Advertencia a los cuentos de advertencia

Vol. 25, núm. 6 noviembre-diciembre 2024

Advertencia a los cuentos de advertencia

Silvia Zenteno Cita

Resumen

En este ensayo se tratan los cuentos de advertencia, que son de los primeros relatos de la literatura infantil. Originalmente, éstos surgen para impartir valores, prohibir y señalar las posibles consecuencias de las transgresiones. En este texto exploramos su evolución: cómo han cambiado sus características y funciones, empezando por alertar ante un peligro, pasando por educar y entretener, hasta burlarse de ellos mismos, con diversas características, como la ironía y el absurdo.
Palabras clave: cuentos de advertencia, literatura infantil, ironía, absurdo.

Warning to cautionary tales

Abstract

This essay discusses cautionary tales, which are some of the first stories in children’s literature. Originally, they arise to impart values, prohibit and point out the possible consequences of transgressions. In this text we explore their evolution, how their characteristics and functions have changed, starting from warning of danger, to educating and entertaining, to making fun of themselves, with various characteristics, such as irony and nonsense.
Keywords: cautionary tales, children’s literature, irony, nonsense.


Había una vez…

Desde sus inicios, hace más de tres siglos, hasta el día de hoy, ha sido todo un reto precisar lo que es la literatura para niños, o lo que debería ser. Incluso la misma definición de lo que son los niños o lo que deberían ser es polémica. ¿Son los libros una lección que se debe aprender o un escape de la realidad? ¿Son un objeto que nos hace desarrollar empatía o un espejo a través del cual nos vemos?

Los propios cuentos de hadas, de lo primero que surgió en literatura infantil, son algo que casi todo el mundo conoce, y aun así hay tantas definiciones de ellos como personas a las que les preguntemos. Y es que, al haber sobrevivido por tanto tiempo, han tenido espacio para cambiar y evolucionar, al igual que el resto de la literatura infantil. La tan conocida Caperucita Roja, por ejemplo, en lugar de ser rescatada de la panza del lobo por un leñador, como nos cuentan los hermanos Grimm, era devorada de manera permanente según Charles Perrault, versión en la que además se agrega una nota de advertencia al final, acerca de los “lobos” que no lo parecen, pero que igual persiguen jovencitas para “cenárselas” (Perrault, 1697).

Es precisamente ese modelo de cuentos, que advierten acerca de los peligros, los que formaron parte de las primeras historias creadas específicamente para niños. Estos relatos impartían los valores de las sociedades en las que existían, más a menudo a través del miedo, al establecer una prohibición, una trasgresión y una desagradable consecuencia contada en vasto y espeluznante detalle.

Advirtiendo lo inadvertido

En sus inicios, en el siglo xvii, escribir para niños surgió como una necesidad de los puritanos de inculcar dogmas mediante la lectura, con frecuencia enfocados en la preparación moral para su muerte, ya que se buscaba purgarlos de la malicia innata que venía del pecado original, para evitar que cayeran en el infierno (Bingham y Schott, 1980).

Así, estas historias con ejemplos siniestros mostraban a niños cometiendo errores y pagando las consecuencias, a menudo fatales, con el objeto de asustarlos para que obedecieran y dejaran de pecar. En “La triste historia de la niña desobediente”, Martha Sherwood nos describe gráficamente cómo la vanidosa Augusta Noble muere “en total agonía”, dando “horripilantes gritos”, cuando, al mirarse en el espejo a pesar de la advertencia de sus padres, se prende fuego con la vela que sostenía para admirar su reflejo. Este cuento forma parte de La historia de la familia Fairchild (unión de las palabras “bueno” y “niño” en inglés), publicado en tres volúmenes en el siglo xix (Sherwood, 1818-1847).

Lo anterior nos habla de la perdurabilidad de la tradición de los cuentos de advertencia en la literatura infantil. Tan sólo uno de los primeros libros para niños, Testimonios para niños, en el que James Janeway insiste a los pequeños nunca olvidar que morirán y relata las muertes de trece niños (Janeway, 1757), con las que ofrece a sus lectores un medio para alcanzar el cielo y salvarse de los tormentos del infierno, fue reimpreso todavía dos siglos después de su primera publicación, que ocurrió en 1671 (Hunt, 1996, pp. 138-139).

Llegó un momento en el que estas historias de advertencia se hicieron tan familiares que otros autores empezaron a burlarse de ellas. En 1715, Isaac Watts publicó Canciones Divinas para enseñar a los niños a obedecer, no mentir, ni robar, ni ser vanidosos u ociosos, a través de poemas con rimas que, creía, harían las lecciones más digeribles y fáciles de recordar (Watts,1790). De manera irónica, los versos de Watts son mejor conocidos por las parodias de Lewis Carroll en Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas (1865), donde la ajetreada abeja que trabaja todo el día para obtener alimento se vuelve el cocodrilo que retoza en el río, esperando a que la comida llegue por sí sola, sin necesidad de hacer nada más que extender las garras para obtenerla. Pero eso no es nada comparado con lo que le pasó al alemán Heinrich Hoffman y a su melenudo Pedro.

La ironía de lo irónico

Veinte años antes de la Alicia de Lewis, Hoffman elaboró su propio libro con diez terroríficos cuentos en rima, llamado Historias muy divertidas y estampas aún más graciosas para niños de 3 a 6 años (Hoffmann, 1909), con la intención de enseñar a su hijo a comportarse, apoyado de ilustraciones que mostraban las crueles y extrañas consecuencias de no hacerlo, que según dijo instruían mejor que sólo decirle que obedeciera sin más. En honor al cuento acerca de un descuidado niño al que nadie quería por sus largas uñas y su despeinado cabello, que nos presenta parado sobre un pedestal decorado con ironía con un cepillo y unas tijeras, el libro pasó a llamarse Pedro Melenas.

Pronto fue traducido al inglés, y “La trágica historia de Harriet y los cerillos”1 le ganó aceptación al recordarle a los ingleses a Augusta Noble de la serie de Sherwood, publicada unos años antes, ya que ambas terminan con la misma tragedia por desobedecer. Cabe mencionar que Hoffman incorpora unos gatos para reforzar la advertencia que la madre de Harriet le había dado acerca de jugar con cerillos, que por su puesto ella decide ignorar. La imagen final (ver figura 1) muestra a los gatos que traen en sus colas los listones que Harriet usaba en el pelo y que, con un cierto ambiente cómico, lloran desaforadamente frente a una pila de cenizas y hasta se secan los ojos con pañuelos. Lloran tanto la muerte de la niña que incluso llegan a crear un lago con sus lágrimas, lo que forma parte de la exageración que Hoffman le da a sus historias y que es justo lo que termina de darle un tono de burla. Esta escena, además, carga con una paradoja irónica, pues uno hasta podría llegar a preguntarse si no habrían podido ayudar a Harriet a apagar el incendio de haberse puesto a llorar desde antes.



Figura 1. Viñeta final de “La trágica historia de Harriet y los cerillos” de Pedro Melenas (Hoffman,1909).

Estos finales llenos de ironía los encontramos en varios cuentos. En “La historia del malvado Frederick”, un violento niño se la pasa aterrorizando a personas y animales por igual, hasta que es mordido por un perro al que estaba molestando con su látigo, y termina en cama tomando una “repugnante medicina”, mientras el perro que lo mordió se come la deliciosa comida que era para Frederick. En “La Historia de Johnny cabeza en las nubes”, un niño que no se fija por dónde camina, cae a un río y pierde su cuaderno, donde quizá escribía todas esas maravillosas cosas que se le ocurrían mientras andaba con la cabeza en las nubes. En “La historia del hombre que salió a cazar”, el equilibrio de poder se invierte cuando el cazador termina cazado por la liebre a la que quería cazar, después de que ésta le roba su escopeta, y, en un nuevo revés, la cría de la liebre termina con la nariz quemada por culpa del disparo que le falla a la misma liebre.

Por si fuera poco, en el libro también encontramos ejemplos en los que la ironía se combina con exageraciones tan descabelladas que llegan al absurdo. En “La historia de Augustus que no come nada de sopa” vemos la involución de un niño rechoncho que va perdiendo peso con cada día que se niega comer su sopa, al grado de que para el cuarto día tiene extremidades de palillo, una cabeza reducida y manos con sólo dos dedos; para el quinto, ha muerto y vemos sobre su tumba, con total cinismo y perversidad, eso que terminó siendo su perdición: la olla con la sopa que se negó a comer (ver figura 2).



Última viñeta de “La historia de Augustus que no come nada de sopa”

Figura 2. Última viñeta de “La historia de Augustus que no come nada de sopa” de Pedro Melenas (Hoffman,1909).

Otro ejemplo lo encontramos en “La historia del pequeño chupa dedo”, como consecuencia de pasársela chupándose los pulgares, un niño termina perdiéndolos para siempre. A pesar de la advertencia que le hacen, en una potencial cuestión de si no puedo tenerlos para chuparlos, da lo mismo que no los tenga, la burla se puede sentir hasta en la pose saltarina con la que el sastre entra con sus enormes tijeras a hacer el trabajo. Por último, en “La historia de los niños entintados”, tres niños que se burlan de otro por su piel oscura son castigados por un hombre muy alto de nombre Nicolás —quien de hecho está vestido de rojo y tiene barba—, que los sumerge en un gran tintero negro —quizá una ligera alusión al castigo con carbón—, con lo que terminan no sólo más negros que el niño del que se burlaban, sino que se transforman en unas oscuras siluetas que apenas y se ven humanas (ver figura 3).



Parte de la última viñeta de “La historia de los niños entintados”

Figura 3. Parte de la última viñeta de “La historia de los niños entintados” de Pedro Melenas (Hoffman, 1909).

Probablemente hayan sido todos estos pequeños elementos, que resultan en guiños humorísticos, los que con el tiempo convirtieron a Pedro Melenas en un libro tan popular entre los niños. Tan sólo un siglo después de su primera edición, se han impreso más de 700 ediciones en Alemania y ha sido traducido a más de 40 idiomas (Dicks, 2018). Aunque a los adultos a veces les parece aterrador, los niños han encontrado en él un nicho de cuentos de humor negro que se burla de las horribles amenazas y el tono acusador de los primeros escritos dirigidos a ellos. Según Ana Garralón, su éxito “radica en su intención moral: es tan grande, que la exageración sobrepasa la realidad, y su desproporción […], así como las caricaturas a las que quedan reducidas las figuras autoritarias, convierte las historias aleccionadoras en burlas a la educación represiva. […] La imposibilidad de los castigos convierten este libro casi en una obra de humor” (Garralón, 2001. pp. 48-49). Así, con su gran habilidad para plasmar el humor y el horror de manera simultánea, el sentido aleccionador de Hoffman terminó sobrepasado y por completo enterrado bajo el peso de la comedia, convirtiendo miedo en entretenimiento y sentando un precedente para librar a la literatura infantil de sus propósitos educativos.

Azotándole la puerta a las advertencias

Parte de los frutos de la revolución en la ideología acerca de la niñez —que pasó del pecado a la inocencia innata— y, por tanto, en la literatura infantil de principios del siglo xx, lo vemos en 1907 con el libro de Hilaire Belloc, Cuentos de advertencia para niños: diseñados para la amonestación de niños entre las edades de ocho y catorce años (Belloc y Blackwood, 1957; ver figura 4), con un claro título que hace burla de libros como el de Hoffman y el de Janeway. Incluso las nuevas ediciones, incluyen una introducción en la que Belloc responde a la pregunta de un lector que quiere saber si los cuentos son reales, donde él dice que, si lo fueran, “para personas como tú o como yo, que nos la pasamos casi todo el día haciendo algo malo” (Belloc y Blackwood, 1957, traducción propia), sencillamente no habría podido vivir para contarlos.



Portada del libro “Cuentos de advertencia para niños”

Figura 4. Portada del libro “Cuentos de advertencia para niños”, escrito por Hilaire Belloc e ilustrado por Basil T. Blackwood. Crédito: Gutenberg Project.

Es así como en sus once cuentos, todos escritos en rimas pareadas, a menudo divertidas, la mezcla de lo oscuro con el sentido del ridículo y los personajes poco creíbles, elementos que ya encontrábamos en Pedro Melenas, hacen que los castigos a los niños —o la recompensa, como pasa con “Charles Augustus Fortescue: quien siempre hacía lo correcto, y así acumuló una inmensa fortuna”—, resulten meramente satíricos. Como el caso de “Franklin Hyde: quien se divertía en el lodo y fue corregido por su tío”, pero en la sección aleccionadora del cuento nos dice que igual siempre tendrá permitido jugar en la arena esté como esté vestido, o el de “Rebecca: quien azotaba puertas por diversión y pereció miserablemente”, y en el funeral los niños que fueron llevados para escuchar la horrible historia juran para sus adentros: “Que nunca más darán un portazo (tan a menudo como en el pasado)”. Y porque siempre fue tradición “Matilda: quien decía mentiras y murió quemada”.

Con este libro, el uso de la violencia para dar lecciones cambia a un uso premeditado para la comedia, dirigida no a la enseñanza sino al entretenimiento y a la diversión, algo para lo que Hoffman ya había preparado el terreno. Esto le abrió el camino a autores como el excéntrico Edward Gorey, quien de hecho ilustró una nueva versión del libro de Belloc, en la que no sólo enaltece la atmósfera y el absurdo de cada situación, sino que acentúa la burla a los cuentos de advertencia de siglos anteriores al agregar la imagen de una mano con el dedo acusador, entre otros elementos, que descaradamente les sirve de juego a los niños en cada cuento, como cuando la usan de resbaladilla o como parte de una coreografía de baile, o como la fuente detrás de “Lord Lundy: quién fácilmente se emocionaba hasta las lágrimas y por lo tanto arruinó su carrera política”, que hace parecer en la ilustración que los chorros de agua son sus inagotables lágrimas.

“E is for Edward who wrote a gory masterpiece”2

Finalmente, llegamos al maestro de la parodia de los cuentos de advertencia, Edward Gorey, quien, con su irreverente humor, su carga irónica y sus inquietantes ilustraciones aporta el contexto oscuro y absurdo preciso para contar este tipo de historias. Su libro más conocido en éste y en muchos otros aspectos es el de Los pequeños macabros o después de la excursión (Gorey, 1963; ver video 1), donde, a lo largo de un abecedario rimado, con el nombre de los niños empezando con cada letra del alfabeto, representa sus anticipadas y diversas muertes. De ahí que desde la portada el autor nos presente la figura de la muerte haciéndole sombra a los niños con su paraguas.



Video 1. Promocional del libro “Los pequeños macabros de Edward Gorey” (Libros del Zorro Rojo, 2014).


En las 26 historias ilustradas, Gorey juega entre lo mundano y lo improbable para terminar gradualmente con lo más absurdo, empezando por el niño que muere haciendo algo tan cotidiano como comer un durazno y que termina atragantándose, o la que se cayó por un desagüe, vemos al que se traga unas tachuelas, el que es atacado por unos osos, la que es alcanzada por un hacha, la que fue pisoteada en una pelea y en la ilustración únicamente la vemos abriendo la puerta de un bar, el que fue devorado por ratones, y llegamos a la niña a la que una sanguijuela le chupó toda la sangre. Con todo esto, Gorey logra darles la vuelta a los cuentos de advertencia al no sólo “castigar sin que haya una mala conducta” (Dery, 2018; traducción propia), sino que, en vez de utilizar los miedos de los niños per se, en su libro representa las paranoias de los padres, quitándole la risa de la cara a los adultos para regalársela a los niños.

Con muertes que guardan su humor en la cotidianeidad, en la irónica tranquilidad de los momentos previos, contrastadas por la información del texto, en el sentido cómico y teatral o en lo descabellado, Gorey nos permite mandar a volar la empatía por unos instantes para disfrutar con el niño que “voló en pedazos” (nos lo muestra con un paquete en las manos), el que “tomó lejía por error” (aunque está trepado en una gran escalera para alcanzarla —tan por error no es—), la que “bebió mucha ginebra” (sentada en una mesita, como jugando a tomar el té con su muñeca, en un ambiente de imitación adulta), y el mejor de todos, el niño que murió de aburrimiento. Y por supuesto, no pueden faltar las clásicas: la que muere de inanición, como Augustus; el que ni siquiera estaba jugando en el lodo, y que se hunde en él como Franklin; el que muere de un golpe en la cabeza, como Rebecca, y a la que la consume el fuego, como a Augusta Noble, a Harriet y a Matilda. Todo rematado por la imagen de las tumbas en la contraportada, que termina de hablarnos de la presencia de la muerte en cualquier momento y forma.

The slippery slope

Este es un género que ha seguido evolucionando a medida que más autores optan por desprenderse de su oscuro lado adulto y acercarse a las nuevas generaciones de lectores, para llevarlo más allá de sus límites, como es el caso de Daniel Handler, mejor conocido como Lemony Snicket, que usó los elementos de la sátira en los cuentos de advertencia para crear su saga de trece libros Una serie de eventos desafortunados (Snicket, 1999-2006). Desde el principio, el autor se la pasa advirtiéndonos a cada rato acerca de un inicio de la historia, un final y una parte de en medio que no son nada felices, y sugiriendo que dejemos de leerla, que cambiemos de libros, pero por supuesto son advertencias que tenemos que transgredir. Y entonces nos encontramos con una historia donde ya no son las consecuencias de las transgresiones de los niños, sino las consecuencias de la ineptitud o la malicia de los adultos lo que los hermanos Baudelaire terminan pagando. Incluso podría decirse que los niños consiguen sobrevivir a pesar de los inconvenientes que causan los adultos. Porque, en palabras del propio Lemony Snicket, aquí hasta los adultos con las mejores intenciones “fallan en hacer algo remotamente útil” (Snicket, 2000, p. 6), e incontables veces son los adultos los que terminan muriendo por sus incompetencias.

Por si fuera poco, en Una serie de eventos desafortunados, los adultos no sólo se la pasan subestimando a estos niños bastante inteligentes y audaces, sino que además perciben estas características en ellos como insolencias, cuando en realidad se trata de niños bastante “buenos”, bien portados y autosuficientes, con lo que Daniel Handler termina de darle un giro de 360 grados a estas historias dedicadas a mostrar las consecuencias de malos comportamientos. Y, por supuesto, todo esto está inmerso en un mar de juegos de palabras y advertencias, siempre con un toque irónico que hace que los niños nos identifiquemos, nos horroricemos y al mismo tiempo no paremos de reír.

Después de todo este recorrido, lo único que queda claro es que lo subversivo de la ironía y el absurdo ha logrado liberar a la literatura infantil de las cadenas pedagógicas que le dieron origen, y que ésta seguirá transformándose en los muchos aspectos que abarca, como debe ser, complicando más la tarea de aquellos que buscan definirla, pero premiando a aquellos que deseen disfrutarla.

Referencias

  • Belloc, H., y Blackwood, B. T. (1957). Cautionary Tales for Children: Designed for the Admonition of Children between the ages of eight and fourteen years (Original publicado en 1907). Duckworth. Project Gutenberg. https://www.gutenberg.org/files/27424/27424-h/27424-h.htm.
  • Bingham, J., y Schott, G. (1980). Fifteen centuries of children’s literature: an annotated chronology of British and American works in historical context. Greenwood Press.
  • Dery, M. (2018, 14 de noviembre). The Birth, Death, and Long Afterlife of The Gashlycrumb Tinies. E is for Edward who wrote a gory masterpiece. Slate. https://slate.com/culture/2018/11/gashlycrumb-tinies-history-edward-gorey.html.
  • Dicks, K. (2018, 12 de octubre). The enduring appeal of Struwwelpeter. Languages across borders. Language collections at the University of Cambridge. https://tinyurl.com/55sw4khv.
  • Garralón, A. (2001). Historia portátil de la literatura infantil. Grupo Anaya.
  • Gorey, E. (1963). The Gashlycrumb Tinies: or, After the Outing. Harcourt Brace Company.
  • Hoffmann, H. (1909). The English Struwwelpeter, or, Pretty stories and funny pictures. George Routledge and Sons. https://tinyurl.com/yy26vwfc.
  • Hunt, P. (1996). International Companion Encyclopedia of Children’s Literature. Routledge, 1996.
  • Janeway, J. (1757). A token for children: Being an exact account of the conversion, holy and exemplary lives, and joyful deaths of several young children [En dos partes]. University of Michigan Library Digital Collections https://name.umdl.umich.edu/004851306.0001.000.
  • Libros del Zorro Rojo. (2014. 23 de septiembre). “Los pequeños macabros”, de Edward Gorey [Video]. YouTube. https://tinyurl.com/2ac77k4t.
  • Perrault, C. Histoires ou Contes du temps passé. 1697.
  • Sherwood. M. M. (1818-1847). The History of the Fairchild Family; or, The Child’s Manual; Being a Collection of Stories Calculated to Show the importance and Effects of a Religious Education. J. Hatchard and Son.
  • Snicket, L. (1999-2006). A series of unfortunate events [Libros 1-13]. Harper Collins.
  • Snicket, L. (2000). The miserable mill [A series of unfortunate events, núm. 4]. HarperCollins Publishers.
  • Watts, I. (1790). Divine Songs: Attempted in Easy Language for the Use of Children. New Orleans Baptist Theological Seminary. https://www.nobts.edu/library/hymnological-research/divine-songs.html.


Recepción: 09/09/2024. Aprobación: 15/09/2024.

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Revista Digital Universitaria Publicación bimestral Vol. 18, Núm. 6julio-agosto 2017 ISSN: 1607 - 6079