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Mediaciones sociales que comprometen al amor en los jóvenes
María Amparo Novo Vázquez y Miguel Arenas Martínez
 
 

Relaciones de género y mediación de la intimidad y el amor

Compromiso moral y evitación del conflicto

En la línea de la universalización de la vida comp emotiva hacia un permanente autodominio (Elias, 1993: 41),entendemos que, dados los posibles costos existe, por parte de chicos pero sobre todo por parte de las chicas, una anticipada evitación de los conflictos, ya sea esquivando aquellos temas que puedan provocarlos, cambiándolos, o no profundizando en ellos cuando en las conversaciones se llega a atisbar el problema. Así, optan por mantener sus posiciones excluyendo la discusión y el intento de negociar. Cuando se tienen hijos, se trabaja y se tiene el compromiso y la responsabilidad moral del mundo interno, los problemas que las jóvenes comentan son perentorios y están sujetos a su resolución práctica (Miranda, 1987: 29): “llamar al médico”. Y, sin embargo, los argumentos son muy parecidos a los anteriores en aquellas chicas que no tienen hijos, no realizan una actividad laboral y no sustentan la responsabilidad principal del mundo interno en un hogar independiente. Se trata de una lógica incorporada y asentada a través del tiempo, una larga inversión moral que tiene fuertes resistencias para el cambio y, llegado el momento, se manifiesta como lógica en acto.

En el otro lado, en el de los hombres, desde la posición de dominación masculina inscrita en las relaciones de género, se da, asimismo, una correspondencia con esas posiciones señaladas. Bien entendido, se trata de una correspondencia inversa de dominación que se asienta en los espacios morales y prácticos que roturan la convivencia más íntima y profunda, donde las formas amorosas en gran parte se despliegan. La inversión y la responsabilidad moral están detrás de un universo ingente de actividades, de preocupaciones, de tareas. Por lo anterior, la ayuda del hombre sin un compromiso moral, aunque sea con un reparto equitativo, es insuficiente. En última instancia, la distribución y elección de las actividades normalmente sigue reforzando y connotando una división social simbólica de dominación entre lo necesario (productivo) y lo contingente (reproductivo), dependiendo de la propia definición de la situación y los pares que se encuentren en juego (Ibáñez, 1994: 93 ): por ejemplo, fregar (mujer) frente a cocinar (hombre); barrer (mujer) frente a fregar (hombre); barrer (hombre) frente a planchar (mujer):

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“– Pero yo creo que la responsabilidad de la casa está en la mujer. Aunque luego se compartan a la mitad los trabajos, ¿eh? Pero la responsabilidad de pensar... – La responsabilidad la tienes tú… – De pensar, de organizar, de decir: falta esto de... – Y la solución de las cosas, la haces tú... – Luego, a lo mejor lo haces a la mitad… Pero otra cosa es que tu cargas con... – Sí, sí, eso es cierto” (Grupo de discusión 1, página 44. 22-30 años).

Por otro lado, en este nudo relacional se origina, desde tiempo atrás, que los cambios en la asunción y participación de los hombres en las actividades del mundo interno, aunque sean muy pequeños, se sobredimensionan y pierden perspectiva. Cuando la conversación entre las jóvenes continúa, se cae en la cuenta de que los hombres apenas han comenzado a cambiar sus prácticas en este terreno. ¿Qué está ocurriendo? Independientemente de que la semántica masculina sea la dominante, y unos y otras tienen sus responsabilidades al respecto, de forma que nadie puede justificarse en las posiciones ajenas para continuar prácticas que inciden en la desigualdad, si parece haber una cierta correspondencia entre hombres y mujeres, entre chicos y chicas:

“– No, pero los hombres, tienen que empezar a asumir también... – ¡Oye! -Su parte de responsabilidad. – Yo creo que ahora, yo creo que los hombres asumen, ¿eh? – Sí, asumen... – Empiezan. – Más, pero no igual, pero no igual... – Empiezan. Y yo creo que..., y muchas veces yo se lo digo a mi madre... – Pero, ¡las mayores machistas, somos nosotras! (…) – Machistas somos nosotras. – No sé, depende... – En muchos casos, yo creo que sí, ¿eh? (Grupo de discusión 1, página 43. 22-30 años).

Pero, en efecto, esa correlación entre ambas prácticas de género no puede sino explicarse a partir de la existencia de un orden moral aprendido en las interacciones y situaciones cotidianas a lo largo de los años, tanto en los chicos como en las chicas (Gil Calvo, 2000: 292). Los jóvenes actuales viven, y vienen de vivir, en ese orden social que articula la desigualdad igualdadde género y que, aun teniendo una cierta contestación discursiva por parte de las chicas en la materialidad de la vida cotidiana, termina por reproducirse. Esas desigualdades se pueden dar en muchos sentidos en la vida social, pero aquí y en este tema concreto quieren decir que los hombres son mantenidos por las mujeres en todo lo que necesita la recreación y organización del mundo interno. Así lo señalan estas chicas participantes en los grupos de discusión:

“– Pero bueno, yo creo que hay que distinguir entre la educación que recibes y luego las experiencias que tú tienes fuera de tu casa o de tu ambiente escolar, que es donde normalmente se adquiere la educación. Yo por ejemplo, en mi casa, somos siete hermanos, cuatro chicos y tres chicas. Que mi hermano haga la cama, uno de mis hermanos haga la cama.... – Es un milagro. – Es un milagro. Que ponga la mesa... buena estoy yo, ¿para qué va a poner mi hermano la mesa?” (Grupo de discusión 2, página 13. 23-30 años).

Los problemas y las desigualdades sociales no se extinguen por evolución, cuando los sujetos sociales ejercen la crítica social y cambian sus formas de hablar y sus prácticas, hay implícitos nuevos modelos en las relaciones cotidianas. En situaciones sociales de estancamiento, como éstas, en las que se conoce el problema pero no se acaban de articular prácticas distintas, las comprensibles generalizaciones del tipo “todas las mujeres son iguales...”, “todos los hombres son iguales...” suponen un atenuante pasajero pero también tienen un efecto confirmatorio, cotidiano y sin aristas, de esas prácticas. Y por otro lado, lo que es más importante, tienen un efecto ocultador hacia otras formas de convivencia emergentes, que no es que se vayan a dar en el tiempo (en el futuro) sino que ya están ocurriendo en el espacio (en el presente), aunque no sea mayoritaria y conspicuamente.

Parece, entonces, que después de los avances correctores de las situaciones de desigualdad habidos en los últimos años, nos encontramos ahora en una situación en la que parte de los papeles sociales tradicionales, –si bien reconstituidos– de hombres (chicos) y mujeres (chicas) siguen persistiendo, y en ellos unos y otras se encuentran más o menos a gusto/disgusto (Ortega, 1999: 80).

Ahora bien, de entre todo esto también es posible reconocer formas variadas de negociación y flexibilidad entre los dos sexos que antes no existían y que actúan velando y sosteniendo la situación de dominación masculina. Es decir, una suerte de sexismo amable y benevolente como manifestación externa de las situaciones que acabamos de ver que, sin duda, comprometen al amor.

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