Vol. 24, núm. 6 noviembre-diciembre 2023

Cuando el soñar despierto nos separa de la realidad

José Luis Rosario Pelayo Cita

Resumen

La realidad es uno de los conceptos más complejos a los que el ser humano se puede enfrentar. Generalmente, al describir la realidad lo hacemos con base en lo que perciben nuestros sentidos. Aquello que podemos ver, tocar, escuchar, probar y oler es, en esencia, real. El problema surge cuando por mucho que nuestros sentidos estén registrando información, no existe un ancla con la realidad, no la concebimos como nuestra. La desrealización-despersonalización es un trastorno disociativo por el que llegamos a sentirnos separados de nosotros mismos y de nuestro entorno. En este breve ensayo nos dispondremos a reflexionar sobre este fenómeno. Asimismo, arribamos a una conclusión: sea cual sea el trastorno que nos aqueje, debemos buscar el apoyo de las y los profesionales de la salud.
Palabras clave: trastorno de despersonalización-desrealización, disociación, desrealización, despersonalización, psicoterapia, consciencia plena.

When daydreaming separates us from reality

Abstract

Reality is one of the most complex concepts that human beings can face. Generally, we base reality on what our senses perceive. What we see, touch, hear, taste and smell is, in essence, real. The problem arises when, even if our senses are registering information, there is no anchor with reality, we do not conceive it as ours. Derealization-depersonalization is a dissociative disorder in which we feel separated from ourselves and our surroundings. In this brief essay we will reflect on this phenomenon. Additionally, we come to a conclusion: whatever disorder afflicts us, we must seek the support of health professionals.
Keywords: depersonalization-derealization disorder, dissociation, derealization, depersonalization, psychotherapy, mindfulness.

Y todo empezó como un cuento: ¿qué tan real es lo irreal?

Tengo la capacidad de perder el contacto con la realidad. Si me lo propongo, puedo abstraerme de lo que me rodea: comienzo por desconocer el lugar, el tiempo, los nombres, el entorno. Intento regresar lo más pronto posible: siempre he tenido miedo que, de hacerlo con tanto esfuerzo, no pueda volver…

El párrafo que nos antecede pertenece a las primeras líneas de un cuento que no logré publicar. La idea daba cuenta de una sensación de despersonalización-desrealización, momentos que llegué a experimentar desde la infancia, tal y como lo quise dar a entender en el cuento. El protagonista, quien por diversión se abstrae del entorno, no logra darse cuenta de la desaparición de un menor de edad.

Siempre pensé que el abstraerse de la realidad era una forma de superpoder, uno de esos artilugios infantiles, por llamarlos de alguna manera, con los cuales se podría jugar e imaginar escenarios increíbles. Tal vez en un estado de disociación —después comprendí que se trataba de un estado mental— podría recrear la atmósfera de alguno de los cuentos de Mircea Cărtărescu, en donde todo en la infancia es posible: desvanecer una realidad para llegar a otra.

Todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos utilizado la locución de “soñar despierto” para referirnos a determinados deseos, planes que forman parte indiscutible de nuestros sueños y, claro, que llegan a incentivar nuestros propios proyectos de vida. El soñar despierto es bueno cuando queremos fijar una meta, generalmente de largo alcance. ¿Pero qué pasa cuando ese sueño parece irse de nuestras manos? Y no me refiero a que ese anhelo sea perfecto y alcance la realidad de manera inmediata, sino, más bien, cuando aquello que rodea al sueño, la estructura con la cual lo pensaste o diseñaste, se apropia de tu realidad, haciéndola parecer como una situación en segundo plano.

El soñar despierto es aterrador cuando parece no haber distinción entre lo que se sueña y lo que se vive. El aquí y el ahora se vuelve una idea confusa. Con la desrealización, el soñar despierto va de una idealización cursi de lo que anhelamos en la vida a un estado de confusión, en el que no se logra comprender si lo que están registrando los sentidos es real o no, o si se trata de un sueño. Todo esto es difícil de entender, lo sé. Al igual que ustedes, no sabía que tenía un nombre. Y mucho menos lo lograba dimensionar cuando estaba en la infancia o adolescencia.

Recordando aquellas experiencias y experimentándolas con mayor frecuencia, cierto día decidí ingresar en el buscador de internet las siguientes preguntas: ¿por qué sientes que las cosas que te rodean no son reales?, ¿alguna vez has sentido como si no fueras tú? Y ¿puedes abstraerte de la realidad? Cerca de 11,000,000 resultados (0.80 segundos).

En el mismo orden de ideas, si googleamos las palabras desrealización y despersonalización, nos sorprenderá la cantidad de información que nos arroja y que, en la mayoría de las ocasiones, parece respondernos las preguntas que esbocé. El famoso Manual de Merck (msd) nos dice, en esencia, que el trastorno de desrealización es una sensación persistente o repetitiva de sentirse desconectado de nuestro entorno.

Si alguien me preguntara sobre la desrealización desde el punto de vista de la ciencia ficción, podría decirle, sin temor a equivocarme, que estas sensaciones me hacen ser un espectador de la vida, alguien quien, al estar detrás de una gran pantalla, mira la cotidianidad del protagonista de alguna película. Y si quisiera ir más allá, podría decirle que se siente como si hubiera un error constante en la matrix.


TImagen de desconexión con la realidad

Regresando a la realidad que implica este breve ensayo, lo que también llamó mi atención en el manual es que se sostiene que el trastorno de despersonalización-desrealización puede comenzar durante la primera infancia o hacia la mitad de la misma. Y no es para menos. Es en estas etapas donde se encuentran nuestros traumas más importantes. También nos indican que este sentimiento, esta desconexión de sí mismos o del entorno, suele ocurrir después que una persona se exponga a un peligro potencialmente letal, consumo de ciertas drogas recreativas, cansancio extremo, alteraciones del sueño, entre otras.

Platicando con una profesional de salud, me comentó que la desrealización puede ser una respuesta ante un trauma que vivimos en algún momento de nuestras vidas y que nuestra mente, al recordar dicha situación, se desconecta del entorno para protegernos. Evidentemente, hay situaciones en las que dicha desconexión se vuelve más agobiante: ataques de pánico, estrés, ansiedad, entre otras.

Sin embargo, por mucho que la idea suene complicada, difícil de comprender para quienes no la han experimentado, y de explicar por quienes la hemos padecido, hasta el momento no parece ser un trastorno que pudiera poner en peligro la vida. Desde luego, al tratarse de un padecimiento en el que está involucrado nuestro cerebro, es difícil no pensar en el peligro en el que pudiésemos estar.

Existen ya canales en YouTube en los que se explica, a grandes rasgos, el trastorno de la desrealización/despersonalización, en donde, además, se leen las experiencias de quienes la han padecido, lo cual es de gran ayuda para quienes se sientan solos con estas experiencias, o para quienes piensen que están perdiendo el control de la situación. Y lo más importante, en estos espacios se logran leer los casos de éxito de aquellas personas que han logrado sobrellevar el trastorno y han hecho de su vida un cúmulo de sensaciones más apacibles.

De cualquier forma, el compartir esto, ya sea en este tipo de publicaciones, en redes sociales o foros, podría ayudar a que más personas que experimentan estas sensaciones se acerquen con profesionales de la salud, ya sea para descartar el trastorno o, en su caso, para confirmarlo y tratar con él. Aquí, lo realmente relevante es no dar nada por sentado, pues, aunque se trata de un padecimiento que no llega a poner en riesgo la vida, lo cierto es que, si no se atiende de manera adecuada, puede llegar a paralizar nuestras actividades cotidianas, al grado de perder el interés por las cosas que normalmente nos gustan o nos hacen felices.

Sé que suena bastante complicado, pero lo ideal para quien sufre este tipo de trastornos, según lo trabajado con un profesional de la salud, es mantener la calma, pensar en el aquí y ahora y concentrarnos en nuestra respiración, utilizar los cinco sentidos al realizar una actividad tan sencilla como describir el entorno, un parque, la calle, nuestro hogar, las personas con las que estamos, en fin. Lo más importante para quienes se enfrentan a estos trastornos disociativos es, por supuesto, pedir ayuda. La psicoterapia puede ser un gran aliciente para este padecimiento que, si bien no tiene una cura, puede hacerse más llevadero el trance. Asimismo, técnicas como mindfulness pueden ayudar a los pacientes a tomar el control del aquí y ahora, a través de la atención y consciencia plena.

Reflexiones finales

Para terminar, reitero la importancia de soñar despierto, pues ello nos ayuda a luchar y trabajar por nuestros anhelos y, algún día, hacerlos realidad. Pero también en esos planes debe de estar cuidar nuestra salud mental, el hacernos responsables de nuestras sensaciones y sentimientos presentes, y además, del pasado, con el fin de tratar todos esos traumas que, en la mayoría de las ocasiones, no solemos identificar hasta que el propio cuerpo nos lo exige.

Y para quienes el sueño se ha vuelto casi una realidad (y en algunos casos pesadilla), lo importante es dejar de estigmatizar la salud mental, buscar a profesionales de la salud mental y optar por la terapia y grupos de ayuda. Aunque la desrealización-despersonalización casi no es tomada en cuenta, lo cierto es que actualmente contamos con grupos que difunden información certera y oportuna sobre el tema, compartiendo testimonios de personas que han padecido el trastorno y, mejor aún, con algunas técnicas que les han servido para lograr sobrellevarlo y, en algunos casos, superarlo.

Referencias

  • Spiegel, D. (2023). Trastorno de despersonalización/desrealización. Manual Merck Sharp and Dohme (msd). Versión para profesionales. https://tinyurl.com/ytrxwphs

Recepción: 30/08/2023. Aceptación: 20/09/2023.

Vol. 24, núm. 6 noviembre-diciembre 2023

Debemos escondernos

Doxa Cita

Resumen

En este texto muy personal, con tintes de humor y hasta melodrama, el autor comparte cómo es el trastorno limítrofe de personalidad: las características de esta condición, las dificultades a las que se enfrentó para encontrar el diagnóstico adecuado, la experiencia de vivirlo, las altas y las bajas que ha atravesado, así como las herramientas que ha aprendido a lo largo de su camino.
Palabras clave: neurodivergente, trastorno límite de la personalidad, testimonio, diagnóstico, estrategias de afrontamiento.

Must we hide

Abstract

In this very personal text, with humor and even melodrama, the author shares what borderline personality disorder is: the characteristics of this condition, the difficulties he faced in finding the right diagnosis, the experience of living it, the ups and downs he has gone through, as well as the tools he has learned along his path.
Keywords: neurodivergent, borderline personality disorder, testimony, diagnosis, coping mechanisms.



You see I cannot be forsaken
Because I’m not the only one
We walk amongst you feeding, raping
Must we hide from everyone?1
David Draiman

Introducción

—Usted solito puede— dijo la doctora y cerró su librito negro con los apuntes de quién sabe cuántas historias de loquitos. Sonrió incómodamente, se puso de pie y abrió la puerta. Salí sin darme cuenta, no sentía el cuerpo ni nada; cuando volví en mí, sólo podía pensar en el fuego abrasando su consultorio. No sé por qué fuego. No sé por qué muchas ideas cruzan mi mente, pareciera que ésta tiene su propia imaginación, las más de las veces poco sana.

Debí de comenzar explicando mi padecimiento, pero me gusta ser melodramático (lo cual es rasgo del mismo, por cierto). Padezco trastorno limítrofe de la personalidad; los amigos le decimos border. Según el dsm-52 (la venganza del dsm), en la página 666 (American Psychiatric Association, 2013), quienes padecen esta enfermedad se caracterizan por no poder tener relaciones duraderas —en verdad es entre las páginas 666 y 668, pero les dije: melodramático—. También dice en este texto que podemos ser hasta el 10% de la población mundial y que la propensión al suicidio es del 50%. Me gustan esos números; soy bueno para los volados. Esta es la versión oficial; a mí me gusta explicarlo de otra manera.

Mis emociones están descompuestas. No tienen freno. Cuando me enojo puedo ser muy violento. Me rompí la nariz a mí mismo por ello y tengo los brazos llenos de cicatrices, que provocan las más distintas reacciones: desde reírse, preguntando si era emo, hasta voltear la mirada disimuladamente; la peor fue la de mi familia: —Deberías de matarte y dejarle de hacerle al cuento. De igual manera que la brutalidad, cuando me enamoro me infatúo horriblemente. Y el resto de mis emociones tampoco calibran bien sus medidores: puedo reírme cuando veo una tragedia y deprimirme horas porque en el autoestéreo sonó una canción triste.

Se siente raro verlo en unas líneas. Es culpa de los editores que me dieron poquito espacio, pero también han sido los años de resumirlo ante distintos profesionales de la salud. La mayoría no quiere atenderme; no los culpo, para ser sincero. Tardé diez años en lograr el diagnóstico adecuado y supe que era el correcto porque nunca lo había escuchado y, cuando lo leí, sonaba a una descripción exacta de mí. Incluso aún hoy no entiendo la relación que tienen algunas cosas con mi padecimiento, pero que resultaron ciertas, como el hecho de que me gustan las pertenencias ajenas, aunque sean inútiles, por ejemplo, un cepillo o una prenda —no hablemos del teléfono de los demás—; aunque nunca me he robado nada por increíble que parezca.

Hay tres sujetos que pueden atender mi situación: los psicólogos, los psiquiatras o los psiquiátricos —también el hacer las cosas en forma de lista me reconforta, ignoro la razón, pero eso me lo enseñó mi primer buena doctora—. Al comienzo, cuando busqué ayuda en el psiquiátrico no me recibieron: —Debe de venir con alguien —dijo la persona que atendía la ventanilla del San Bernardino. Me salí de ahí y lloré (dramas). No entendía cómo esperaban que llegara acompañado y de voluntad propia juntos; creo que es un milagro que yo volviera años después.

Cuando ya tenía diagnóstico me sentí más seguro: era como darle cara al monstruo finalmente y sabía que debía haber una manera de vencerlo. Me habían canalizado del salón D de la Facultad de Psicología, donde me hicieron una evaluación y la pusieron en un sobre que no debía de abrir, sino entregarle al hospital. Por supuesto no pude obedecer, después de todo, en la hoja carta decía “tendencias a delinquir” y hubiera sido descortés hacer quedar mal a la misiva. Fue la primera vez que lo leí: trastorno limítrofe de la personalidad. Sonaba fancy. Cuando lo busqué me calzaba a la perfección. Como con la magia, nombrarlo ayudó. Era tangible. Real. No era yo con mis tonterías, era un padecimiento real, como la diabetes, y sabiendo qué era, ya podía combatirlo: así que finalmente decidí atenderme.

No logré mantenerme en el famoso hospital. Otro problema de la enfermedad es que tiendes a dejar las cosas inconclusas. En cuanto me dejaron dos horas en fila, dejé de ir. La siguiente vez, quizá dos o tres meses más tarde, acudí a un psicólogo gratuito de la alcaldía Cuauhtémoc. No les dije la evaluación, sólo les mencioné que necesitaba ayuda. Me dieron sertralina, que nunca me ha hecho nada más que revolverme el estómago, pero el pasante de medicina me envió con una psicóloga, quien resultó muy buena. Particular. Era lo máximo. El problema es que cobraba trescientos pesos por consulta, que, me dicen mis amigos fresas, es un buen precio para terapia. En mi caso resultaba demasiado. Si estar mal de la cabeza es difícil, no les cuento si le agregamos nacer pobre —dije que era bueno para los volados, no que tuviera suerte—.

Fui tres veces con ella, a quien mantendré en el anonimato porque sus métodos no les gustan a algunos de sus correligionarios y no vaya a ser… La primera reunión me dijo que me sentía muy rígido, como si estuviera escondiendo algo. Un delito, sospecho que sospechaba (también la paranoia me es muy común). Aunque eso sí puedo decirlo: nunca he roto ninguna ley. Sí he hecho cosas que no me orgullecen, pero tampoco como para que me estuviera escondiendo, eso sería tonto (o un cri de coeur;3 vaya las cosas que uno aprende investigando sus propios problemas psicológicos).

Por esa coraza que traía, ella quiso hacerme un procedimiento que no sé cómo se llama. Más tarde, un par de amigos psicólogos me han dicho que no les gusta: es muy intrusivo, aunque vaya que funciona. Cerré los ojos, me dijo unas palabras mágicas que no puedo repetir y me pidió hablar todo lo que debía de decir. Lloré. Amarga, duramente. También he visto que ese proceso se lo hacen a las personas para lavarles el cerebro cuando entran a una secta, menos mal que la doctora anónima estaba de mi lado, pues de sólo recordarlo mientras escribo siento el mismo nudo en la garganta de aquella tarde. Al terminar respiraba como si acabara de correr un maratón y sudaba. Me dolía todo, como si me hubiera aventado debajo del metro. Sin embargo, me sentía bien. Después de eso pudo ayudarme un poco y me dio herramientas, de las pocas que tengo, las mejores. Me enseñó a respirar ante posibles ataques de pánico (con el diafragma, como hacen los cantantes) y a hacer listas de las cosas que pasan en mi vida, lo que me ayuda a tener cierto sentido de control. Por desgracia un día ya no pude pagar y no volvimos a vernos. En ese tiempo me sentí enojado. Nunca supimos más del otro. Me molesté porque creí que debería de haberse preocupado de mí, pero a la mala entendí que eso no iba a pasar.

● ● ●

“NO MAMES ERES TÚ”. Fue el primer mensaje que me apareció en la aplicación de citas, seguido de: “No puedo creer que no te mataste alv”. No estaba bromeando. Era totalmente honesta y la noté, en realidad, contenta. Era una one night stand de mi pasado (seguro ella me considera igual), que busqué alguna vez porque mi condición también me hace correr riesgos. La había conocido más de un lustro atrás: pasamos un buen rato juntos, pero nada más —por cierto, eso que se ha popularizado de que la gente con cierto tipo de problemas mentales es buena para la cama: totalmente cierto; de todos modos, me ofende que se haya dado a conocer—. Ella me encontró en una de mis peores facetas: fui nefasto, chocante, odioso; la verdad, no sé cómo me llegó a aguantar, no digamos pasar la noche a mi lado, dios la bendiga.

Tras todo lo que platico, pude dejar atrás las prácticas de autolesiones y los intentos de suicidio, que yo no les llamo tales porque de verdad nunca lo intenté o hubiera acabado haciéndolo. No obstante, en terapia se dice que cuando alguien ya lo planea de verdad, con fechas, lugares, modos y todo, ya es preocupante… He podido irlo dejando. La práctica. Las ideas esas nunca se van. Sólo uno aprende a no hacerles caso.

Justo por el hecho de que la doctora anónima me ayudó tanto, la actitud de la psicóloga, que llamaremos “esa/·$/($”, me dolió tanto. Ella era parte de cierta área de atención a la salud en la unam, aunque no quiero estigmatizar a mi alma máter: así como estaba aquella malvada, también tienen un servicio de atención psicológica (teléfono 55 56 22 01 27 y 31) que te atiende bastante bien si no tienes un padecimiento severo, como es mi caso. Si necesitas alguien que te escuche (y en ocasiones es justo lo que uno ocupa), es buen lugar para acudir. Lo malo es que ese día no quería sólo hablar. Necesitaba algo más fuerte y pasarían años antes de que encontrara la correcta: mis amados botoncitos…

Ese día quien se quemó fui yo: no sé cómo logré salir en una pieza y los días siguientes se desvanecen y confunden con la cotidianeidad. Considero que tuvimos suerte. Todos. Ella, porque la gente con mi problema puede ser muy peligrosa; yo, porque cuando haces una estupidez igual sigues pagando los platos rotos, estés en crisis o no. Así que, aunque resulte anticlimático, no puedo contar cómo logré contenerme esa vez, simplemente porque lo ignoro.

Dice el famoso libro que a los 40 se logra cierta estabilidad. Este año los cumplo. Y me siento bien. Aunque me hubiera gustado tener a quién acudir y saber dónde atenderme, pero, más que nada, que me dijeran qué chingados tenía y cómo podría enfrentarme a ese monstruo que era yo.

A veces mi cabeza me dice si no le estaré haciendo a la payasada. Si no será que quiero entrar en ese cajón, pero recuerdo que esas voces nos engañan (todos las escuchamos; la diferencia es qué nos dicen a nosotros). Por ejemplo, pienso en lo de no poder tener relaciones duraderas (o al caso: cualquier cosa, como es mi situación). Cuando el estrés me agobia, en situaciones limítrofes (nunca mejor dicho), mi persona entra en estado de alerta y se vuelve conflictivo. Entonces, es natural que, en una mala temporada, truene con mi pareja o abandone el trabajo. No es algo del todo consciente: sólo pasa que, cuando estoy en este estado, empeora mi padecimiento. El delirio de persecución es lo peor: siento que todos quieren hacerme daño y mi reacción normal es hacerlo yo antes. Además, se me alebresta el sentido de destrucción: me dan ganas de agarrarme a madrazos con alguien, pero como soy un cobarde (y abogado) prefiero irme contra cosas inanimadas. En esos momentos extremos arremeto contra lo que tenga enfrente. Me ciego a lo mucho que las personas me quieren, o a la buena chamba que conseguí y los abandono en algún ataque de furia. Sin mencionar que el alcohol sabe más sexi y puede llegar a noquearte; quién diría que era justo lo que yo necesitaba.

¿Han pensado eso de “ojalá pueda dormir tres días y no saber nada de nadie”? En mi última crisis terminé en otro consultorio y esa vez en el del psiquiatra. Es verdad que te ven dos minutos y te avientan un puñado de pastillas; en mi caso era justo lo que necesitaba. Tomar una es como tener un botón de reset; cuando es demasiado tomo una y hasta mañana… Y siempre, hasta la noche más oscura se termina. Es difícil controlarlas: se siente raro tener una caja de treinta pastillas y que una sola te mande a dormir, aunque lo he logrado. Es mejor de lo que tenía antes, cuando acabé en un sólo día con mucho de lo bueno que tuve en la vida; únicamente porque dios es muy grande pude volver a construirlo y no sé cuántos tienen esa fortuna (por cierto, soy ateo y esto es una manera de hablar; namás digo para que no vayan a pensar que la religión tuvo algo que ver). Cuando miro el pasado, me pregunto qué hubiera sucedido de no haber corrido con la suerte de encontrar cómo hacerme control alt supr yo solito.

Ya viendo el final de la página, quisiera hablar sobre qué les recomendaría sobre alguien como yo: huyan. Ja, ja, ja… Pero ya en serio: huyan. Es una condición muy difícil y, como vimos, apenas la mitad se salva. Si son del tipo “vaso medio lleno”, entonces, ya se quedaron con esa persona. Deben saber que es difícil, aunque no imposible. Tengan cuidado con los límites. Yo sé que todos merecemos una segunda y a veces tercera… Pero ¿cómo diferenciar a alguien como nosotros de alguien con problema de adicciones (que es otro tema)? ¿O alguien que nada más es un culero? Como no hay forma, lo mejor es tener siempre el radar encendido; caminar con precaución. Leer este texto, si no conoces a nadie así, es un buen principio.

Al final de cuentas creo que la doctora tenía razón: sólo uno mismo puede ayudarse. Sigo pensando que es una fregadera decirle a alguien en plena crisis que le eche ganas… Sin embargo, quizás había una pizca de razón en su manera de verlo. Me cuido ahora porque a todo mundo le vales madre. Hoy tengo muchas personas a quien amar, y cosas a las que dedicarle mi tiempo, como estas líneas, pero al final, estamos cada uno por sí mismo. Así nacimos y así hemos de morir. Pero me importo a mí. Espero no se lea como algo de libro de autoayuda —que también los recorrí buscando mi solución: no están tan peores y hay de libros a libros—, pero en último de los términos estamos solos. Si no vemos por nosotros, ¿quién? Así que me cuido porque nadie más va a hacerlo… A veces sí sucede, pero prefiero pensarlo como un seguro de vida: ojalá nunca lo ocupes, pero qué bien tenerlo si es el caso, ¿no?

Como encore, quisiera hablarte a ti, a mí: a nosotros. Tú que sabes que lo tienes o lo sospechas, éste u otro padecimiento, o nunca habías escuchado, pero algo te suena: así comencé. Ahora uso una combinación de coping mechanisms y medicamentos de prescripción. Depende de qué esté sucediendo; tengo una escala: si simplemente me cae mal, puedo sobrellevarlo con respirar o ejercicio, como me enseñó la doctora anónima. Algo intermedio requiere gritar donde no moleste (o asuste) a la gente; también tengo una pila de cosas que hacer. Logoterapia, dicen los ridículos, pero funciona. Voy guardando listas que hacer y las saco eventualmente: estoy retocando este escrito en una pésima temporada y ayuda a pasar la noche. Aunque siempre existirá un punto en que ya no puedo enfrentar al monstruo y en esos casos rompo el vidrio.

Los medicamentos me han ayudado. Desearía haberlo sabido antes; ojalá no hubiera satanizado la ayuda médica. Me hubiera gustado entender que intentar mejorar con fuerza de voluntad es absurdo como aguantarse la fiebre… Es el sistema queriéndote hacer menos. Hasta en estas emergencias hay niveles: media pastilla sería un defcon 3,4 una completa defcon 2. Nunca hemos visto el 1 y espero nunca lo veamos, pero de suceder me daría un consejo: busca ayuda. Algo habrá. No es sencillo, lo sé, mas debes escucharme, ¡oh!, yo del pasado. Te conozco y sé que me harás gestos o te reirás de mí, ocultando con sarcasmo el dolor, pero de verdad: it gets better.

Referencias



Recepción: 26/08/2023. Aprobación: 20/09/2023.

Vol. 24, núm. 6 noviembre-diciembre 2023

Lo que aprendí…

Mabel Rangel Mendoza Cita

Resumen

Cómo te ves a ti misma está influenciado por las cosas que te rodean: opiniones, prejuicios, medios de comunicación, amigos, familia, etcétera. Pero cuando pasas un tiempo prolongado aislada del mundo que conoces, todo esto cambia. La pandemia del COVID-19 nos orilló a ser nuestra propia compañía y, en más de un momento, resultó una experiencia extraña; diferentes temas pudieron haber aparecido en nuestra cabeza: la salud mental, la ansiedad y la depresión fueron tópicos constantes de reflexión. Algo es muy claro, cada persona es un mundo y eso se vio reflejado en este período (incluso hoy en día puede que la reflexión continue). Cada persona tuvo su propio camino a seguir, ya sea desde los problemas que enfrentó o sigue enfrentando, o los aprendizajes que decidió agregar a su persona. Somos el resultado de todas esas experiencias, nos hemos convertido en el reflejo del constante cambio, y tenemos un detonante de transformación en común. Puede que no todos se sientan cómodos compartiendo sus reflexiones y retrospectivas, pero quienes lo hacemos esperamos que, más allá de simplemente leer otro punto de vista, los lectores encuentren un punto en común, algo que muestre el factor humano que todos compartimos.
Palabras clave: reflexión, pandemia, covid-19, salud mental, ansiedad, depresión, resiliencia, cambio, experiencias, aislamiento.

What I learned…

Abstract

The way you see yourself is influenced by the things around you: opinions, prejudices, the media, friends, family, etc. But when you spend a long period of time isolated from the world you know, everything changes. The covid-19 pandemic led us to be our own company and, in more than one moment, it turned out to be a strange experience; different topics appeared in our heads: mental health, anxiety and depression were constant objects of reflection. Something is very clear: each person is a world and that was reflected in this period (even today, the reflection may continue). Each person had their own path to follow, either for the problems they faced (or continues to face) or the learning they decided to carry out. We are the result of all these experiences, we have become a reflection of constant change, and we share a transformation trigger. Not everyone may feel comfortable sharing their reflections and retrospectives, but those of us who do, we hope that the reader, beyond simply reading another point of view, will find common ground, something that shows the human factor we all share.
Keywords: reflection, pandemic, covid-19, mental health, anxiety, depression, resilience, change, experiences, isolation.

A tres años y cacho

Ya han pasado más de tres años desde la pandemia del covid-19. No obstante, parte de nuestras vidas siguen paralizadas. Muchos deciden olvidar y simplemente continuar. Cuando viajo en el transporte público, a veces, me quedo viendo los rostros de las personas y algunas preguntas surgen en mi cabeza: ¿cuál es su historia?, ¿habrán superado todo?, ¿aún evitarán temas relacionados con la pandemia como yo lo hago?

Demos la vuelta al reloj: a comienzos de marzo del 2020 me encontraba estudiando Artes Visuales en la Universidad Nacional Autónoma de México (unam); tenía a mis amistades, buenas calificaciones, iba a ir a ver a Harry Styles, acababa de cumplir 20 años (siempre me ha gustado que mi edad coincida con el año en el que nos encontramos). Habíamos estado en un paro escolar desde el semestre pasado y apenas estábamos regresando a las instalaciones, pero no pasó tanto tiempo antes de que nos dijeran que era necesario abandonarlas. Ya corrían rumores de la enfermedad y otros países habían declarado estado de emergencia. Yo comparaba todo con la cuarentena que tuvimos en el 2009 por el H1N1, recordaba que estaba en la primaria y simplemente estuve en casa unos días. Amigas y compañeros tenían esa misma referencia, así que no hubo una gran despedida al irnos de la facultad. No teníamos ni la más mínima idea de todo lo que se nos venía.

Un día antes del cumpleaños de mi hermana menor, fue declarada una pandemia, el 11 de marzo del 2020. Se sintió aún más real cuando hablaban de muertos y de la gente más propensa a enfermarse, o de las medidas de seguridad necesarias. Nunca habíamos vivido algo así; ya no podíamos salir, teníamos temor de dejar la casa.

Recuerdo los sucesos, pero no exactamente cómo me sentía. Había miedo e incertidumbre. Aunque hay algo en lo que soy buena desde que tengo memoria: crear una barrera entre mi persona y el resto del mundo; eso fue exactamente lo que hice, trataba de mantenerme ocupada lo más posible. No me molestó retomar clases en línea ni pasar horas entre clases, tareas y proyectos; entre más ocupada estuviera era muchísimo mejor. Sin embargo, alcancé el famosísimo burn out1.

Todo cambiada cuando no trabajaba y me quedaba quieta. El silencio solamente estaba afuera, dentro de mí era todo lo opuesto: se repetían voces de los reporteros, ya que desde mi cuarto se escucha la tele de la sala de mi casa. Había días en los que desde temprano comenzaba a llorar, pues era lo primero que mis oídos captaban; también a mis compañeros hablando de sus experiencias. Pero había una voz especial, que se la pasaba repitiendo todo lo malo: cómo no me salvaría, cómo no valía la pena vivir ni nada de lo que estaba haciendo.

La primera muerte en mi familia lo sacudió todo: la enfermedad estaba entre nosotros. Ahora la voz ya no podía ser contenida, estaba a todo volumen, todo el día; aún y cuando trataba de contenerla lo más que podía, actuando de manera normal. Yo no hablaba del problema abiertamente, no lo quería reconocer, sentía que si me rendía y hablaba, la poca estabilidad que quedaba se perdería. El trauma2 comenzaba a manifestarse.

Salud mental, ansiedad, depresión…

Estos eran temas relativamente nuevos y, como no eran tan tratados por mi familia o gente que conociera, los asociaba con algo malo. En este período presenté un mayor interés por el tema y comencé a investigar, pero la información me confundía y, por viejos hábitos, me autocastigaba por no entender las cosas. Eso no ayudaba en nada.

Así que a escondidas comencé a buscar un psicólogo. No quería que se supiera, tenía miedo a que me consideraran loca y me encerraran en algún lugar en donde terminaría dependiendo de medicamentos, a ese extremo me daba miedo hablar de todo. Sabía que había un gran estigma rodeando las terapias psicológicas. Las sesiones eran a través de una pantalla, para mantener la costumbre (nótese el sarcasmo).

No es nada glamoroso: es muy doloroso ir tratando de sanar, de tener un verdadero proceso para hacerlo. El peor momento de mi depresión y ansiedad fue mientras estaba en terapia: al principio saqué la mayoría de lo que me molestaba, el siguiente paso fue ir más a fondo, tratar de entender lo que ocurría dentro de mí, qué lo desencadenaba y cómo podría manejarlo para que no me afectara tanto. Es como cuando vez una película, pero no logras entenderla completamente porque le adelantaste a partes importantes, así que debes de verla completa para entender la trama; aun así, al final llegan a haber tramas sin resolver.

Mi cuerpo comenzaba a manifestar su malestar: dolor de cabeza, dolor muscular, aumento de insomnio, ataques de pánico y ansiedad, sensación de abandonar mi cuerpo, llanto, etcétera. De verdad había momentos en los que sentía que no podía más.

En esos momentos encontré refugio en un grupo llamado BTS: era la primera vez en mi vida que personas que yo admiraba admitían batallar igualmente con su salud mental y nos hablaban de ello, no de un modo completamente sombrío, sino también con la esperanza de que todo mejoraría, de que los trastornos mentales no eran defectos. Así ya no me sentía como mercancía dañada, pude admitir con mayor libertad que no me sentía bien, me dormía con mayor facilidad y (aunque suene extraño) feliz, comencé a hacer ejercicio y gané el peso que perdí. La fortaleza que fui obteniendo me ayudó mucho a terminar mi carrera universitaria (ya quería salirme), me inspiré para mis proyectos, pude entenderme un poco mejor a mí misma e ir avanzando. Llegué incluso a hacer ejercicios de respiración coordinados con algunas de las canciones de BTS.


Dibujo de Mabel sobre lo que sentía

Mis padres, mi hermana, otros miembros de mi familia, amistades, reencontrarme con el arte, terapias. Todos fueron elementos puestos sobre la mesa para sentirme mejor. Pero la voz regresaba, aunque con menos frecuencia. Había decidido que era momento de encararla directamente, y vaya sorpresa que me llevé al hacerlo. La voz era yo, yo misma era la emisora y receptora, una parte muy oscura y escondida muy en el fondo. Una parte de mi comenzaba a salir. No le había prestado atención, la tomaba como amenaza, pero me avisaba que algo faltaba, que no podía continuar viviendo exactamente como lo estaba haciendo, y no se refería solamente a la pandemia, sino a mi vida en general. Estaba en una balsa a la deriva y no estaba agarrando los remos.

¿Qué aprendí?

La respuesta varía. Un aprendizaje colectivo puede ser lo valiosos que son el tiempo y la gente que amamos, pero también la convivencia con nosotros mismos nos lleva a tener un cambio notable. El término resiliencia describe perfectamente el final de esta montaña rusa, más que nada porque seguimos aquí y ya no debemos de presionarnos por ser algo que no somos. Siempre vamos a tener fallas, vamos a cometer más de un error, pero al mismo tiempo vamos aprendiendo y obteniendo algo en cada momento, no estamos aquí para ser llevados por la corriente. También debemos de aprender a resaltar sentimientos como la gratitud, la simpatía y la compasión. La escritora Chloé Valdary 3(2023) hace hincapié en ello, pues al final es lo que nos conecta con el resto de la humanidad: el reconocer que compartimos sentimientos y emociones, que no discriminan a nadie para manifestarse.

Aprendí a sentir.

Referencias

Recepción: 30/08/2023. Aceptación: 20/09/2023.

Show Buttons
Hide Buttons

Revista Digital Universitaria Publicación bimestral Vol. 18, Núm. 6julio-agosto 2017 ISSN: 1607 - 6079