Si esto no es así
Y qué tal si la singularidad de la reflexión moral no se traduce en moral. Si el instrumento de análisis no es, al mismo tiempo, instrumento de creación moral. Entonces estaríamos en un problema. Porque la distinción entre ética y moral se sostendría –como de alguna manera lo ha hecho hasta ahora. Y puesto que tal distinción es del mismo orden que la escisión ya clásica entre poesía y filosofía, “en el sentido de que la poesía posee su objeto sin conocerlo y la filosofía lo conoce sin poseerlo”6, nos encontraríamos con que todo pensamiento que se conciba a sí mismo como ético, en los términos de su distinción con la moral, nunca podrá ser, él mismo, moral. Y a la vez, el conjunto de la conducta y las creencias morales de una persona nunca podrán encontrar su origen en la reflexión ética. Entonces
ocurre, parafraseando a Agamben en Estancias, que como toda quéte,
la quéte de la ética, “no consiste en reencontrar
su propio objeto, sino de asegurarse de las condiciones de su inaccesibilidad.”7
Como ciertamente ocurre en una tradición en la que se encontrarían
la imposible definición del bien de Moore, el silencio de Wittgestein
o la pérdida de la estructura moral que imagina MacIntyre.
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