Virtud moral:

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Las virtudes morales son hijas “de los buenos hábitos”. (Ética Nicomaquea, II, 1). El hombre tiene una predisposición para poseer la virtud moral, pero con la condición de que se perfeccione por medio del hábito, de la práctica. La justicia, la templanza y la valentía son virtudes éticas.

…todo lo que nos da la naturaleza no son más que posibilidades y potencias, que luego nosotros debemos hacer pasar al acto. (…) En cuanto a las virtudes, las adquirimos desde el comienzo por medio del ejercicio, como ocurre igualmente en las diferentes artes y en los diversos oficios. Lo que hemos de realizar luego de un estudio previo, lo aprendemos por la práctica; por ejemplo, construyendo se hace uno arquitecto, y tocando la cítara, se viene a ser citarista. Igualmente, a fuerza de practicar la justicia, la templanza y la valentía, llegamos a ser justos, sobrios y fuertes. (…) Los legisladores forman a los ciudadanos en la virtud, habituándoles a ello. Y esta es verdad la intención de todo legislador. Todos los que no se imponen esta meta faltan a su fin, entendiendo que sólo por esto se distingue una ciudad de otra y una buena ciudad de una ciudad mala. (Ética Nicomaquea, II, 1).

La noción griega de hábito moral involucra una orientación de la persona hacia el bien de forma consistente. La virtud es el hábito de una escogencia adecuada. La virtud moral se vincula con una elección relacionada con un medio, con las pasiones y con las acciones, connotando exceso, defecto o justo medio. El exceso o la carencia son faltas y ocasionan vituperio. El término medio ocasiona aprobación, elogio: “la virtud es, pues, una especie de medianía, ya que la meta que se propone es un equilibrio entre dos extremos” (Ética Nicomaquea, II, 6). Mediante la proaíresis (elección responsable o intención) el ser humano ha de decidirse ante las alternativas de acción aportadas por el contexto. La persona que posee virtudes se interroga sobre cómo de actuar en determinados escenario. Obsérvese que para Aristóteles las virtudes no se invocan. Se practican. Prestigian a una ciudad. También al ciudadano común y al hombre público que con sus actos educan y ayudan a la formación de buenos hábitos que se traducen en unas virtudes.

Así por ejemplo, para una persona en sociedad, la justicia es una de las principales virtudes éticas a considerar por asegurar la convivencia pacífica y armónica. Aporta la sabiduría para que un gobernante aplique la ley en el momento oportuno. Su posesión incluye un hábito permanente, una predisposición que involucra tanto el sentimiento como la acción y conlleva a un equilibrio entre el exceso y la carencia. Asimismo, “el hombre valiente siente temor, pero lo domina; encara el peligro “como debe y como la regla le manda, por razón de lo noble (…), pues lo noble es el fin de la virtud” (Ross, op. cit., p. 292)

La educación (paideía) moral, -que forma a la persona para que controle sus sentimientos, sus deseos, el placer, el dolor-, construye la areté que induce al ciudadano a tomar concienciar de lo justo y lo injusto, del bien y del mal para “instalarnos en lo colectivo, sin desgarrar el tejido que lo constituye” (Lledó, 2002, p. 159): “El bien es, por consiguiente, una creación que, articulada en la areté, despliega las posibilidades de realización de cada individuo entre las posibilidades de los otros”. (Ibid.) Las virtudes éticas “son virtudes del individuo, actúan desde él y se identifican con él. Pero los límites de su ejercicio han sido marcados en el contraste con lo otro, que se presenta como espacio de la polis.” (Ibid., p. 168). Entre las virtudes éticas más apreciadas están la justicia, la valentía, la liberalidad relacionada con la riqueza, la magnanimidad, la magnificencia. (Retórica, I, 9). Ellas marcan los discursos sociales, muestran la honorabilidad de los comunicadores cuando el bien y lo conveniente se calibran y se sobreponen a intereses individuales o de pequeños grupos que controlan la información.4

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