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La herencia, el contacto

En un país como el nuestro es probable que todos los escritores o intelectuales hayan tenido una relación directa con la obra de Octavio Paz. Pudieron haber sido sus colaboradores cercanos, ignorados por él, rechazados de la revista Vuelta, alabados en una reseña, pero no hay quien no haya estado en contacto con su sombra, lo haya odiado o alabado. En su caso Jorge Hernández se siente afortunado de haber convivido con Paz en diversas ocasiones:

Vi a Octavio Paz por primera vez cuando terminé mi carrera en México y me fui a estudiar mi doctorado a España. Fue en Sevilla, en el marco a un homenaje a Luis Cernuda y él no solamente fue muy amable, sino también muy generoso; me prestó dinero, me preguntó que estaba estudiando, pero con interés, es decir las preguntas que hacía no eran al aire, le llamaba la atención mi tesis que es sobre los compañeros de Hernán Cortés, la biografía de la conquista en México y sabía muchísimo del tema, como de muchas cosas. Y bueno, me dijo que cuando yo quisiera estaban abiertas las puertas de la revista Vuelta. Fue hasta que regresé de España, más o menos al año de haberlo conocido, que fui a buscarlo a Coyoacán y empecé a colaborar en la revista. Hice muy poco: algunas reseñas, un texto sobre Ibargüengoitia, pero más que publicar lo que fue muy nutritivo intelectualmente fue conversar con él cuando se podía y hacia el final de su vida me tocó por azar ser el editor de los dos tomos de Algunas campañas, el libro de su abuelo Irineo Paz en el Fondo de Cultura Económica. Entonces estuve trabajando con Octavio las fotografías que se iban a Incluir y algunas correcciones de erratas que tenía el texto. Eso motivó que pudiéramos platicar, quizá tener un poco más de confianza, tanta que al filo de que se incendiara su apartamento me tocó en suerte editar un pequeño libro que él mismo tituló: Claridad errante que quizá es de los últimos libros que publicó Octavio en vida habiendo cuidado él mismo la edición. Octavio es de los grandes poetas, que para colmo me tocó verlo comer, caminar hablar con él. Eso era muy impresionante.

A mi sí me emociona decirlo; yo sé que muchos escritores y muchas personas lo niegan, porque no es “buena onda” o se ve mal, pero a mi me tiemblan las piernas con las figuras del toreo, con los toreros que son figuras, no tienes idea qué nervioso me pongo, hasta tartamudeo, no con cualquiera, sólo con los que son figuras de a de veras, y eso me pasa con los grandes escritores que admiro, aunque llegue a ser cercano a ellos o llegue a tratarlos como amigos. Por ejemplo, yo tengo amistad con Carlos Fuentes y me sigo poniendo muy nervioso cuando estoy con él. Con Octavio parecía que le salía luz de los poros. Tenía la gentileza de preguntarte cosas como si tú fueras inteligente, y la conversación la establecía con la bondad de considerar lo que estabas diciendo, no con la distancia sangrona de que le vale madres lo que estás hablando. No, a él le interesaba tu conversación. Yo por ejemplo, en el 95 andaba de luto porque se había muerto Elizabeth Montgomery, y a Octavio le preocupó saber quién era, le dije que era la actriz que hacía Hechizada, claro que le causó no risa, pero sí extrañeza, pero bueno, por lo menos me preguntó por qué veía ese programa y por qué le tenía tanto cariño, yo estaba enamorado de Elizabeth Montgomery desde niño.

Entonces mi relación con él ha sido hasta ahora y cada día que pasa, de gratitud de aprendizaje y de mudo testigo de muchas batallas que le tocó librar: desde las intelectuales o literarias hasta las de su salud, porque después de que se incendió su apartamento, fue muy notorio como decayó su salud. Alcancé a despedirme cuando ya estaba en Francisco Sosa, muy poco antes de que falleciera -creo que hubo un ágape ahí, creo que por el premio que se le dio a Fernando del Paso- y me tocó verlo y digamos que nos despedimos bien, esa es mi relación.

 

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