales el mejor receptor de sus insinuaciones rosadas ("pequeños ataques maliciosos, pero no vergonzantes"), dándoles por consiguiente la oportunidad, dice Kant, de que se emulen unos a otros en ingenio. En resumen, la presencia femenina tendría el efecto, de doble filo, consistente en limitar los excesos de la argumentación, tanto en tono como en duración, y en expandir las oportunidades para la broma. Juega
y ejercita el ingenio En ellos, el egoísmo es una convención admitida ("se toma un perfecto egoísmo como principio que nadie niega") y, peor aún, e irreducible. Pero el fin esencial de estas sociedades privadas es precisamente conciliar el bien vivir social con la virtud, es decir, domesticar nuestro egoísmo. La permanencia durante el juego del principio egoísta tiene la consecuencia, en opinión de Kant, de que, en vez de retornar a sus casas en paz unos con otros, los participantes agiten intensamente sus emociones y se vayan disgustados unos con otros. Lo que, para Kant, se requiere es alguna especie de juego cooperativo, en vez de los acostumbrados juegos competitivos. Pero si el juego cooperativo por antonomasia es la música, ¿qué razones pudo tener para cambiarla por la degustación? No debemos olvidar que Kant tenía latas esperanzas puestas en la capacidad de las bellas artes para educar moralmente a los hombres, y tanto mayores, que si además de bellas pueden educarlos en sociedad. El gusto compartido conforma un sentido común, que es lo más parecido a un verdadero sentido moral. Sin embargo, las pequeñas sociedades privadas deben dar un paso más, en su opinión, hacia el ideal de la república; y ese paso consiste en la creación espontánea de principios. "No es meramente un gusto sociable lo que debe dirigir la conversación, sino que son también principios quienes deben servir al abierto comercio de los hombres con sus pensamientos en el trato social, de restrictiva condición a su libertad." (221-2) Para esto último se requiere, pues, de conceptos y, por consiguiente, de discurso; cosa que la música impide, tanto cuando los participantes la ejecutan como cuando la escuchan. Por eso dice Kant que la "música durante el banquete es el absurdo más carente de gusto que la glotonería ha podido inventar nunca. (223).
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