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Tláloc en las márgenes de Mesoamérica: los ejemplos de Cihuatán y Las Marías en El Salvador

María Elena Ruiz Gallut
Tláloc en las márgenes de Mesoamérica: los ejemplos de Cihuatán y Las Marías en El Salvador
  • Uno
  • Dos
  • Tres

Introducción

Una presencia constante que se despliega a lo largo y ancho de Mesoamérica es la entidad sagrada de las anteojeras y la bigotera: Tláloc. Desde su temprana integración en Teotihuacán como la deidad de la lluvia (entre otras advocaciones), ataviada con los elementos emblemáticos que lo caracterizan, anteojeras, bigotera y colmillos, sus representaciones transitan por las distintas culturas del mundo mesoamericano como muestra de la importancia que mantuvo en el pensamiento religioso precolombino. Los ejemplos de su manifestación se localizan en una vastedad de objetos y sitios prehispánicos, muchos de los cuales han sido documentados por nuestro proyecto (Tláloc y las entidades de la lluvia en la América indígena, PAPIIT IN401811), mientras otros tantos están en vías de ubicarse y, por supuesto, de analizarse.

En el sentido expuesto, el presente texto examina una serie de piezas arqueológicas que representan a Tláloc, encontradas fundamentalmente en los sitios prehispánicos de Cihuatán y Las Marías, en la actual República de El Salvador en Centroamérica. Dichos sitios señalan de manera preponderante la influencia que se difundió desde el altiplano central mexicano en tiempos pasados, que se expresa en gran medida por la aparición del dios de la lluvia mexicano y su poderosa significación.

Sabemos de cierto que la imagen de Tláloc recorrió territorios lejanos y tiempos pasados. Su concurrencia pertenece a la historia del pensamiento religioso en el que la creación de deidades de diversa naturaleza respondió a la condición de integrar creencias y afirmaciones, es decir, a la necesidad de conformar identidades. En el universo de los dioses, manifiesto en el imaginario colectivo que se vuelca en el vigoroso mundo de las imágenes, Tláloc participa como vehículo de comunicación que advierte, en esencia, parte de lo que López Austin (1994) denomina el “núcleo duro” de las sociedades precolombinas, esto es, de la religión como una unidad coercitiva de naturaleza “histórica y dinámica”.

De tal forma, las múltiples apariciones de Tláloc en la geografía mesoamericana, reflejadas en el arte, invitan al reconocimiento de un principio organizador, ensamblado básicamente dentro de la cosmovisión. Tal principio se explica como una forma de producción cultural, que muestra los sistemas conceptuales de un grupo social determinado. Por su lado, los aspectos materiales y las técnicas particulares de elaboración de los objetos se articulan con las cualidades estéticas, mismas que se plasman en una “lógica imaginaria específica” que, finalmente, coincide en la temática como medio final de “expresión de los valores espirituales” (AMADOR, 2008).

Las representaciones de Tláloc en El Salvador responden a lo arriba expuesto. A la luz de lo anterior veamos los casos seleccionados.

Cihuatán. Pirámide principal
Figura 1. Cihuatán. Pirámide principal. Foto María Elena Ruiz Gallut, 2013.

Cihuatán y Tláloc

La antigua ciudad de Cihuatán (lugar de la mujer o lugar junto a la mujer) está ubicada cerca de la actual localidad de Aguilares, en una ladera próxima al volcán Guazapa. Con una extensión aproximada de 3 km2 es, junto con Las Marías, uno de los sitios arqueológicos más grandes de El Salvador. Floreció entre los años 900 y 1200 d.C. aproximadamente, y pertenece a la llamada Fase Guazapa o Fase o Cihuatán (AMAROLI, 2012) (Figuras 1 y 2).

Cihuatán. Juego de pelota norte.
Figura 2. Cihuatán. Juego de pelota norte. Foto María Elena Ruiz Gallut, 2013.

Fue reconocido tempranamente (el siglo pasado) por Samuel Lohtrop, a quien se atribuye además el primer plano arqueológico realizado en 1926 (AMAROLI, 2000). A partir de sus propuestas, la serie de trabajos que siguieron a este primer conocimiento dan cuenta de la relevancia del lugar: Antonio Sol y Augusto Baratta en 1929, Stanley H. Boggs en distintas temporadas entre los años 50’s y 60’s y diversas investigaciones ocurridas en las siguientes décadas.1 Desde finales de los años noventas, las labores extensivas y sistemáticas a cargo de la asociación Fundación Nacional de Arqueología de El Salvador (FUNDAR) y dirigidas mayormente por Karen Bruhns y Paul Amaroli han sido sobresalientes a juzgar por la gran cantidad de información obtenida y publicada en red (Figura 3).

Plano de Cihuatán
Figura 3. Plano de Cihuatán, Tomado de: http://www.fundar.org.sv

De dichos esfuerzos queremos ponderar, para este primer acercamiento al tema, las exploraciones llevadas a cabo en 2008, de cuyo informe preliminar destaca el hallazgo de una pieza que representa a Tláloc, misma que analizaremos adelante (AMAROLI, 2008).

La propuesta aceptada para los constructores de Cihuatán es que pertenecieron al grupo étnico de habla náhuatl denominado pipil, procedente del centro de México en los inicios del Periodo Posclásico (AMAROLI 1992). Para este momento, las oleadas de migraciones nahua-pipiles provenientes del altiplano mexicano se asentaron principalmente en la parte occidental y central de El Salvador, eligiendo lugares estratégicos con respecto a la naturaleza del paisaje circundante (ESCAMILLA y FAWLER, 2013). Junto a estos grupos viajaron las expresiones de mayor arraigo cultural, mismas que seguramente se mantuvieron en la memoria colectiva como parte de un sistema de pensamiento particular y compartido a la vez desde tiempos ancestrales. Aunque las vías de expresión regionales respondieron a una pluralidad de circunstancias históricas, se salvaguardaron nociones que respondían al funcionamiento mayor del engranaje social.

En ese tenor y con el objetivo de entender la manifestación de Tláloc dentro del marco histórico local, este trabajo analiza, además de la representación recuperada en el contexto arqueológico del propio Cihuatán, otras dos localizadas en la actualidad en el Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán, en la ciudad de San Salvador. Ambas piezas están etiquetadas como Cihuatán, según información proporcionada por el departamento de Registro de Bienes Culturales a través del Arqueólogo Hugo Chávez, aunque la segunda señala dicha procedencia sólo como probable, lo que bien pudiera dar cuenta de su anterior ubicación en el acervo de una colección particular. Todas las piezas comparten características estilísticas similares que señalo adelante, aunque se distinguen también por algunos de sus elementos.

Se trata de la imagen de la deidad, reconocible por sus propiedades alegóricas: anteojeras, bigotera y colmillos.

El primer ejemplar está expuesto en la colección permanente del mencionado museo, inventariada con el número A1-82. Mide 17.2 cm de alto y 17.8 cm de ancho. En esta pieza, el rostro de Tláloc está completo y su base es parte del cuello del personaje que porta grandes orejeras tubulares. Su prominente nariz aguileña se proyecta desde la unión de los anillos supraoculares. Por debajo se observan cuatro largos dientes y lo que pudieran ser colmillos que están retorcidos. Todos ellos se insertan en una ancha encía y se ubican por debajo de la nariguera, la cual termina con los extremos curvados hacia arriba (Figura 4).

Tláloc de Cihuatán,
Figura 4. Tláloc de Cihuatán, Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán. Foto María Elena Ruiz Gallut, 2013.

El otro ejemplo se localiza en el material de bodega. En principio resulta similar al anterior, pues aunque no se conserva en su totalidad, en él se puede observar básicamente el mismo tratamiento formal de la imagen: proporciones anatómicas equivalentes, anteojeras, banda labial, bigotes, dientes y colmillos. La diferencia estriba en que esta representación muestra sobre su cabeza tres elementos aguzados en forma triangular que coronan el rostro, de los cuales uno está perdido y quedan sólo sus huellas. Según la ficha de registro, esta pieza procede de Cihuatán (excavaciones de 1944) y tiene los siguientes datos: número de inventario A1-3502, alto 19.2 cm, ancho 13.8 cm, grueso 6.7 cm. (Figura 5 ).

Tláloc de Cihuatán,
Figura 5. Tláloc de Cihuatán, Museo Nacional de Antropología David J. Guzmán, bodega. Foto María Elena Ruiz Gallut, 2013.

Las dos representaciones tienen particularidades que las distinguen de manera especial: la nariz de anchas fosas, el mechón de pelo sobre las mejillas, los bigotes que se sobreponen a la nariguera y la barba debajo de los dientes que se proyecta hacia adelante. Tanto nariz como bigotes y barba son evidentemente características de un hombre, mientras el mechón puede ser parte de la misma barba o bien señalar los bigotes de un felino. En cualquiera de los casos, la lectura del rostro proporciona datos en ambos sentidos: está dotada de aspectos antropomorfos y al tiempo se muestra divinizada.

Se puede decir, entonces, que en los dos ejemplos persiste un patrón en el formato del rostro. Las diferencias fundamentales estriban en los triángulos del tocado y las orejas, pequeñas y erguidas en el segundo caso, en tanto que en el primero son mayores y portan una orejera tubular de dimensiones considerables. Estas apreciaciones encuentran eco en otros fragmentos de la colección del propio museo, así como en aquella excavada en la Acrópolis de Cihuatán que, dicho sea de paso, muestra asimismo las enormes orejeras y parte del diseño del tocado (AMAROLI, 2008) (Figuras 6a, 6b y 6c).


Figuras 6a, 6b y 6c. Tláloc de Cihuatán, exploraciones de FUNDAR. Tomado de: http://www.fundar.org.sv/cihuatan.html#descripcion

La lectura visual de todos los vestigios es casi involuntaria: la imagen total está humanizada y es, por ello, más antropomorfa que divina, a pesar de la carga simbólica presente en los atributos de la deidad. ¿Será entonces que se trata de la figuración repetida de un gobernante o bien el prototipo de un individuo cuya importancia mereció verse representada con las propiedades emblemáticas del dios de la lluvia?

1 Para una relación detallada de la historia de las excavaciones arqueológicas de Cihuatán ver: Amaroli Paul, 2000.

Tláloc y los espacios consagrados

En la discusión sobre el culto a Tláloc y su condición regidora, quiero recuperar el sentido que Sergio Botta aporta para la cultura mexica con relación al vínculo entre las deidades acuáticas y la conformación y uso de los espacios sagrados en los que reconoce una clara connotación política.

Tláloc y jaguar. Códice Nuttall
Figura 7. Tláloc y jaguar. Códice Nuttall.
Luego de recoger las propuestas de varios estudiosos con respecto a la construcción de paisajes rituales en los que interviene la deidad (de naturaleza agrícola en dicho análisis), Botta postula que este tipo de contexto “aportaba una herramienta a través de la cual se podía adquirir un ‘control simbólico’ del espacio: una práctica ritual que orientaba la cultura mesoamericana en el territorio, creando una puesta en escena grandiosa de su cosmovisión” (BOTTA, 2009). Su estudio sobre la fiesta mexica llamada Huey Tozoztli y el peregrinaje anual de sacerdotes y nobles al Monte Tláloc propone, fundamentalmente, la existencia de una poderosa relación entre la antigua deidad y los gobernantes en Mesoamérica en el sentido de legitimación de la autoridad, al menos para la época y territorio mexica: “La antigüedad atribuida a Tláloc, además de aportar un valor importantísimo a su culto, le otorgaba una función sagrada que lo elevaba a garante del orden espacial, político, territorial y jerárquico del valle de México” (BOTTA, 2009). En el mismo sentido Johanna Broda señala que: “el paisaje ritual es un paisaje culturalmente transformado a través de la historia” y una de sus funciones es la creación y posesión de espacios políticos en una tradición e integración sincrética con las culturas ancestrales (BRODA, 2001).

Tláloc y el jaguar

Cerro Tláloc, Códice Vindobonensis I.
Figura 8. Cerro Tláloc, Códice Vindobonensis I.
Sin dejar de considerar la temporalidad entre los documentos en los que tanto Botta como Broda se apoyan y la ocurrencia de Tláloc en Cihuatán, considero que las reflexiones pueden correr sobre la misma línea de interpretación. Para ello me valgo de otra serie de reflexiones que se podrían añadir a esta discusión. Recientes excavaciones en el sitio salvadoreño han obtenido objetos que representan felinos comparables con los que Sol había notificado (AMAROLI y BRUHNS, 2002). Es sabida la estrecha relación del dios de la lluvia con dichos animales (Figura 7).

Muestra de ello y en relación con el paisaje es la toponimia, recuperada en múltiples ejemplos de documentos pictográficos, tanto prehispánicos como coloniales, que advierte para muchos lugares el Cerro Tláloc como referencia geográfico-espacial (Figura 8). Este cerro, que podemos entender como el templo natural del dios, se rodea por otros, similares o más pequeños que reciben nombres propios de los que el jaguar es uno de los más significativos (Figura 9). El jaguar, uno de los nueve señores de la noche, es nombrado Tepeyollotli, cueva y corazón de la montaña, es “la personificación del conjunto de ‘corazones’ que viven dentro del Tlalocan”, semillas que son uno de los tesoros que resguardan los tlaloques (ayudantes del dios) en las míticas bodegas (LÓPEZ AUSTIN, 2004). Así, Tláloc y jaguar son entidades sagradas que comulgan y comparten territorios y escenarios en la consagración de poderes, donde los atributos divinos participan en el juego de las imágenes para aseverar supremacías (RUIZ GALLUT, 2011) (Figuras 10 y 11).

Tláloc de Cihuatán,
Figura 9. Cerros Jaguar, Códice Vindobonensis I.

Jaguar sobre un cerro con ojos estelares. Códice Borgia.
Figura 10. Jaguar sobre un cerro con ojos estelares. Códice Borgia.
No cabe aquí profundizar mayormente sobre el tema de la comunión entre el Tláloc y el jaguar. Me permito sólo presentar dos piezas cuya similitud estilística puede ser ejemplo de una misma vía de pensamiento: una proviene de Carranza, un suburbio de Cihuatán y la otra de Xochicalco. Para el Epiclásico mesoamericano, entre los años 600 y 900 d.C. y luego de la caída de Teotihuacán, Mesoamérica se recompone y se reajusta. Irrumpen en la geografía antigua nuevos escenarios culturales. Uno de ellos es Xochicalco, ciudad multifacética que evidentemente participa de profundas afinidades con su antecesora del altiplano, pero que también reinventa formas y las dota de alientos propios. Sus maneras artísticas muestran notorias alianzas de estilos. Los felinos que aparecen vinculados al evento de destrucción del sitio se asemejan al encontrado en las cercanías de Cihuatán: la postura del animal, la disposición de las patas y toda la misma imagen produce el reconocimiento de una suerte de encuentros entre situaciones culturales que ocurren en el Clásico y Epiclásico en territorio mexicano que provocan voces y ecos profundos en las formas particulares y regionales de Cihuatán y Las Marías (Figuras 12 y 13).

Finalmente, y con respecto a las imágenes de los felinos recientemente descubiertas en la Acrópolis de Cihuatán, debemos señalar sus fuertes nexos estilísticos con aquellos creados por la cultura La Tolita, en Ecuador, cultura que comparte con la teotihuacana, dicho sea de paso, su cronología.

Templo-cerro-Tláloc. Códice Borbónico.
Figura 11. Templo-cerro-Tláloc. Códice Borbónico.

Las Marías: herencias y reclamos

El sitio conocido como Las Marías se localiza en el municipio de Quezaltepeque, departamento de La Libertad. A pesar de ser un yacimiento arqueológico verdaderamente relevante por su extensión, así como por la gran cantidad de estructuras prehispánicas reconocidas, aún no ha sido objeto de un proyecto de excavación sistemática y su conocimiento más bien se recupera de hallazgos fortuitos y trabajos de superficie mediante los cuales se señala al sitio vinculado con Cihuatán. Su urbanización muestra un juego de pelota, una gran calzada y otras estructuras considerables. En julio del año 2002 se llevó a cabo en el lugar un salvamento cuyo resultado fue la recuperación de varias “botellas Tláloc” de tamaño insólito, hallazgo que documentó por vez primera el contexto arqueológico de este tipo de objetos, fuera de lo que Boggs había hecho para Cihuatán (Amaroli y Bruhns 2002). Según el reporte de los arqueólogos, a pocos centímetros de profundidad se localizaron los fragmentos de al menos tres de estos objetos, que posiblemente fueron rotos como parte de un evento voluntario, de la misma manera que ocurrió en el propio Cihuatán (Figura 14).

Jaguar de Carranza.
Figura 12. Jaguar de Carranza.Tomado de: http://www.fundar.org.sv/cihuatan.html#descripcion
Los materiales encontrados refieren nuevamente a la presencia del mencionado dios de la lluvia y es posible que las imágenes recuperadas sean sólo una parte de conjuntos mayores de materiales arqueológicos que presentan el mismo tratamiento simbólico.

En las últimas décadas del siglo XX, los espacios de poca actividad en la práctica arqueológica en El Salvador respondieron, evidentemente y en buena medida, a la historia reciente del país. Uno de los resultados de tal situación es la pérdida gradual de una identidad nacional, que debería estar basada en la propia historia antigua, así como en el conocimiento y reconocimiento de las etnias que conservan aún tradiciones orales de importancia.

La Marías es un lugar que merece atención especial y urgente en el sentido de protección patrimonial. Una visita reciente a El Salvador me permitió conocer un poco más de cerca la problemática que hoy día enfrenta Las Marías. Como estudiosa de las culturas antiguas americanas aprovecho este espacio para manifestar mi profunda preocupación, reiterada en numerosas ocasiones por los propios salvadoreños y aquellos interesados en el conocimiento del pasado, por la destrucción de un sitio que con certeza es patrimonio de la humanidad. Baste enfatizar que lo que perdemos en arqueología lo perdemos para siempre.

Algunas reflexiones

Jaguar de Xochicalco.
Figura 13. Jaguar de Xochicalco. Tomado de: http://unearthingarchaeoblog.files.wordpress.com/2013/06/puma.jpg
Las imágenes de Tláloc en Cihuatán y Las Marías muestran una presencia indiscutible, no sólo de las formas generadas en el centro de México, sino también del uso de al menos una parte fundamental de su contenido simbólico. Los señalamientos hechos por Broda, Botta y Escamilla, entre otros, apoyan la idea de señalar a Tláloc como uno de los vectores condicionantes en la selección del sitio de asentamiento y con respecto al paisaje, lo que se traduce en un protagonismo compartido entre la imagen sagrada y una escenografía simbólica, ambas herramientas y vehículos de construcción del pensamiento filosófico y comunitario de las sociedades mesoamericanas.

Quizás los notorios rasgos humanizados de las piezas presentadas (ojos, nariz aguileña, barba y bigotes “reales”) hagan referencia a personajes específicos de la nobleza cihuateña y/o regional, en tanto la presencia de los mechones de pelo que entendemos como los bigotes de un jaguar, apoyen en la identificación de la naturaleza sagrada de la imagen, sostenida además por la esencia divina de anteojeras y bigotera. En esta comunión de notables cargas culturales, ubicadas sin duda en el núcleo duro, están los elementos que hemos analizado aquí.

La revitalización del espacio sagrado a través de los rituales políticos fundamenta la presencia de los gobernantes investidos, que proclaman los rasgos humanizados del Tláloc como un encuentro que justifica, articula y pone en marcha parte del engranaje a través de la integración de un personaje histórico con un personaje de naturaleza mítica.

La vitalidad tutelar que otorgan las imágenes de Tláloc a estos escenarios y los eventos de carácter ritual, así como la hermandad que ocurre entre el dios de la lluvia y el jaguar, tienen miradas que se reflejan en toda Mesoamérica. Hemos visto un ejemplo, pero habrá que seguir calando profundo en las líneas que hilvanan la forma de construir un universo que se advierte en las prácticas sociales ancestrales. fin


Fragmentos de rostros de Tláloc
Figura 14. Fragmentos de rostros de Tláloc, sitio Las Marías, El Salvador. Tomado de: http://www.fundar.org.sv

Agradecimientos

A los colegas y amigos salvadoreños, quienes comparten su pasión por un pasado pleno: Astrid Chang, Hugo Iván Chávez, José Concepción Torres, Jorge Rubio, Claudia Moisa, Ismael Crespín y Fernando Escobar. A Ramón Rivas, Herbert Erquicia, Marlon Escamilla, Paul Amaroli y Jorge Colorado. A Alfredo Liévano y José Panadés. Al Embajador de México en El Salvador Raúl López Lira Nava.

A todos gracias por su profesional y entusiasta apoyo.

Bibliografía

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Diagnóstico del Centro Ceremonial Poniente, sitio arqueológico Cihuatán, 2000, [En línea] <http://www.fundar.org.sv/referencias/2000Diagnostico.pdf> [Consulta: 19 de noviembre de 2013].

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AMAROLI y Bruhns, Informe preliminar. El rescate de efigies de Tláloc en Las Marías, 2002, [En línea] <http://www.fundar.org.sv/referencias/tlalocreport.pdf>, [Consulta: 15 de noviembre de 2013].

BOTTA, Sergio, “De la tierra al territorio. Límites interpretativos del naturismo y aspectos políticos del culto a Tláloc”, Estudios de Cultura Náhuatl, 2009, Núm. 40, pp. 175-199.

BRODA, Johanna, Estanislao Iwanisewski y Arturo Montero (coords.), La montaña en el paisaje ritual, México: Universidad Nacional Autónoma de México, Conaculta, INAH, 2001.

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2013 Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons
María Elena Ruiz Gallut
Doctora en Historia del Arte por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM

María Elena Ruiz Gallut Investigadora Asociada "C" de tiempo completo definitiva del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM.

Profesora del Posgrado en Historia del Arte de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

Especialista en Arte Prehispánico, particularmente en la pintura mural de Teotihuacán.

Secretaria Académica del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM (enero 2007-abril 2009)

Responsable de los proyectos multidisciplinarios de investigación Tras las huellas de Teotihuacán: el emblema de Tláloc en Mesoamérica y Tláloc y las entidades de la lluvia en la América indígena, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM.

Coordinadora de la Exposición Los Rostros de Tláloc en Mesoamérica, zona arqueológica de Teotihuacán, noviembre 2011-agosto 2012.

Miembro del Comité Académico del Primer y Segundo Coloquio Internacional Arte, Arquitectura, Cosmovisión y Patrimonio Cultural en el Mundo Mesoamericano y Andino (2012 y 2013).

Directora del Centro de Estudios Teotihuacanos del INAH (1998-2001)

Coordinadora de las Mesas Redondas de Teotihuacán, organizadas por el INAH (1999, 2000, 2003 y 2005).

Autora de múltiples publicaciones entre las que destacan sus trabajos especializados sobre el discurso visual teotihuacano y diversos textos sobre Arqueoastronomía prehispánica.

Directora de tesis tanto de nivel licenciatura como de posgrado.

Participación en Congresos, Coloquios y Mesas Redondas tanto en México como en el extranjero.

RUIZ Gallut, María Elena "Tláloc en las márgenes de Mesoamérica: los ejemplos de Cihuatán y Las Marías en El Salvador" Revista Digital Universitaria [en línea]. 1 de enero de 2014, Vol. 15, No.1 [Consultada:]. Disponible en Internet: <http://www.revista.unam.mx/vol.15/num1/art05/index.html> ISSN: 1607-6079.

Tláloc en las márgenes de Mesoamérica: los ejemplos de Cihuatán y Las Marías en El Salvador

María Elena Ruiz Gallut

La deidad de la lluvia conocida como Tláloc tuvo una presencia relevante en las culturas que se desarrollaron en el territorio mesoamericano. Su importancia se manifiesta en las muchas apariciones del dios, vinculadas tanto a la creación como a la práctica de la religión, estrechamente relacionada con el ejercicio del poder. Desde esta perspectiva, el texto analiza ejemplos de la deidad procedentes de dos sitios en la actual República de El Salvador, así como su vínculo con las migraciones que se dieron desde el centro de México en tiempos del Posclásico.

Palabras clave: Arte, Tláloc, Cihuatán, El Salvador.