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Vol. 26, núm. 3 mayo-julio 2025

Antártida: el continente que recuerda

Rafael Antonio López Martínez Cita

Resumen

Envuelta en hielo y misterio, la Antártida guarda en sus rocas la memoria del planeta. En esta crónica científica, un geólogo de la unam narra su participación en una expedición al límite Jurásico/Cretácico, uno de los pasajes menos comprendidos de la historia geológica. Junto a un equipo argentino, vivió semanas en campamentos aislados, sobre nunataks rodeados de glaciares, recolectando fósiles y fragmentos de un pasado marino oculto bajo millones de años de sedimentos. Entre temperaturas extremas, ráfagas de viento y una rutina sin internet ni electricidad, la vida cotidiana se transforma en supervivencia, ciencia y comunión con el paisaje. La Antártida, lejos de ser un páramo inmóvil, revela historias de bosques antiguos, pingüinos gigantes y océanos templados. Hoy, sus hielos también registran el impacto del cambio climático. Este relato no sólo explora una expedición científica, sino también la forma en que el pasado profundo nos habla del presente —y del futuro— del planeta.
Palabras clave: Antártida, Geología, cambio climático, fósiles, Paleontología.

Antarctica: the continent that remembers

Abstract

Wrapped in ice and mystery, Antarctica holds the memory of the planet in its rocks. In this scientific chronicle, a geologist from the unam narrates his participation in an expedition to the Jurassic/Cretaceous boundary, one of the least understood passages in geological history. Alongside an Argentine team, he spent weeks in isolated camps, on nunataks surrounded by glaciers, collecting fossils and fragments of a marine past hidden under millions of years of sediment. Amid extreme temperatures, gusts of wind, and a routine without internet or electricity, daily life becomes survival, science, and communion with the landscape. Antarctica, far from being a static wasteland, reveals stories of ancient forests, giant penguins, and temperate oceans. Today, its ice also records the impact of climate change. This account not only explores a scientific expedition but also the way deep time speaks to us about the present—and the future—of the planet.
Keywords: Antarctica, Geology, Climate Change, Fossils, Paleontology.


“Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo escaso. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura el regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito”

Ernest Shackleton (1907)

La Antártida fue el último continente en ser conquistado y aún está envuelta en muchos misterios. Sus territorios inexplorados permanecen resguardados por un frío intenso y vientos constantes. Pero si logras vencer esas condiciones extremas, se revela un mundo sorprendente, incomparable con cualquier otro: animales únicos y paisajes que asombran a cada paso.

La Antártida

Figura 1. La Antártida es un lugar único, que sorprende cada día con su majestuosidad.
Crédito: Rafael López Martínez.

Esta expedición científica comenzó muchos años atrás, cuando yo era un niño que se maravillaba viendo documentales sobre el Continente Blanco, leyendo historias sobre sus exploraciones y observando fotos antiguas de meteoritos y fósiles recolectados por los primeros aventureros. Esas imágenes y relatos transformaron mi forma de ver el mundo, y mi vida no fue la excepción.

Pasaron varios años hasta que se presentó la oportunidad de estudiar esta región remota. Nos esperaba una experiencia de supervivencia y ciencia, alejados de todo, viviendo en tiendas de campaña.

Así arrancó esta aventura científica, integrada por Gustavo Lezcano, profesor antártico con amplia experiencia en el continente; el Suboficial Mayor Diego Zapata, buzo y comando del Ejército Argentino; Marina Lescano, micropaleontóloga de la Universidad de Buenos Aires; y yo, geólogo de la unam. La expedición fue dirigida por la Dra. Andrea Concheiro, micropaleontóloga y artífice del proyecto. Nuestro objetivo: estudiar el límite Jurásico/Cretácico en la Antártida.

¿Y eso qué significa? Los geólogos rara vez hablamos en años concretos. En cambio, usamos una escala temporal geológica con nombres para distintas eras y periodos. El Jurásico, por ejemplo, es conocido por películas como Parque Jurásico y abarca desde hace 201 hasta 145 millones de años. El Cretácico, por su parte, va de los 145 a los 66 millones de años, y finaliza con la caída del meteorito de Chicxulub, en Yucatán, que provocó la extinción de los dinosaurios. Sin embargo, el límite entre ambos periodos es menos conocido, ya que no se caracteriza por cambios abruptos, lo que lo convierte en uno de los más enigmáticos de la geología. Con esto en mente, nos trasladamos a la Antártida para estudiar sus rocas y fósiles y así descifrar sus misterios.

Llegar a la Antártida no es sencillo. Primero, se toma un avión militar, un Hércules, hasta la Base Marambio, puerta de entrada a la Antártida Argentina. Desde allí, nos trasladan en helicóptero hasta nuestros destinos, donde montamos los campamentos que serán nuestro hogar durante los meses de investigación.

Cuando imaginamos la Antártida, solemos pensar en un territorio completamente cubierto de hielo. Pero no debemos olvidar que es un continente con extensas áreas emergidas. Una de sus formaciones más singulares son los nunataks, porciones de tierra rodeadas completamente de hielo. Es en estos lugares donde los geólogos concentramos nuestros estudios.

Nunataks

Figura 2. Los nunataks son porciones de tierra rodeadas de hielo que permiten el estudio de las rocas expuestas. Nunatak Longing Gap, Antártida Argentina.
Crédito: Rafael López Martínez.

También preferimos montar nuestros campamentos sobre estos nunataks, ya que los glaciares están en constante movimiento: se desplazan, se agrietan y liberan toneladas de hielo que caen al mar cada día.

¿Y cómo es la vida en esas condiciones? Difícil. La zona que nos interesaba estaba lejos de cualquier base, por lo que era necesario montar un campamento autónomo con tiendas especiales, capaces de resistir los fuertes vientos antárticos y las bajas temperaturas.

Tienda de campaña para dormir

Figura 3. Tienda de campaña para dormir y, al fondo, nuestra tienda-baño.
Crédito: Rafael López Martínez.

Pero vivir en la Antártida implica también un compromiso con su preservación. Es un continente protegido, y el impacto humano debe ser mínimo. Por ello, seguimos normas ambientales estrictas: antes de partir, lavamos, desinfectamos y aspiramos cuidadosamente todo el equipo para evitar llevar accidentalmente larvas o insectos en nuestra ropa o calzado. Los desechos deben retirarse al final de la estancia, sin dejar rastro. Incluso las necesidades fisiológicas deben recogerse y ser transportadas de regreso a la base principal.

La rutina en el campamento es muy distinta a la de la vida cotidiana. No hay electricidad, internet ni señal de celular. Nuestra única comunicación se da en las rondas de radio, a las siete de la noche, donde recibimos el pronóstico del clima para el día siguiente y aprovechamos para hablar con otros campamentos. Incluso jugamos partidas de Batalla Naval por radio. Así, se crea una especie de hermandad antártica, difícil de explicar, pero muy real.

Cuando el clima lo permite, trabajamos intensamente en el campo. Las condiciones pueden cambiar de un momento a otro, y a veces resulta imposible salir durante varios días.

¿Y qué hacemos exactamente los geólogos allí? La geología es una disciplina muy diversa: algunos se dedican a cartografía, otros a volcanes, fósiles o tectónica de placas. En nuestro equipo, nos enfocamos en la sedimentología, cartografía y paleontología.

Nuestro trabajo consiste en estudiar las capas de sedimento depositadas en los antiguos mares de la Antártida. Estas capas son como páginas de un libro que nos permiten contar la historia del planeta. Al estar dispuestas en orden cronológico, podemos rastrear cómo evolucionaron los ambientes marinos, analizando fósiles de peces, moluscos, plantas y más. Además, estudiamos la composición química de las rocas para conocer la temperatura, salinidad, oxigenación y dinámica marina de esas épocas.

Buscamos afloramientos de roca, medimos sus capas, recolectamos muestras para análisis posteriores y buscamos fósiles golpeando las rocas hasta que comienzan a aparecer.

Fósiles

Figura 4. Algunos de los fósiles encontrados durante la expedición. A: Restos fosilizados de un pez del Jurásico. B: Concha de ammonite, molusco cefalópodo que conserva su concha original. C: Restos fosilizados de madera. D: Conchas de moluscos bivalvos de una antigua “playa” fosilizada.
Crédito: Rafael López Martínez.

Además, realizamos mapas geológicos para identificar y registrar los tipos de roca del área. Esta labor requiere recorrer grandes distancias, documentando cada cambio en el terreno, para luego volcar esa información en esquemas que, con el tiempo, se transforman en mapas.

Cuando regresamos al campamento, procesamos la información recolectada, y aprovechamos los días de mal clima para hacer trabajo de gabinete.

Trabajos de gabinete

Figura 5. Trabajos de gabinete donde procesamos la información obtenida en el campo.
Crédito: Rafael López Martínez.

¿Y todo esto para qué?

La Antártida es un territorio clave para la ciencia. Su estudio ha sido reconocido en tratados internacionales que buscan protegerla. La geología no es la excepción: las expediciones recopilan información esencial para entender fenómenos globales como el cambio climático, tanto el actual como el del pasado geológico.

Gracias a estos estudios, sabemos que la Antártida no siempre fue como la conocemos. Hubo épocas mucho más cálidas, con bosques parecidos a los de los Andes, y otras en las que casi se congeló, aunque sin lograrlo completamente. Fue hace unos 35 millones de años cuando comenzó su separación de América del Sur y se formó el paso de Drake (Francis et al., 2008). Este proceso desencadenó su enfriamiento gradual, hasta quedar cubierta de hielo.

La fauna también cambió drásticamente. La separación continental y el enfriamiento provocaron la extinción de especies como pingüinos gigantes de 1.70 metros (Hospitaleche et al., 2019) o incluso sapos (Mörs et al., 2020).

Así se configuraron su clima actual y su ecosistema, dominado por pingüinos, focas y lobos marinos.

Fauna común en la Antártida

Figura 6. Fauna común en la Antártida. A: Pingüino Adelia con una cría que aún no muda su pelaje. B: Lobo marino. C: Foca de Weddell. D: Foca cangrejera.
Crédito: Rafael López Martínez.

Sin embargo, la Antártida también está sintiendo los efectos del calentamiento global. En 2022, se registró una ola de calor sin precedentes, con temperaturas hasta 39 °C por encima de lo esperado en algunas estaciones (Blanchard‐Wrigglesworth et al., 2023). Este aumento podría tener consecuencias devastadoras para los ecosistemas y sus ciclos naturales, por lo que urge tomar medidas para su protección…

Lecciones del pasado

Aún sabemos muy poco sobre la Antártida. Cada año, distintas expediciones científicas enfrentan el clima extremo y las condiciones de vida en zonas remotas para intentar descifrar los misterios del continente blanco. Gracias a estas investigaciones, hoy sabemos que, hace millones de años, la Antártida tenía un clima cálido y estaba cubierta por extensos bosques. Este conocimiento no solo es fundamental para entender la historia geológica del planeta, sino también para enfrentar los retos actuales del cambio climático, que ya están afectando a este ecosistema único.

Agradecimientos

Agradezco al Instituto Antártico Argentino, a la Universidad de Buenos Aires y a todas las personas que hicieron posible esta expedición. De manera especial, agradezco al proyecto papiit in109323, cuyo financiamiento ha sido fundamental para llevar a cabo esta investigación.

Referencias

  • Blanchard-Wrigglesworth, E., Cox, T., Espinosa, Z. I., y Donohoe, A. (2023). The largest ever recorded heat wave—Characteristics and attribution of the Antarctic heatwave of March 2022. Geophysical Research Letters, 50(17), e2023GL104910. https://doi.org/10.1029/2023GL104910.
  • Francis, J. E., Marenssi, S., Levy, R., Hambrey, M., Thorn, V. C., Mohr, B., … y DeConto, R. (2008). From greenhouse to icehouse–the Eocene/Oligocene in Antarctica. Developments in Earth and Environmental Sciences, 8, 309-368. https://doi.org/10.1016/S1571-9197(08)00008-6.
  • Hospitaleche, C. A., Haidr, N., Paulina-Carabajal, A., y Reguero, M. (2019). The first skull of Anthropornis grandis(Aves, Sphenisciformes) associated with postcranial elements. Comptes Rendus Palevol, 18(6), 599-617. https://doi.org/10.1016/j.crpv.2019.06.003.
  • Mörs, T., Reguero, M., y Vasilyan, D. (2020). First fossil frog from Antarctica: Implications for Eocene high latitude climate conditions and Gondwanan cosmopolitanism of Australobatrachia. Scientific Reports, 10(1), 5051. https://www.nature.com/articles/s41598-020-61973-5.


Recepción: 2023/11/16. Aceptación: 2024/12/16. Publicación: 2025/05/05.

Vol. 26, núm. 3 mayo-julio 2025

Alegría que resiste: ecos de mujeres en la costa durante la pandemia

Adriana Fournier Uriegas Cita

Resumen

¿Qué pasa cuando la ciencia y las voces locales se encuentran? Este texto recoge las experiencias de mujeres de la costa sur de Jalisco durante la pandemia de covid-19, invitándonos a escuchar sus historias como una forma de resistencia y aprendizaje. A través de sus vivencias, reflexionamos sobre cómo la información científica circula (o no) en comunidades con acceso limitado a conocimientos técnicos, en un país lleno de desigualdades. Con un enfoque cualitativo, el texto explora las brechas en la comprensión de fenómenos como la salud pública y el medio ambiente, y cómo estas mujeres, resilientes por naturaleza, enfrentan cada desafío. La pandemia fue sólo una más de las adversidades que han enfrentado a lo largo de los años, pero su capacidad para adaptarse y resistir demuestra el poder de la comunidad. Este artículo no sólo pone en evidencia las tensiones entre el conocimiento académico y el local, sino que también nos invita a repensar la manera en que nos vinculamos con la ciencia. Una invitación a aprender de los que, a menudo, quedan al margen de las grandes conversaciones.
Palabras clave: ciencia, resiliencia, pandemia, comunidades, conocimiento.

Joy that resists: echoes of women on the coast during the pandemic

Abstract

What happens when science and local voices meet? This text gathers the experiences of women from the southern coast of Jalisco during the covid-19 pandemic, inviting us to listen to their stories as a form of resistance and learning. Through their experiences, we reflect on how scientific information circulates (or doesn’t) in communities with limited access to technical knowledge, in a country full of inequalities. With a qualitative approach, the text explores the gaps in understanding phenomena such as public health and the environment, and how these women, resilient by nature, face each challenge. The pandemic was just one more adversity they have faced over the years, but their ability to adapt and resist demonstrates the power of community. This article not only highlights the tensions between academic and local knowledge but also invites us to rethink how we connect with science. An invitation to learn from those who are often left out of major conversations.
Keywords: science, resilience, pandemic, communities, knowledge.


El principio de una historia de resistencia

Tal vez la pandemia por sarscov-2 ya nos parezca un recuerdo remoto, una historia que ocurrió en otro tiempo. Sin embargo, como toda crisis profunda, dejó marcas visibles e invisibles en la vida de millones. Una de las lecciones más poderosas que nos dejó fue el recordatorio —tan simple como implacable— de que la vida puede cambiar en cualquier momento. Nuestra cotidianidad es frágil. Se transforma, se rompe, se reconstruye.

Yo no anticipé nada de lo que vino. No imaginé que aquella crisis mundial me llevaría a estudiar una maestría enfocada en la relación entre bienestar y ambiente en la costa sur de Jalisco. Menos aún que ese proyecto me ofrecería la posibilidad de conocer, conversar y compartir tiempo con veintiocho mujeres de cinco comunidades rurales. En esas charlas, tejidas con confianza, conversamos sobre la pandemia y sus experiencias del día a día, en el trabajo, sus creencias y sus emociones. Porque aunque las noticias parecían siempre hablar desde y para las grandes ciudades, la crisis sanitaria también atravesó los caminos de tierra, los esteros, las cocinas comunitarias.

A veces, sus respuestas me desconcertaban. ¿Cómo que no fue tan grave? ¿Cómo que no se vacunaron? ¿Cómo que no era un tema que les quitara el sueño? Esa aparente indiferencia escondía otra historia: la de una vida ya acostumbrada a la incertidumbre, a los riesgos, a la ausencia del Estado. Cada testimonio que escuché fue una invitación a cuestionar lo que entendemos por bienestar, por salud, por resiliencia.

Me gustaría contar las veintiocho historias, pero los límites de este espacio me obligan a elegir. Compartiré aquí fragmentos de la cotidianidad de cuatro mujeres —de edades, oficios y comunidades distintas— que ayudan a dibujar el paisaje humano que encontré. A lo largo del texto, sus voces se entrelazan con las de las demás, agrupadas en seis ejes que fueron emergiendo a lo largo de nuestras conversaciones: (1) la cotidianidad, (2) la desconfianza y falta de certezas, (3) la doble jornada laboral, (4) el bienestar, (5) la fe y (6) la resistencia.

La intención de este artículo es sencilla, pero no por eso menos urgente: compartir las percepciones de un grupo de mujeres sobre la pandemia, partiendo de la convicción de que toda vida tiene algo que enseñarnos. En cada relato se asoma no sólo la historia personal, sino también la memoria de un territorio y de quienes lo habitan.

Cotidianidad: entre el miedo y la rutina

Para muchas personas, la pandemia fue una experiencia inédita: miedo, encierro, pérdida, desconfianza. Pero en los relatos de estas mujeres descubrí que esas emociones no les eran ajenas. No llegaron con la crisis sanitaria; estaban ya ahí, como parte del paisaje emocional de una vida marcada por otras amenazas. Lo que sí trajo la pandemia fue una nueva forma de habitar su día a día, una prueba más que enfrentaron con una mezcla de fortaleza, creatividad y cansancio.

Nadia,1 por ejemplo, vive en una comunidad costera de no más de 800 habitantes. Tiene una estética, es madre de dos pequeños y está casada. A sus 38 años, lleva una vida llena de tareas —preparar el desayuno, alistar a los niños, limpiar la casa, atender su negocio, desplazarse a dar servicios a hoteles o villas cercanas—, pero nada de eso parece agobiarla. Siempre sonriente, dice disfrutar de su trabajo, de los paseos con sus hijos, de la playa y de los recorridos en bicicleta. Durante la pandemia, su carga de trabajo se triplicó. Decidió no vacunarse; el miedo no era al virus, sino a las consecuencias desconocidas de una vacuna que le generaba desconfianza. Toda su familia se contagió, pero los síntomas fueron leves. Y así, entre el miedo y la rutina, siguieron adelante.

Plaza vacía en la localidad de San Mateo, Jalisco

Figura 1. Plaza vacía en la localidad de San Mateo, Jalisco.
Crédito: Adriana Fournier Uriegas.

Doña Meli tiene 70 años y sigue al frente de un pequeño restaurante en otra comunidad costera. Rodeada de palmeras, familia y amigas, dice que ahora descansa más. Pero su historia no ha sido fácil. Cuidó durante décadas a su esposo enfermo y sacó adelante a sus siete hijos. Es una mujer firme, generosa, con una mirada que transmite serenidad. Me habló de dolores profundos con una entereza conmovedora, y aunque durante la pandemia los clientes desaparecieron y ella misma se enfermó, se recuperó con sus propios remedios, los mismos que ha compartido toda la vida con su comunidad.

Mariana tiene 40 años. Trabajó durante 16 como empleada doméstica en una villa de lujo en Careyes, uno de los destinos más exclusivos del Pacífico mexicano. Allí vivía, cuidaba, cocinaba. Era un trabajo estable, pero durante la pandemia, replanteó su vida. Decidió renunciar y regresar a su comunidad para hacerse cargo de la tienda de abarrotes familiar. Cambió un ingreso mayor por la posibilidad de estar cerca de su hija, de caminar por su pueblo, de recuperar un tiempo que se le escapaba entre los muros del resort. Hoy, atiende la tienda, limpia, cocina, cuida, y cuando puede, sale a caminar sin más compañía que la brisa y su niña.

Doña Paz, de 53 años, vive en una comunidad pesquera. Sus días empiezan antes del amanecer, cuando prepara el almuerzo de su esposo pescador. Luego, se dedica a reparar trasmallos, una labor que requiere paciencia y maestría. Ha criado a seis hijos, todos nacidos sin asistencia médica. Ahora cuida a su nieta. Vive al borde del estero, en una casa rodeada por los compañeros de su cooperativa pesquera. Habla con claridad sobre su historia: una infancia dura, años de trabajo incesante, una fatiga acumulada por la desigualdad y la falta de apoyo. Durante la pandemia, los ingresos bajaron y la información era escasa y confusa. Su cansancio no es ningún obstáculo ni motivo de mal humor. Nos recibió siempre con los brazos abiertos y nos (com)partía cocos para el calor.

Desconfianza: cuando la pandemia alcanzó la costa

Cuando las primeras noticias de una pandemia comenzaron a filtrarse a través de las pantallas de televisión y los hilos de las redes sociales, en aquellas comunidades costeras de Jalisco no se encendieron las alarmas. A lo lejos, desde el otro lado de la sierra y del concreto, el virus parecía una historia ajena, una más de las tantas que se cuentan desde el centro del país. “Eso no nos va a llegar a nosotros”, pensaban muchas. Rodeadas de mar y monte, habituadas a la vida que transcurre sin prisa entre la brisa salada y los caminos de tierra, confiaban en que la distancia era también una barrera.

Pero con los turistas llegaron los rumores, y con los rumores, los síntomas. Primero, casos sueltos, después la certeza. La enfermedad se abría paso como lo hacen las mareas: silenciosa, insistente, inevitable. La incredulidad inicial dio paso al miedo, a la sospecha, a la desorientación.

“Si uno está bien alimentado, no le va a pegar esa cosa”, decía con convicción Doña Eve, mientras acomodaba su delantal. “Eso sólo hace daño a los que ya están mal de otras cosas”. A su lado, Doña Paz negaba con la cabeza, ceñuda: “No, no… te digo que a lo mejor es falso todo eso. ¿Entonces cómo va a confiar uno si nadie ha venido a decirnos: mira, va a pasar esto y esto?”. Su voz arrastraba una historia de abandono: nadie les había explicado nunca nada, ¿por qué confiar justo ahora?

Para cuando las playas se cerraron por decreto y los turistas desaparecieron, la desconfianza seguía tan viva como el virus. Las pérdidas fueron inmediatas: empleos detenidos, restaurantes cerrados, escuelas suspendidas. El golpe económico no tardó en sentirse. En una zona donde el turismo sostiene la vida cotidiana, el cierre significó un cambio abrupto y brutal.

Frente a la crisis sanitaria, una de las pocas instituciones que intentó hacer frente fue la Clínica Careyes, ubicada dentro de un complejo turístico de lujo. Ahí, la doctora a cargo recuerda con claridad la cronología de la tragedia: “En la primera tanda, sólo los extranjeros venían con covid. Eso fue en marzo. Eran casos sospechosos porque no había pruebas… se mandaban a hacer pcr a la Ciudad de México o incluso a Estados Unidos. Después, en la segunda ola, fueron casos del personal que trabajaba en las casas de turistas, y luego, obviamente, de personas de los pueblos. En la tercera ola murieron muchísimos. Afectó principalmente a la gente de las comunidades, más que a los extranjeros. Hicimos miles de pruebas.”

Las vacunas llegaron tarde, como suele ocurrir en los márgenes. Para el escaso personal médico de las comunidades, los meses fueron una mezcla de agotamiento, miedo y frustración. No bastaba con ofrecer información o advertencias, porque la desconfianza —esa herencia pesada— contaminaba todo

Más trabajo, menos recompensa

Mientras tanto, en las casas, las mujeres hacían malabares imposibles. Mariana, Nadia, Doña Paz y muchas otras tuvieron que improvisar salones de clase, volverse maestras sin haberlo pedido, multiplicar las tareas del hogar, sostener el ánimo familiar y, además, buscar maneras de seguir ganando dinero. Cocinar, limpiar, educar, cuidar, consolar, trabajar: todo a la vez y sin tregua.

Ya antes de la pandemia, las mujeres mexicanas dedicaban el triple de horas que los hombres a las tareas domésticas y de cuidado, según el Boletín del Instituto Nacional de las Mujeres (2020). La llegada del confinamiento sólo exacerbó esa desigualdad. Además, muchas de ellas se empleaban en sectores vulnerables: comercio, turismo, servicios. Cuando esos sectores se detuvieron, también lo hizo su ingreso.

Dana, por ejemplo, dejó sus estudios y las salidas de pesca con su padre para buscar trabajo en un oxxo. “Fue de los pocos lugares que no cerraron”, me dice, encogiéndose de hombros. La necesidad no da tiempo para lamentaciones. Como ella, decenas de personas se quedaron sin trabajo cuando cerraron los restaurantes, los hoteles, los mercados.

Alena, desde su experiencia en una cooperativa pesquera, resume así la cadena de desgracias: “Al comenzar fue lo más duro, yo creo que para todos. Somos comerciantes del negocio del turismo. Este es un pueblo que prácticamente vive del turismo, tanto de la pesca como del turismo. Sí, nos pegó bastante. Ha sido un año difícil para nosotros porque después de la pandemia nos pegó un huracán muy fuerte. Nos tumbó el restaurante, fue un tiempo, pues que a veces no veíamos ni la salida… pero trabajamos de alguna manera u otra y logramos salir adelante otra vez”.2

Bienestar: lo ordinario y lo compartido

El bienestar de estas mujeres, en muchos casos, estaba intrínsecamente ligado a sus prácticas cotidianas, esas que les otorgaban una sensación de felicidad y plenitud. Mientras en las ciudades las personas extrañaban la vida acelerada de las plazas comerciales, las oficinas o los parques, ellas añoraban la sencillez de sus paseos al río, los baños en la playa con la familia, o las caminatas por el monte. Extrañaban también su trabajo, que para muchas de ellas representaba mucho más que una fuente de ingresos: era una manifestación de su independencia económica, de la utilización de sus talentos y capacidades, y de una conexión profunda con su comunidad. No era el cansancio físico lo que les atraía, sino el disfrute mismo de desempeñar su labor, de sentirse útiles, capaces, activas. La pandemia no sólo las privó de sus ingresos, sino también de sus motivaciones cotidianas que las impulsaban a levantarse cada mañana.

La señora Elva, quien regenta una paletería, me confesó con un tono cálido la alegría que sentía al regresar a su trabajo: “A mí me gusta mucho estar aquí. En mi casa vivo sola, está lejos mi casa. Más que caballos y vacas, no hay nada. No pasan carros, nada. Yo disfruto venir para acá, además de que hago algo, estoy activa […] entonces no me enfado y además no falta quien venga y me acompañe, como esa señora que acaba de venir y se queda un rato, se desenfada ella de estar encerrada”. El trabajo no sólo les proveía de un ingreso, sino que les ofrecía un espacio vital para interactuar, para conectarse con otros seres humanos y con su entorno.

Las vecinas, entonces, se convirtieron en aliadas esenciales durante estos tiempos de incertidumbre. Se ayudaban mutuamente con las compras y el cuidado de los enfermos. Cuando el virus tocaba sus puertas, las prácticas ancestrales de la comunidad, como los remedios caseros, cobraban una nueva relevancia. En muchas ocasiones, el apoyo de la familia y una alimentación adecuada fueron fundamentales para quienes atravesaron cuadros graves de la enfermedad, aún cuando el apetito había desaparecido y el sentido del gusto se desvaneció.

Caminata por el río

Figura 2. Caminata por el río. Estudiante del Posgrado en Ciencias de la Sostenibilidad y mujer oriunda de Costa Sur de Jalisco.
Crédito: Adriana Fournier Uriegas.

Vacuna y fe: entre la información y la desconfianza

La llegada de la vacuna no fue sólo un alivio para muchos, sino también una fuente de confusión, miedo e incertidumbre. Se tejieron historias extrañas que volaban de boca en boca: algunos creían que la vacuna era un medio para insertar un chip en las personas, otros decían que el gobierno planeaba usarla como un experimento en el que todos los vacunados seríamos conejillos de indias, y había quienes pensaban que se nos convertiría en robots. Doña Cayo, que sí se vacunó, se lo tomaba con humor: “Pues si nos convertimos en robots, no pobres de nosotros, pobres de los que se habrán quedado humanos”.

Estas creencias, aunque aparentemente absurdas, invitan a reflexionar sobre el poder de la transmisión de información de boca en boca, sobre cómo el miedo colectivo puede nublar el juicio y la toma de decisiones. Las dudas sobre la vacuna no eran sólo sobre lo que se nos estaba ofreciendo, sino sobre la falta de confianza en las instituciones y en quienes difunden la información científica.

La fe en Dios jugó un papel crucial en la decisión de muchas mujeres sobre si vacunarse o no. Frases como “Será lo que Dios quiera”, “Me encomiendo a Dios”, “Diosito sabe mi hora” eran comunes entre ellas. Bety, quien decidió no vacunarse, explicó: “No me quise vacunar porque ya ve que hay unos que decían ‘no se vacunen’ y otros que sí, y yo le dije a mi marido —porque él sí se vacunó— yo no, yo se lo dejo a Dios. Si Él quiere que yo muera, de eso voy a morir y si no, no. Yo tengo mucha fe y Él es el que me va a ayudar.”

Por otro lado, doña Lety, quien trabaja en el sector salud, compartió su frustración con aquellos que aún se oponían a la vacuna, explicando: “Todavía hay mucha gente que no se vacuna y todavía hay gente, te lo juro, que piensa que le van a poner un chip. Como si un microchip fuera un recurso accesible y como si fuera importante. O sea, ya te están vigilando con tu chip que tú propio te conectaste [refiriéndose al celular]. O sea, si quieren vigilarte aquí te tienen, pa’ qué chingados te meten uno que cuesta una fortuna.” Su desazón me lleva a cuestionar lo que a veces llamamos “ignorancia”. Tal vez el rechazo a la vacuna no sea una cuestión meramente de falta de información, sino de desconfianza profunda.

Bullen (2022) argumenta que la oposición a las vacunas y a las medidas de precaución durante la pandemia no se debía a una ignorancia azarosa, sino a una incomprensión más profunda de las relaciones causales y procesos fisiológicos. Las creencias, aunque desconcertantes, tienen raíces más complejas en la historia de las comunidades y en la manera en que la información científica es difundida o, mejor dicho, es ignorada.

En las localidades donde residen estas mujeres, el gobierno y el turismo siempre han sido actores clave, pero no han mostrado un genuino interés por el bienestar de sus poblaciones. A pesar de la presencia de escuelas, centros de salud y complejos turísticos de lujo, la desconfianza hacia las instituciones y la información que ofrecieron durante la pandemia es palpable. Durante mis entrevistas, recordé una frase que había escuchado durante mis estudios de maestría, que resonó en mi mente con fuerza: “La mayoría de los que niegan la ciencia no tienen un déficit de información, sino un déficit de confianza. Y la confianza debe construirse con paciencia, respeto, empatía y conexiones interpersonales” (McIntyre, 2021, p. 165).

Resistencia: una vida de pie

Durante el tiempo que conviví con estas mujeres, una verdad más profunda fue revelándose. Al principio, percibí su aparente indiferencia hacia la pandemia, y la idea de que el covid-19 había tenido menos impacto en la costa que en las ciudades. Sin embargo, pronto comprendí que esa percepción era mucho más compleja de lo que imaginaba. En las comunidades de la costa sur de Jalisco, el bienestar no había sido amenazado por primera vez con la llegada de la pandemia. De hecho, la historia de estas mujeres y sus pueblos es una de constantes amenazas a su supervivencia. La pandemia fue sólo otro eslabón en una cadena de desafíos mucho más antiguos.

Es imposible en este espacio abordar en profundidad todas las formas en que se ha invadido su territorio, pero vale la pena mencionar algunos de los impactos más notorios: la usurpación de tierras y playas para construir complejos turísticos como Careyes y Cuixmala, los efectos destructivos de huracanes cada vez más frecuentes, y la implementación de miles de hectáreas declaradas como reservas naturales. Aunque este último proceso no es intrínsecamente negativo, su falta de consulta con los habitantes locales sobre sus necesidades y preocupaciones lo convierte en un problema. Así, este texto, centrado en las vivencias durante la pandemia, está impregnado de un contexto más amplio, donde las luchas sociales, políticas y ambientales de estas comunidades exigen ser examinadas a fondo.

La pandemia no fue más que otro fenómeno dentro de una serie de eventos desconcertantes para la región. Las mujeres, en particular, demostraron una resiliencia que no surgió de la noche a la mañana, sino de años de enfrentarse a desafíos. Sus vidas no han sido fáciles, pero están acostumbradas a sortear adversidades. Aunque la crisis económica provocada por la pandemia afectó sus ingresos, no era la primera vez que una amenaza externa las empujaba a adaptarse y encontrar nuevas formas de subsistir.

Alena lo explica con una sabiduría que sólo se gana con el tiempo: “La vida misma te va haciendo, vas aprendiendo muchas cosas, vas madurando, vas viendo la vida de otra manera, por situaciones que quizás le pasan a uno. Entonces siento que son esas cosas que te van sirviendo para no volver a cometer quizás algunos errores que cometías antes. Para mí, la misma vida, las circunstancias de la vida a veces te llevan, no toda la vida es perfecta, ni toda la vida, vamos a vivir color de rosas; hay subidas y bajones. Entonces siento que la misma vida es la que te enseña a enfrentarla y hasta que la sobrelleves de alguna otra manera, aunque a veces hay momentos en que sientas que no quieres saber nada de nada, son momentos, pero… cuenta mucho cómo los sepas afrontar. Ese es mi modo de pensar.”

Estas palabras reflejan una filosofía que he observado en cada conversación, en cada encuentro, y que me hizo entender que la capacidad para enfrentar las adversidades fue, durante la pandemia, uno de los pilares del bienestar local. Mi experiencia académica me permitió convivir diariamente durante dos meses con las mujeres de la costa sur de Jalisco, y a través de esa convivencia, pude conocer lo esencial que es para ellas su entorno. Esas comunidades no sólo sobreviven; resisten con creatividad, con alegría, con el valor de seguir adelante a pesar de las dificultades.

La resistencia, para ellas, no sólo se manifiesta en la lucha contra las crisis externas. También es una actitud constante de resistencia interna, una forma de encontrar el bienestar en medio del caos. Lo vi en sus miradas, en sus sonrisas, en la manera en que transformaban cada obstáculo en una oportunidad para seguir adelante.

Madre e hija

Figura 3. Madre e hija. Pescadoras de la comunidad de Chamela, Jal.
Crédito: Adriana Fournier Uriegas.

Agradecimientos

Esta publicación es producto de mi investigación de maestría titulada “Relación bienestar-ambiente desde las perspectivas y experiencias de mujeres de la costa sur de Jalisco”, realizada con el apoyo del Programa papiit-unam, proyecto IN300422: “Interacciones ciencia-sociedad en el manejo costero: análisis de representaciones sociales, redes de conocimiento y comunicación”.

Agradezco profundamente a mi tutora, Alicia Castillo, y al grupo de trabajo Socioecología y Comunicación para la Sustentabilidad del iies-unam. De manera especial, agradezco a las mujeres que me abrieron las puertas de sus casas y compartieron conmigo sus historias de vida.

Lecturas sugeridas

Referencias

  • Bullen, A. (2022). Un afortunado accidente: Un reencuentro con un hombre unidimensional. En E. Castro (Coord.), Lecturas de la fragilidad: Educación ambiental y pandemia (pp. 132–157). La Zonámbula.
  • Instituto Nacional de las Mujeres (INMujeres). (2020, 12 de diciembre). Las mujeres y el trabajo en el contexto de la pandemia en México. http://cedoc.inmujeres.gob.mx/documentos_download/BA6N12.pdf.
  • McIntyre, L. (2021). Talking to science deniers and sceptics is not hopeless. Nature, 596(7871), 165. https://doi.org/10.1038/d41586-021-02152-y.


Recepción: 2024/11/06. Aceptación: 2025/02/10. Publicación: 2025/05/05.

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Revista Digital Universitaria Publicación bimestral Vol. 18, Núm. 6julio-agosto 2017 ISSN: 1607 - 6079