Vol. 24, núm. 3 mayo-junio 2023

El pez cebra: mi compañero de investigación contra el cáncer

Gisela Ceballos Cancino y Silvia Arantza Sánchez Guerrero Cita

Resumen

Los casos de cáncer y la frecuencia con la que se presentan entre la población aumentan cada año, causando múltiples y devastadores efectos para los pacientes. Actualmente se sabe que diversos factores y mecanismos moleculares se ven involucrados en la progresión del cáncer. Sin embargo, a pesar de los grandes avances que se han realizado en el estudio del cáncer, a la fecha no existe un método único para diagnosticar y tratar a todos los pacientes con esta enfermedad. Es por ello que la investigación de este padecimiento complejo debe ser abordada con un modelo de estudio que involucre múltiples factores y variables, que se asemejen lo más posible a lo que sucede en el cuerpo humano. Contar con un modelo de estudio muy parecido al humano y que además permita estudiar en poco tiempo el proceso de formación y progresión del cáncer redundará en beneficios importantes para los pacientes. Por lo tanto, en el presente artículo se abordan algunas características del cáncer y las ventajas que tiene el uso del pez cebra como modelo de estudio para investigar esta enfermedad.
Palabras clave: cáncer, rasgos del cáncer, microambiente tumoral, modelos, pez cebra.

The zebrafish: my research partner against cancer

Abstract

Cancer cases and the frequency with which they occur among the population increase every year, with multiple and devastating effects for patients. Various factors and molecular mechanisms are involved in cancer progression. However, despite the great advances in cancer research, there is no single method to diagnose and treat all patients with this disease. Therefore, investigation of this complex condition requires a study model that involves multiple factors and variables, as similar as possible to what actually happens in the human body. Such a model, which also allows the study of cancer progression in a short time, will result in significant benefits for patients. This article addresses some characteristics of cancer and the advantages of using zebrafish as a study model to investigate this disease.
Keywords: cancer, hallmarks of cancer, tumor microenvironment, models, zebrafish.

Introducción

Alguna vez te has preguntado, ¿cuál es el impacto que tiene el cáncer en el mundo? Bueno, durante 2012 se registraron 14 millones de casos nuevos y 8.2 millones de personas fallecidas; mientras que, en 2018, se estima que estos números ascendieron a 18 millones de casos nuevos y 9.6 millones de muertes (InfoCancer, 2019). El panorama del cáncer en México se asemeja al del mundo, pues es la tercera causa de muerte, sólo después de las enfermedades cardiovasculares y la diabetes (smeo, 2016). La Sociedad Mexicana de Oncología (smeo) considera que las cifras elevadas de muertes por cáncer se deben a los diagnósticos tardíos; ya que el 60% de los casos de cáncer en México son detectados en etapas avanzadas (smeo, 2016).

Después del diagnóstico, la mayoría de los pacientes recibe como tratamiento la quimioterapia. Ésta no es el problema, funciona en algunos casos, pero no es efectiva para muchos otros, y aunque existen diversas opciones terapéuticas, estas opciones no pueden ser probadas antes en los pacientes para corroborar si serán efectivas o no (Costa et. al., 2020).

Como te podrás dar cuenta, un gran porcentaje de la población se ve afectada por el cáncer. Por ello, cualquier investigación en esta área nos acerca a determinar los tratamientos idóneos que cada persona requiere para tratar su tipo de cáncer, porque cada cáncer es tan único como la persona que lo padece.

Todos hemos oído hablar sobre el cáncer, y la mayor parte conocemos a alguien que tiene o ha padecido esta enfermedad. Aún así, muchas personas saben poco o nada sobre el cáncer, y aún menos cómo se estudia, la manera en la que se diseñan nuevos tratamientos, y cómo se sabe que un tratamiento está siendo efectivo para un paciente.

En lo personal, he visto el efecto devastador que el cáncer puede tener en las personas en general, y en particular en mis familiares más cercanos. Cuando era pequeña, mi mamá me habló de las enfermedades que tenían sus familiares; recuerdo que me habló de su abuelito, que murió por cáncer de mama avanzado. Para mí era difícil comprender como alguien que era hombre podría haber tenido un tipo de cáncer que generalmente se escuchaba que únicamente tenían las mujeres. Conforme fui creciendo, me fui percatando de que no sólo existía el cáncer de mama, sino que había otros tipos, por ejemplo: cáncer de tiroides, de hígado, leucemia, etcétera. De este último tipo, la leucemia (un cáncer que se forma en la sangre), entendía poco o nada, porque no podía comprender cómo la gente podía tener lo que yo pensaba como “sangre infectada”.

Desde entonces, he escuchado y leído algunos de los increíbles avances que se han logrado gracias al arduo trabajo y la dedicación de cientos de investigadores y proveedores de atención médica en su búsqueda de nuevas y mejores terapias farmacológicas y técnicas de tratamiento. Hace apenas unas décadas, se sabía poco sobre el cáncer, y cuando a alguien era diagnosticado, sus posibilidades de supervivencia eran escasas. Hoy sabemos mucho más: cómo diagnosticarlo, maneras de prevenirlo y, lo más importante para mí, y que abordaremos como tema principal en este texto, las formas de estudiarlo mediante modelos in vivo (los experimentos realizados en organismos vivos).

No fue hasta las primeras clases de biología molecular que empecé a tener una intriga sobre qué era el cáncer. Cuando comencé mi servicio social, comprendí que el cáncer es en realidad un grupo de más de 100 enfermedades diferentes, y que todas ellas se caracterizan por un crecimiento anormal y descontrolado de las células (Hanahan y Weinberg, 2011).

El cáncer se origina en nuestras propias células. En nuestro cuerpo tenemos alrededor de 200 tipos de células diferentes, cada una tiene sus propias características: forma, tamaño, distribución de estructuras internas y función. Cada conjunto de células especializadas da como resultado un órgano o tejido. Entonces, dependiendo de en qué célula se origine el cáncer, hablamos de un tipo diferente de esta enfermedad; ejemplo de ello es que en algún momento has llegado a escuchar del cáncer de mama, del cáncer de próstata, etcétera.

Normalmente, las células que envejecen o que ya han cumplido con su función se mueren y son reemplazadas por células nuevas, las cuales se originan por la división celular. Sin embargo, cuando los genes que participan en los procesos de división y muerte celular sufren algún daño, ocasionado por exposición a factores ambientales (humo del tabaco, rayos ultravioleta, entre otros), el estilo de vida de la persona o incluso porque nos han sido heredados genes con alguna alteración, el proceso normal de las células se ve alterado, lo que conduce a que las células crezcan cuando no deben y de una manera descontrolada.

Hallmarks del cáncer

Pero para entender cómo es que las células cancerígenas se diferencian de las células sanas hablaremos de los rasgos del cáncer, o como los llaman los investigadores, los hallmarks del cáncer. En el año 2000, dos investigadores, Robert Weinberg y Douglas Hanahan, publicaron un artículo llamado “Hallmarks of cancer”. Estos hallmarks constituyeron las bases para tratar de comprender la complejidad del cáncer (Hanahan y Weinberg, 2000). En ese año, se propusieron seis hallmarks o rasgos que distinguen a las células cancerosas de las células normales:

Rasgos del cáncer

Figura 1. Rasgos del cáncer. En esta figura se representan seis rasgos distintivos del cáncer, que son características que comparten todas las células cancerosas.
Crédito: imagen creada en BioRender, con información de Weinberg y Hanahan, 2000.
  1. Autosuficiencia en señales de crecimiento. Las células normales se multiplican sólo cuando reciben ciertas señales para crecer y dividirse, y detienen este crecimiento cuando estas señales también cesan. Las células cancerosas, en cambio, se vuelven independientes de estas señales por diversos mecanismos, por lo que se multiplican de manera continua (Hanahan y Weinberg, 2000).
  2. Insensibilidad a señales anticrecimiento. Las células normales dejan de multiplicarse cuando reciben señales anticrecimiento, con el fin de evitar amontonamientos de células, pero las células cancerosas ignoran estas señales, lo que produce un aglomeramiento de células (Hanahan y Weinberg, 2000).
  3. Capacidad de división ilimitada. Las células normales tienen un límite de veces para dividirse. Las células cancerosas omiten esos límites, así que se dividen indefinidamente, por lo que se dice que estas células se vuelven “inmortales” (Hanahan y Weinberg, 2000).
  4. Evasión de apoptosis. Las células normales reciben y hacen caso a señales para realizar una muerte celular programada (llamada apoptosis). Sin embargo, las células cancerosas ignoran las señales que indican que deben morir, por lo que se siguen multiplicando sin control (Hanahan y Weinberg, 2000).
  5. Angiogénesis constante. En condiciones normales, se proveé de nutrientes y oxígeno a las células a través de los vasos sanguíneos. En el cáncer, las células cancerosas secuestran a los vasos sanguíneos para que crezcan en dirección a los tumores. De tal forma, que el tumor puede seguir creciendo porque tiene el suministro de oxígeno y nutrientes a través de los nuevos vasos sanguíneos que se forman, un proceso llamado angiogénesis (Hanahan y Weinberg, 2000).
  6. Invasión de tejidos y metástasis. Las células normales se encuentran solo en el órgano o tejido al que pertenecen, pero las células cancerosas pueden viajar a otras partes en el cuerpo —principalmente a través de los vasos sanguíneos secuestrados—, donde se forma un tumor nuevo en un órgano diferente, lo que se conoce como metástasis. Las células cancerosas también pueden diseminarse en el cuerpo a través del sistema linfático o al invadir tejidos u órganos que se encuentran adyacentes al tumor (Hanahan y Weinberg, 2000).

En la figura 1 podrás encontrar descritos de manera gráfica estos hallmarks, que, en conjunto, exponen lo complejo que es esta enfermedad y lo difícil que es combatir a las células cancerígenas, pues todos los hallmarks contribuyen a la característica básica que se ha encontrado en todos los tumores, y lo que es parte de la definición del cáncer: el crecimiento anormal y descontrolado.

Con el paso de los años se han identificado más hallmarks del cáncer. A la fecha se han propuesto ocho rasgos más, para un total de 14 (Hanahan, 2022). Estos hallazgos reflejan lo complejo no sólo de esta enfermedad, sino de los rasgos de las células tumorales, y de otros factores que también afectan la formación y progresión del cáncer, uno de ellos es el microambiente tumoral.

El microambiente tumoral es un conjunto de células, moléculas y vasos sanguíneos que rodean y alimentan a las células tumorales (National Cancer Institute, s.f.). Para ejemplificar cómo el microambiente tumoral afecta el crecimiento del tumor, se puede mencionar a las células endoteliales, que son las células que forman parte de los vasos sanguíneos, arterias y capilares. Las células endoteliales pueden ser estimuladas por las células tumorales para inducirlas a que formen vasos sanguíneos nuevos hacia el tumor para suministrarle oxígeno y nutrientes (angiogénesis). Estas células endoteliales que se relacionan con el tumor presentan diferencias respecto a las células endoteliales normales y el conocer cómo se da la interacción entre las células endoteliales y las tumorales permitirá comprender el proceso de la angiogénesis y cómo bloquearlo sin afectar los procesos normales.

Además de las células endoteliales, hay otros tipos celulares que forman el microambiente tumoral, tales como los pericitos, las células del sistema inmune, los fibroblastos y las células madre del tejido adyacente al tumor. Las interacciones entre las células tumorales y los componentes del microambiente tumoral pueden afectar la manera en que un tumor crece y se disemina por el cuerpo (Hanahan y Weinberg, 2011).

Entonces, debido a la variedad de factores que contribuyen al desarrollo, al crecimiento y al avance del cáncer, es necesario utilizar modelos de estudio, en los que además de estudiar el comportamiento de las células tumorales también se pueda analizar su microambiente, las células y los componentes que lo rodean. Así, los modelos de estudio más completos deben abarcar la mayor parte de estas variables para hacer un estudio más confiable sobre el cáncer. Y si estos modelos se asemejan mucho a los humanos, entonces, los resultados que se obtengan pueden tener una aplicación más directa en los pacientes con cáncer. Por eso me sorprendió mucho saber que los peces se utilizan para estudiar el cáncer.

Similitudes entre Humanos y peces cebra

En mi casa siempre hemos tenido peces. Las peceras han cambiado de manera constante, pero lo que nunca ha cambiado ha sido nuestro asombro por estos mágicos animales. Esta curiosidad y admiración se mantuvieron vivas a través del tiempo, y crecieron cuando, en algún momento de mi formación, mi tutora me habló sobre el uso del pez cebra como modelo de estudio in vivo para el cáncer. Entonces me surgieron varias dudas: ¿por qué utilizaban un pez para estudiar un problema de salud en humanos? y ¿por qué no estudiaban el cáncer en otros humanos o en los clásicos ratones de laboratorio? Así que comencé a realizar una investigación para resolver estas preguntas y lo que encontré me sorprendió.

Comencemos por entender en qué se parece el pez cebra al humano. Podría parecer difícil de creer, pero compartimos un ancestro en común. Aunque el pez cebra no es un mamífero, tiene varios tejidos, órganos y glándulas cuyas funciones son similares a las de los mamíferos; estos incluyen los sistemas musculoesquelético y cardiovascular, ojos, cerebro, hígado, corazón, tracto gastrointestinal y páncreas, por lo que el pez cebra es un buen modelo para estudiar varios tipos de tumor que se originan en estos órganos. Además, los peces cebra tienen un sistema inmunológico desarrollado, que es similar al de los humanos, por lo que se puede estudiar la mayor parte de las moléculas y vías de señalización involucradas en la respuesta inmunológica tanto de mamíferos como de peces cebra (Bailone et. al., 2020).

Por otro lado, los avances para determinar la secuencia completa de adn de un organismo (genoma), mediante secuenciación, han permitido encontrar semejanzas genéticas entre humanos y peces cebra, las cuales se muestran en la figura 2.

Similitudes entre humanos y peces cebra

Figura 2. Similitudes entre humanos y peces cebra. Los humanos y los peces cebra compartimos similitudes genéticas que permiten utilizar a los peces cebra para el estudio del cáncer en humanos.
Crédito: creada en BioRender, con información de Howe et. al., 2013.

Ventajas del uso de peces cebra como modelo para estudiar cáncer

El uso del pez cebra como modelo de estudio es más reciente que el uso de los ratones en el laboratorio. Por ello, es necesario hablar de cuáles son las ventajas que tienen en comparación con los roedores (ver figura 3).

Diferencias entre peces cebra y ratones

Figura 3. Diferencias entre peces cebra y ratones como modelo biológico. Las características presentes en los peces cebra los han convertido en uno de los modelos preferidos para estudiar características del cáncer.
Crédito: creada en BioRender, con información de.

Los costos de mantenimientos del pez cebra representan 1/1000 de los costos que se tienen en comparación con el mantenimiento de los ratones (Zebrafishfilm.org, s.f.). Hughes (2013) menciona que el mantenimiento de un tanque de pez cebra cuesta 6.5 centavos de dólar al día, en comparación con los 90 centavos de dólar al día de cinco ratones en una jaula (1.21 y 16.7 MXN, respectivamente). Además, el pez cebra es pequeño y social, lo que permite tener hasta 70 peces cebra en un tanque, mientras que en una jaula sólo se podrían tener hasta cinco ratones (Johnson, 2013).

Otra ventaja importante es que los peces cebra tienen un desarrollo embrionario rápido, por ejemplo: los huevos de pez cebra en el laboratorio eclosionan alrededor de tres a cuatro días después de la fertilización, mientras que los ratones tienen un período de gestación de entre 19 a 21 días (Ciemerych y Sicinski, 2005). Esto es relevante porque el uso de los peces cebra implica:

  1. 1. Obtener conocimiento básico de cómo se comportan los tumores en menos tiempo. Para ello, se inyectan cultivos celulares en embriones del pez y se realiza manipulación genética (se inhiben o sobreexpresan genes), lo que permite observar la relación entre los genes modificados y el desarrollo y la progresión del tumor.
  2. 2. Facilita la investigación farmacológica con el fin de obtener fármacos personalizados o bien mejorar las terapias existentes para cada paciente con cáncer. Por ejemplo, con el uso delos peces cebra como avatares. Se les llama avatares porque son una representación de lo que sucedería en un humano, pues se obtiene una muestra del tumor de un paciente, se implantan células tumorales en las larvas de peces cebra y se prueban diversos fármacos o terapias. Y gracias a la similitud que tienen con los humanos se puede “predecir” la respuesta que esos tratamientos tendrán en el humano.

Por otro lado, los peces cebra tienen una alta tasa de fecundidad: el desove regular de los peces cebra es de hasta doscientos huevos viables por semana durante todo el año (Langova et. al, 2020). En cambio, un ratón sólo puede dar a luz entre cinco y seis crías por camada y sólo se dan entre cinco y 10 camadas por año (Van Sluyters et. al., 2003). De esta manera, con el uso de peces cebra es posible obtener muchas crías de un único apareamiento. Además, como no requieren de espacios amplios para crecer, es posible tener muchas crías a la vez. Un número mayor de crías representa más opciones para estudiar la progresión tumoral y su microambiente, la respuesta a toxicidad y la dinámica de fármacos contra las células humanas tumorales.

Para poder realizar estos estudios, que implican un gran avance en la medicina personalizada o de precisión, se requiere de un número determinado de células tumorales provenientes del paciente para ser inyectadas en el modelo de estudio. El pez cebra también presenta un punto a su favor en este aspecto, pues requiere de menos de 500 células tumorales para poder desarrollar un tumor, respecto a 1,000,000 ó 5,000,000 de células tumorales que requieren ser inyectadas para que un ratón pueda desarrollar uno (Costa et. al., 2020).

Algo que también es importante resaltar es el tiempo que tardan las células tumorales provenientes de los pacientes en desarrollar masas tumorales en el modelo in vivo. En el caso de las larvas de peces cebra, tres días después de la inyección de células tumorales humanas comienza el desarrollo tumoral, aproximadamente. Mientras que en los ratones, se requiere esperar entre uno y 10 meses, u ocasionalmente, hasta 18 meses para que comience el desarrollo tumoral después de la inyección de células tumorales humanas (Costa et. al., 2020).

El tiempo es un factor importante en la lucha contra el cáncer. Por lo que mientras más rápido se pueda determinar la efectividad de un fármaco contra un tipo de tumor, con el número adecuado de especímenes analizados para dar confiabilidad al estudio y todo esto a un costo menor, más rápido se podrá proponer un tratamiento para los pacientes cuyos tumores crecen, evolucionan y se propagan. En este sentido, como se mencionó anteriormente, el uso del pez cebra como modelo de estudio para el cáncer ofrece muchas ventajas en este respecto.

Por último, una de las características que se deben tomar en cuenta es la claridad óptica de los peces cebra. En este punto, el modelo de pez cebra es uno de los favoritos entre los investigadores debido a su transparencia. Pero tal vez en algún momento hayas visto un pez cebra y tal vez recuerdes que no es completamente transparente a simple vista. En los laboratorios, se utilizan las larvas del pez cebra, los cuales son transparentes y permiten la visualización de todo su desarrollo. Además, es posible inyectar células tumorales en estos embriones sin producir ningún tipo de dolor, y gracias a su rápido desarrollo y transparencia se puede observar cómo progresan las células tumorales (Langova et. al., 2020). Si comparamos este procedimiento con los ratones, su uso se vuelve complicado, puesto que, por un lado, se requiere eliminar su pelo para poder hacer estas observaciones, y, por el otro, sólo se pueden obtener imágenes en el sitio de tumor.

La medicina del futuro

No cabe duda de que el pez cebra es nuestro gran amigo para estudiar ciertas complejidades que abarca el cáncer. Posee ventajas para realizar un modelado de cánceres humanos y permite una manipulación genética accesible, lo que permite investigar y comprender los mecanismos y vías que conducen a la progresión del cáncer, así como evaluar diversos fármacos, evaluar su toxicidad y, en general, ha permitido que los médicos reduzcan los intentos de prueba y error de tratamiento en cada paciente.

Es importante destacar que los diferentes modelos in vivo tienen sus ventajas y desventajas. Cada modelo responde a diferentes preguntas biológicas específicas y es utilizado como herramienta complementaria, por lo que ninguno debe de ser menospreciado, al contrario, los científicos requieren de más investigadores realizando este tipo de experimentos. Anímate a estudiar y tratar de comprender la gran complejidad que abarca el cáncer, seguramente tú podrías ser el siguiente en aportar algo extraordinario.

Referencias

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Recepción: 27/04/2022. Aprobación: 10/04/2023.

Vol. 24, núm. 3 mayo-junio 2023

El secreto peor guardado de la nutrición: una visión integral de la obesidad

César Huerta Canseco, Mario Caba Vinagre y Mario Daniel Caba Flores Cita

Resumen

Uno de los problemas más comúnmente asociados a la obesidad son las alteraciones metabólicas. Sin embargo, estas, son el resultado de una exposición constante y prolongada a la inflamación de bajo grado provocada por la obesidad ¿Esta inflamación solo causa problemas a nivel metabólico? ¿Cómo afecta la inflamación de un individuo obeso su cerebro? El presente artículo pretende abordar estas preguntas y reflexionar con el lector, sobre la complejidad del entorno moderno y la obesidad, además de aportar sugerencias para su prevención y control.
Palabras clave: Inflamación, obesidad, motivación al alimento, sistemas de recompensa.

Nutrition’s worst kept secret: a comprehensive view of obesity problem

Abstract

One of the problems most commonly associated with obesity is metabolic disturbances. However, these are the result of constant and prolonged exposure to the low-grade inflammation caused by obesity. Does this inflammation only cause problems at the metabolic level? How does the inflammation of an obese individual affect his or her brain? This article aims to address these questions and to reflect with the lector on the complexity of the modern environment and obesity, as well as to provide advice on how to control it.
Keywords:Inflammation, obesity, food motivation, reward systems.

Introducción

¿Qué pasaría si todos los productos milagros para el control de peso realmente cumplieran con lo que prometen? Seguramente las complicaciones relacionadas con la obesidad no seguirían siendo uno de los principales problemas de salud pública en el país. En México, de acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Secretaría de Salud, Instituto Nacional de Salud Pública e Instituto Nacional de Estadística y Geografía, 2018), el 10.3% de los adultos mayores de 20 años son diabéticos, 18.4% son hipertensos y el 74.9% tienen ya un diagnóstico de sobrepeso u obesidad. Estos datos colocan a México en el segundo lugar mundial en sobrepeso y obesidad.

¿Por qué es grave que casi el 80% de la población adulta de nuestro país tenga sobrepeso u obesidad? La obesidad es definida por la Organización Mundial de la Salud (oms) como la acumulación excesiva de masa grasa que puede ser perjudicial para la salud. El concepto de perjudicial para la salud es amplio y contempla desde las consecuencias inmediatas hasta complicaciones futuras. La obesidad está estrechamente ligada a la presencia del síndrome metabólico, el cual es un conjunto de anormalidades metabólicas que se caracterizan por un deterioro progresivo del organismo (Castillo et al., 2017) y que, de no ser controladas, tienden a desencadenar en problemas de salud irreversibles.

La pérdida de sensibilidad a la hormona insulina es un componente muy característico de este síndrome y uno de los marcadores tempranos más asociados a los problemas metabólicos derivados de la obesidad. Es también consecuencia de un mecanismo de toxicidad vinculado al tejido adiposo denominado lipoinflamación. No olvidemos que la principal característica de la obesidad es la acumulación excesiva de tejido adiposo; que no sólo sirve como reserva energética, pues desempeña funciones endocrinas importantes para una correcta respuesta metabólica e inmunológica. El tejido adiposo puede representar del 2% al 70% del peso corporal en una persona y se considera que por debajo de 25% a 35% es un porcentaje óptimo o saludable, dependiendo de factores como la edad o el sexo (Jo y Mainous iii, 2018). Pero reflexionemos, ¿por qué tener más grasa es perjudicial para la salud?

Inflamación de bajo grado asociada con la obesidad

Un término muy utilizado en los diagnósticos de sobrepeso u obesidad es el de obeso “sano” para referirse a personas que no presentan alteraciones en los marcadores metabólicos más comúnmente explorados, tales como la glucosa en ayunas o la presión arterial. Entonces, ¿cuál podría ser el problema en las personas que acumulan más de 25% de su peso corporal en grasa, pero no presentan estas alteraciones metabólicas? Gracias a la investigación científica, hoy conocemos mejor el complejo papel que desempeña el tejido adiposo en el organismo. Anteriormente, se consideraba que este tejido sólo cumplía funciones de almacenamiento y homeostasis energética; sin embargo, hoy sabemos que desempeña una amplia variedad de funciones inmunológicas y tiene una importante actividad de señalización en el resto del organismo (Ahmed y Greene, 2021).

Primero, es importante reconocer que hay tres grandes clasificaciones de tejido adiposo: el tejido adiposo blanco (tab), el tejido adiposo marrón (tam) y el tejido adiposo beige. La estructura primaria que los conforma es el adipocito (figura 1), el cual almacena el exceso de nutrientes en forma de triglicéridos (grasa), incrementando su tamaño (hipertrofia1). Una vez excedida su capacidad genera nuevos adipocitos (hiperplasia2) que suplirán los requerimientos de almacenamiento energético.

El tejido adiposo marrón y beige, similares funcional y estructuralmente, están enfocados a la termorregulación corporal y disipación de energía en forma de calor; proceso que depende principalmente de la estructura mitocondrial del tejido y de la presencia de una proteína especial denominada proteína desacoplante o ucp1 por sus siglas en inglés (Ahmed y Greene, 2021). El tejido adiposo blanco es diferente porque su función principal es el almacenamiento de grasa; tiene una distribución subcutánea y visceral, y es el tejido adiposo relacionado con las patologías de la obesidad.



diferencias morfologicas en adipocitos del tejido adiposo

Figura 1. Diferencias morfológicas en adipocitos del tejido adiposo marrón (A) y el tejido adiposo blanco (B).
Crédito: elaboración propia, creada con BioRender.com.

Los adipocitos interactúan con su ambiente inmediato y con el resto de células del organismo, respondiendo y afectando también a otros tejidos. La acumulación de grasa en el área del abdomen (visceral) se considera la más dañina para el metabolismo debido a que está más asociada a la resistencia a la insulina (Ahmed y Greene, 2021). ¿Pero, qué pasa con los individuos que mantienen una sensibilidad a la insulina “normal” y son considerados metabólicamente sanos? Entre 10% y 25% de los individuos obesos no presentan esta alteración metabólica, ¿significa que este porcentaje de individuos no se ven afectados por la acumulación excesiva de tejido adiposo?

El tejido adiposo, como todos los tejidos que componen al organismo, necesita recibir oxígeno y nutrientes provenientes de la sangre y su expansión se ve acompañada de la formación de nuevos vasos sanguíneos. El problema se origina por el crecimiento excesivo del tejido. Recordemos que un porcentaje de grasa corporal de entre 25% y 35% no representa un riesgo grave a la salud metabólica. Después de haber utilizado la glucosa necesaria el cuerpo almacena un pequeño porcentaje de energía en forma de glucógeno en el músculo y el hígado, el resto de la energía ingerida se transforma en triglicéridos y se almacena en el tab; es por esto que es el único tejido en el organismo que tiene una capacidad de crecimiento tan amplia (desde el 2% hasta el 70% del peso corporal).

El incremento excesivo en el tamaño del tejido genera condiciones insuficientes o poco favorables de oxigenación, como resultado se genera un ambiente “tóxico” en las zonas afectadas (Ahmed y Greene, 2021). Esto es un problema grave porque se afecta la supervivencia de los adipocitos y muchos de ellos mueren. Cuando esto ocurre el sistema inmune se involucra y recluta macrófagos, un tipo de célula inmunitaria que “limpia” la zona afectada. Y entonces la principal forma de deshacerse de estos adipocitos muertos es por medio de liberación de sustancias que los destruyen y por un proceso llamado fagocitosis que implica la ingesta de los mismos. Entonces un macrófago que fagocitó un adipocito muerto emite señales químicas que informan al resto de células cercanas que existe un problema y deben acudir al sitio. El ciclo se repite, con lo que se produce un proceso de inflamación, se pone en alerta al resto de los componentes del sistema inmunitario (vr figura 2). Si la persona continúa ingiriendo un exceso de calorías, el tab continuará aumentando de tamaño y en consecuencia también aumentará la respuesta del sistema inmunitario, dando como resultado un proceso inflamatorio permanente que implica graves consecuencias para el equilibrio metabólico del cuerpo.



cambios generados en sistema inmune debido a obesidad

Figura 2. La obesidad genera cambios en el equilibrio inmunológico del cuerpo.
Crédito: elaboración propia, creada con BioRender.com.

En todos los individuos obesos, se presenta un proceso inflamatorio constante que cambia la dinámica del sistema inmunitario sin que necesariamente se vea reflejado un efecto a nivel metabólico como la resistencia a la insulina, dando la apariencia de un obeso “sano”. Dos de las sustancias que intervienen en este proceso inflamatorio son la Interleucina-6 (il-6) y el factor de necrosis tumoral alfa (tnf-α), asociadas al desarrollo de problemas metabólicos. Su estudio es un tema importante para comprender la fisiopatología de la obesidad.

El principal combustible en el cuerpo humano es la glucosa, que se sintetiza a partir de la digestión de carbohidratos o que se puede obtener de las reservas grasas del tab. Asimismo, el mecanismo por el cual las células del organismo son capaces de captar la glucosa proveniente de la circulación periférica implica la participación de una hormona producida por el páncreas llamada insulina. Esta hormona tiene diversas funciones, una de ellas es la de participar en el transporte de glucosa al interior de las células. Pero las células del cuerpo también tienen receptores para moléculas inflamatorias como la il-6 y el tnf-α, y el exceso de éstas interfiere con los receptores que captan la insulina circulante y dificultan su actividad; esto es, interfieren con la introducción de glucosa a la célula (ver figura 3). Como resultado de una exposición prolongada a estas moléculas inflamatorias, se induce lo que se conoce como resistencia a la insulina y el inicio de problemas metabólicos.



inflamacion derivada de la obesidad

Figura 3. La inflamación derivada de la obesidad genera cambios en la captación de insulina dentro de la célula, provocando a largo plazo una disminución en la sensibilidad.
Crédito: elaboración propia, creada con BioRender.com.

Los marcadores metabólicos comúnmente utilizados en la práctica clínica, por lo regular, no identifican estas moléculas inflamatorias para poder determinar un estado de inflamación. Es por eso que el diagnóstico de obeso “sano” puede generar una menor preocupación de los pacientes por mejorar su porcentaje de grasa corporal, pero en realidad se está enmascarando un problema de salud a futuro.

Esta inflamación no se limita a los órganos encargados de la regulación de la glucosa, como el hígado o el músculo esquelético. Su presencia se expande hasta el cerebro y es un factor importante en fenómenos neurodegenerativos como la enfermedad de Alzheimer, que ha sido asociada a la obesidad (Niero et al., 2017), y en el deterioro de zonas cerebrales implicadas en la regulación de la ingesta, así como la percepción de hambre y saciedad (Pimentel et al., 2014).

Sistemas de recompensa, alimentación y obesidad

Si la obesidad es producto de comer más de lo que necesitamos, la solución más lógica y sencilla sería comer menos. ¿Entonces, por qué comemos más de lo que necesitamos si sabemos que es perjudicial? La alta ingesta de calorías en la dieta moderna no responde únicamente a un fin práctico de ingerir alimentos para la supervivencia. En realidad, desequilibramos la balanza hacia el otro extremo, cambiamos el problema de la falta de alimento por un exceso de él.

Desde un punto de vista evolutivo, tiene sentido que el organismo genere mecanismos que le aseguren ingerir el alimento necesario. Esto es que se genere una sensación de “recompensa” al comer para que la persona continúe alimentándose y, de esta manera, se incrementen sus probabilidades de supervivencia. En el contexto actual en el que existe una sobreproducción alimenticia, se genera un proceso de “exceso de recompensa” en el cerebro y un problema de sobrepeso y obesidad con graves consecuencias.

El cerebro monitorea constantemente el balance energético, por medio de diferentes marcadores metabólicos, del resto del organismo. Del mismo modo, los tejidos y elementos periféricos producen sustancias químicas llamadas hormonas, que son liberadas al torrente sanguíneo y llegan a diferentes tejidos, incluyendo una estructura del cerebro llamada hipotálamo (Pimentel et al., 2014). Esta estructura junto con otras regiones cerebrales regulan la ingesta de alimento a la alta o la baja, según sea la información periférica. Paralelamente, el cerebro mediante sistemas especializados en los órganos sensoriales, identifica y prioriza la presencia de nutrientes energéticamente valiosos, como el azúcar o la grasa. Esta información es proporcionada a una estructura cerebral llamada amígdala, encargada de la fijación de memorias para recordar elementos asociados a estos alimentos y motivar al sujeto a consumirlos en futuras exposiciones (ver figura 4).

Este mecanismo tiene sentido en el ambiente “natural” del que procedemos. Por ejemplo, podemos recordar que una fruta de colores vivos es rica en azúcares y nos brindará un aporte de energía considerable que podría ser la diferencia entre la vida o la muerte. Sin embargo, en el ambiente moderno, estos mecanismos de motivación para ingerir alimentos “atractivos y palatables” han sido estudiados y aprovechados por la industria alimentaria para generar un consumo excesivo de calorías, guiado por un interés puramente económico. Es evidente que parte del problema de la obesidad es generado por el abuso en la ingesta de alimentos altamente calóricos, mediado en parte por un sistema de recompensa mal enfocado, pero ¿cómo afecta la subsecuente inflamación a estos sistemas de regulación en la ingesta?



esquema de la interaccion entre senales y el cerebro

Figura 4. Esquema representativo de la interacción entre las señales ambientales y el cerebro durante el proceso de alimentación.
Crédito: elaboración propia.

En los humanos, como ya se mencionó, el acto de alimentarse no se restringe a la necesidad de alimento por supervivencia; se trata de un mecanismo complejo que involucra la percepción placentera, las memorias de estos alimentos o incluso la motivación de metas a futuro, que nos inducen a decidir entre un alimento u otro. Una de las estrategias frente a las señales de hambre es incrementar la percepción a los signos relacionados con el alimento como los colores u olores. Por eso cuando tenemos hambre nuestro enfoque a la comida es más intenso; sin embargo, una sobreseñalización, como en el caso de individuos obesos con dietas altas en calorías, genera un descontrol en estos mecanismos de percepción (Pursey et al., 2019). Así, se incrementan las conductas de búsqueda excesiva de determinados alimentos (principalmente altos en azúcares y grasa) y comportamientos ansiosos si no se obtienen.

Estos procesos adictivos se mantienen en el tiempo (Décarie-Spain et al., 2016), e incluso se presenta una reducción en la percepción placentera de alimentos menos estimulantes (Vichaya et al., 2014), lo que hace que los individuos desplacen sus preferencias alimentarias inclinándose más por estos alimentos estimulantes y dejando de lado alimentos menos industrializados. En general, se propicia un deterioro en la función del sistema de recompensa y se crea un problema de ansiedad por alimento, no necesariamente metabólico, sino guiado por el sistema de recompensa.

Conclusiones generales

La obesidad es un problema de salud importante en México y en el mundo, asociado al desarrollo de problemas metabólicos como la resistencia a la insulina, que a largo plazo generará un alarmante crecimiento de población diabética, hipertensa y con altos riesgos de enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, el constante desarrollo de investigación científica enfocada al entendimiento de la obesidad, nos ha llevado a relacionarla también con el deterioro a la salud cognitiva y al mal funcionamiento del cerebro. En este sentido, la inflamación derivada de la obesidad es también un factor de riesgo asociado al desarrollo enfermedades neurodegenerativas, como Alzheimer.

Hoy sabemos que esta inflamación afecta también a sistemas neuronales que regulan la percepción y la ingesta de alimentos, que sumados a la constante exposición de alimentos procesados genera comportamientos similares a la adicción y hace muy difícil la adherencia a dietas naturales, correctas, variadas y suficientes, necesarias para la salud humana. La estrategia más efectiva para romper este círculo dañino para la salud es volver a los alimentos naturales con poco o nulo procesamiento, y en general incrementar la actividad física. Esto es muy importante porque evolutivamente estamos diseñados para desplazarnos constantemente en busca de alimento y comer ocasionalmente.

El secreto peor guardado de la nutrición, que está al alcance de la mayoría y carente de patentes o estrategias comerciales, es comúnmente ignorado. Éste consiste en balancear mejor la excesiva comodidad del ambiente moderno, alejarnos lo más posible de alimentos altamente procesados y acercarnos a nuestros orígenes como especie: comer más frutas, verduras y fuentes de proteína con menor grado de procesamiento, ya que muchos de los rasgos biológicos que aún no entendemos nos acompañaron en el largo camino de nuestra evolución. Nuestro cuerpo nos lo agradecerá con una mejor salud.

Referencias

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Recepción: 05/04/2022. Aprobación: 01/02/2023.

Vol. 24, núm. 3 mayo-junio 2023

Degustar un cheesecake en Do Mayor: el placer musical y su función biológica adaptativa

Pablo Valdés-Alemán Cita

Resumen

¿Por qué nos gusta la música? Los seres humanos disfrutamos de escuchar música, tanto que inundamos nuestras actividades diarias con esta práctica. Este fenómeno parece ser algo que se extiende en todo el mundo, aunque no todas las culturas tengan una misma concepción sobre la música. Desde una perspectiva evolutiva, si la música es tan importante para la especie y ha permanecido a lo largo de todos estos miles de años, alguna importancia biológica adaptativa debería de tener. No obstante, ciertos autores sugieren que la música no es más que un subproducto de la evolución sin una función relevante para la reproducción o la sobrevivencia de la especie, por lo que únicamente sirve para deleitar al oído, como si fuera un cheesecake auditivo (Pinker, 1997). ¿Realmente la música no es trascendental para la vida humana? Eso es lo que exploraremos en este artículo.
Palabras clave: placer musical, adaptación biológica, música, cognición musical, musicología, evolución.

Tasting a cheesecake in C Major: On musical pleasure and its adaptive biological function

Abstract

Why do we like music? Humans enjoy listening to music, so much so that we flood our daily activities with this practice. This phenomenon seems to be something that spreads throughout the world, although not all cultures have the same conception of music. From an evolutionary perspective, music is so important to the species and has remained among us throughout all these thousands of years that we may think that it has some adaptive biological importance. However, certain authors suggest that music is nothing more than a by-product of evolution without a function relevant to the reproduction or survival of the species. According to them, it only serves to delight the ear, as if it were an auditory cheesecake (Pinker, 1997). Is not music transcendental for human life? That is what we will explore in this paper.
Keywords: musical pleasure, biological adaptation of music, music cognition, musicology and biology, evolution.

Partiendo de la idea que plantea el psicólogo evolutivo Steven Pinker (1997), uno puede entender por qué somos tan débiles ante la tentación de un dulce y cremoso cheesecake que se encuentra frente a nosotros, listo para ser devorado. ¿Me encuentro hambriento? No. ¿He corrido un maratón? Tampoco. ¿Mi cuerpo lo necesita? No realmente. Para poder explicar mucho del comportamiento humano —y el de otras especies también—, sobre todo aquel que a simple vista pareciera un tanto irracional, es relevante pensar en sus posibles funciones adaptativas.

Bien es sabido que aquellas conductas que llevan a la sobrevivencia y a la reproducción de los animales están asociadas con los mecanismos cerebrales de recompensa; esto mediante largos procesos evolutivos de selección natural, lo que permite su adaptación biológica. Tal es el caso de la alimentación, en la que existe una clara motivación por la búsqueda de alimento y una sensación placentera ante los estímulos químicos de la comida, que son disueltos en la saliva y, posteriormente, captados por los receptores gustativos en la lengua. Entonces, si el fin es saciar una necesidad biológica, ¿por qué comemos de más?, o ¿por qué preferimos los alimentos azucarados sin importar su valor nutricional? Se trata de la capacidad que tienen los carbohidratos para hackear nuestros mecanismos cerebrales de recompensa, tal como sucede con otros estímulos placenteros, lo que ocasiona una búsqueda de dicho estímulo, aunque no exista una necesidad fisiológica real.

Pinker (1997) sugirió que algo similar podría estar sucediendo con la música, lo que explicaría la experiencia placentera percibida ante dicho estímulo, sin una aparente función biológica. El autor incluso propuso que la música se trata de un cheesecake auditivo, es decir, un simple producto secundario de la evolución que únicamente sirve para entretener y deleitar al oído humano. No obstante, dicha postura ha tenido un gran rechazo por parte de biólogos, neurocientíficos, psicólogos, etólogos, lingüistas y musicólogos (Brown et al., 2000; Sborgi Lawson, 2022). De acuerdo con David Huron (2003), este debate surge tras reconocerse que, en efecto, existe un deseo o una búsqueda de ciertos estímulos placenteros no-adaptativos (naps, por sus siglas en inglés), que actúan sobre el sistema de recompensa sin realmente proporcionar beneficios para la sobrevivencia o la reproducción de la especie —por ejemplo, drogas—. En ese sentido, y siguiendo con el discurso del autor, existe la postura de que la música pertenece a este grupo de estímulos naps.

Uno de los argumentos que van en contra de esta posición establece que si la música no tiene ningún valor de sobrevivencia, entonces, cualquier tipo de comportamiento musical terminaría por empeorar el desempeño de la especie (Huron, 2003). Por lo tanto, según esta misma fuente, esta aseveración no tiene sustento al tomar en cuenta la vasta evidencia que sitúa los orígenes del comportamiento musical en la especie humana —vestigios de instrumentos musicales— mucho antes de los orígenes de la agricultura (ver video 1). Es decir, que la antigüedad del comportamiento musical sugiere algún tipo de valor biológico, debido a su prevalencia en la especie a lo largo de todos estos años (Killin, 2018).



Video 1. Posible flauta paleolítica de Homo Neanderthalensis.
(Primoz Jakopin, 2010)

Incluso, de manera empírica, no hace falta indagar demasiado para darnos cuenta del rol central que tiene la música en nuestras vidas. Prácticamente en todas las actividades que realizamos podemos encontrar música: en el trabajo, en el auto, en el supermercado, en la casa, en reuniones sociales, al estar solos, mientras descansamos, o si nos ejercitamos. En fin, la lista puede seguir, y no cabe duda de que en nuestra sociedad la música importa. Sin embargo, no hay que olvidar que es necesario tomar en cuenta los estudios culturales, e intentar dejar de lado nuestra perspectiva occidental que, desde luego, puede llegar a sesgar nuestras observaciones sobre el comportamiento musical.



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Figura 1. Hallazgo de una posible flauta paleolítica de Homo Neanderthalensis.
Crédito: Wikimedia Commons.

Con respecto a lo anterior, aunque está ampliamente reconocido que la música forma parte de las actividades presentes a lo largo de las diversas culturas y sociedades del mundo, siempre hay que ser cautelosos al momento de generalizar o proclamar este tipo de universales en la especie. De acuerdo con el etnomusicólogo Bruno Nettl (2000), la actividad musical es pieza central de muchas culturas, no obstante, su significado puede variar bastante, sobre todo si partimos del concepto musical occidental.

En la actualidad, la música, en las sociedades industrializadas y occidentalizadas, forma parte de rituales individualistas, social-elitistas y de contemplación estética (Eerola et al., 2017). Una clara distinción entre este tipo de sociedades y el resto es precisamente esta tendencia individualista, por lo que la música cada vez va perdiendo más ese papel como una actividad que se realiza para y con la sociedad —sin olvidar al baile, que muchas veces queda como un elemento independiente o excluido de la música— (Nettl, 2000).

Esa diversidad en la forma de entender y practicar la música recuerda la importancia de tomar en cuenta la evolución cultural que, si bien, desde el punto de vista de la sociobiología, estas habilidades y comportamientos sociales son producto de adaptaciones por selección natural, la psicología evolutiva añade que, debido a que los contextos cambian, dichas adaptaciones pueden ya no ser funcionales en la actualidad (Sperber y Hirschfeld, 1999). Tomando en cuenta esta postura, se podría pensar de la música como una especie de vestigio evolutivo —como el apéndice—, que en algún momento fue crucial para la sobrevivencia humana, pero que ahora ya no lo es (Huron 2003).



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Figura 2. Dos hombres tocando música tradicional de la India.
Crédito: SwastikArora.

Por tal motivo, una de las hipótesis sobre la función adaptativa de la música y, por lo tanto, del placer musical, es su capacidad de fomentar los lazos sociales. Por ejemplo, Tarr y colaboradores (2014) mencionan que las actividades sociales, como el baile, la música y el juego, suelen ser una fuente de placer, pues promueven los vínculos sociales, sobre todo mediante los procesos rítmicos que requieren de sincronía. Huron (2003) propone que la función adaptativa de la música para la cohesión social parte de su capacidad para sincronizar estados mentales y emocionales en grandes grupos de personas, y que prepara al grupo para poder actuar de manera conjunta. El autor añade que, debido a este poder de la música para manipular las emociones, la música pudo funcionar como un mediador para reducir la tensión y la agresión en el grupo, partiendo de la evidencia de que escuchar música puede reducir los niveles de testosterona. Asimismo, Ian Cross (2003) mantiene que la música pudo servir como un pasatiempo grupal para la catarsis, mediante la expresión y la experiencia emocional colectiva. También sugiere que la música, al facilitar la interacción social, permitió la adquisición y el mantenimiento de las habilidades y el conocimiento del grupo, lo que fue crucial para el desarrollo cognitivo humano y para el propio surgimiento de la cultura humana.

Actualmente, se han llevado a cabo experimentos que demuestran la importancia sobre el vínculo entre el placer musical y su capacidad para evocar emociones y valores sociales relacionados con la identidad y el sentido de pertenencia, los cuales fomentan esta cohesión social. Tal es el caso de Weinstein y colaboradores (2016), quienes pudieron observar cómo los miembros de un coro numeroso, donde no se conocían previamente, reportaban mayores niveles de inclusión social y placer después de cantar.



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Figura 3. Banda callejera tradicional, representativa de la música de Bali.
Crédito: 5477687.

Otra propuesta, es la función que tuvo la música para fortalecer el vínculo madre-hijo, ya que el canto materno regula los niveles de ansiedad en el bebé (Trehub, 2003). Incluso, de acuerdo con esta fuente, la música permitiría el sano desarrollo y crecimiento del infante: al facilitar la relajación y el sueño, la madre tendría más oportunidades de ocuparse tanto de sus propias necesidades como de las del bebé —por ejemplo, en la búsqueda de alimento—. Mucha de la evidencia que existe sobre la predisposición humana para la musicalidad —es decir, poder detectar tonos, intervalos, melodías y ritmos— desde una edad muy temprana ha servido como apoyo para la hipótesis de que la música es relevante para el desarrollo humano y, por lo tanto, una pieza clave para la evolución de ciertas capacidades cognitivas (Saffran, 2003; Trehub, 2003). En ese sentido, los hallazgos sobre estructuras cerebrales especializadas en el procesamiento musical han dado pie para hablar de la musicalidad como una capacidad congénita, aunando a la discusión sobre su relevancia evolutiva (Huron, 2003).



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Figura 4. Bebé explorando sonidos con instrumentos musicales de percusión.
Crédito: thedanw.

Además de su importancia como cohesor social, algunos autores, como Saffran (2003), mencionan que el surgimiento de la música (protomúsica) fungió como un medio de comunicación entre los miembros del grupo, por lo que es un precursor del lenguaje (protolenguaje). En el sentido opuesto, Dale Purves (2004) argumenta que la música es un producto secundario del lenguaje, que parte de la capacidad que tenemos para detectar tonos (frecuencias consonantes), que son propios de la voz humana. Esta idea recuerda bastante a la postura planteada en un inicio por Pinker (1997). Asimismo, se puede añadir la hipótesis de que la música fungió como una actividad lúdica, un pasatiempo seguro, un espacio de juego y aprendizaje, donde no habría consecuencias en el mundo real; esto, partiendo del hecho de que, tras dominar la agricultura, cada vez había mayor cabida para el ocio (Huron, 2003).



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Figura 5. Grupo de personas bailando al sonido de la música.
Crédito: terimakasih0.

Todas estas ideas e hipótesis sugieren algunas de las posibles razones por las cuales hacemos y disfrutamos la música. Estos investigadores han tratado de estudiar, desde una perspectiva evolutiva, la función que tiene la música para la especie, y si tiene algún valor adaptativo. Sin embargo, al abordar el porqué del placer musical, queda la pregunta del cómo. Es decir, concretamente, ¿cómo es que la música logra sus efectos placenteros en nosotros? Ya decía Purves (2004) que los músicos aprovechan la capacidad innata de los humanos para percibir tonos consonantes (y el placer que de esto resulta). para componer estructuras sonoras (piezas musicales) que intercalan sonidos disonantes y consonantes, es decir, tensión y relajación, generando así efectos placenteros en quienes las escuchan. Sin embargo, considerando que la música es un fenómeno dinámico que se desenvuelve a través del tiempo, se ha descubierto que uno de los mecanismos que subyacen al placer musical es la expectación musical (Zatorre, 2015).

La expectación musical se da cuando escuchamos música. De manera inconsciente tratamos de predecir la estructura musical conforme se va desarrollando en el tiempo, y si nuestra predicción es correcta recibimos una recompensa. Por tal motivo, la experiencia o el conocimiento que tenemos sobre cierto tipo de música o estructura musical está directamente relacionado con nuestro gusto por ella. No obstante, si una pieza musical es demasiado simple y fácil de predecir, ésta resultará monótona y poco placentera, al igual que si la pieza es muy compleja y difícil. El compositor debe, entonces, saber en qué momentos violar la estructura musical para generar efectos sorpresa placenteros (error de predicción positivo) (Mas-Herrero et al., 2018; Mas-Herrero et al., 2013; Salimpoor y Zatorre, 2013; Zatorre, 2015; Zatorre y Salimpoor, 2013). Quizá esto nos recuerde a aquella canción que nos encantaba pero que, después de tanto escucharla, una y otra vez, terminó por hartarnos. O lo mismo a esa canción que, en un principio, tal vez nos parecía un tanto extraña o poco familiar, y que, al cabo de un tiempo, nos comenzó a agradar. Y también a esa estrofa que esperábamos después del coro, pero que, tras un cambio repentino y sorpresivo, nos puso la piel de gallina.

En conclusión, no es descabellado pensar que la humanidad hace música porque es placentero. Siguiendo la misma lógica de Pinker (1997), si algo es placentero, es porque está actuando sobre nuestro mecanismo cerebral de recompensa, mismo que es responsable de reforzar comportamientos que son de relevancia para la sobrevivencia de la especie. Sin embargo, aquí es donde diverge nuestra narrativa de la de dicho autor, ya que, de acuerdo con su postura, la música sólo es un accidente dentro de nuestra historia evolutiva, que simplemente activa vías cerebrales que originalmente estaban destinadas para otros fines. Así, según Pinker, la música no contribuiría en nada para el desarrollo humano.

Pero, entonces, ¿realmente la música no es trascendental para la vida humana? Llegados a este punto, la pregunta se contesta sola. La música, tan antigua como es, ha tenido y sigue teniendo un fuerte impacto en nuestras sociedades. Nos une en comunidad, nos da identidad, nos mueve y motiva, tanto para la realización de metas conjuntas como individuales, modula nuestras emociones, fortalece nuestras relaciones y, a todo esto, nos gusta.

Al integrar este conocimiento, el rompecabezas del placer musical y su función biológica adaptativa va quedando cada vez más completo. Desde luego quedan muchas piezas por resolver, y no hay que olvidar que muchas de ellas sobrepuestas son interpretaciones o sugerencias sobre estas posibles funciones del placer musical. No obstante, hay que reconocer el esfuerzo y el creciente interés científico por estudiar el fenómeno musical desde diferentes perspectivas y disciplinas. Ya son 26 años desde que Steven Pinker (1997) desdeñó el valor de la música al de un mero cheesecake auditivo; sin embargo, los estudios surgidos desde entonces han arrojado más luz sobre la importancia de la música para la evolución y el desarrollo de la cognición humana, lo que ha impulsado la generación de disciplinas como la cognición musical, la biomusicología, la neuromusicología y la psicología de la música (Brown et al., 2000; Sborgi Lawson, 2022). La investigación continúa, la música aún no acaba, y no hay mayor placer que el de tratar de estudiar sus misteriosas notas y acordes que resuenan en nuestros cerebros.

Referencias

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Recepción: 29/04/2022. Aprobación: 10/04/2023.

Vol. 24, núm. 3 mayo-junio 2023

El problema del cuerpo y la muerte: contingencia y ausencia

Luis Ernesto Cruz Ocaña Cita

Resumen

A partir de la lectura de un breve texto titulado Limbo eterno FM-2030, escrito por la investigadora argentina Flavia Costa, este artículo presenta un conjunto de reflexiones para mostrar el modo en que la filosofía moderna y el proyecto transhumanista contemporáneo han luchado contra el cuerpo y la muerte en un afán por superar su condición contingente. El temor a “ser un ausente”, a no mantenerse con vida, nos ha llevado a la formulación de diversas técnicas orientadas hacia el mejoramiento constante del mundo y de nosotros mismos en la búsqueda de la inmortalidad. De acuerdo con este modo de pensar, la condición humana, marcada por la vulnerabilidad y la fragilidad, puede y debe ser superada, de ahí que uno de los ideales más perseguidos en los últimos cinco siglos sigue siendo la previsión y planificación absoluta de la vida cotidiana. Previsibilidad es igual a orden, orden igual a progreso, progreso igual a riqueza. Capitalismo, ciencia y tecnología caminan de la mano en su lucha contra el cuerpo y la muerte, contra la contingencia y la ausencia.
Palabras clave: cuerpo, muerte, antropotécnicas, filosofía moderna, transhumanismo.

The problem of the body and death: contingency and absence

Abstract

Based on the reading of a brief text entitled “Limbo eterno FM-2030”, written by Argentine researcher Flavia Costa, this article presents a set of reflections to show how modern philosophy and the contemporary transhumanist project have struggled against the body and death in an effort to overcome their contingent condition. The fear of “being absent,” of not staying alive, has led us to the formulation of various technics oriented towards the constant improvement of the world and ourselves in the quest for immortality. According to this way of thinking, the human condition, marked by vulnerability and fragility, can and must be overcome, hence one of the most pursued ideals in the last five centuries continues to be the absolute foresight and planning of daily life. Predictability equals order, order equals progress, progress equals wealth. Capitalism, science and technology walk hand in hand in their struggle against the body and death, against contingency and absence.
Keywords: body, death, anthropotechnics, modern philosophy, transhumanism.

A modo de inicio…

En su breve escrito “Limbo eterno FM-2030”, publicado en la Revista Anfibia1, la profesora argentina Flavia Costa (2019) plantea, entre otras cosas, que “el problema es el cuerpo” (párr. 1). Esto lo indica a partir de reflexionar sobre la propuesta de mirada hacia el futuro desplegada por el atleta e intelectual persa Fereidoun M. Esfandiary, autonombrado FM-2030, para mostrar su búsqueda de la inmortalidad. Dicho personaje, en 1969, pronunció por vez primera el término transhumanista, con lo que se gestaron las condiciones para el inicio de un proyecto filosófico-científico que persigue el mejoramiento de lo humano a través del uso de las tecnologías disponibles (Diéguez, 2017).

Con el término transhumano, FM-2030 señaló la necesidad y la posibilidad humana de prescindir de esa “camisa de fuerza biológica” que es el cuerpo, de llegar a un momento en que no necesitemos más de él, que podamos trascenderlo. Pero ¿por qué el cuerpo es el problema? Porque está marcado, como señala Costa (2019), por la fragilidad y la vulnerabilidad, porque sufre y se duele, porque se enferma, porque se desgasta y envejece; en suma, porque muere y deja de existir. El cuerpo es finito, no dura para siempre, tiene sus días contados. Es la muestra más palpable de la contingencia propia de la existencia, no sólo humana sino de todo lo que nos rodea.

Al estar marcado por la finitud, el cuerpo —y con él la vida humana— se percibe como un breve intervalo de tiempo entre el nacimiento (entrada en la vida) y la muerte (abandono de la vida). Pero, como ya indicó el filósofo alemán Martin Heidegger (1971), en su obra principal Ser y tiempo, la nada originaria de la que procedemos no genera cuestionamiento ni preocupación, mientras que la nada postrera, a saber, la muerte, en tanto certeza más certera —no hay algo de lo que podamos estar más seguros que del hecho de morir—, imposibilidad de todas nuestras posibilidades —el final de todos nuestros proyectos—, es el fenómeno esencial que suscita angustia, ese estado afectivo que produce una especie de temor ante un objeto indeterminado.

Es por el horror ante la muerte, ante la posibilidad de la ausencia, que se producen todas las formas de negación a través de las cuáles intentamos ocultar o alejar la posibilidad más propia e ineludible del ser humano. Ocultamos durante la mayor parte de nuestra vida el hecho de poder morir, la posibilidad de ser un ausente.

Pero volvamos al problema…

¿Por qué el cuerpo es el problema?

Más allá de las discusiones desarrolladas durante la Edad Media, principalmente teológico-religiosas, sobre si el cuerpo era el lugar del pecado y la concupiscencia (los malos deseos), el que nos separa de una relación genuina con lo divino, en la época moderna y contemporánea el cuerpo es igualmente negado al considerarse como un elemento, si bien no maligno o profano —distinto de lo sagrado—, sí accesorio e innecesario. Dicha negación adopta dos formas distintas.

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Por un lado, el cuerpo es ignorado al situarlo como una entidad secundaria, de menor valor, con respecto a la mente o la conciencia, que es considerada lo más propio de la naturaleza humana, tal como sucedió a partir de la separación realizada por el filósofo francés René Descartes —padre de la filosofía moderna en el siglo xvii— entre res cogitans (sustancia pensante con carácter infinito e ilimitado) y res extensa (sustancia extensa con carácter finito y limitado).

Por el otro, se niega el cuerpo al inhabilitarlo a través de estrategias bio-tecnológicas que permitan superar sus límites orgánicos, con lo que la condición humana mortal puede y debe ser trascendida. Así como sucede con las ideas del movimiento transhumanista que concibe lo corporal como un “dispositivo obsoleto” (Costa, 2019).

Ambas formas de negación, la de la filosofía moderna y la del transhumanismo contemporáneo, utilizan estrategias diferentes. La primera pone énfasis en un olvido del cuerpo con el fin de centrarse en lo verdaderamente relevante: el pensamiento, la conciencia, el espíritu, o sea, en lo no material e invisible del ser humano. La segunda, en cambio, intenta superar la entidad primitiva y superflua que es el cuerpo para orientarse hacia el aspecto evolutivamente superior: el cerebro o, en otros términos, las redes neuronales que hacen al cerebro funcionar.

Como se puede notar, el cuerpo es el residuo de lo animal que aún habita al interior de la especie humana. El imperativo moral es, entonces, des-animalizar al ser humano porque lo animal es inferior, es el eslabón débil e inútil, algo primitivo que requiere ser suprimido. La máquina —un robot o un ordenador—, aun habiendo sido creada por el ser humano, aparece como el camino más efectivo hacia la autotrascendencia.

¿Cómo se niega el cuerpo [y la muerte] en la filosofía moderna?

En la época moderna se des-animaliza al ser humano cuando se promueve la ruptura con todo aquello asociado al cuerpo, como las emociones, afectos, sentimientos y pasiones, a través del fomento de una instancia superior: la razón. En términos del filósofo alemán, Peter Sloterdijk, el humanismo, ese movimiento filosófico, artístico y cultural que coloca al ser humano y su dignidad como centro de la reflexión, no fue otra cosa que un conjunto de antropotécnicas, es decir, operaciones realizadas por unos hombres considerados superiores sobre otros vistos como inferiores, destinadas a la “domesticación y amansamiento […], con el fin de salvarlo[s] de sus tendencias animales” (Castro-Gómez, 2012, p. 68). Este conjunto de antropotécnicas se orientaba tanto hacia el disciplinamiento de los cuerpos individuales como a la regulación de la población o el cuerpo social.

La tarea fundamental del humanismo era, entonces, doble. La primera, con un matiz positivo, formar un tipo de pensamiento y una comunidad política basados en la alfabetización y lectura de textos que incrementaran las habilidades espirituales y humanizaran al ser humano —el ser humano no nace, se hace a través de la cultura—. Y, la segunda, con un matiz negativo, el sometimiento y re-orientación de los instintos y pulsiones más salvajes que habitan el cuerpo y obstaculizan el desarrollo racional de la civilización. Esto funciona a través de un ejercicio de promoción y contención, incitamiento e inhibición.

En la naciente modernidad occidental de los siglos xvii y xviii, el cuerpo se convierte, como muestra el filósofo francés Michel Foucault (1977), en una preocupación política y objeto de vigilancia. En lo que denomina la época del biopoder2, en la que se le da una forma adecuada a las necesidades del orden económico y se hace que el poder fluya a través del cuerpo para funcionar mejor, se busca la incorporación de la norma en nuestras vidas por medio de la creación de dispositivos institucionales —la cárcel, el hospital, el psiquiátrico, la escuela, la fábrica, entre otrosꟷ, orientados a que las personas aprendan a autovigilarse y vigilarse entre sí. Se interviene, primero, en los cuerpos individuales, pero, eventualmente, en el cuerpo social o población —impulso de saberes médicos, pedagógicos, higiénicos y estadísticos—.

Ese humanismo que piensa lo humano en una tensión entre lo duradero y lo contingente, lo ordenado y lo caótico. Con una clara primacía del polo de lo durable y lo ordenado, la muerte espera poder ser aplazada. Se aleja de las reflexiones filosóficas. Tanto el cuerpo como la muerte son los temas ausentes, aunque implícitamente presentes en la época moderna. Mientras la filosofía parece callar, la ciencia se hunde en una ambigüedad en torno a la muerte: por un lado, es la que permite comprender cada vez más procesos vitales, pero por otro es “el enemigo a vencer”. En palabras de Costa (2019), “terminar con la muerte sería el triunfo trascendente que de un solo golpe disolvería todos los problemas humanos” (párr. 8).

Pero la filosofía y la ciencia modernas no alcanzaron el objetivo de aplazamiento de la muerte, sólo contribuyeron a la formación de un tabú. Se toparon con un ámbito difícilmente administrable a conveniencia. En la época del biopoder, en donde se privilegia, según la fórmula antes mencionada, el “hacer vivir”, el polo del “dejar morir” aparece como una instancia menos activa, pero no por ello sin importancia. La muerte, aunque temida y ocultada, está ahí. Comienza a convertirse en un elemento de autodefinición de lo humano y, al mismo tiempo, en aquello contra lo que es preciso revelarse. La muerte, la posibilidad de morir y saber esa posibilidad, es parte de la condición y la existencia humanas, mismas que comienzan a ser pensadas cada vez más ancladas a la corporalidad. Definirnos por y frente a la muerte constituyó uno de los aportes centrales de las primeras tres cuartas partes del siglo xx, período marcado por las grandes guerras mundiales.

¿Qué pasó con el cuerpo y la muerte después de la filosofía moderna?

A fines del siglo xx comienzan a vislumbrarse cambios radicales en los modos de organización de la vida. Aparecen lo que el filósofo Gilles Deleuze denomina sociedades de control, es decir, modos de organización de la vida donde predominan las “conjunciones de sistemas orgánicos y tecnológicos” (Lash, 2005, p. 42), junto a “formas ultrarrápidas de control al aire libre” (Deleuze, 2014, p. 116), en las que las instituciones cerradas se ven cuestionadas por las redes digitales. La mutación del capitalismo en el mundo actual va ligada a una transformación tecnológica. En este contexto aparece la versión contemporánea del problema del cuerpo y de la muerte.

Si esta nueva versión continúa con la negación del cuerpo, no lo hace del mismo modo que la versión moderna. Comienza con lo que Costa (2019) denominó “una ampliación del campo de batalla biopolítico”, es decir, un incremento de los modos en que la vida se convierte en una preocupación política. Profundiza su preocupación por el cuerpo, pero, a partir de los cambios suscitados en la tecnociencia, se aleja de la dimensión puramente material, tangible. Impera la reflexión sobre procesos energéticos y se privilegian las tecnologías informático-comunicativas y las de ingeniería genética.

Ya no se queda a nivel de la vigilancia efectiva del cuerpo individual o del cuerpo social a través de dispositivos institucionales donde el tiempo y el espacio funcionan de modos convencionales sobre los cuerpos realmente existentes. Ahora se establecen estrategias de control desterritorializadas y ampliamente aceleradas, que ponen atención a entidades infracorporales (principalmente los genes) y supracorporales (lo referido a procesos ecológicos), cuyo objetivo es la optimización de los cuerpos que podrían llegar a existir. Ya no se trata ni de corregir lo que es, ni de vigilar que se transite por el camino correcto, sino de intervenir y modificar la corporalidad en sus condiciones más íntimas y, a su vez, las más abarcantes.

En este sentido, el cuerpo se hace operable, modificable, en cierto modo, a conveniencia —ese es, al menos, el idealꟷ. En palabras del profesor estadounidense Jonathán Crary, “no hay determinantes inalterables de la naturaleza […] Creer que hay alguna característica ‘esencial’ que distinga los seres vivos de las máquinas es, se nos dice, ingenuo y nostálgico” (2008, p. 14). La corporalidad, el estar en un cuerpo como nuestra forma de ser en el mundo, no es un destino, no es una cosa a la que debamos sujetarnos, sino un soporte provisional sobre el cual es posible actuar y modificar. De ahí que sea preciso, por un lado, retrasar lo que parece necesario como parte de la temporalidad del cuerpo: el envejecimiento; y, por otro, desarrollar las técnicas imprescindibles para la “creación de cuerpos durables, versátiles, atractivos” (Costa, 2019, párr. 8). No se tiene un cuerpo, se es un cuerpo. Sin embargo, ese cuerpo no es definitivo, puede y debe ser intervenido. Es tiempo de modificaciones corporales, prótesis, extensiones…

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Pero ¿para qué hay que intervenir, operar y modificar el cuerpo? Para “minimizar el dolor” primero y, después, para “inmortalizar la vida”, dice la profesora Costa (2019). En suma, para destruir cualquier sentido de contingencia. La muerte ya no sería un destino ineludible, sino algo más entre lo que, aparentemente, se puede elegir.

La ideología neoliberal del consumo permite pensar que todo puede ser seleccionado a la carta con el pago correspondiente. La utopía (o distopía) planteada por Aldous Huxley en Un mundo feliz, donde parece posible elegir cuándo, cómo y dónde nacer, cómo, cuándo y dónde morir, es actualmente una tendencia perseguida por algunos defensores del transhumanismo (Diéguez, 2017). Si bien la muerte llegará en algún momento, es posible aplazarla lo más posible y, en cierto modo, manipularla para no aparecer de forma abrupta o sorpresiva, sino que se ajuste a los deseos humanos de previsión y certeza. Morir será posible sólo cuando uno se haya aburrido de vivir.

¿Qué hacer, entonces, con el cuerpo y la muerte?

Con todos los avances tecnológicos mencionados es plausible pensar en la superación de las limitaciones biológicas del cuerpo, en la superación del ser humano ligado aún a la condición animal, y la superación de la posibilidad de ser un ausente, de morir, sin saber cómo ni cuándo. El ideal planteado en el siglo XIX por el filósofo francés August Comte: “saber para prever, prever para obrar” (Velázquez, 2006), es aquí llevado al extremo, ya que mientras en la versión moderna la vida y el cuerpo podían ser manipulables solamente durante el período de tiempo que los circunscribía al mundo; en la versión más contemporánea se pretenden trascender los límites contingentes y azarosos del nacimiento y la muerte, interviniendo tecnológicamente esas posibilidades.

La previsión y la planificación absoluta de la vida cotidiana, continúa siendo, tal como lo fue en la filosofía moderna y como se nota en el proyecto transhumanista, uno de los ideales más perseguidos: se lucha de diferentes maneras contra la contingencia y contra la ausencia. Previsibilidad es, al fin y al cabo, igual a orden, orden igual a progreso, progreso igual a riqueza; y, actualmente, la mayoría deseamos estar en esta condición. Capitalismo, ciencia y tecnología caminan de la mano en su lucha contra el cuerpo y la muerte.

¿El cuerpo es, entonces, el problema al tener la marca de la finitud y la mortalidad tal como se mostró en las líneas anteriores? ¿O el problema es no aceptarnos en tanto que cuerpos marcados por la vulnerabilidad o la fragilidad propias de nuestra condición humana, tal como se ha venido notando en la historia del pensamiento en los últimos cinco siglos? Preguntas espinosas que quizás no encuentren una respuesta definitiva, pero que nos obligan a continuar pensando. El reconocimiento propiamente humano de que vamos a morir se enfrenta ante el deseo igualmente humano de inmortalizarnos, con lo que se genera un choque de trenes difícilmente superable.

Quizás una sana dosis de aceptación de que somos cuerpos y, por lo tanto, mortales, no nos ayudaría a vivir por más tiempo, a alargar lo más posible el momento último de nuestra existencia, pero sí a vivir con más intensidad y coraje el tiempo que nos es dado para que, cuando nos convirtamos en ausentes, lo hagamos sin penas o arrepentimientos. Para que cuando ya no estemos sean los relatos de quienes se quedan los que permitan sobrevivir en una memoria herida.

Referencias

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Recepción: 31/01/2022. Aprobación: 10/04/2023.

Vol. 24, núm. 3 mayo-junio 2023

Muérdago: una plaga o un recurso en el bosque

Clara Yered Pérez Hernández, Eliezer Cocoletzi Vásquez y Michelle Ivonne Ramos Robles Cita

Resumen

Las interacciones ecológicas que ocurren en los diferentes ecosistemas permiten un flujo de energía y nutrientes. Pueden ser intraespecíficas o interespecíficas y categorizarse en mutualismos, cuando las especies involucradas se ven beneficiadas; o en antagonismos, cuando existen efectos negativos derivados de su interacción. Existen plantas parásitas con capacidad de establecerse sobre otras plantas para nutrirse y desarrollarse, como los muérdagos, que son un grupo de plantas que tienen un impacto negativo en las especies forestales y arbolado urbano, ya que pueden afectar su desarrollo. A pesar de lo anterior, también puede beneficiar a otros organismos como aves o mamíferos al proveerles alimento, refugio o sitios de anidación. El presente trabajo describe casos y características de estas interacciones.
Palabras clave: antagonismo, especies forestales, frugívoria, interacciones ecológicas, mutualismo, parasitismo.

Mistletoe: bad or good depends on who is looking at it

Abstract

The ecological interactions that occur in the different ecosystems allow a flow of energy and nutrients. They can be intraspecific or interspecific and can be categorized in mutualisms, when the species involved are benefited; or in antagonisms, when there are negative effects consequence of the interaction. Also, there are parasitic plants with the ability to establish themselves on other plants, to feed and develop. An example is mistletoe, which are a group of plants that have a negative impact on forest species and urban trees, since they can affect their development. Despite this, it can also benefit other organisms such as birds or mammals by providing them with food, shelter, or nesting sites. This paper describes cases and characteristics of these interactions.
Keywords: antagonism, ecological interactions, forest species, frugivory, mutualism, parasitism.

Interacciones en la naturaleza

De las primeras cosas que nos enseñan cuando pequeños es que somos parte de la naturaleza. En las escuelas nos refuerzan la idea de pertenencia a un ecosistema y que, si alguno de los participantes o elementos desapareciera, esto afectaría la supervivencia de los demás. Esto puede llegar a ser complejo, ya que no es completamente claro nuestro papel, ni el de todos los componentes que están involucrados en los ecosistemas. Chapin et al. (2011) definió al ecosistema como un conjunto de especies que habitan un área determinada, que interactúan entre ellas y su ambiente, y forman un flujo de energía y nutrientes. Estas interacciones comprenden la depredación, el parasitismo, la competencia y la simbiosis a diferentes niveles de organización, en las que se incluyen grupos como las bacterias, hongos, plantas y animales.

A continuación, se describen casos y características de estas interacciones que permitirán ayudar a entender algunas situaciones que suceden en el ecosistema del que somos parte. Las interacciones ecológicas ocurren en los diferentes ecosistemas del planeta, y pueden ser intraespecíficas, dentro de la misma especie, o interespecíficas, entre especies distintas. Asimismo, se pueden categorizar como mutualistas o antagonistas.

Las interacciones mutualistas son aquellas en las que las especies involucradas se ven beneficiadas; un ejemplo de ello es la polinización. Los insectos, aves y algunos mamíferos son los principales responsables de la polinización, ya que remueven, trasladan y depositan polen en la misma flor o de una flor a otra (Aguilar et al., 2009). A cambio las plantas tienen recompensas para los polinizadores, como el néctar. De esta manera, tanto las plantas como los polinizadores se benefician de esta interacción.

En las interacciones antagonistas, en cambio, existen efectos negativos cuando las especies interactúan. Por ejemplo, los herbívoros pueden llegar a tener un impacto negativo en el crecimiento y éxito reproductivo de las plantas, mientras que se benefician de las plantas al alimentarse de ellas (Aguilar et al., 2009).

Algo sorprendente de las interacciones es que una misma especie puede tener interacciones mutualistas o antagonistas dependiendo con quién o quiénes se esté relacionando y de la temporalidad de la interacción. Cuando una larva de mariposa (oruga) se alimenta de las hojas de una planta, le ocasiona un daño (herbívora). Pero esta oruga en su estado adulto, como mariposa, puede polinizar las flores de esta planta, por lo que esta interacción sería mutualista. Otro ejemplo son los muérdagos, que son plantas parásitas que necesitan de otras plantas para desarrollarse y reproducirse, es decir, su fuente principal para obtener recursos energéticos son otras plantas (antagonismo).

Sin embargo, muchas especies de plantas parásitas dependen de animales tanto para la polinización como para la dispersión de sus semillas, proveyéndoles al mismo tiempo de alimento (mutualismo). Por lo que, entre plantas y animales ocurren una amplia gama de interacciones. Podemos decir que el beneficio o perjuicio de las especies con respecto a sus interacciones depende de las especies y del contexto espacio-temporal en el que se están llevando a cabo (Rico-Gray, 2005).

El muérdago como antagonista

Las plantas, al igual que muchos otros seres vivos, mantienen relaciones antagonistas con los organismos con los que interactúan, una de las principales es el parasitismo. Las plantas parásitas tienen la capacidad de establecerse en los tallos, troncos, ramas y raíces de plantas herbáceas o arbóreas, obteniendo así sus recursos nutrimentales (Tercero-Bucardo y Kitzberger, 2005).

Dentro del parasitismo entre plantas podemos encontrar diferentes categorías, como el holoparasitismo, que comprende organismos que obtienen sus nutrientes únicamente del árbol hospedero, y el hemiparasitismo, que comprende a plantas que dependen parcialmente de sus hospederos, ya que son capaces de producir parte de sus nutrientes. Un ejemplo del hemiparasitismo son los muérdagos (Oliva Rivera et al., 2011).

En México, los muérdagos tienen una amplia distribución en Durango, Oaxaca, Chiapas, Chihuahua, Veracruz, Zacatecas, Nayarit, Jalisco (Mathiasen et al., 2008; Mathiasen et al., 2011). En Veracruz, los árboles que principalmente son parasitados por los muérdagos son de importancia económica, como los cítricos y cultivos de mango, tamarindo, guayaba, tejocote, manzana y pera (Oliva Rivera et al., 2011).

Además, en el arbolado urbano de muchas ciudades de nuestro país, es común encontrar poblaciones de muérdago. Esta planta posee un amplio potencial para establecerse en una gran diversidad de hospederos, ya que se tienen registros de que, en la época de fructificación a inicios de año, las semillas pueden germinar hasta en superficies inertes (Shaw et al., 2004).

El muérdago como mutualista

Aunque primordialmente al muérdago se le considera parásito, también presenta interacciones que pueden beneficiar a otros organismos a través de procesos como la polinización y la dispersión. La dispersión se lleva a cabo por los organismos que consumen los frutos maduros y defecan semillas sobre sitios potenciales para su establecimiento (Shaw et al., 2004). Se han identificado aves paseriformes y ardillas como principales dispersores de las semillas a grandes distancias (Ornelas, 2021). Por ejemplo, se han registrado visitas de zorzales a poblaciones de muérdago; una forma de dispersión es cuando algunos frutos se adhieren a sus plumas debido a una sustancia viscosa de la que están cubiertos (viscina) y al posarse en ramas de otros hospederos las semillas se pegan a las nuevas ramas.

También se han registrado a colibríes, abejorros y murciélagos como polinizadores de algunas especies de muérdagos (Fadini et al., 2018). Las visitas a las flores de los muérdagos se dan debido a los elevados niveles de néctar que producen, se ha registrado que la secreción diaria de néctar, entre 3.6-7.2 mg de azúcar por flor al día del muérdago Psittacanthus (Ramírez y Ornelas, 2010; ver imagen 1), a diferencia de otras flores adaptadas a colibríes que tienen una secreción promedio de entre 0.4-6.2 mg (León-Camargo y Rangel-Churio, 2015). Otra interacción que se da con los muérdagos a nivel del haustorio (estructura que se forma en el punto de unión entre los muérdagos y el hospedero) son el anidamiento y refugio para aves rapaces, búhos y ardillas rojas (Shaw et al., 2004).

Psittacanthus calyculatus y Psittacanthus auriculatus. Crédito: María José Pérez-Crespo.

Figura 1. Psittacanthus calyculatus y Psittacanthus auriculatus.
Crédito: María José Pérez-Crespo.

Además de las interacciones que tiene el muérdago con otras plantas y animales, también posee interacciones con el hombre. Sotero-García et al. (2018) registraron que en comunidades del área natural protegida Nevado de Toluca los muérdagos de la especie Phoradendron velutinum son utilizados con fines medicinales para el tratamiento de afecciones respiratorias (por ejemplo, asma) y nerviosas, mediante infusión, o para elolc uso lúdico, con la creación de pinturas con los tallos o frutos. De igual manera, Oliva Rivera et al. (2011) reportaron que la especie Arceuthobium vaginatum es utilizada como alimento para cabras en llanos del cofre de Perote y en la zona de los volcanes las Derrumbadas.

Asimismo, en la zona limítrofe de Veracruz y Puebla se usa la especie Phoradendron galeottii como alimento para el ganado caprino y ovino, mientras que con el muérdago Psittacanthus schiedeanus schiedeanus se obtienen estructuras conocidas como “flores de madera”, que son deformaciones en las ramas de los hospederos que se generan en la unión con los haustorios1, que se usan para elaborar artesanías (Oliva Rivera et al., 2011).

Conclusión

Recapitulando, el muérdago presenta interacciones antagonistas al ser considerado un parásito por el efecto negativo que tiene en sus hospederos en el crecimiento y reproducción, pero también establece interacciones mutualistas al proveer y beneficiar a otros seres vivos como las aves que se alimentan de sus frutos o anidan en su follaje (Pacheco y Chávez, 2020). Esto nos muestra que las especies que existen en la naturaleza no tienen papeles buenos o malos, sino que se desarrollan, reproducen y distribuyen de acuerdo con las condiciones en donde se encuentran. Nuestra percepción sobre los muérdagos dependerá del contexto en que se están analizando y presentando.

Referencias

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Recepción: 27/02/2022. Aprobación: 01/02/2023.

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Revista Digital Universitaria Publicación bimestral Vol. 18, Núm. 6julio-agosto 2017 ISSN: 1607 - 6079