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Neurocepción, una forma de comprender el comportamiento amoroso*
Benjamín Domínguez Trejo
 

Conductas de involucramiento social y defensivas:
estrategias adaptativaso desadaptativas

Dependiendo del nivel de riesgo presente en el ambiente, las conductas de involucramiento social y de defensa pueden resultar adaptativas o desadaptativas. Desde una perspectiva clínica, las características distintivas que definen la psicopatología pueden incluir tanto a personas que no son hábiles para inhibir los sistemas de defensa cuando están en ambientes seguros, o la falta de habilidad para activar los sistemas de defensa estando en ambientes riesgosos, o ambos. Sólo en un ambiente seguro resulta adaptativo o apropiado simultáneamente inhibir el sistema de defensa y exhibir conductas de involucramiento social positivas. Una neurocepción deficiente, es decir, una “lectura” errónea del nivel de riesgo o seguridad puede tener como desenlace una reactividad fisiológica desadaptativa con la expresión de conductas defensivas asociadas con alteraciones psiquiátricas específicas. En una persona típica durante su desarrollo, la neurocepción detecta el riesgo con mucha exactitud y rapidez. La conciencia cognitiva del riesgo en los niños se empata con sus “respuestas viscerales” o corazonadas ante el peligro; el “llanto de separación” es un ejemplo conocido. Las respuestas de estrés asociadas con pelear o huir, como el incremento en la tasa cardiaca y el cortisol mediados por el sistema nervioso simpático y por el eje pituitario adrenal hipotalámico, se reducen o son amortiguadas; paralelamente, una adecuada neurocepción de seguridad nos mantiene alejados de estados fisiológicos de “paralización” o “el bloqueo de conductas” que se caracterizan por caídas masivas en la presión sanguínea y la tasa cardiaca, el desmayo y la apnea.

Cuando la neurocepción categoriza a una persona como segura, se inhiben las estructuras del sistema nervioso que organizan las estrategias relacionadas con las conductas de pelear, huir (sistema nervioso simpático) o inmovilizarse (núcleo dorsal motor del vago). Cambios mínimos en los movimientos biológicos pueden modificar la neurocepción de “seguro” a “peligroso”. Cuando se presenta este cambio, se interrumpen los sistemas neurales asociados con la conducta pro-social y se activan los sistemas neurales asociados con las estrategias defensivas. Ante la presencia de una persona “segura”, las estructuras del sistema nervioso que controlan las estrategias de defensa suministran una oportunidad para que se expresen las conductas sociales espontáneamente. De manera que la aparición de la persona amada, confiable, de un amigo, de un cuidador, un especialista, revertirá las estrategias defensivas; y como consecuencia se podrán expresar las conductas de involucramiento social: el contacto físico, la cercanía, las caricias, etc.

Inmovilización sin miedo

Como se mencionó anteriormente, filogenéticamente los humanos contamos con tres estrategias principales de respuesta: luchar, huir o inmovilizarse; (Porges,1998, 2001); todos estamos familiarizados con las conductas de pelear y huir, pero sabemos menos acerca de las estrategias de defensa de la inmovilización. Esta estrategia la compartimos con los vertebrados más primitivos y en ellos se expresa como una “muerte simulada”; en los humamos observamos una “caída conductual” frecuentemente acompañada por un tono muscular muy bajo; también presentamos cambios fisiológicos, como una frecuencia cardiaca y respiración lenta y una caída de la presión sanguínea, lo que hace la diferencia es que en los humanos estos cambios fisiológicos están modulados principalmente por el núcleo ambiguo. La inmovilización o paralización sin miedo es uno de los mecanismos de defensa más antiguos de nuestra especie, al inhibir el movimiento se hace más lento nuestro metabolismo reduciendo nuestras necesidades (de alimentación) y elevando el umbral al dolor; además, al paralizarnos defensivamente los mamíferos nos inmovilizamos para ejecutar algunas actividades pro-sociales incluyendo la concepción, el apareamiento, el amamantamiento y el establecimiento de vínculos sociales. Por ejemplo, cuando una madre alimenta a su bebe debe limitar el número y velocidad de sus movimientos, cuando se abraza a un bebe, el niño está funcionalmente inmovilizado, las conductas reproductivas involucran un cierto grado de inmovilización. Sin embargo, la inmovilización con miedo instiga cambios fisiológicos potencialmente letales y profundos (mediados principalmente por el núcleo dorsal motor del vago), por ejemplo, una caída pronunciada de la frecuencia cardiaca, la interrupción de la respiración y la caída de la presión sanguínea.

A través de la evolución, los circuitos neurales en el cerebro, que originalmente regulaban las conductas de inmovilización, se fueron modificando para ser útiles en las necesidades de las relaciones íntimas, con el tiempo estas estructuras cerebrales desarrollaron receptores para el neuropéptido oxitocina, que se libera durante el proceso del nacimiento y el amamantamiento, y que también es liberado durante actividades que ayudan a establecer vínculos sociales íntimos como el enamoramiento. Así, cuando sentimos que nuestro ambiente es seguro, la liberación de oxitocinas nos permite disfrutar la comodidad de un abrazo sin miedo, pero si nuestro sistema nervioso identifica a una persona como peligrosa no se libera oxitocina y luchamos contra el sólo intento del abrazo (Porges, 2003, Porges, Domínguez, Rangel y Cruz, 2006).

 

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