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Ciencia y mito: el caso del dinosaurio
Ma. del Carmen Gayol, Ma. Cristina Tarrés, Alberto E. D’Ottavio
 
 

El dinosaurio y los mitos

Su gran inserción socio-cultural podría atribuirse a que la información generada por la Paleontología ha sido trasmitida al ámbito popular mediante un discurso fantástico, generando una mitología particular en la que los dinosaurios devinieron en representación cultural (dinomanía), apareciendo en relatos literarios ficcionales, historietas y filmes. Posiblemente esto halle origen en el mito de los dragones dado que si a ciertos dinosaurios se les colocan alas y cuernos, unos y otros resultan intercambiables.

Puede que para intentar escudriñar en este fenómeno haya que transitar entre realidades y ficciones desde el siglo XVII hasta la década del 70 del siglo XX, momento de cambio del paradigma científico referido a estos animales. En ese sentido, el primer fósil de dinosaurio, un trozo de fémur de megalosaurio (del griego: lagarto grande) fue hallado en la cantera caliza de Cornwell (Inglaterra), designado Scrotum humanum por su semejanza testicular y documentado en la Historia Natural de Oxfordshire del químico Robert Plot en 1677. A su vez, su inicio literario proviene del escocés Sir Arthur Conan Doyle (1849-1930) en “El mundo perdido”, verdadero superventas de la época (Antón, 2005). La fantasía precedió a la ciencia. Más aún, la mente humana llegó a crear la imagen de un dinosaurio con cornamenta (imposible a juicio de los paleontólogos de entonces), posteriormente hecho realidad en Argentina con el descubrimiento de Carnotaurus (del latín Toro carnívoro), dotado con un notorio par de apéndices con forma de cuernos (Antón, 2005).

Citaremos ahora algunos mitos universales vinculados con los dinosaurios y su comparación con la evidencia científica:

  • Los mamíferos evolucionaron una vez desaparecidos los dinosaurios. En realidad, mamíferos de escaso peso y de hábitos preferentemente nocturnos coexistieron con los dinosaurios por más de 150 millones de años y, disponiendo desde la desaparición de éstos de nichos para mamíferos más grandes, evolucionaron hasta los hoy conocidos. Los predecesores de los mamíferos, denominados sinápsidos -del griego: arco fusionado- generaron filogenéticamente a los terápsidos y al clado mammalia y aparecieron antes que los dinosaurios.
  • Los dinosaurios desaparecieron porque los mamíferos devoraron sus huevos. Más allá de la vulnerabilidad de sus huevos, los mamíferos coetáneos eran demasiado pequeños para causar tal ovicidio.
  • Todos los grandes animales prehistóricos fueron dinosaurios. Hay registros de un reptil de casi 4 metros de longitud, semejante al cocodrilo, con patas laterales, no inferiores como en los dinosaurios, y una aleta dorsal a modo de velamen: el Dimetrodon (del griego: dientes de doble medida), depredador sinápsido del Pérmico, que se extinguió antes de la aparición de éstos.
  • Los dinosaurios también nadaban o volaban. Los verdaderos dinosaurios eran terrestres ya que los cocodrilos marinos, plesiosauros, pliosaurios, mosasaurios e ictiosaurios y pterodácticos (alados), aunque relacionados, no eran reales dinosaurios sino reptiles acuáticos y voladores, respectivamente.
  • Los dinosaurios eran lentos y fueron superados en la carrera evolutiva por pájaros y mamíferos. El muy bien conservado hadrosaurio, hallado hacia el año 2000 en un cauce fluvial de Dakota del Sur, reveló un corazón fosilizado tetracavitado que sugiere un metabolismo activo parecido al de aves y mamíferos y más eficiente que el tricavitado de los reptiles actuales.
  • Los dinosaurios murieron exclusivamente por el impacto de un meteorito y porque no fueron exitosos en términos evolutivos. Vivieron mucho tiempo para ser no exitosos y hubo causas previas al choque del meteorito -frio, erupciones volcánicas, disminución del nivel del mar, etc.-. El gran meteorito, cuyo cráter de impacto se halla en Chicxulub, al norte de la península de Yucatán (México), les asestó, tal vez, el “golpe de gracia”.
  • Los primeros humanos cazaban dinosaurios. Se ha demostrado la falacia de esta aseveración por el desfase cronológico de dinosaurios y hombres en el escenario terrestre (Ceresole de Espinaco, 2007). No obstante, la estadounidense Fundación Nacional de la Ciencia, reveló en su estudio “Science & Engineering indicators-2002”, proveniente de una encuesta sobre aspectos científico-tecnológicos sencillos, que más del 60 % de los participantes ignoraba que los dinosaurios se extinguieron muchísimo antes de la aparición del hombre (Cabral Perdomo, 2000).

Mencionaremos, también, otros mitos más puntuales y regionales. Mayor (2000), especialista en mitos grecorromanos, ha sugerido que los grifos (del persa: león-águila) puedan provenir de hallazgos de esqueletos completos del Protoceratops (del griego; primera cara con cuernos) hallados en las estepas del Asia Central donde vivieron los escitas del siglo VIII AC hasta el siglo I AC, y cuya cultura se valió de aquellas criaturas mitológicas. El grifo, mixtura de ave y de león, fue conservado por la tradición mesopotámica y egipcia, la antigüedad greco-romana y finalmente el Medioevo europeo, cuando llegó a representar alternativamente a Dios y al Diablo.


Fig. 1
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Si esta conjetura de Mayor continúa hallando confirmaciones como hasta el presente, tendríamos el único ejemplo de que un dinosaurio ha generado un icono antigüo (Sanz, 1999). Las representaciones arquitectónicas de grifos se han prolongado hasta nuestros días: existe una en la Plaza de la Universidad de Rostock (Alemania) - ciudad que lo porta en su escudo y cuya universidad fue la única en Alemania en conceder el doctorado "honoris causa" a Albert Einstein-. y otra, muy próxima a nosotros (Figura 1).

Incluso con la comprensión de tradiciones locales definidas, así como su empleo en heráldica y arquitectura como emblema de fuerza, vigilancia e ingenio, y considerando su controvertido significado histórico y su carácter mitológico ficcional alejado de la realidad científica, los grifos, perceptibles en estas fotografías ligadas al ámbito universitario, resultan, cuanto menos, llamativos.

M’Koo en el río Mainyu del África Central, Mokéle-Mbémbé (en lingala: el que detiene los ríos) (¿reliquia viviente de infraorden sauropoda?) en el Congo y Camerún, Ogopogo en el lago Okanagan en la Columbia británica canadiense, y, Chac o Chan en la laguna Tallacua de aguas sulfurosas del cráter del volcán La Alberca (Guanajato, México) continúan alimentado mitos sobre dinosaurios aún vivientes. Quizás no resulte tan inconveniente suponer que, en el mismo México y en zonas de Mesoamérica, la deidad Quetzalcóatl (del náhuatl: serpiente emplumada), actualmente rescatada en el cretásico pterosaurio Quetzalcoatlus northropi, pueda eventualmente derivar de representaciones mentales nacidas a partir de pretéritos hallazgos de determinados fósiles, fuesen o no de dinosaurios verdaderos.

En Argentina y Paraguay, la narrativa guaraní habla de un Teyú-Jaguá, gigantesco lagarto con cabeza de perro (¿dinosaurio carnívoro?) y del Mboi-Tui, con cuerpo y patas de lagarto, terminadas en tres potentes garras y larga cola, rematada en dos púas venenosas y con cabeza de pájaro (¿algún tipo de estegosaurio -del griego: reptil con tejado-?). Lizzie y Nessie en los lagos Lochy y Ness de las tierras altas escocesas así como el “monstruo” del lago Lacar y Nahuelito en el lago Nahuel Huapi, ambos en Argentina, continúan siendo mitos no ligados estrictamente con dinosaurios ya que se los atribuye a la presencia de un supuesto plesiosaurio, que no pertenece al superorden Dinosauria (Giles, 2006). Más aún, muchas de las presuntas pruebas a favor de la existencia de estos monstruos, han sido desmentidas al presente.


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