Vol. 24, núm. 6 noviembre-diciembre 2023

Ataques de depresión

Morgana Carranco Cita

Resumen

En este texto, la autora describe cómo ha experimentado la depresión. Al mismo tiempo, nos comparte las dificultades de averiguar, comprender y aceptar los trastornos psiquiátricos que padece, así como la importancia de nombrarlos, para poder así enfrentarlos y vivir con ellos. Palabras clave: depresión, trastorno depresivo mayor, trastorno depresivo persistente, neurodivergencia, trastorno por déficit de atención con hiperactividad, TDAH.
Palabras clave: depresión, trastorno depresivo mayor, trastorno depresivo persistente, neurodivergencia, trastorno por déficit de atención con hiperactividad, tdah.

Depression attacks

Abstract

In this text, the author describes how she has experienced depression. At the same time, she shares the difficulties of finding out, understanding, and accepting her psychiatric disorders, as well as the importance of naming them, in order to be able to face them and live with them.
Keywords: depression, major depressive disorder, persistent depressive disorder, neurodivergence, attention deficit disorder and hyperactivity, adhd.

Crisis

Comienza con un pequeño golpe en la boca del estómago, que se propaga en rápida vibración por todo el cuerpo. En seguida, llegan las ganas de llorar y, por supuesto, las lágrimas. Por último, la desesperanza y el sentimiento de que ya no quiero seguir, que sería mejor desaparecer mágicamente. Que vivir es muy cansado y que en realidad no vale la pena. A veces esa sensación desaparece después de un rato de llanto. Otras, se queda por mucho, hasta que mi cuerpo se cansa y, como protección, consigue dormir.

Esto sucede, no como yo lo esperaría, ante los eventos más nimios: el no poder encontrar cierta blusa, que no me respondan un correo, que mi madre me pida —de la manera más educada que existe — que mueva un fólder que había dejado en la mesa durante días. No pasa, como es de suponerse, ante noticias trágicas. La vez que me dijeron que se había muerto mi tío, además de que no lo podría creer, reaccioné de manera muy controlada: estaba entera. Le pregunté a mi tía que cómo estaba y si podía ayudarle en algo, tras lo cual le avisé a mis papás y hermana. Por supuesto que la tristeza terminó por alcanzarme y lo lloré como lo hicieron el resto de mis primos, exceptuando a sus hijos. Pero eran otro tipo de lágrimas: de despedida, de tristeza, de duelo.

Entonces, ¿por qué la vez que tuve que salir tarde del trabajo terminé así? ¿Por qué si mi hermana dice que hizo algo pensando en mí, siento que soy una carga y lloro? ¿Por qué de la nada, si viene a mí un recuerdo bello o desagradable o me encuentro con una situación difícil, acabo en llanto? Llamo a estos momentos ataque de depresión. Los llamo, porque es importante nombrar las cosas, y porque hasta ahora no he encontrado una descripción acertada de ellos. Y sí, si te has topado con algo parecido, podrías tener síntomas de depresión. Te lo digo desde mi opinión experta en experimentarlos.

Según la Organización Mundial de la Salud (oms):

En un episodio depresivo, la persona experimenta un estado de ánimo deprimido (tristeza, irritabilidad, sensación de vacío) o una pérdida del placer o del interés por actividades. […] Estos episodios abarcan la mayor parte del día, casi todos los días, durante al menos dos semanas. ( oms, 2023)

A pesar de que me identifico con todo eso, debo de decir que, por mucho tiempo, no sentí que estuviera propiamente diagnosticada. Mi psicóloga de hace años decía que en la adolescencia había tenido episodios depresivos y, de hecho, lo que ella buscaba evitar en mí, al inicio de la pandemia de la covid-19, era que cayera en uno de ellos. No obstante, nunca escuché de ella las palabras “tienes depresión”, así que a veces aún dudaba de ello, porque ningún experto hasta esa fecha me lo había dicho explícitamente. Sí, nombrar es importante.

Un episodio depresivo sigue siendo depresión, pero puede sólo sucederles a las personas una vez en la vida. No es mi caso. Si tuviera que alinearme con alguna descripción de esas páginas de consulta general, sería con el de la National Institution of Mental Health, de Estados Unidos. Ahí exponen que los síntomas —además de ese sentimiento de tristeza, ansiedad o vacío y pérdida de interés, que muchas de las personas le adjudican— son el pesimismo o falta de esperanza, sentimientos de culpabilidad, inutilidad o impotencia, fatiga o sensación de estar más lento, problemas para concentrarse, recordar o tomar decisiones, trastornos del sueño, cambios alimenticios, irritabilidad, dolores físicos y pensamientos de muerte (2021).


Pensamientos negativos en un ataque de depresión

Yo experimento todos esos de síntomas. A veces los siento al mismo tiempo; otras, aislados o en sus diversas combinaciones. Pero hasta ahora, en mi búsqueda, no he encontrado lo que yo denomino ataque de depresión. Sí hay, en cambio, muchas páginas de otros tipos de ataque: de ansiedad y de miedo. Al principio pensaba que lo que me pasaba era alguno de estos otros tipos; pero no, es diferente.

Es verdad que en los tres tipos hay una suerte de descontrol, pero te llevan a distintos lugares y, por supuesto, tienen diferentes causas. Si tuviera que emparentar el ataque de depresión de manera más cercana con alguno, diría que se parece más al de pánico, puesto que ambos son repentinos y sin causa aparente —o al menos no una causa nombrable—. A pesar de que no presenta la demás sintomatología —sentir peligro inminente, miedo a morir o a perder el control o desmayarte, taquicardia, sudor, temblores, escalofríos, mareos, náuseas, sensación de que te sofocas y te falta de aliento, y dolor en el pecho, abdomen o cabeza (Mayo Clinic, 2018)—, lo otro que tienen en común es la sensación de irrealidad o desconexión.

En ciertas ocasiones me sucede que en un ataque de depresión puedo percibir, si estoy muy atenta, cómo me voy separando de la realidad; y cómo si dejo que se vaya más allá y tome control, entro en un lugar donde no valgo, en el que nadie me quiere y la desesperación es tanta que necesita acabar. Pero he aprendido una técnica para evitarlo: llorar más fuerte y decirme las cosas que son verdad, pero que olvido: que hay gente que me quiere, que todo va a estar bien, que hay cosas peores. Así, cuando tengo energía, poco a poco logro tranquilizarme. Cuando no, simplemente espero que logre dormir pronto.

Detesto cuando tengo un ataque de depresión, pero el nombrarlos me ha ayudado a tener más control sobre ellos, me han hecho ver que presentaban en mí un patrón y que puedo hacer algo para remediarlos. Observar sus variantes y ver si otros los han experimentado. Espero que nunca te hayas sentido así, pero si lo has hecho, que sepas que otros hemos estado ahí, y, más importante, que hemos regresado.

Epílogo

Meses después de haber escrito lo anterior, y como resultado de una búsqueda activa de atención psicoterapéutica y psiquiátrica, por fin me diagnosticaron con todas sus letras: “Trastorno depresivo mayor recurrente” —se considera que es recurrente cuando el estado de ánimo depresivo ha durado por más de dos años y se manifiesta durante la mayor parte del día— (Coryell, 2022).

Como consecuencia, me recetaron un antidepresivo: fluoxetina. Durante el primer mes y medio de tomarla no sentí nada. Pero, de manera muy sutil, con el paso del tiempo, fui notando que los ataques de depresión eran menos fuertes. Que la sensación de tormenta y vacío llegaba, pero no se instalaba en mí. Que iba cediendo, apareciendo menos. Ahora siento que las cosas son más llevaderas. No todo el tiempo. No en todas las situaciones. Pero en general estoy más tranquila.


Imagen de una mujer caminando entre los ataques de depresión

Sin embargo, no sólo tenía depresión. También me detectaron Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (tdah), presentación combinada. Según el dsm, “el tdah es un trastorno del neurodesarrollo definido por niveles problemáticos de inatención, desorganización y/o hiperactividad-impulsividad” (apa, 2014, p. 32). La presentación combinada, como su nombre lo indica, implica síntomas tanto de inatención y desorganización como de hiperactividad-impulsividad. Por ello, en cuanto a la inatención, a menos que el tema me interese mucho, me cuesta trabajo prestar y mantener la atención, tengo algunas dificultades de organización y me falta motivación para realizar actividades que requieren un esfuerzo mental sostenido. Al mismo tiempo, en cuanto a la hiperactividad, es raro que me pueda mantener quieta en un lugar por mucho tiempo: me levanto, cambio de posición y muevo mis pies, aprieto mis manos o jalo mi cabello de manera constante. También, en ocasiones, hablo mucho y si no me controlo interrumpo las conversaciones. Odio esperar mi turno, puedo actuar impulsivamente y suelo preferir las recompensas inmediatas en lugar de las de largo plazo (apa, 2014, pp. 59-61)

Tal vez la conjunción de ambos trastornos psiquiátricos es la razón de que yo experimente de esta forma la depresión. Tal vez mi “baja tolerancia a la frustración, la irritabilidad y la labilidad del estado de ánimo” (apa, 2014, p. 61) que causa el tdah hacen que sea más sensible a los estímulos, que las cosas más pequeñas me hagan sentir tan mal.

A la distancia, ambos diagnósticos tienen mucho sentido y no puedo creer que haya pasado toda mi vida culpándome por rasgos y reacciones que están más allá de mí. No obstante, el nombrar mis condiciones me ha ayudado a conocerme más y a tratar de buscar estrategias para vivir con ellas, tanto psiquiátricas y psicoterapéuticas, como herramientas individuales. Es verdad que encontrar y conservar la salud mental es un proceso, es algo constante; parafraseando a Cortázar, la salud mental se debe de abordar como una novela y no como un cuento: se gana por puntos, no por knock out.

Referencias

Recepción: 06/11/2023. Aceptación: 13/11/2023.

Vol. 25, núm. 2 marzo-abril 2024

Sobre el estigma hacia personas exreclusas: ¿realmente aceptamos su reinserción social?

Gabriela Godoy Rodríguez y Roberto Lagunes Córdoba Cita

Resumen

El reingreso de las personas que estuvieron en la cárcel a la sociedad general es ya una realidad del presente. Sin embargo, aún nos cuesta asimilar esta realidad y aceptarla. Sin darnos cuenta, tenemos una serie de comportamientos que limita las oportunidades de vida de la persona que estuvo en prisión, y perpetúa comportamientos que deseamos eliminar. Esto se ha estudiado desde la psicología bajo el nombre de estigma público, que está integrado por emociones, pensamientos y comportamientos; y se ha observado que las emociones son un elemento clave para predecir si habrá comportamientos de exclusión hacia estas personas.
Palabras clave: reinserción, estigma, creencias, afectos, discriminación.

Regarding the stigma towards formerly incarcerated individuals: do we genuinely accept their social reintegration?

Abstract

The re-entry of individuals who have experienced incarceration into society is a current reality. Nevertheless, grappling with and fully embracing this reality remains a challenge. Unbeknownst to us, our behaviors inadvertently curtail the opportunities for those who have been in prison, perpetuating patterns that we aim to eradicate. Psychology has delved into this phenomenon, labeling it as public stigma. Comprising three key components —emotions, thoughts, and behaviors— this stigma plays a pivotal role, with emotions emerging as a crucial factor in predicting whether exclusionary or integrative behaviors will prevail.
Keywords: reintegration, stigma, beliefs, affections, discrimination.


Introducción

Desde hace tiempo, países de todo el mundo han rediseñado la misión de los centros penitenciarios con el objetivo de facilitar la integración de quienes han estado en prisión a la sociedad. Sin embargo, la rehabilitación y la reintegración enfrentan significativos obstáculos. Inadvertidamente, aquellos que no han experimentado la reclusión emiten una serie de castigos invisibles hacia esta población, imponiendo diversas limitaciones para alcanzar una vida plena, oportunidades de empleo, acceso a la educación, relaciones interpersonales saludables, vivienda y atención médica. Investigaciones han demostrado que estos castigos invisibles están vinculados a la reincidencia delictiva (Moore et al., 2016; Shi et al., 2022).

Algunas acciones de la sociedad hacia quienes han estado en prisión generan un estigma, definido como una marca o señal que identifica a la población en una categoría social de devaluación. La investigación ha identificado dos perspectivas del estigma: la del estigmatizador y la del estigmatizado. El estigma público se materializa cuando la sociedad expresa estos tres componentes: 1) pensamientos (creencias), 2) afectos (actitudes) y 3) comportamientos (discriminación) hacia un grupo o individuo específico, como los exreclusos (Fox et al., 2018).


Estigma hacia exreclusos

Figura 1. Estigma hacia exreclusos.
Crédito: Elaboración propia en Canva.

Lo que creemos sobre las personas que estuvieron en la cárcel

El primer componente del estigma público, el cognitivo, abarca creencias y pensamientos que en algunas investigaciones se denominan estereotipos (Corrigan, 2010; Thornicroft, 2007; Fox, 2018). Estos estereotipos están relacionados con lo que sabemos o creemos saber sobre el grupo estigmatizado: las causas de su comportamiento, la comunidad a la que pertenecen, su capacidad para controlarse, entre otros. A pesar de que socialmente tenemos información sobre ciertos grupos, también desconocemos aspectos, lo que puede llevar a su desvalorización.

Entonces, la dimensión cognitiva integra lo que “sabemos” o “ignoramos” sobre cierto grupo social. La reciente investigación sobre lo que creemos de las personas que estuvieron en la cárcel muestra que las vemos como personas; como seres humanos que cometen errores, y creemos que esta población no es merecedora de condena o castigo social (Shi, 2022). Creemos que merecen vivir una vida plena, creemos en la redención y en las segundas oportunidades. En ese sentido, nuestras creencias no son tan estigmatizantes, pero entonces, ¿por qué se observa una marginación real de estos grupos?

Lo que sentimos respecto de ellos

El segundo componente del estigma son los sentimientos hacia un grupo o sus miembros, también llamados prejuicios o reacciones emocionales (Fox et al., 2018; Shi et al., 2022). Existe una base afectiva en los juicios evaluativos que realizamos, donde los sentimientos son una fuente importante de información, influyendo en la conducta de las personas (Corrigan et al., 2003).

Las emociones en sí mismas no son inherentemente buenas ni malas; simplemente las experimentamos. No obstante, los humanos tienden a preferir algunas emociones y evitar otras, como la tristeza, el miedo o la ira. En el caso de las personas que han estado en prisión, las sensaciones más comunes incluyen miedo, ira, ansiedad, resentimiento, hostilidad, disgusto, enojo, indiferencia y preocupación por el riesgo físico (Folk, 2016).


Discriminamos basandonos en sentimientos y creencias

Figura 2. Discriminamos basándonos en sentimientos y creencias hacia el grupo diferente.
Crédito: Elaboración propia en Canva.

Debido al desagrado asociado a estas sensaciones y emociones, se busca la distancia y la evitación de interacciones incómodas con el grupo estigmatizado, sirviendo como precursores de la discriminación (Thornicroft, 2007).

Lo que les hacemos

Finalmente, pero no menos importante, se encuentra la dimensión observable: la conducta. En psicología, se define como condiciones de conducta, y la mayor parte son comportamientos discriminatorios (Fox, 2018). La investigación sobre intenciones comportamentales hacia personas que estuvieron recluidas muestra dos tipos: apoyar desde lejos (sin involucrarse) y mantener la distancia social con ellos. Aunque algunas personas expresan disposición a respaldar programas de empleo y financiar programas de educación universitaria para exreclusos, también evitan tenerlos cerca de sus hogares, aconsejan a otros evitarlos, se abstienen de salir con ellos e incluso se niegan a participar en actividades conjuntas, como tomar clases. Se espera que esta población regrese a la sociedad, pero no que permanezca cerca de la gente inocente.

¿Cómo interactúan estos componentes?

Cuando una persona exhibe comportamientos indeseables o peligrosos, los individuos realizan atribuciones sobre la causa e inferencias sobre su responsabilidad y capacidad de autocontrol. Si se percibe que la persona es responsable de su conducta (creencia), es posible que se empatice menos con ella (actitud) y que la disposición a proporcionar ayuda se vea limitada (conducta discriminatoria). En cambio, si se considera que es víctima de circunstancias, es menos probable que se les atribuya responsabilidad (creencia), lo que inspira sentimientos de pena o lástima (actitudes) y promueve la ayuda e inclusión (Corrigan et al., 2003).

Conclusión

Como ilustra la figura 3, el estigma es un fenómeno complejo que involucra creencias, actitudes y conductas hacia aquellos que son estigmatizados.


Componentes del estigma

Figura 3. Componentes del estigma.
Crédito: Elaboración propia en Canva.

Aunque el esquema pueda parecer sencillo y lógico, en realidad, describe una realidad multifacética. Los sentimientos y creencias negativas condicionan el rechazo y las conductas discriminatorias, mientras que los sentimientos y creencias positivos aparentemente generan acciones de solidaridad y apoyo. Sin embargo, ¿es esta la realidad?

Durante nuestras investigaciones, hemos obtenido resultados aún no publicados que matizan el esquema. Por ejemplo, las personas pueden sentirse cómodas contribuyendo económicamente, pero prefieren que otros se involucren directamente y brinden ayuda a los exreclusos. Incluso aquellos con creencias positivas pueden experimentar sentimientos de miedo y enojo hacia esta población. Esto sugiere la existencia de deseabilidad social en las respuestas (las personas responden lo que los demás desean escuchar) y enfatiza la necesidad de explorar más a fondo la naturaleza de las creencias y sentimientos de la población en general con respecto a estos temas.

Sitios de interés:

Referencias

  • Corrigan, P. W., Larson, J. E., y Kuwabara, S. A. (2010). Socialpsychology of the stigma of mental illness: Public and self-stigma models. En J. E. Maddux & J. P. Tangney (Eds.), Social Psychological Foundations of Clinical Psychology (pp. 51–68). The Guilford Press.
  • Corrigan, P., Markowitz, F. E., Watson, A., Rowan, D., y Kubiak, M. A. (2003). An attribution model of public discrimination towards persons with mental illness. Journal of Health and Social Behavior, 44(2), 162. https://doi.org/10.2307/1519806.
  • Folk, J. B., Mashek, D., Tangney, J., Stuewig, J., y Moore, K. E. (2016). Connectedness to the criminal community and the community at large predicts 1-year post-release outcomes among felony offenders: Connectedness and post-release outcomes. European Journal of Social Psychology, 46(3), 341–355. https://doi.org/10.1002/ejsp.2155.
  • Fox, A. B., Earnshaw, V. A., Taverna, E. C., y Vogt, D. (2018). Conceptualizing and measuring mental illness stigma: The mental illness stigma framework and critical review of measures. Stigma and Health, 3(4), 348–376. https://doi.org/10.1037/sah0000104.
  • Moore, K. E., Stuewig, J. B., y Tangney, J. P. (2016). The effect of stigma on criminal offenders’ functioning: A longitudinal mediational model. Deviant Behavior, 37(2), 196–218. https://doi.org/10.1080/01639625.2014.1004035.
  • Shi, L., Silver, J. R., y Hickert, A. (2022). Conceptualizing and measuring public stigma toward people with prison records. Criminal Justice and Behavior, 49(11), 1676–1698. https://doi.org/10.1177/00938548221108932.
  • Thornicroft, G., Rose, D., Kassam, A., y Sartorius, N. (2007). Stigma: Ignorance, prejudice or discrimination? British Journal of Psychiatry, 190(3), 192–193. https://doi.org/10.1192/bjp.bp.106.02579.
  • World Bank. (2019). World development report 2019: The changing nature of work. Washington, DC: World Bank. https://doi.org/10.1596/978-1-4648-1328-3.

Recepción: 11/04/2023. Aceptación: 24/01/2024.

Documento sin título

Vol. 25, núm. 3 mayo-junio 2024

Elegía del tlacuache

Homero Quezada Pacheco Cita

Resumen

Este ensayo refiere el encuentro del autor con un tlacuache muerto en una acera aledaña a un conocido parque de la Ciudad de México. El acontecimiento transcurre durante 2020, en la época más crítica de la pandemia de covid-19, cuando se desaceleró el movimiento del mundo entero, cuando el silencio se apoderó de las calles por la reclusión humana y cuando un gran número de animales emergieron de sus guaridas para explorar el entorno. La muerte del tlacuache genera en el autor evocaciones literarias, factuales y mitológicas, vinculadas a esos singulares marsupiales, endémicos del continente americano. El texto afirma la melancólica certeza de que una gran cantidad de animales ―en cualquier época y lugar― son diezmados en tanto no satisfagan los requerimientos prácticos del ser humano.
Palabras clave: tlacuache, ciudad, animales silvestres, literatura, mitología mesoamericana, cultura.

Elegy of the tlacuache

Abstract

This essay refers the author’s encounter with a dead tlacuache on a sidewalk, next to a well-known park in Mexico City. The event takes place during the most critical period of the covid-19 pandemic in 2020, when the movement of the whole world slowed down, the silence took over the streets due to human reclusion, and a significant number of animals emerged from their dens to explore. For the author, the death of the tlacuache generates literary, factual, and mythological evocations associated with these unique marsupials, endemic to the American continent. The text sustains the melancholic certainty that a great number of animals ―in any time and place― are decimated as they do not satisfy the practical requirements of human beings.
Keywords: tlacuache, city, wildlife, literature, mesoamerican mythology, culture.


Introducción

Salvo en fotografías o en videos sobre la fauna silvestre en México, nunca había visto un tlacuache hasta esa mañana de 2020, en una de las calles adyacentes a los Viveros de Coyoacán. En la banqueta, como pidiendo clemencia, el animalillo yacía exánime, con el hocico sangrante. Entre su pelaje de brocha resplandecía el rocío de la madrugada, iluminado por las primeras luces del día.

Alguien más grande y más fuerte había masacrado al tlacuache, haciendo gala de una crueldad ciega y tupida; al parecer, capaz de estallar al menor estímulo. Con absoluta impunidad, el subterfugio de aquella ejecución habría sido, muy probablemente ―como en casos semejantes―, que los tlacuaches parecen ratas gigantes, que husmean entre la basura y los desperdicios, que son feos.

Nunca había visto un tlacuache hasta entonces. Estaba muerto. Alguien ―no hacía mucho― lo había pateado, apaleado o lapidado y, sin embargo, incluso bajo esa condición de despojo, aquel tlacuache no era de ningún modo desagradable. El aparente desaliño de su aspecto, en realidad, era parte de una figura en la que se equilibraba una mezcla de bonhomía y candidez.

Su vientre era del color de la ceniza; su dorso y su cabeza, predominantemente blancos. Las orejas diminutas y la extensa cola eran lampiñas (desde mi perspectiva, suaves como la cera). El tlacuache tenía cinco dedos en cada pata, y pulgares oponibles en las traseras. De su rostro de isósceles asomaban unos colmillos inofensivos, y, de éstos, un cúmulo de sangre coagulada. Sus ojos permanecían irremediablemente cerrados.

José Revueltas fabuló sobre la existencia trágica de los escorpiones que, obligados a morar entre rocas húmedas, oscuridades y recovecos, estaban condenados a una vida misteriosa y nostálgica, inconscientes de su nombre, de su índole ponzoñosa y hasta de su propio ser. Por eso en ocasiones emergían de sus escondrijos, confiados y anhelantes, a esparcir todo el amor que eran capaces de consagrar a los seres humanos, antes de ser perseguidos y aplastados por ellos. Frente a esa inesperada ingratitud, los escorpiones que imaginaba Revueltas morían primero de estupor y después bajo la inminente furia de un zapatazo (Revueltas, 1976, pp. 724-725).

La ingenuidad de los tlacuaches no llega a tanto. Suelen ser precavidos y sigilosos, de rutinas predominantemente nocturnas. Su recelo los resguarda de enemigos y presencias incómodas. En las ciudades donde aún subsisten, extreman precauciones. Con la pandemia que confinó a multitudes y disminuyó el fragor de las actividades capitalinas, sin embargo, algunos bajaron la guardia.

Salieron al asfalto a explorar los territorios que en épocas pasadas les habían pertenecido y de los cuales fueron expulsados a fuerza de incomprensión. Sin duda, fue el caso del tlacuache que encontré esa mañana: se fio del sosiego pasajero de la muchedumbre. Fue un error fatal: a la primera oportunidad algún energúmeno al acecho, borracho de ira y soberbia, juzgó oportuno aniquilar a ese intrépido, otro ser vivo cuya infracción principal era ser tan diferente.

Al igual que los canguros, las especies más grandes de tlacuaches tienen un marsupio donde las crías, que nacen prematuras, se terminan de desarrollar. En esa bolsa externa, las hembras alimentan a su camada (Fuente Cid, 2018, p. 16). Las crías se amamantan durante un período de dos meses. Después de ese lapso, se trasladan al lomo de la madre, desde el cual, en el transcurso de otro par de meses, aprenden los principios básicos de ser tlacuaches (Nájera Coronado, 1992, p. 48).

Respecto a su clasificación zoológica, reciben el nombre científico de Didelphis virginiana, perteneciente a la familia Didelphidae. Son de dimensión mediana, compactos y relativamente pesados. Cambian el pelaje varias veces al año, por lo cual presentan una variación en su tonalidad: entre febrero y octubre el pelo es más oscuro y más largo; entre noviembre y enero, menos abundante. Su alimentación es omnívora: una dieta que abarca frutas, aves, insectos, cangrejos, caracoles y anfibios (Salazar Goroztieta, 2001, p. iii).

Tlacuache

Los tlacuaches poseen buen olfato, pero mala vista. En general son lentos al caminar; compensan esa parsimonia, no obstante, con un admirable truco de sobrevivencia: cuando se sienten amenazados, entran en una especie de coma para simular la muerte y para desinteresar a sus potenciales depredadores. Cuando se sienten a salvo, “reviven” y continúan su lánguida marcha (Nava Escudero, 2015, p. 31).

Aparte de sus singulares atributos biológicos, que descubrí en algunas referencias especializadas, recordé que, a la par, los tlacuaches poseían características imaginarias únicas, las cuales fueron consignadas en distintas mitologías mesoamericanas. A pesar de su fama de pendenciero, borracho y ladrón, al tlacuache se le consideraba un héroe fundador, y el personaje principal en cuentos de sagacidad. Cargado de símbolos, algunos códices lo vinculan con el juego de pelota, el cruce de caminos, la luna, el pulque y la aurora (López Austin, 2006).

El mito más conocido en el que participó fue el del robo del fuego. La narración varía de acuerdo con el lugar o el grupo que refiera la hazaña; sin embargo, en esencia, ésta atribuye al tlacuache haber despojado a un jaguar irascible —a una deidad de gran poderío— de una brasa incandescente con su cola; posteriormente, la sujetó con el hocico, la escondió en el marsupio y la ofreció a los hombres y mujeres que no conocían el fuego para que, además de obtener calor, pudieran cocinar sus alimentos.

En la etimología de su nombre, tlacuatzin, hay reminiscencias de esa proeza: tla, fuego; cua, comer; tzin, chico. El pequeño que come fuego (Castro, 1961, p. 452).

En esa gesta, se registra una serie de transformaciones en el cuerpo del tlacuache ―la cola se le tatema y le queda pelona― y de peripecias que coinciden en resaltar su generosidad y astucia. En algunas versiones, el regreso del tlacuache después de robar el fuego fue tan accidentado que murió o quedó partido en pedazos; no obstante, tuvo el poder y la capacidad para resucitar o recomponerse (López Austin, 2006, p. 273).

Prometeo mesoamericano, el tlacuache es resistente a los golpes y a los elementos; es el descuartizado que renace, el civilizador y bienhechor, el abuelo venerable y sabio (Huerta Mendoza, 2013). Su carencia de defensas naturales fue compensada con la inteligencia y la valentía.

La representación femenina del tlacuache, por su parte, toma en cuenta a un marsupial didélfido, es decir, que posee dos matrices, una de las cuales es una bolsa protectora con múltiples pezones para alimentar a la prole. La tlacuacha parece estar siempre pendiente de los hijos: cuadrillas de diez o más tlacuachitos en cualquier época del año. Para el indio mesoamericano, el tlacuache era, por antonomasia, el ejemplo de “el que come”, “el que se alimenta”; era la vida misma: el surtidor de donde ésta brota. De ahí su antiguo vínculo con principios vitales como la fecundidad, la tierra, el maíz (Castro, 1961, p. 452).

La mañana que encontré aquel tlacuache sin vida en Coyoacán, en algún momento, evoqué a Cri-Cri, quien lo recreó como un ropavejero que recorría las calles “de la gran ciudad”, pregonando la compraventa y el intercambio de productos variopintos. A voz en cuello, por unos pocos pesos, el señor tlacuache adquiría tanto zapatos viejos y tiliches chamuscados como chamacos groseros, chillones insoportables y malhoras incorregibles.

A la perplejidad derivada de la muerte de aquel tlacuache, se sumaba la melancólica certeza de que una gran cantidad de animales ―en cualquier época y lugar― es diezmada en tanto no satisfaga los requerimientos prácticos del ser humano. Mientras más alejadas de la civilización se hallen las demás criaturas del mundo, mientras más insumisas, más propensas a ser arrinconadas en los últimos escalafones del entorno físico.

Milan Kundera afirmaba que la auténtica bondad de los seres humanos se revela, con total pulcritud y libertad, con quienes no oponen fuerza alguna. La genuina prueba de moralidad de los seres humanos, la más profunda ―tan insondable que huye de toda percepción―, se encuentra en el vínculo establecido con quienes están a su merced y son más vulnerables: los animales (Kundera, 1992, pp. 295-296).

Los animales, sin embargo, siguen siendo percibidos como entidades menores a las cuales es necesario dominar o destruir. En especial si su presencia resulta desconcertante, si representan una pérdida de control, o si son potenciales mensajeros del caos.

La sombría suerte del tlacuache sin vida me trajo a la memoria, además de la canción de Cri-Cri, el episodio en el que se desató la locura de Nietzsche. Éste, en la ciudad de Turín, a finales del siglo xix, vio a un cochero fustigar a su caballo, que, exhausto por el peso de la carga, era incapaz de reanudar la marcha. El filósofo prorrumpió en sollozos, incriminó al hombre y se aproximó al afligido animal. Lo abrazó del cuello y se echó a llorar a gritos, ofreciéndole perdón por el abuso cometido. Se dice que ni siquiera la intervención de la policía logró convencerlo de soltar al caballo, y que sus últimas palabras en aquel incidente ―antes de perder la lucidez para siempre― fueron: “Mutter, ich bin dumm” (“madre, soy tonto”) (Argullol, 2012).

El tlacuache muerto y desolado a la orilla de la banqueta me hizo evocar aquel acontecimiento. Yo también, como Nietzsche ―pero en silencio―, le ofrecí disculpas en nombre de la humanidad.

Referencias

  • Argullol, R. (2012, 4 de abril). Nietzsche y el caballo. El País. https://elpais.com/cultura/2012/04/04/actualidad/1333533760_793957.html.
  • Castro, C. A. (1961, julio-septiembre). Semántica del tlacuache. La palabra y el hombre, 19, 451-459. http://cdigital.uv.mx/handle/123456789/3031.
  • Fuente Cid, M. E. (2018). Tlacuaches, zarigüeyas y otros marsupiales americanos. Ediciones La Social. https://tinyurl.com/2v9vfrc5.
  • Huerta Mendoza, L. (2014, 15 de noviembre). El mito del tlacuache: vigente a través de los siglos [entrevista con Alfredo López Austin]. El Universal. https://tinyurl.com/3w5de5d7.
  • Kundera, M. (1992). La insoportable levedad del ser. Tusquets Editores.
  • López Austin, A. (2006). Los mitos del tlacuache. Caminos de la mitología mesoamericana. unam, Instituto de Investigaciones Antropológicas.
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Recepción: 24/07/2023. Aprobación: 12/03/2024.

Documento sin título

Vol. 25, núm. 3 mayo-junio 2024

Una estrella en la divulgación: una nota en honor a Estrella Burgos

Guillermo N. Murray-Tortarolo Cita

Resumen

Estrella Burgos me enseñó que amar el conocimiento y querer compartirlo son sólo el principio de la formación; que un buen divulgador es también un gran narrador de historias. Esta nota es en honor a ella. Aunque se nos fue de este mundo, sus enseñanzas viven en muchos de nosotros, que tuvimos la fortuna de aprender de su increíble visión y experiencia en la divulgación de la ciencia.
Palabras clave: divulgación de la ciencia, divulgador, historias, contar historias.

A star in scientific dissemination: a note in honor of Estrella Burgos

Abstract

Estrella Burgos taught me that loving knowledge and wanting to share it are only the beginning of the training; that a good scientific disseminator is also a great storyteller. This note is in her honor. Although she left this world, her teachings live on in many of us, who were fortunate to learn from her incredible vision and experience in science popularization.
Keywords: Science popularization, Scientific Disseminator, stories, storytelling.


¿Qué es lo que hace a un buen divulgador de la ciencia? Me he hecho esa pregunta a través del tiempo, en muchas ocasiones. Definitivamente no se trata de la cantidad de cosas que uno escribe: les puedo contar infinidad de casos de colegas que parecen imprentas, con cada uno de sus textos más aburrido que el anterior, mientras que otros me maravillan con una o dos publicaciones en una década. Tampoco son las horas de un divulgador frente a la televisión, ni las palabras en un programa de radio o las letras en las notas periodísticas, ni los blogs, ni videos de YouTube o TikToks. Hay un elemento intangible que va más allá de todo lo anterior: un profundo amor por el conocimiento y el goce por compartirlo con otras personas. Ese gusto que surge de la curiosidad y las ganas de contárselo a quien lo quiera escuchar.

Por supuesto que la realidad es un poco más complicada. Amar el conocimiento y querer compartirlo son sólo el principio de la formación de un divulgador. No obstante, son la piedra angular; sin esto, todas las narrativas de divulgación son huecas, aburridas o insípidas. Después está el aprender a contar la historia. Y es aquí en donde muchos de mis más queridos colegas y, en más de una ocasión, yo mismo, nos atoramos. La pasión ardiente del conocimiento brota como un río descontrolado y no encuentra un hilo conductor. La ciencia, que está tan clara en la cabeza, se vuelve un jeroglífico ininteligible cuando la ponemos en papel. Así llegamos a la segunda conclusión: un buen divulgador de la ciencia es también un gran narrador de historias.

Bueno, me encantaría decirte que lo narrado anteriormente ha sido fruto de mi profunda reflexión o inspiración divina, pero lo cierto es que lo aprendí de una de las grandes maestras de la divulgación: Estrella Burgos. Esta nota es en honor a ella. Aunque se nos fue de este mundo el año pasado, sus enseñanzas viven en muchos de nosotros, que tuvimos la fortuna de aprender de su increíble visión y experiencia en la divulgación.

Un jovencito lleno de ilusiones y la importancia de una gran maestra

Tenía 23 años la primera vez que conocí a Estrella, cuando vinieron a dar un taller para formar divulgadores de la ciencia en Morelia. En ese momento estaba yo comenzando mis estudios de posgrado, en mi primer semestre de la maestría y, cosa curiosa, yo no llevé dicho taller. Pero sí lo hizo mi papá y en una de esas, coincidimos los tres en una comida. Al enterarse de que estaba estudiando, de inmediato me preguntó por mi tema y me motivó a que mandara un artículo a la revista ¿Cómo Ves?

Yo redacté un primer artículo, sobre cambio climático, aerosoles y árboles…, del que se puede decir que no tenía nada que ver con la divulgación de la ciencia. Era un rollo extremadamente técnico —aunque para mí fascinante—, narrado de forma confusa y enredada. Se lo mandé a Estrella, que tuvo la gentileza de tachármelo todo y explicarme el formato, estructura y forma para que tuviera más sentido. Acto seguido me embarqué en corregir mi monstruo, enfocándome en un solo tema (la mitigación del cambio climático), narrándolo a modo de historia y pidiendo a todo aquel que lo quisiera leer su opinión. Entonces envié una segunda versión. Seguramente aquí pensarás que la historia ya sería exitosa… No fue así. De nuevo, Estrella me regresó el artículo lleno de anotaciones, correcciones y sugerencias; y de nuevo me embarqué en corregirlo. Sería en la tercera versión que finalmente el artículo fue aceptado en la revista.

Este primer artículo, titulado “Mitigación del cambio climático: el papel de los bosques”, salió publicado en 2011 y fue el inicio de mi trayectoria en la divulgación. Estrella no sólo me abrió las puertas a esta maravillosa actividad, sino que tuvo la paciencia de enseñarme y explicarme. Me mostró la importancia que tiene la narrativa en la divulgación, así como la seriedad con que debe tomarse la información y los sustentos de la misma. A partir de ese entonces, me convertí en un ávido colaborador de la revista, y con cada nuevo texto recibí la misma retroalimentación por parte de Estrella. Cada corrección me fue ayudando a pulir mi estilo y encontrar mi voz, a narrar historias no sólo interesantes, sino a tratar de hacerlas divertidas y accesibles.

Ayudar a las nuevas voces

Estrella Burgos
Estrella Burgos.

Así como las historias tienen un inicio, también tienen un final. La última vez que vi a Estrella fue algunos años después de haberla conocido, un día que fui de visita a Universum (ahí se encuentran las oficinas de la revista ¿Cómo Ves?). Le caí de sorpresa y, pese a ello y su increíblemente ocupada agenda, tuvo el tiempo para recibirme y platicar por un buen rato. Charlamos sobre la vida, los proyectos y demás.

Hay una parte de la conversación que se me quedó muy grabada. Platicábamos sobre la formación en divulgación de la ciencia. Yo le contaba lo complicado que me resultó en un inicio, a lo que ella respondió que, si me parecía complicado siendo joven, el reto era mucho más grande para aquellos más establecidos académicamente que nunca habían incursionado en la divulgación. Esto no significaba que no lo pudieran lograr, pero ella creía firmemente que el esfuerzo se debe encaminar a formar divulgadores jóvenes, desde muy temprano en sus carreras. Supongo que esa misma idea fue la que la llevó a ayudarme desde un inicio.

Esa enseñanza —formar a los jóvenes— vive conmigo por siempre. Mi primera estudiante graduada de licenciatura terminó su grado con un artículo de divulgación y de allí he tratado que todos mis estudiantes generen al menos un artículo o nota de su trabajo de graduación. Cada vez que comienza el proceso, veo la pasión del conocimiento en sus ojos y el enredo que significa ponerlo en papel. Me acuerdo de mí mismo hace algunos ayeres, y lo importante que fue haber tenido una gran maestra. Trato de tenerles la misma paciencia que me tuvieron a mí, al formar a las nuevas voces y enseñarles la lección más importante que aprendí de Estrella: hacer divulgación es contar historias.

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Revista Digital Universitaria Publicación bimestral Vol. 18, Núm. 6julio-agosto 2017 ISSN: 1607 - 6079