El sacerdocio y la doble moral


Entre los siglos XVI y XVII, cuando España se había convertido en baluarte de la Contrarreforma, y los únicos caminos para prosperar eran los sintetizados en el dicho “Iglesia, mar o casa real”, abundaban los hombres carentes de vocación que se hacían sacerdotes, y con tal nombramiento obtenían un beneficio particular ajeno al aspecto espiritual que debían promover (por ejemplo, la venta de indulgencias y de bulas, como podemos comprobarlo con un ejemplo tomado del Tratado quinto del Lazarillo, titulado "Cómo Lázaro se asentó con un Buldero, y de las cosas que con él pasó", donde el clérigo que predica las bulas de la Cruzada acuerda con un alguacil engañar al pueblo que se negaba a tomar la Bula). Los frailes del episodio al cual aludimos son bultos negros por que en la mente del caballero quienes profesaban el cristianismo y no cumplían sus normas mínimas, bien podían ser objetos (y no personas) difícilmente distinguibles;14 y ser, al mismo tiempo, encantadores y gente endiablada que maleficia a su conveniencia la realidad.

A menudo se ha dicho que confundir seres humanos con bultos y cosas diabólicas, se debe a la enajenación del Caballero y a su incapacidad para reconocer la realidad y aprender de ella; empero consideramos que la locura de don Quijote no consiste en querer desdeñar la experiencia (otros personajes, sin ser locos como el Manchego -por ejemplo, los pretendientes de Marcela15- también la desdeñarán), sino en el modo distinto como aprecia la realidad: en forma metafórica para descubrirla tal como se presenta. Los frailes que ostentan su riqueza (recuérdese que el narrador describe el tamaño de las mulas que semejan dromedarios y el volumen de sus alforjas), no se encuentran ligados al Dios cristiano ni a su moral, sino a las cosas terrenales.

Los términos empleados por el caballero de la Mancha para aludir a los frailes Benitos16 no corresponden sólo al estado de alucinación del personaje, sino a un punto de vista crítico, según el cual éstos, más que religiosos, son al mismo tiempo seres satánicos, despreciables. Cabría tachar la explicación de arbitraria si no tomáramos en cuenta la autoridad social e ideológica del clero, y las críticas que en forma velada se realizan a partir de las cualidades de las cabalgaduras de éstos, cuya estatura (y presumiblemente fuerza) es tal que merece compararse con el tamaño de dromedarios o castillos.