Vol. 26, núm. 5 noviembre-enero 2026
Voces de Maratuma: entre la esquizofrenia y la escritura
Mariel Anahí Pérez Rodríguez CitaResumen
A veces, las historias reales se pueden plasmar en pequeños cuentos, posibilitando el traslado de los tiempos y sintiendo paisajes y texturas a través de la escritura. Pero hay historias que no alcanzan con los cuentos: historias fugaces, dolores solitarios, personajes insipientes que terminan llenando de consuelo nuestros corazones. La siguiente historia compila diversas anécdotas de personas que viven con esquizofrenia, cuya soledad los acompaña y que, a veces, la sociedad desconoce. Conozcamos estas historias de personas con esquizofrenia, condensadas bajo un mismo nombre: Maratuma.
Palabras clave: esquizofrenia, historias de vida, salud mental, soledad, aislamiento, estigma social.
Voices of Maratuma: Between Schizophrenia and Writing
Abstract
Sometimes real-life stories can be captured in short tales, allowing the passage of time to be experienced and landscapes and textures to be felt through writing. Yet some stories cannot be fully conveyed through tales: fleeting stories, solitary pains, insipid characters that end up filling our hearts with comfort. The following narrative compiles various anecdotes of people living with schizophrenia, whose solitude accompanies them and whose experiences are sometimes unknown to society. Let us explore these stories of people with schizophrenia, condensed under a single name: Maratuma.
Keywords: schizophrenia, life stories, mental health, solitude, isolation, social stigma.
La historia desglosada en El apartamento 12 nace de la necesidad urgente de dar voz a aquellas personas que permanecen silenciadas bajo el peso del estigma, el desconocimiento y la soledad (Mannarini et al., 2022). Maratuma es el personaje central de la historia, quien representa no solo a una persona con esquizofrenia, sino a muchas otras cuyas vidas y experiencias quedan relegadas a los márgenes del discurso social, a la exclusión e incomprensión. En la actualidad, la enfermedad mental suele reducirse a diagnósticos clínicos (Huertas, 2011). Este texto propone una narrativa alternativa: la de la vida subjetiva, con altibajos, contradictoria, que resiste al olvido con su historia propia.
La principal motivación surge del trabajo clínico, humano y ético con personas diagnosticadas con esquizofrenia, pero también de la inquietud literaria por narrar relatos que no patologicen el dolor, sino que lo hagan poéticamente habitable. El apartamento 12 busca contrarrestar la deshumanización con la que frecuentemente se aborda la “locura”, principalmente la esquizofrenia, intentando narrar el sufrimiento sin encerrarlo en etiquetas, mostrando que detrás del síntoma hay una historia, una infancia, una memoria que se aferra a objetos tan pequeños como una cajita musical. Al mismo tiempo, el personaje logra encontrar, a través de la escritura, un dispositivo de ayuda e introspección.
Trabajar con personas con diagnósticos psiquiátricos me ha enseñado que la vida puede doler en silencio y que sus palabras requieren que la sociedad las conozca sin la necesidad de revestirlas de ominosidad. Usualmente, el sufrimiento de las personas con algún diagnóstico psiquiátrico aparta su humanidad de la sociedad (Mannoni, 2000). Y ante ello cabe preguntarnos: ¿por qué tememos tanto a la locura? ¿Por qué negamos la humanidad de quienes no pueden seguir el ritmo social? La historia de Maratuma refleja una experiencia universal: el deseo de ser escuchado, comprendido, de que nuestras palabras perduren incluso cuando nuestra voz se apaga.
El apartamento 12 es, por tanto, un homenaje y un recordatorio a quienes han sido expulsados del lenguaje, a los que transforman el dolor en escritura, a los que sobreviven en los márgenes de la memoria colectiva. Su pertinencia radica en la posibilidad de abrir un espacio de escucha, empatía y reflexión sobre la salud mental, el estigma y la dignidad humana.
El apartamento 12
Maratuma vivía apartado de la ciudad ordinaria, lejos del bullicio callejero, de los automóviles y principalmente de los seres humanos. Su piel era delgada, helada y delicada; su cabello era como el viento: difuso y rebelde; su voz, un poco muda. De pequeño, prefería quedarse en su habitación, pequeñita y con escasa calidez. Sus padres peleaban casi con la misma frecuencia que las horas de un reloj.
A la edad de cuatro años presenció un evento áspero, que nombró: “La evanescencia”. Tenía una pequeña cajita musical, que daba marcha a ella para silenciar los ruidos estrepitosos de su hogar. Maratuma había dejado los cuatro años hace más de treinta años. La pequeña cajita musical la conservaba, aunque no tangiblemente, pues en lo más recóndito de sus memorias se encontraba ella, esperándolo para hacerse sonar.
Maratuma consideraba que la cajita musical había sido transformada; quizá ya no era precisamente música la que se hacía oír. En algunas ocasiones escuchaba pequeñas vocecitas, pero ¡vaya que aminoraban el malestar! Aunque también el lorazepam, risperidona, aripiprazol, sertralina y clozapina. Este manjar tenía varios efectos secundarios: las palabras salían de su boca lentas, barridas y, a veces, diferentes. También sus ojos no podían enfocarse en un punto específico; divagaban un poco, principalmente su ojo derecho. El sentido del oído se agudizaba tanto que podía escuchar la puerta del frigorífico abrirse en la casa de sus vecinos, lo que lo irritaba demasiado, y por las noches, el sonido de su ritmo cardíaco le robaba el sueño.
Maratuma decía que había perdido algo, ese pequeño impulso que te hace moverte, comer o caminar, y que le llaman “felicidad”. Pareciera que algún día la tuvo, pero después la perdió. Las personas consideran que la felicidad viene dada desde el nacimiento y que la tristeza llega como una enfermedad sin aviso aparente, incrementándose poco a poco, y que con ayuda de medicamentos se puede curar. Pero Maratuma no estaba muy convencido de ello; para él, la felicidad no estuvo desde su nacimiento.
La evanescencia
Los padres de Maratuma jamás desearon concebir hijos. A la edad de veinticinco años, la madre quedó embarazada; en aquel momento entristeció y su cuerpo empezó a cambiar. Nueve meses después nació Maratuma, un bebé físicamente sano y, aunque en general su madre lo procuraba, lo alimentaba y lo vestía, no lo amaba. Su padre nunca estuvo presente; trabajaba demasiado, pero cuando se encontraba en casa, la violencia física y psicológica era perpetua. Cuando Maratuma celebraba su cuarto cumpleaños, los padres discutieron más de lo habitual, golpeando el padre tan fuerte a la madre que Maratuma ni siquiera pudo llorar.
Presenciando aquel evento, su garganta se cerró junto con sus ojos y su corazón. Ese día, su pequeña cajita musical se guardó para siempre en sus memorias. Ese momento quedó borrado de la historia de Maratuma, o quizá así lo hubiera deseado.
Quizá te preguntes cómo lo sé. Bueno, Maratuma fue ingresado a una casa hogar, donde conoció a su terapeuta, quien lo ayudó en su proceso de readaptación. En ocasiones, las historias y los traumas no se borran; queda una huella siempre.
Digamos que la vida se va dibujando en un papel calca, que sirve para copiar en otra hoja lo que escribes en la primera. Queda una copia casi idéntica; al papel calca le queda una marca, aunque a simple vista no se vea. Y así es como la evanescente historia de Maratuma cobró lucidez cuando se la contó a su terapeuta. En la casa hogar solamente estuvo hasta los quince años; después fue desalojado y dejado a su suerte. Nunca más se le vio, aunque a veces su terapeuta le recuerda e intenta escribir su historia en un par de hojas sueltas.
Maratuma creció más solitario que acompañado. Las personas lo refutaban, a veces se burlaban de él, y lo que siempre sucedía era el juicio y rechazo de los demás hacia él. Las personas son crueles cuando la ignorancia se apodera de ellas. Maratuma no era ignorante; todo lo contrario, sabía perfectamente que aquella sombra del recuerdo evanescente lo acechaba. Y su pasado no estaba completamente borrado como él lo hubiese querido. La pregunta que lo ocupaba la mayor parte del tiempo, y su ardua incertidumbre, vacilaba en lo siguiente: “¿Cómo se puede liberar del pasado evanescente?”
En diversos intentos por responderse, para recordarse y saberse presente, Maratuma reposaba en el apartamento 12, el último piso de aquel condominio, el más cercano al cielo y el más lejano al suelo. Mientras la pregunta permanecía como un eco sonoro, escribió lo siguiente:
El reflejo del espejo
Una historia escrita por Maratuma en un invierno empezaba describiendo una familia conversando a un costado de una cálida fogata, los regalos increíbles que se daban entre ellos y un pequeño niño al fondo sollozando. Maratuma se detuvo un momento; las manos ya no respondían y la escritura se detenía junto con su respiración. Vaciló y abruptamente se levantó de la silla para mirar por tres segundos aquel reflejo.
Las historias escritas estaban tan distorsionadas que no sabía cuál era la verdadera, si alguna vez fue niño o si alguna vez enfermó. El tiempo parecía roto, con surcos descompuestos; sus pensamientos eran tan opacos que su nombre le parecía tan lejano a él. Durante tres segundos, su reflejo se esfumó. Maratuma se miró, miró su reflejo, y en el reflejo capturado por sus ojos se demostró el quiebre de su vida: una mirada vacía, un rostro ominoso, una piel con vestigios inefables de angustia, grietas que mostraban el correr de los años, y la soledad incipiente retornando en su reflejo.
En tres segundos recorrió con sus ojos el reflejo incompleto. La cajita musical resonó en su interior; las voces, sonidos, llantos, risas y silencios se revivieron tanto que no pudo más que apartarse de su reflejo. Consternado recordó que su vida sucedió con amargura; su enfermedad lo consumió, dejándole sin reflejo. Sus memorias eran tan inciertas que prefería vivirse a través de su escritura: deformada, acomodada, distorsionada. Las burlas de los otros retumbaban como llantos. Maratuma, solitario, con preguntas y mil dudas, con angustias acalladas bajo sus escrituras, sufrió durante tres décadas. Aceptó que sus memorias escritas en aquellos muros altísimos eran falsas y entendió el tergiverso de sus historias acomodadas en fantasías que ocultaban el desamparo y el dolor exasperante.
Su historia evanescente gritó implacablemente su reconocimiento. Entendió que vivía en un mundo de rechazo, de aquellos que gozaban a costa de su llanto, y comprendió que la vida le era tan difícil que su único refugio se encontraba en sus memorias. Una gran incomprensión de la sociedad, que acarrea el estigma hacia aquellos que permanecen en silencio o ríen a los cuatro vientos “sin sentido”, permeaba su vida desde hace tres décadas.
En el apartamento 12, en el infinito sigilo de la madrugada, Maratuma cerró sus ojos como si intentara dormir, quedándose eternamente en un sueño donde jamás la soledad fuera su consuelo, ni las burlas o el rechazo acecharan sus pasos. Esa madrugada, la cajita musical, sus voces y él dejaron de escucharse para siempre.
Para todos aquellos a quienes la agonía les ha robado sus memorias, donde sus voces se han mudado a su interior, resonando por su salvación.
Escucha el audio: El apartamento 12 (narración sonora).
Recursos adicionales
- Esquizofrenia y estigma social. (s. f.). Un Ensayo Para Mí. https://www.unensayoparami.org/es/noticias-medicas/articulo/esquizofrenia-estigma-social.
- Sánchez, L. G. (2023, 26 marzo). Ni agresivos ni peligrosos ni impredecibles: la esquizofrenia más allá del estigma. RTVE.es. https://www.rtve.es/noticias/20230326/estigma-esquizofrenia/2431577.shtml.
- Pérez Rodríguez, M. A. (2024). Del estigma a la estima de la esquizofrenia. Con Evidencia, (3), 27–29. https://doi.org/10.32870/ce.vi3.52.
Referencias
- Huertas, R. (2011). En torno a la construcción social de la locura: Ian Hacking y la historia cultural de la psiquiatría. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 31(111), 437-456. https://dx.doi.org/10.4321/S0211-57352011000300004.
- Mannarini, S., Taccini, F., Sato, I., y Rossi, A. A. (2022). Understanding stigma toward schizophrenia. Psychiatry Research, 318, 114970. https://doi.org/10.1016/j.psychres.2022.114970.
- Mannoni, M. (2000). El psiquiatra, su “loco” y el psicoanálisis. Siglo xxi.
Recepción: 2024/06/06. Aceptación: 2025/08/15. Publicación: 2025/11/03.




Aportes de Vasconcelos a la educación mexicana
José Vasconcelos fue un hombre multifacético, como rector de la Universidad Nacional realizó acciones que rebasaron ampliamente el ámbito universitario. Trabajó por la restitución y organización de una Secretaría de Educación que tuviera alcance y atribuciones en todo el país.
Desde la Universidad impulsó una ambiciosa campaña de alfabetización, la cual complementó con la edición masiva de publicaciones clásicas, logrando que el gobierno pusiera al servicio del Departamento Universitario las prensas de la Nación, de las que salieron miles de ejemplares de libros de autores clásicos y mexicanos.
Así mismo, creó el Departamento de Desayunos Escolares que inició su servicio el 9 de mayo de 1921.
Como secretario de educación llevó las ideas de la Revolución a la educación del pueblo mexicano:
Duplicó el número de escuelas, de maestros e impulsó la educación indígena.
Estableció y promovió la escuela rural y las misiones rurales para mejorar el nivel de vida del campesinado mexicano.
Impulsó la educación técnica e industrial para los habitantes de las ciudades.
Aumentó el número de bibliotecas de diverso tipo: fijas y ambulantes, rurales y urbanas, las cuales dotó de libros que permitieran popularizar la alta cultura y fortalecer la instrucción escolar.
Abrió la enseñanza secundaria y superior a un mayor número de estudiantes.
La formación integral que concebía, incorporó la práctica de la gimnasia y el arte dentro y fuera de las escuelas; transformó las prácticas educativas, sacándolas de las aulas.
Rescató edificios de valor histórico, que se destinaron a tareas de gestión –como el que alberga la SEP–, educación y difusión de la cultura, y llevó el arte a sus muros.
Generó una nueva estética nacional, fomentando el desarrollo y la renovación de la pintura, la escultura, el teatro, la danza y la música –la que apoyó con la creación de orfeones y orquestas–; logró que se revaloraran las artes populares mexicanas.
Rescató y reorganizó los institutos de cultura artística superior como la Antigua Academia de Bellas Artes, el Museo Nacional y el Conservatorio de Música.
Fundó y editó la revista El Maestro. Editó las antologías Lecturas Clásicas para Niños y Lecturas Clásicas para Mujeres, ésta última preparada por la educadora chilena Gabriela Mistral.