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Vol. 26, núm. 3 mayo-julio 2025

¿Y si pudiéramos ver el calor? Lo que no se ve, pero se siente

Adrián Felipe Bedoya Pérez y Ernesto Marín Moares Cita

Resumen

¿Alguna vez te has preguntado cómo los científicos pueden “ver” el calor? La termografía infrarroja, una tecnología capaz de capturar la radiación térmica que emiten los objetos, permite explorar un mundo invisible para el ojo humano. Aunque es conocida por su uso en la observación nocturna de personas y animales, esta técnica tiene mucho más que ofrecer. En su variante activa, no sólo se detecta el calor, sino que se estimula de manera controlada, abriendo un abanico de posibilidades para analizar materiales sin dañarlos. Este artículo te llevará al corazón de la termografía infrarroja activa: su funcionamiento, aplicaciones y, lo más emocionante, cómo puedes usar cámaras convencionales para obtener resultados sorprendentes, sin necesidad de costosos equipos profesionales. Gracias a esta accesibilidad, esta herramienta podría transformarse en una pieza clave en la educación, la investigación y la industria, democratizando el acceso a una tecnología poderosa. Descubre cómo esta innovadora técnica está cambiando la forma en que entendemos el calor y cómo su potencial aún tiene mucho por explorar.
Palabras clave: termografía, infrarroja, radiación, inspección, tecnología.

What if we could see heat? What can’t be seen but can be felt

Abstract

Have you ever wondered how scientists can “see” heat? Infrared thermography, a technology capable of capturing the thermal radiation emitted by objects, allows us to explore a world invisible to the human eye. Although it is well known for its use in nighttime observation of people and animals, this technique has much more to offer. In its active form, heat is not only detected, but also stimulated in a controlled manner, opening up a range of possibilities for analyzing materials without damaging them. This article takes you to the core of active infrared thermography: how it works, its applications, and—most excitingly—how you can use conventional cameras to achieve surprising results, without the need for expensive professional equipment. Thanks to this accessibility, the technique could become a key tool in education, research, and industry, democratizing access to a powerful technology. Discover how this innovative technique is changing the way we understand heat—and how its potential is still far from fully explored.
Keywords: thermography, infrared, radiation, inspection, technology.


¿A poco el calor también se ve?

Apenas te acercas a la estufa caliente, lo sabes al instante: el aire a su alrededor se siente diferente, como si te envolviera en una capa invisible. La cercanía es inmediata, pero el calor no lo ves, sólo lo sientes. Si pudieras verlo, como si tuvieras los ojos de un superhéroe, observarías cómo el calor fluye, desplazándose sin cesar desde la superficie de la estufa hacia el aire, hacia ti, hacia todo lo que la rodea. Esa energía que se dispersa es la misma que los científicos han aprendido a visualizar mediante la termografía infrarroja.

Imagina tener una cámara especial, no una común que ve lo que vemos a simple vista, sino una que captura esas huellas invisibles del calor. Con ella, podrías ver el calor no sólo de la estufa, sino también de cualquier objeto a tu alrededor: los muros de tu casa, el borde de una taza, la piel de una fruta. Todo emite una radiación térmica, una firma única que revela secretos ocultos.

La termografía infrarroja no es sólo una técnica usada en laboratorios o en la industria; es una ventana a un mundo oculto. A través de cámaras termográficas, podemos traducir el calor que emiten los objetos en imágenes de colores, mostrando cómo se distribuye la temperatura en las superficies que observamos (Ibarra-Castanedo et al., 2013). Este fenómeno se llama termografía pasiva, uno de los dos tipos de termografía que existen. El otro, la termografía activa, funciona de manera distinta: aquí el objeto no sólo emite calor de manera natural, sino que lo recibe de una fuente controlada, como una vela encendida o la luz solar concentrada. Así, la cámara termográfica no sólo muestra lo que ya está ocurriendo, sino lo que se genera bajo condiciones controladas (Budzier y Gerlach, 2018).

Este artículo se centrará en la termografía activa, explorando su funcionamiento, sus aplicaciones y cómo puede ser una herramienta accesible, incluso para quienes no cuentan con equipos profesionales de alto costo. De hecho, es posible obtener resultados sorprendentes con cámaras convencionales, lo que abre un abanico de posibilidades para la ciencia, la medicina y, por qué no, para experimentos caseros.

Para comprender cómo funciona la termografía infrarroja, es esencial entender cómo se transfiere el calor. Probablemente has experimentado esa sensación al acercarte a la estufa caliente, donde el calor parece moverse de manera casi mágica. Pero, lejos de la magia, lo que ocurre es un proceso científico que se puede explicar de tres maneras: conducción, convección y radiación:

  • La conducción es el primer fenómeno de transferencia de calor. Ocurre cuando un objeto entra en contacto físico con otro más frío, y el calor se propaga hacia el segundo, como cuando tocas una estufa caliente.
  • La convección, por su parte, se da cuando el calor se propaga a través de un fluido, como el aire. Por ejemplo, el aire sobre la estufa está más caliente y menos denso que el aire por encima, por lo que asciende. A su vez, el aire frío baja y se calienta, creando un ciclo de corrientes convectivas que transportan calor.
  • Finalmente, la radiación es el fenómeno en el cual el calor puede propagarse entre dos cuerpos a diferentes temperaturas, sin necesidad de contacto físico. Así es como percibimos el calor del Sol y, a distancia, el de una estufa caliente. Si pudiéramos poner la estufa en un espacio sin aire, aún sentiríamos su calor, porque la radiación térmica también se propaga a través del vacío (McGraw-Hill Education, 1998).

Del Sol a la estufa: ¿qué es eso de la radiación térmica?

La radiación electromagnética no se limita sólo a la luz visible, aquella que nuestros ojos pueden percibir. En el espectro electromagnético existen otras formas de radiación que permanecen fuera de nuestro alcance visual. Entre ellas se encuentra la radiación térmica, que tiene longitudes de onda más largas y es menos energética que la luz visible, y que comúnmente conocemos como radiación infrarroja (Alonso y Finn, 1986). Para entender mejor este concepto, podemos observar la figura 1, que esquematiza la distribución del espectro electromagnético. Este abarca desde las ondas de radio, que son muy largas, hasta los rayos gamma, de corta longitud y alta energía. En el medio se encuentra la luz visible, la única que podemos percibir, y justo después del color rojo, se encuentra el infrarrojo, la radiación que utilizamos en termografía para detectar calor.

Espectro electromagnético

Figura 1. Espectro electromagnético.
Crédito: Elaboración propia.

Todo cuerpo emite radiación térmica, incluso las personas. La cantidad y la longitud de onda de esta radiación dependen de la temperatura del objeto emisor. A medida que la temperatura aumenta, la radiación se intensifica y su espectro se desplaza hacia la región visible del espectro electromagnético. Por ejemplo, los objetos a temperaturas cercanas a la del cuerpo humano emiten radiación en el infrarrojo, razón por la cual no los vemos en la oscuridad. Sin embargo, a temperaturas mucho más altas, como la de nuestro Sol, una parte significativa de la radiación emitida es percibida por nuestros ojos como luz visible.

Ojos que sí ven: cámaras que detectan lo invisible

En nuestro día a día, los aparatos que nos permiten ver más allá de lo evidente se han convertido en herramientas indispensables. Entre ellos, las cámaras termográficas han ganado popularidad. Aunque muchas veces las llamamos cámaras térmicas o infrarrojas, el término correcto es cámaras termográficas, porque lo que realmente nos muestran no es una simple imagen, sino un gráfico térmico del objeto que estamos observando, conocido como un mapa de calor o termograma. Este mapa asigna colores que van del rojo al azul para indicar las temperaturas más altas y bajas de la superficie, convirtiendo lo invisible en algo tangible ante nuestros ojos.

Si alguna vez has utilizado una cámara digital convencional, sabrás cómo captura imágenes de la luz reflejada desde los objetos. Ahora imagina una cámara que no ve la luz, sino el calor que emiten los objetos. Es ahí donde entra el truco de las cámaras termográficas. A diferencia de las cámaras convencionales, estas requieren lentes especiales, hechas de materiales como el germanio, un compuesto que puede reflejar la luz y transmitir radiación térmica, algo que las lentes comunes no pueden hacer.

Para visualizar esto mejor, veamos la figura 2, que nos presenta una imagen comparativa. A la izquierda, tenemos una fotografía tomada con una cámara convencional (a, c), y a la derecha, el termograma de esa misma mano, captado por una cámara termográfica (b, d).

Imagen térmica

Figura 2. A la izquierda, la mano derecha de uno de los autores fotografiada con una cámara convencional (Samsung Galaxy S9). A la derecha, la imagen térmica obtenida con una cámara termográfica (Super IR Cam2S, Shenzhen Mega Idea Technology Co., Ltd.).
Crédito: Elaboración propia.

En la imagen (a), la cámara convencional“ve” la luz reflejada por la mano, mientras que en (b), la cámara termográfica detecta la radiación térmica infrarroja que emite. Notemos que la mano, a temperatura corporal, irradia más calor que el anillo en el dedo anular, lo cual se refleja en diferentes colores en el mapa térmico. En (c), podemos ver que la radiación visible pasa a través de una placa de vidrio, pero no lo hace con una placa de germanio, como se muestra en (d). El germanio permite que la radiación infrarroja pase, mientras que el vidrio la bloquea. A su vez, los materiales metálicos como el acero inoxidable de los soportes impiden el paso de ambas radiaciones, creando una especie de “huella” que puede identificarse según el material.

¿Cómo funciona la termografía? Más allá de ver el calor

La técnica que utiliza las cámaras termográficas para el análisis y la inspección de materiales recibe el nombre de termografía infrarroja. Existen dos tipos de termografía: la pasiva y la activa (Maldague, 2012).

La termografía pasiva es la más común, ya que detecta la radiación natural emitida por los objetos, sin necesidad de estímulos externos. Esta técnica no sólo se utiliza para medir temperaturas, si no que es capaz de ofrecer mapas térmicos que tienen aplicaciones muy variadas. Desde la inspección de estructuras (Kim et al., 2023), la detección de puntos calientes en dispositivos electrónicos (Stoynova et al., 2022), hasta la observación de fugas en tuberías (Wang et al., 2022) o la evaluación de cultivos y alimentos (Parihar et al., 2021; Li et al., 2024). Además, tiene aplicaciones en el campo de la medicina (Strasse et al., 2022) y en el análisis de obras de arte (Rippa et al., 2021), entre otros.

Una de las grandes ventajas de la termografía pasiva es que permite realizar mediciones a distancia, lo que la hace ideal para inspeccionar equipos de alta tensión, turbinas u hornos. Incluso se ha utilizado para explorar el universo, detectando la radiación infrarroja emitida por cuerpos celestes.

Por otro lado, en la termografía activa, se recurre a una fuente de calor externa para estimular la emisión de radiación térmica en los materiales. El objetivo es elevar la temperatura del objeto y detectar las diferencias térmicas entre las distintas zonas. Esto resulta útil, por ejemplo, para medir propiedades termo-físicas como la difusividad térmica (que indica qué tan rápido se propaga el calor en un material) y la conductividad térmica (que mide qué tan bien un material conduce el calor). También se emplea para detectar defectos en materiales, como grietas o incrustaciones subsuperficiales lo cual sería imposible ver a simple vista, como ocurre a veces en los fuselajes de los aviones (Maldague, 2001).

El proceso de calentamiento puede realizarse de diversas maneras, pero una de las más utilizadas es el uso de láseres. Estos se hacen incidir sobre la muestra de manera periódica, interrumpiendo y dejando pasar el haz de luz a intervalos regulares. La energía luminosa se convierte en calor, que se propaga a través del material y sus alrededores. Las oscilaciones térmicas que resultan de este proceso se capturan en imágenes térmicas, las cuales son luego analizadas computacionalmente para extraer información valiosa, y, a veces, comparadas con modelos físico-matemáticos que replican las condiciones experimentales (Bedoya et al., 2023).

No sólo calienta: lo que revela la termografía activa

Imaginemos ahora cómo se organiza un sistema experimental para realizar inspecciones mediante termografía infrarroja activa. En la figura 3, encontramos un esquema sencillo que ilustra el proceso. En este sistema, un rayo láser de intensidad variable se dirige cuidadosamente a través de lentes hacia un espejo de cristal de germanio. Este espejo no sólo refleja el láser hacia la muestra, sino que también bloquea la luz visible que podría interferir con la precisión de la cámara termográfica. La radiación infrarroja emitida por la muestra, sin embargo, pasa sin obstáculos a través del espejo y llega directamente a la cámara, tal como se explicó en la figura 2.

La muestra sobre la que se realiza la prueba se coloca en un dispositivo que le permite moverse en diferentes direcciones, lo que facilita la selección del punto exacto donde el láser incide. La energía del láser, al entrar en contacto con la muestra, es absorbida parcialmente, convirtiéndose en calor. Este calor se difunde por toda la muestra, generando variaciones térmicas en su superficie, que son captadas por la cámara termográfica. La cámara, conectada a una computadora, procesa los datos y produce una imagen térmica que revela las diferencias de temperatura y las características del material.

Esquema para termografía infrarroja activa

Figura 3. Esquema del sistema utilizado para hacer pruebas con termografía infrarroja activa. Muestra los elementos principales que permiten dirigir el láser hacia la muestra, registrar la radiación infrarroja y obtener una imagen térmica.
Crédito: Elaboración propia.

¿Qué nos dice la termografía activa sobre los materiales?

Para explorar esta pregunta, debemos analizar algunas aplicaciones prácticas que ilustran el poder de esta técnica. Las figuras 4, 5, 6 y 7 ofrecen ejemplos reveladores que muestran cómo la termografía puede desvelar aspectos cruciales de los materiales.

En la figura 4, las imágenes térmicas de dos materiales diferentes muestran su capacidad para conducir y difundir el calor. Este tipo de medición es esencial para entender las propiedades térmicas de los materiales (Bedoya et al., 2023). En ambos casos (figura 4 a) y 4 b)), el láser se aplica en el centro de la muestra, lo que coincide con el punto central de las imágenes.

El primer material, representado en la figura 4 a), es un bloque de acero inoxidable aisi-304. Este acero, utilizado comúnmente en electrodomésticos, equipos médicos, utensilios de cocina y joyería, tiene una característica esencial: es isotrópico. Esto significa que el calor se distribuye uniformemente en todas las direcciones, lo que da como resultado una imagen circular.

Por el contrario, en la figura 4b), se observa una lámina de fibras de carbono, un material conocido por su alta resistencia y ligereza, ampliamente utilizado en la fabricación de componentes de aviones, drones y piezas deportivas. A diferencia del acero, el carbono es anisotrópico: el calor no se propaga de manera uniforme, sino que se distribuye más fácilmente en la dirección de las fibras. Esta diferencia se refleja en una imagen térmica elíptica, alargada en la dirección horizontal, donde el calor se distribuye más eficientemente.

Existen modelos matemáticos que describen cómo se comportan estas imágenes y la distribución del calor, y estos modelos se utilizan para extraer información valiosa de los experimentos (Bedoya et al., 2023).

Imágenes térmicas

Figura 4. Imágenes térmicas de dos materiales con comportamientos diferentes frente al calor. En (a), el calor se distribuye de forma uniforme en un bloque de acero inoxidable, mientras que en (b), el calor se concentra en la dirección de las fibras de una lámina de carbono.
Crédito: Elaboración propia.

La figura 5 muestra otra forma de usar la termografía: observar qué pasa con un objeto cuando se mueve. En este caso, se trata de un bloque de acero inoxidable (aisi-304) que avanza a velocidad constante mientras un rayo láser lo ilumina. Este experimento simula una situación real, como las que ocurren en una línea de producción. Gracias a este tipo de pruebas, se puede estudiar cómo se comporta el material con el calor en movimiento, algo muy útil para controlar la calidad de los productos (Gaverina et al., 2019).

Termograma de un objeto en movimiento

Figura 5. Termograma de un objeto en movimiento.
Crédito: Elaboración propia.

Otro ejemplo interesante aparece en la figura 6, donde se analizan grietas entre dos materiales. En la imagen 6a, un bloque de acero se encuentra en contacto con un polímero llamado peek, que se usa en componentes electrónicos y en sectores como la industria médica o aeroespacial. Gracias a la imagen térmica, fue posible detectar una grieta muy delgada entre ambos materiales, de menos de 50 micrómetros (González et al., 2019). En la imagen 6b, los dos bloques son del mismo material (acero), pero esta vez la grieta se ha rellenado con agua para estudiar cómo cambia la conducción del calor (Bedoya et al., 2020). En ambos casos, la grieta actúa como una barrera térmica: el calor no pasa con facilidad y eso se refleja como un cambio en la temperatura captado por la cámara.

Termogramas de dos materiales

Figura 6. Termogramas de dos materiales en contacto: uno con una grieta al aire (a) y otro con la grieta llena de agua (b).
Crédito: Elaboración propia.

Algo parecido sucede cuando el calor encuentra un defecto que no está en la superficie, sino más adentro. Eso se muestra en la figura 7, donde se observa una placa de ácido poliláctico (pla), un plástico común en la impresión 3D. Aunque a simple vista parece estar en buen estado, la cámara térmica revela dos defectos ocultos a distintas profundidades. Este tipo de análisis es muy útil, por ejemplo, para revisar estructuras de aviones y asegurarse de que no haya daños invisibles que puedan representar un riesgo (Ciampa et al., 2018).

Defectos internos en una placa de pla

Figura 7. Defectos internos en una placa de pla detectados con termografía.
Crédito: Elaboración propia.

Sin embargo, a pesar de estas aplicaciones prometedoras, el uso generalizado de la termografía sigue estando restringido por el alto costo de las cámaras termográficas profesionales de grado de investigación, que pueden superar los $100,000 usd. El alto precio se debe a la sensibilidad y resolución de sus sensores, los cuales están refrigerados a temperaturas criogénicas, y a su procesamiento digital integrado.

A pesar de esto, la figura 8 muestra termogramas obtenidos con una cámara termográfica de bajo costo (aproximadamente $300 usd), utilizando un algoritmo desarrollado para la adquisición y procesamiento de datos. Aunque la resolución de estas cámaras es inferior, los resultados obtenidos son sorprendentemente similares a los de una cámara profesional.

Imágenes térmicas obtenidas con una cámara de bajo costo

Figura 8. Imágenes térmicas obtenidas con una cámara de bajo costo. En (a), se muestra un experimento con un bloque de acero inoxidable (AISI-304), y en (b), dos materiales distintos separados por una grieta microscópica.
Crédito: Elaboración propia.

En la figura 8 a), se observa un experimento en un bloque de aisi-304, mientras que en la figura 8 b) se muestran dos materiales diferentes con una grieta horizontal micrométrica que los separa, un caso similar al de la figura 6 a). Estos ejemplos demuestran que, a pesar de las limitaciones, el desarrollo de sistemas de termografía activa de bajo costo es una posibilidad cada vez más alcanzable.

Termografía para el futuro: ver el calor con otros ojos

La radiación térmica, esa energía invisible que emiten los cuerpos calientes, va mucho más allá de las sencillas aplicaciones cotidianas que todos conocemos: no se trata sólo de calentar nuestros cuerpos en invierno o disfrutar del sol en la playa. Hoy, gracias a los avances en las técnicas de análisis, esta radiación se convierte en una herramienta poderosa para inspeccionar y entender los materiales de una manera precisa y profunda. La termografía infrarroja activa, por ejemplo, es una de las técnicas que ha transformado este campo. A medida que las cámaras termográficas se vuelven más compactas, duraderas, sensibles y accesibles, esta tecnología abre nuevas puertas en áreas tan diversas como la industria, la salud y el medio ambiente.

Lo más alentador de todo es que México está comenzando a destacarse en la vanguardia de este fascinante campo, abriendo camino hacia descubrimientos que antes parecían lejanos. Este es sólo el principio; es crucial que sigamos impulsando la investigación y la formación aplicada en este terreno. Porque sólo con un esfuerzo conjunto podremos desvelar más de los misterios de lo invisible, transformar ese conocimiento en innovación tangible y, en última instancia, aplicar estos avances para el beneficio de la sociedad en su conjunto.

Referencias

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Recepción: 2024/02/01. Aceptación: 2025/03/18. Publicación: 2025/05/05.

Vol. 26, núm. 3 mayo-julio 2025

Cuidar la vida: desafíos y prácticas en tiempos de desigualdad

Luis Ernesto Cruz Ocaña, Jania E. Wilson González y Carolina Rivera Farfán Cita

Resumen

Desde las primeras décadas del siglo xxi, y tras la pandemia por Coronavirus, hemos reflexionado sobre la vulnerabilidad de nuestros cuerpos humanos y la necesidad de incorporar prácticas de cuidado en nuestra vida cotidiana. Estas prácticas, centradas en la prevención, mantenimiento y recuperación de la salud física, emocional y mental, incluyen el acompañamiento de personas que requieren atención especial. Este artículo aborda debates actuales sobre el cuidado y el reconocimiento de nuestra vulnerabilidad corporal, enfocados en cómo influyen en la organización diaria de la vida familiar y las prácticas de cuidado en espacios privados e íntimos. A través de experiencias etnográficas, se propone una reflexión ético-política que busque transformar los esfuerzos fragmentados en “políticas de cuidado” hacia un “sistema de cuidados” integral, particularmente en contextos desiguales como los latinoamericanos.
Palabras clave: cuidado, vulnerabilidad, desigualdad, prácticas sociales, bienestar.

Caring for life: challenges and practices in times of inequality

Abstract

Since the early decades of the 21st century, and following the Coronavirus pandemic, we have reflected on the vulnerability of our human bodies and the need to incorporate care practices into our daily lives. These practices, focused on the prevention, maintenance, and recovery of physical, emotional, and mental health, also include the support of individuals who require special attention. This article addresses current debates on care and the recognition of our bodily vulnerability, focusing on how they influence the daily organization of family life and care practices in private and intimate spaces. Through ethnographic experiences, an ethical-political reflection is proposed to transform fragmented efforts in “care policies” into a comprehensive “care system,” particularly in unequal contexts such as those in Latin America.
Keywords: care, vulnerability, inequality, social practices, well-being.


El cuidado en nuestra vida cotidiana

A partir de las primeras décadas del siglo xxi, y con mayor intensidad tras la pandemia de covid-19, hemos comenzado a pensar de forma más profunda en esa dimensión de fragilidad que atraviesa nuestros cuerpos. La experiencia colectiva del virus nos obligó a mirar de frente nuestra vulnerabilidad, y con ello, a reconocer la urgencia de incorporar, en la vida cotidiana, prácticas de cuidado. Prácticas que hoy buscan prevenir, mantener o recuperar la salud —física, emocional y mental—, pero también acompañar a quienes, por distintas razones, necesitan de otros para sostener su bienestar.

El pensamiento contemporáneo —desde la filosofía, la sociología y la antropología— ha hecho del cuidado un objeto central de reflexión. Comprenderlo desde esta perspectiva, reconociendo la corporalidad vulnerable que nos habita, permite enfocar la atención en las redes de apoyo que tejemos en la intimidad de los hogares, en los vínculos familiares, en las tareas invisibles y cotidianas que garantizan la vida. Esto abre paso a una pregunta ética y política urgente: ¿cómo imaginar, desde el Estado y las comunidades, un sistema de cuidados más justo y articulado? Un sistema que supere la fragmentación de las llamadas “políticas de cuidado” y se asuma como una responsabilidad compartida, sobre todo en sociedades atravesadas por la desigualdad como las latinoamericanas (Alonso et al., 2021).

En este texto presentamos algunos de los principales ejes que han animado los debates recientes sobre el cuidado. Lo hacemos desde una mirada situada, entretejiendo teoría y experiencia, y recuperando casos que ilustran cómo se vive, se distribuye y se disputa el cuidado en contextos concretos. Hablaremos de la vulnerabilidad como condición humana ineludible; de la desigualdad en las necesidades y formas de cuidado; y de las tensiones que emergen cuando estas tareas recaen, una y otra vez, sobre los mismos cuerpos.

De la vulnerabilidad a los cuidados

La vulnerabilidad no es una excepción: es la norma. Todos y todas somos vulnerables. Pero esa fragilidad no se distribuye de manera uniforme. Hay cuerpos más expuestos, vidas más frágiles, existencias que transitan con menos garantías por un mundo que no fue pensado para ellas. Esas vidas —a menudo marcadas por la pobreza, la exclusión o el racismo— necesitan no sólo cuidados específicos, sino una reconfiguración constante de sus formas de habitar el día a día. En muchos casos, son personas —unidas por lazos de sangre o de afecto— quienes se organizan para asegurar que esas vidas sigan adelante.

La vulnerabilidad, entonces, no puede entenderse sin considerar los contextos sociales, políticos y económicos que la producen y la reproducen. No es sólo una condición biológica, si no una experiencia estructurada por relaciones de poder. Como ha señalado Sembler (1219, p. 7), “la experiencia de vulnerabilidad que define a toda existencia corporal debe ser entendida también como una vulnerabilidad social y políticamente estructurada”. Dicho de otro modo: nuestros cuerpos, por el simple hecho de estar en el mundo, están expuestos al daño, pero ese daño no se reparte al azar. Algunos lo enfrentan con más frecuencia, con menos protección, con peores consecuencias.

La pandemia no hizo sino confirmar esa realidad. Las desigualdades preexistentes se profundizaron, y los sectores históricamente desprotegidos fueron, una vez más, los más afectados. Basta pensar en las personas que trabajaban en lo que se definió como “actividades esenciales”, como quienes laboran en el campo. Muchos trabajadores agrícolas asalariados —en particular migrantes centroamericanos— continuaron sus labores en condiciones de riesgo extremo, sin equipo de protección, sin acceso a vacunas, y muchas veces, hacinados en campamentos improvisados. Esto ocurrió, por ejemplo, en las plantaciones de plátano y café del Soconusco, en Chiapas (ver Fotografía 1) (Choy-Gómez y Wilson, 2020).

Jornada de salud

Fotografía 1. Jornada de salud en plantaciones bananeras del Soconusco, Chiapas.
Crédito: Wilson, octubre 2020. En la imagen se observa cómo los/as cortadores/as de café, de distintas generaciones, no habían recibido ningún tipo de insumo de protección para disminuir las posibilidades de contagio de COVID-19.

Este ejemplo nos permite enlazar otra categoría central: el cuidado. El cuidado no es sólo una práctica: es un principio que sostiene la vida. Implica acciones concretas que permiten que el mundo —nuestros cuerpos, nuestras casas, nuestras relaciones— siga funcionando. Fischer y Tronto lo definen como “una actividad de especie que incluye todo aquello que se hace para mantener, continuar y reparar el mundo de tal forma que se pueda vivir en él lo mejor posible. Ese mundo incluye el cuerpo, el propio ser y el entorno, todo lo cual se cultiva para entretejer la red compleja que sustenta la vida” (citado en Ausín y Triviño, 2022, p. 160).1

Si lo pensamos así, queda claro que todas y todos participamos en el cuidado en algún momento de nuestras vidas. Recibimos cuidado, damos cuidado, nos cuidamos. Sin embargo, esa aparente familiaridad puede llevarnos a trivializarlo. ¿Qué entendemos realmente cuando hablamos de cuidado? ¿A quiénes reconocemos como cuidadores? ¿Quiénes tienen el privilegio de recibir cuidado digno?

Vivimos en un contexto donde los valores de productividad, autosuficiencia y competencia se han instalado como ideales deseables. Bajo esta lógica, quienes no se ajustan a ese modelo —por edad, enfermedad o discapacidad— son vistos como una carga. El cuidado, entonces, se reduce a una práctica compasiva, casi caritativa, dirigida a personas “dependientes” que interrumpen la marcha “normal” de la vida.

Pero el cuidado es mucho más que eso. Nos permite pensar, desde lo cotidiano, en las desigualdades de género, en la distribución injusta del tiempo y los recursos, en las múltiples estrategias que las personas —sobre todo mujeres— despliegan para sostener sus vidas y las de los demás. También nos enfrenta a tensiones más estructurales: ¿quién cuida cuando el Estado se retira? ¿Qué papel juegan el mercado, las redes comunitarias, la familia?

Como señalan Faur y Pereyra (2018), estas preguntas abren el debate sobre los arreglos sociales del cuidado: quién lo realiza, bajo qué condiciones, con qué apoyos o ausencias. Porque cuidar —aunque sea una necesidad humana universal— se ha convertido, en muchos casos, en una tarea solitaria, invisibilizada y profundamente desigual.

El cuidado como trabajo: una distribución inequitativa

El estudio de los cuidados comenzó a ganar relevancia a partir de la década de los ochenta, especialmente cuando se abordó la labor de cuidar a aquellos que no pueden hacerlo por sí mismos o que requieren atención adicional. Este fenómeno no sólo se observa en el ámbito doméstico, sino también en instituciones como residencias para adultos mayores, guarderías, orfanatos, hospitales, y albergues. La necesidad de cuidados, que todos experimentamos en algún momento de nuestra vida, evidencia una paradoja: no todos participamos por igual en esta tarea. Esta desigualdad genera tensiones y conflictos originados por la distribución inequitativa de recursos, derechos y obligaciones en la labor de cuidar y ser cuidados.

Desde las perspectivas feministas, se empezó a discutir críticamente el papel del cuidado en la sociedad. Se introdujo el concepto de “irresponsabilidad privilegiada”, que hace referencia al conjunto de prácticas en las que algunas personas, o incluso instituciones, logran excusarse de las responsabilidades de cuidado porque se consideran ocupadas con tareas “más importantes” (Ausín y Triviño, 2022, p. 164). Esta idea desafía la concepción de que el cuidado es una actividad universal, pues no todos se ven igualmente obligados a participar en ella.

En nuestra experiencia etnográfica en municipios del Soconusco, los Valles Centrales de Tuxtla Gutiérrez y la región fronteriza del estado de Chiapas, México, encontramos que la responsabilidad del cuidado recae, predominantemente, sobre las mujeres. Esta distribución desigual de tareas está profundamente arraigada en una cultura patriarcal que perpetúa la división sexual del trabajo y una organización social injusta en la que las mujeres siguen siendo las principales cuidadoras.

El testimonio de Beatriz ilustra claramente esta realidad. Ella es una mujer jubilada, tras treinta años como docente, que crió tres hijas junto a su esposo, Julio.

Mi esposo nunca ha compartido las tareas del hogar y menos las labores de la crianza de nuestras hijas. Si al menos me hubiera ayudado, muchas cosas estuvieran mejor y tuviéramos una mejor relación. Así es que yo andaba de arriba para abajo, todo el tiempo en las carreras para llegar a tiempo a mi trabajo en la secundaria [donde dio clases], alistando a las niñas para la escuela, preparando el lunch y, por las noches, el trajín de la casa: preparar alimentos, aseo de los espacios, preparar la comida para el día siguiente, servirla, limpiar los platos, meter la ropa a la lavadora los sábados; ir al mercado los domingos y comprar la comida de toda la semana, planchar, eventualmente remendar (coser botones, sobre todo de los uniformes escolares de las niñas), acomodar la ropa… ¡Ufff!, nomás de contártelo ahora, me canso nuevamente. Mira que acababa muy agotada, sobre todo cuando las niñas eran pequeñas. Tenía que apoyarme en mi tía Ofelia o en mi prima Edith para que a veces cuidaran a alguna de las niñas, pues si enfermaba no me la recibían en la guardería. O sea, antes de ir a mi trabajo pasaba repartiendo: unas a la escuela y la otra a casa de Edith o mi tía, y luego al trabajo. Hasta que logré encontrar a Mary [empleada doméstica] pude respirar un poco, o mucho. Ella fue una gran ayuda, una buena nana de mis hijas y un gran apoyo en la casa […].

Julio, normalmente, desde entonces hasta hoy día, sólo se ha dedicado a los pagos de servicios, o a inventar mandados para andar en la calle. Sale en su camioneta y vuelve tarde con el pretexto de que fue a pagar el agua, la luz […] y si era viernes o sábado volvía hasta la noche con aliento alcohólico. Al principio le reclamaba porque no me ayudaba en nada y teníamos muchos pleitos; finalmente opté por no decirle más porque no servía de nada. Me acostumbré a que es el macho y el “hombre de la casa” porque así lo ha dicho siempre (Diario de campo. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, noviembre de 2023).

El caso de Beatriz pone en evidencia cómo, en nuestra cultura, la responsabilidad del cuidado sigue siendo principalmente una cuestión doméstica, lo que impide alcanzar una equidad real. Se considera que la responsabilidad por el bienestar recae sobre las familias, y especialmente sobre las mujeres, a través de redes familiares. Cuando no es posible cumplir con esta carga, y si existen recursos económicos, se recurre a la contratación de trabajadoras remuneradas —generalmente mujeres— para cubrir las necesidades de cuidado, ya sea de personas dependientes o de las tareas domésticas. Esto sucede principalmente cuando se ve como inviable acceder a los servicios formales de cuidado.

La lógica de acumulación capitalista desvaloriza las actividades que no se asocian directamente al intercambio “trabajo-salario”, lo que lleva a que se perciban como una pérdida de tiempo. De esta manera, se invisibiliza su aporte esencial a la reproducción de la vida productiva. En este sentido, el cuidado, especialmente cuando se refiere a la crianza o al cuidado de personas enfermas, se ha considerado históricamente como una responsabilidad femenina. Esto plantea una pregunta fundamental: ¿es el cuidado una obligación exclusivamente femenina?

La respuesta a esta interrogante no es trivial. Aunque en principio no debería ser así, la realidad, como indican los datos de onu Mujeres (febrero de 2024), muestra que las mujeres asumen una carga desproporcionada de trabajo no remunerado a nivel global.2 Esta distribución desigual del trabajo de cuidados es una de las causas más profundas del desempoderamiento económico y social de las mujeres.

Cultural e históricamente, este desequilibrio ha sido legitimado, alimentado por una ideología maternalista que presenta a las mujeres como las encargadas naturales del cuidado, gracias a su “capacidad innata” para llevar a cabo estas tareas con amor y ternura. Nancy Scheper-Hughes (1997, p. 26) desafía esta concepción al afirmar: “El amor materno no es un amor natural; representa más bien una matriz de imágenes, significados, prácticas y sentimientos que siempre son social y culturalmente producidos”. El cuidado, entonces, no es un atributo natural, sino una construcción cultural y social. En este contexto, la “irresponsabilidad privilegiada” del esposo de Beatriz se entiende a través de una carga ideológica que considera el cuidado como una obligación exclusiva de las mujeres.

El reto radica en desafiar este discurso estático y centrarnos en los análisis que subrayan la sostenibilidad de la vida, cuestionando las estructuras rígidas y binarias que aún guían nuestra comprensión de los cuidados. Este enfoque debería incluir una revisión de las emociones y de las formas en que la sociedad organiza el cuidado, para avanzar hacia una concepción más justa y equitativa de este trabajo fundamental.

Prácticas de cuidado en contextos desiguales

En el entramado social de América Latina, donde las brechas de desigualdad son profundas y palpables, la reproducción de la vida se presenta como un desafío. La precariedad económica y social de vastos sectores de la población marca la cotidianidad, y es dentro de estas condiciones donde surge la figura de la “dependencia”. En los grupos familiares, esta condición conlleva reconfiguraciones vitales, y las mujeres, quienes históricamente se han visto asignadas a la tarea de cuidar, son las más afectadas. Las políticas públicas, con sus enfoques familistas y maternalistas, refuerzan esta asignación, viéndolas como las encargadas naturales del trabajo doméstico y de cuidado (Faur y Pereyra, 2018).

La organización familiar, entonces, se ve obligada a adaptarse cuando las circunstancias exigen que las mujeres salgan del espacio doméstico e ingresen al mercado laboral para paliar la situación de precariedad económica que afecta a muchas familias. De este modo, ya no pueden dedicarse por completo al cuidado de los dependientes, lo que genera una creciente desigualdad de género, reflejada en lo que se conoce como las dobles jornadas: cumplir con el trabajo remunerado y seguir siendo responsables del cuidado en el hogar. Beatriz, cuyo relato nos da un ejemplo claro, ilustra cómo muchas mujeres enfrentan esta carga. O, en su defecto, deben recurrir a la colaboración de redes familiares —hermanas, tías, abuelas o vecinas—, para poder hacer frente a las demandas del cuidado.

Cuando no es posible contar con estas redes, o los recursos económicos lo permiten, algunas familias optan por buscar atención en una institucionalidad pública que, en muchas ocasiones, está debilitada o ausente. Alternativamente, recurren a servicios privados, donde a menudo el personal contratado para el cuidado son otras mujeres. Esto se traduce en una especie de intercambio de labores de cuidado, como se muestra en la fotografía siguiente.

Barrio Prosperitat, Barcelona

Fotografía 2. Barrio Prosperitat, Barcelona.
Crédito: Rivera, octubre de 2015. Mujer hondureña en la calle con adulta mayor de Barcelona.

A nivel internacional, las discusiones sobre los cuidados han ganado protagonismo, especialmente al abordar lo que se ha denominado la “crisis de cuidados” (Benería, 2018). Esta crisis no sólo pone en evidencia las desigualdades en países periféricos, donde la institucionalidad pública enfrenta serias dificultades para brindar atención adecuada, sino que también revela disparidades económicas, de género, educativas y culturales (Batthyány, 2021). En muchos casos, los avances hacia el reconocimiento formal del derecho al cuidado son aún lentos, evidenciando la necesidad urgente de repensar cómo se distribuyen las responsabilidades del cuidado.

Un ejemplo de esta crisis es la migración de mujeres latinoamericanas a Europa para trabajar en el sector de cuidados. Investigaciones realizadas entre 2015 y 2016 (Rivera, 2016) mostraron que muchas mujeres de Honduras emigran a Cataluña (España) y al norte de Italia, buscando trabajo como cuidadoras de personas mayores, jubiladas o enfermas. Este fenómeno surge cuando las familias no pueden asumir los costos de residencias geriátricas ni hacerse cargo del cuidado de sus propios familiares.

La historia de estas mujeres migrantes es crucial para entender cómo el tema del cuidado, incluso en países como España, se ha reducido a una responsabilidad privada y familiar. Las mujeres migrantes, muchas de ellas latinoamericanas, se convierten en “empleadas domésticas y cuidadoras de por vida”, como señala Escrivá (citado en Centre d´Estudis Sociológics…, 2011), debido a la falta de movilidad social dentro de un mercado laboral que las segrega y las limita a trabajos de cuidados y servicios domésticos, sin perspectivas de avance. Como se observa en la siguiente fotografía, estas cuidadoras migrantes se enfrentan no sólo al desafío de cuidar a personas ajenas, sino también a la angustia de estar lejos de sus propios hogares, con sus familias, esperando el apoyo económico que ellas proporcionan desde la distancia.

Mujer acompañando a adulta mayor

Fotografía 3. Mujer latinoamericana acompañando a adulta mayor en avenida de Barcelona.
Crédito: Rivera, agosto de 2015.

Este fenómeno de la “transferencia de los cuidados” es particularmente complejo. Al migrar para cuidar a otros, estas mujeres reconfiguran su propia organización familiar, estableciendo nuevas formas de cuidado a distancia. Aunque este trabajo implica sacrificios y un fuerte desapego emocional, también se convierte en una manera de proveer y mantener a sus familias, haciendo posible la reproducción de vidas que siguen siendo, a pesar de la distancia, el motor que impulsa sus decisiones.

Reflexiones finales: el cuidado desde una perspectiva ético-política

A partir de lo expuesto, surge con urgencia la necesidad de replantear la noción de cuidado, no sólo desde las perspectivas políticas, económicas o médico-biológicas, sino también desde su dimensión humano-cultural y relacional. La interdependencia, lejos de ser un inconveniente, constituye un rasgo definitorio de nuestra existencia. Sin embargo, el énfasis excesivo en la normalización, relacionado con los intensos procesos de medicalización y el aumento de políticas sanitarias, termina por invisibilizar a aquellos sectores de la población que no cumplen con los estándares establecidos, dejándolos a menudo relegados al aislamiento de la intimidad familiar.

Es por esto que resulta imperativo incorporar una perspectiva ético-política en el análisis del cuidado, para proponer acciones alternativas que permitan ver el cuidado no sólo en su dimensión productiva y remunerada, como un simple producto capitalizable, sino también en su vertiente reproductiva y no remunerada. Esta última, más allá de las cifras, refleja los conflictos cotidianos que enfrentan las familias, especialmente las mujeres, al intentar organizar el hogar y conciliarlo con las exigencias del trabajo remunerado.

No basta con visibilizar las prácticas de cuidado que se llevan a cabo dentro de los grupos familiares, predominantemente orquestadas por mujeres. Es esencial también reconocer cómo estas prácticas responden a una organización social y política basada en desigualdades de género y en las disparidades en la posesión de capital económico, político y social. El verdadero desafío radica en intervenir en el fortalecimiento de políticas públicas que no sólo reconozcan estas realidades, sino que también propongan un sistema de cuidados que ayude a mitigar esas desigualdades, recuperando la dimensión humana del cuidado: la vulnerabilidad corporal y la necesidad de atención.

Este enfoque debe entender que la vulnerabilidad y las diversas formas de dependencia no son males a erradicar, sino aspectos inherentes a nuestra naturaleza humana. La posibilidad de experimentar el envejecimiento, la enfermedad, la discapacidad, la infancia e incluso la muerte debe ser abordada desde un sentido colectivo, buscando que estas experiencias sean vividas con dignidad. Por lo tanto, adoptar una perspectiva ético-política del cuidado implica no sólo comprender la necesidad de responder por otros en un acto de ayuda y protección mutua, sino también exigir la transformación de las relaciones de poder que estructuran nuestra sociedad. Esto debe llevarnos a un modelo de organización menos excluyente, donde no sólo ciertas personas o instituciones se encarguen del cuidado, sino que toda la población asuma con responsabilidad la tarea de sostener la vida en las mejores condiciones posibles.

Referencias

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  • Ausín Díez, T. y R. Triviño Caballero (2022). Responsabilidad por los cuidados. Bajo Palabra, (30), 155-174. https://doi.org/10.15366/bp2022.30.008.
  • Batthyány, K. (2021). Políticas del cuidado. clacso, Casa Abierta al Tiempo.
  • Benería, L. (2018). Crisis de los cuidados: migración internacional y políticas públicas. En C. Carrasco, C. Borderías y T. Torns, Trabajo de cuidados. Historia, teoría y políticas (pp. 359-389). Ed. Catarana, Economía crítica y ecologismo social.
  • Faur, E. y Pereyra, F. (2018) “Gramáticas del cuidado”. En J. I. Piovani y A. Salvia, La Argentina del siglo xxi (pp. 495-532). Siglo xxi editores.
  • Centre d´Estudis Sociológics sobre la Vida Quotidiana i el Treball (2011). Trayectorias laborales de los inmigrantes en España. uab, quit, Obra Social “la Caixa”.
  • onu Mujeres (2024, febrero). Datos y cifras: emporamiento económico. Unwomen.org. Disponible en: https://www.unwomen.org/es/que-hacemos/empoderamiento-economico/hechos-y-cifras.
  • Rivera Farfán, C. (2016). Mujeres hondureñas en Cataluña. La emergencia de una ruta migratoria alterna y el trabajo de cuidados. Series Working Paper, quit, Universidad Autónoma de Barcelona.
  • Scheper-Hugues, N. (1997). La muerte sin llanto. Violencia y vida cotidiana en Brasil. Ediciones Ariel.
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Recepción: 2024/02/19. Aceptación: 2025/03/18. Publicación: 2025/05/05.

Vol. 26, núm. 3 mayo-julio 2025

Una mirada a la duna y a sus flores de arena

Nadia Castro Cárdenas, Daniel Sánchez, Pactli Fernando Ortega González y Sonia Vázquez Santana Cita

Resumen

Las dunas costeras son ecosistemas dinámicos y únicos, que albergan una gran variedad de formas de vida adaptadas para vivir en la arena, por lo que, es muy común que residan especies singulares. En las dunas costeras mexicanas, las plantas son interesantes por las relaciones que tienen con varios grupos de animales, incluyendo a los insectos. Un grupo poco estudiado y de interés son las plantas que parasitan a otras plantas, debido a que son consideradas perjudiciales, pero aportan al suelo nutrimientos y presentan relaciones positivas con insectos y otros organismos. Aquí damos a conocer algunos aspectos de las especies de la familia Lennoaceae, plantas parásitas distribuidas en las dunas costeras de México y poco estudiadas en comparación con otras plantas parásitas. En particular, sobre la importancia de los aromas florales para la atracción de polinizadores.
Palabras clave: aromas florales, dunas costeras, plantas parásitas, polinizadores.

A look at the dune: the sand flowers and their pollinators

Abstract

Coastal dunes are dynamic and unique ecosystems that host a wide variety of life forms adapted to live in sandy environments, which often include rare and distinctive species. In Mexican coastal dunes, plants are particularly interesting due to their interactions with various groups of animals, like insects. One understudied and noteworthy group is parasitic plants, which are often considered harmful but actually contribute nutrients to the soil and have positive relationships with insects and other organisms. Here, we present some aspects of species from the Lennoaceae family, parasitic plants found in Mexican coastal dunes that have been relatively understudied compared to other parasitic plants. In particular, we focus on the importance of floral scents in attracting pollinators.
Keywords: floral scents, coastal dunes, parasitic plants, pollinators.


Las dunas costeras

Para muchos, las vacaciones ideales incluyen un descanso en la playa, recostado en la arena disfrutando de la brisa marina. Pero ¿sabías que, detrás de la mayoría de las playas de arena, se encuentra un ecosistema llamado dunas costeras? Las dunas costeras son grandes acumulaciones de arena que se forman cercanas al mar. Sus formas y tamaños se deben a la acción y fuerza del viento. Estas regiones representan un hábitat único para ciertas especies de animales y plantas. Sin embargo, estas grandes o pequeñas montañas de arena son sitios frágiles y a menudo se encuentran amenazados por el desarrollo humano o la degradación ambiental.

Las dunas costeras actúan como barreras naturales, protegiendo las playas de tormentas, marejadas y del aumento del nivel del mar. Además, la vegetación que crece sobre la arena ayuda a disminuir el impacto y fuerza de las grandes olas y reduce que se pierda la arena en las playas. En México, podemos disfrutar de estos ecosistemas únicos; no obstante, estos sitios están siendo afectados por las actividades humanas, como el cambio del uso de suelo, el incremento del nivel del mar o por la introducción de especies exóticas. Algunas áreas naturales protegidas de nuestro país incluyen regiones con dunas costeras. En el sitio web de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (conabio), puedes consultar su ubicación y algunas especies de plantas y animales que caracterizan cada área natural. Mientras tanto, te contamos sobre algunas de las plantas con flores que habitan en las dunas costeras de México.

Las dunas costeras y las especies que las habitan

Recordemos que, las dunas costeras son lugares que se encuentran en la interfaz entre el océano y el continente. Estas formaciones de arena son dinámicas y albergan una importante diversidad de plantas con adaptaciones únicas para sobrevivir. El conjunto de estas plantas funciona como barrera natural que evita que se pierda la arena por el movimiento constante de agua y viento, por medio de sus raíces y tallos horizontales. De esta manera, se favorece el establecimiento de plantas que facilitan la retención del sustrato, es decir, la base de tierra donde crecen y se desarrollan. Sin embargo, para que una planta crezca en la arena, se debe de considerar la salinidad del suelo, la exposición al viento, el nivel del agua, la temperatura, la precipitación, la radiación solar, la elevación de la duna, así como las relaciones con los animales, entre ellos los insectos (Jiménez-Orocio et al., 2015).

En México se han contado cerca de 2,075 especies diferentes de plantas que crecen sobre las dunas costeras en los diferentes estados de la República mexicana (Espejel et al., 2017). Estas plantas se han categorizado en pioneras, halófilas (que pueden vivir en ambientes con alta presencia de sales), tolerantes al viento, herbáceas, arbustivas, arborescentes y trepadoras (Pedroza et al., 2013). Entre las especies de plantas pioneras, es decir, plantas que colonizan ambientes desolados, se encuentran el bejuco rastrero de playa (Ipomoea pes-caprae), el chamizo (Atriplex leucophylla), la verdolaga de playa (Sesuvium portulacastrum), la hierba de jabalí (Croton punctatus), la alfombrilla (Abronia maritima) y algunas especies de pastos como Uniola pittieri.

Las plantas de las dunas costeras cuentan con adaptaciones morfológicas y fisiológicas que las ayudan a sortear las inclemencias del ambiente y la depredación. Por ejemplo, existen plantas que facilitan que otras puedan crecer en la arena, al aportar nutrientes y generar condiciones más amigables para que germinen sus semillas, como la leguminosa llamada tamarindillo (Chamaecrista sp., Fabaceae) en alusión a su fruto en forma de vaina, el clavelillo de mar Palafoxia lindenii, de Asteraceae, la familia más diversa de las plantas con flores, a la cual pertenece el girasol, el cempasúchil o el limoncillo. Asimismo, la especie conocida como chícharo de playa (Chamaecrista chamaecristoides, Fabaceae) puede ser capaz de sobrevivir a la falta de agua hasta por tres meses (Martínez et al., 1994; Pedroza et al., 2013).

Ahora bien, existen otras plantas que se encuentran en estos ecosistemas, pero de las que se conoce poco por considerarse perjudiciales. Se trata de las plantas parásitas, que crecen sobre otras plantas, que se adhieren y conectan físicamente para obtener el agua y nutrientes necesarios para crecer, florecer y formar frutos y semillas. Existen diferentes tipos: las que llevan a cabo fotosíntesis (y que son verdes) y las que no fotosintetizan (y no son verdes). Algunos ejemplos son Orobanche ramosa o especies de Pedicularis (ambas de la familia Orobanchaceae) que parasitan raíces de plantas fotosintéticas. Otras plantas parásitas, son los fideos o cabello de ángel (especies de Cuscuta, Convolvulaceae), que presentan tallos filamentosos y amarillentos sin hojas, ni clorofila. Todas estas plantas parasitan tallos de una infinidad de plantas hospederas y son conocidas por afectar cultivos de importancia alimentaria o arbolados urbanos y forestales. Sin embargo, también las plantas parásitas pueden contribuir positivamente al ambiente, ya que abonan nutrientes al suelo e interactúan con una gran variedad de micro y macroorganismos.

Si quieres conocer con más detalle la morfología de estas especies pioneras de las dunas o plantas parásitas, puedes entrar al sitio de ciencia ciudadana iNaturalistMX, teclea su nombre científico y revisa las observaciones hechas por otros usuarios. Enseguida, te contaremos algunos detalles de un grupo de plantas parásitas que habitan en las dunas costeras.

Las plantas parásitas en las dunas costeras

En las dunas costeras las condiciones para vivir pueden ser difíciles debido a la salinidad, la falta de agua dulce y la pobreza de nutrientes en el suelo (ver figura 1A-C). A pesar de ello, algunas especies de plantas pueden establecerse y llevar a cabo su ciclo de vida; por ejemplo, las plantas holoparásitas de raíz. Estas son un tipo de plantas parásitas que no tienen tallos ni hojas, y, por lo tanto, no llevan a cabo la fotosíntesis; obtienen su alimento conectando sus tejidos al sistema conductor de agua y nutrientes y de los productos de la fotosíntesis de las plantas que parasitan (Heide-Jørgensen, 2008). Generalmente, en las plantas holoparásitas sólo vemos las flores de colores llamativos, las cuales emergen de las raíces de las plantas que parasitan (ver figura1D-F), el resto de su cuerpo vegetativo permanece inserto en las raíces de las plantas que las hospedan.

Dunas costeras en Mexico

Figura 1. Dunas costeras de México. A) Playa el Naranjo, Nayarit. B) El Socorrito, Baja California. C) Golfo de Santa Clara, Sonora. D) Lennoa madreporoides. E) Pholisma arenarium. F) Pholisma sonorae.
Crédito: Nadia Castro-Cárdenas.

En las dunas costeras encontramos a una familia botánica de plantas parásitas llamada Lennoaceae. Se trata de un grupo pequeño conformado por cuatro especies que tienen distribución en Estados Unidos, México, Centroamérica y Colombia. Los nombres de las plantas hacen referencia al lugar donde crecen. Por ejemplo, la flor de arena californiana (Pholisma arenarium) crece desde el oeste de Arizona, sur de California, Estados Unidos, hasta el norte de Baja California en México. La flor de arena sinaloense (Pholisma culiacana) se encuentra en los estados de Sinaloa y Sonora (México). La flor de arena sonorense (Pholisma sonorae) se encuentra en el sur de Arizona, California, Estados Unidos, la parte adyacente a Baja California y cabecera del Golfo de California en Sonora, México. Mientras que, el Tlachiolote (Lennoa madreporoides) presenta una distribución más amplia y está presente en los estados de Chiapas, Colima, Estado de México, Guerrero, Jalisco, Michoacán, Morelos, Nayarit, Oaxaca, Puebla, San Luis Potosí, Sinaloa y también en varios países de Centroamérica y Colombia.

La familia Lennoaceae parasita las raíces de sus plantas hospederas, por lo que, al estar enterradas, no es fácil ver la conexión con sus plantas hospederas a simple vista (ver figura 1F). Como biólogos interesados en las interacciones de este grupo de plantas, hemos identificado algunos hospederos de este grupo de flores de arena. Hemos observado a la hierba mora (Okenia hypogaea) y el gigantón (Tithonia tubiformis), como hospederos de Lennoa madreporoides. Por su parte, Pholisma sonorae parasita a la verbena de desierto (Abronia maritima) y el Crinklemat (Tiquilia plicata). Por otra parte, el arbusto hojas de agracejo y el arbusto dorado (Hazardia berberidis e Isocoma menziesii) son hospederos de Pholisma arenarium. Finalmente, Pholisma culiacana crece en raíces de diferentes especies de la planta sangre de drago, sangregado o torito que habitan en el estado de Sinaloa (Jatropha sp.).

Las flores de arena surgen en diferentes épocas del año. La flor de arena californiana y la sonorense (Pholisma arenarium y Pholisma sonorae) florecen en los meses de mayo y junio, mientras que el tlachiolote (Lennoa madreporoides) puede encontrarse más fácilmente desde junio hasta octubre, debido a su amplia distribución. Por su parte, Pholisma culiacana florece en septiembre y octubre, durante la temporada de lluvia. Este tipo de flores, son un refugio para muchas especies de insectos, como abejas, arañas, avispas, escarabajos y hormigas (ver figura 2A-D). Además, pueden ser una fuente alimento para muchos insectos que consumen las flores, el polen y el néctar. Por su parte, los insectos polinizan las flores cuando transportan el polen de una flor a otra y así se producen frutos y semillas. Este tipo de interacciones, aunque temporales, son fundamentales en las dunas costeras, donde los recursos son limitados y las condiciones ambientales desafiantes. Pero, te has preguntado ¿cómo logran los insectos encontrar las flores de arena entre tanta arena?

Visitantes y posibles polinizadores de las flores de arena

Figura 2. Visitantes y posibles polinizadores de las flores de arena (Lennoaceae). A) Escarabajo (flecha roja) sobre Pholisma arenarium. B) Mosca. C-D) Abejas polinizando a Pholisma sonorae.
Crédito: A y D: Nadia Castro-Cárdenas y B y C: Daniel Sánchez.

Las plantas parásitas, los aromas florales y sus interacciones con los polinizadores

Las plantas presentan sistemas visuales o químicos para la atracción de polinizadores. La atracción visual es promovida por los colores y texturas, mientras que el mensaje químico es dado por sustancias producidas en algunas células especializadas de las flores. El sistema de alerta químico es emitido al ambiente para que los polinizadores lo detecten y localicen las flores más fácilmente. Entre las señales químicas que producen las plantas para la atracción de polinizadores, encontramos los aromas florales.

Los aromas florales son moléculas pequeñas y ligeras que en conjunto forman mezclas complejas para atraer a polinizadores o para la comunicación planta-planta (Knudsen et al., 2006). Todas las plantas producen este tipo de compuestos en combinaciones y concentraciones distintas, por lo que cada especie tiene un único código de aroma (Dudareva y Pichersky, 2000). Lo anterior significa que los aromas florales pueden actuar como una forma de comunicación a través de la cual la planta emite una señal química que otro organismo es capaz de percibir. Los polinizadores detectan los deliciosos aromas de las plantas a través de estructuras especializadas en sus antenas, o en ocasiones con sus partes bucales (Pichersky, 2004). En ciertos grupos como las abejas, la detección de los aromas es aprendido, lo que hace más eficiente la polinización (Cunningham et al., 2006).

Es sorprendente que cada especie de plantas produce aromas florales únicos para atraer a polinizadores particulares (ver figura 3). Por ejemplo, las abejas y mariposas pueden detectar aromas dulces, debido a la mezcla de compuestos químicos como el limoneno, pineno o geraniol, los cuales podemos encontrar en las flores de lavanda, del limón, cerezos, ciruelos, etcétera. Por otra parte, existen flores que emiten olores desagradables al olfato humano, derivados de compuestos con azufre y nitrógeno, que imitan a la carne podrida para atraer moscas, a las cuales les parece delicioso; tal es el caso de la flor de la carne, la flor más grande del mundo, Rafflesia arnoldii.

Respecto a las flores de arena, se han detectado preliminarmente algunos compuestos en los aromas florales, como el limoneno, copaeno, mirceno y derivados del benceno, que al parecer son los responsables de la atracción de abejas, moscas y escarabajos (ver figura 2; Castro-Cárdenas et al, comunicación personal).

Ilustracion de la emision de los aromas florales para atraccion de polinizadores

Figura 3. Ilustración de la emisión de los aromas florales en especies vegetales para la atracción de polinizadores en las dunas costeras. En algunos casos, los polinizadores, como los colibrís, serán atraídos por la combinación de colores llamativos y aromas florales de las flores.
Crédito: Nadia Castro-Cárdenas.

Consideraciones finales

La pérdida constante de la vegetación de las dunas costeras tiene fuertes implicaciones en la pérdida de las playas, lo que obliga a incrementar el conocimiento de cobertura vegetal porque es un componente prioritario, que cada vez tiene mayor relevancia en los beneficios que las dunas costeras brindan a la sociedad. La conservación de las plantas en las dunas requiere una combinación de esfuerzos a nivel local, regional y global, y la colaboración entre los diferentes niveles de organización de justicia son claves para garantizar la sostenibilidad a largo plazo de estos valiosos ecosistemas.

Hasta ahora sólo conocemos algunas de las interacciones que ocurren en las dunas costeras, pero hay que tener en cuenta que entre el 70% al 90% de las dunas costeras a nivel mundial están siendo afectadas, por lo que conocer la vegetación en estos sitios es de vital importancia para generar información que ayude a llamar la atención y frenar la pérdida de la biodiversidad en un futuro cercano (Pedroza et al., 2013). La Universidad Nacional Autónoma de México cuenta con la Estación de Biología Tropical Los Tuxtlas y la Estación de Biología Chamela, las cuales se ubican, respectivamente, en la Reserva de la Biósfera Los Tuxtlas, en Veracruz y la Reserva de la Biósfera Chamela-Cuixmala, en Jalisco. Ambas estaciones proveen de una excelente oportunidad para investigar la biología reproductiva, interacciones ecológicas y otras cuestiones, de las comunidades vegetales que forman las dunas costeras de estas regiones.

Ahora que sabemos un poco más de estas relaciones que suceden en las dunas costeras y particularmente con ciertos grupos de plantas tenemos que involucrarnos en el cuidado de estos frágiles ecosistemas, realizando pequeñas tareas. Por ejemplo, podemos no pisar, ni arrancar o dañar a las plantas en las playas, mucho menos pasear en vehículos todo terreno, no matar ni extraer insectos por muy llamativos o feos que sean, tampoco sustraer arena o plantas. Todo lo anterior perjudica las playas porque altera las relaciones entre los organismos y afecta la vida misma de estos ecosistemas. No perturbar las playas es el primer paso que debemos seguir para poder disfrutarlas aún en el futuro.

Por último, debemos promover una cultura hacia el cuidado y respeto de las zonas costeras, donde se puedan implementar programas de sensibilización comunitaria, así como promover un turismo responsable. Se debería concientizar y comunicar los avances de las investigaciones científicas en las zonas, así como el conocimiento sobre las áreas protegidas e impulsar las leyes que protejan las dunas costeras.

Agradecimientos

Este trabajo fue financiado por el proyecto otorgado a svs: Morfoanatomía reproductiva y polinización de plantas holoparásitas en México papiit in-222021. N. C. C. agradece a dgapa-unam (Dirección General de Asuntos del Personal Académico – Universidad Nacional Autónoma de México) por la asignación de la beca postdoctoral.

Referencias

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Recepción: 2024/02/22. Aceptación: 2025/03/26. Publicación: 2025/05/09.

Vol. 26, núm. 3 mayo-julio 2025

Si el suelo hablara: claves para entender su salud y su importancia

Pamela Fernanda Mejía Leyva, Nathalie Socorro Hernández Quiroz y Alfredo Pinedo Álvarez Cita

Resumen

Bajo nuestros pies, ocurre una historia silenciosa que sostiene la vida tal como la conocemos. El suelo —ese recurso que muchas veces ignoramos— es vital para cultivar alimentos, filtrar el agua y mantener en equilibrio a los ecosistemas. Pero hoy, su salud está en peligro. La presión de las actividades humanas ha provocado su degradación, afectando la fertilidad, acelerando la erosión y volviéndonos más vulnerables ante fenómenos como las sequías y las inundaciones. ¿Cómo saber si un suelo está sano? En este artículo te contamos sobre cuatro indicadores sencillos, pero poderosos, que permiten evaluar su estado: la textura, la infiltración del agua, la estabilidad de los agregados y la estructura. Lo mejor es que no necesitas ser especialista para observarlos: con herramientas básicas y algo de curiosidad, cualquiera puede acercarse a este recurso desde una mirada más consciente. Este texto es una invitación a reconectar con la tierra, a entenderla y a cuidarla. Porque proteger el suelo es proteger la vida —la nuestra y la de las generaciones que vendrán.
Palabras clave: salud del suelo, degradación, sostenibilidad, indicadores del suelo, conservación.

If the soil could talk: keys to understanding its health and importance

Abstract

Beneath our feet, a silent story unfolds that sustains life as we know it. The soil —a resource we often overlook— is vital for growing food, filtering water, and maintaining ecosystem balance. But today, its health is in jeopardy. The pressure of human activities has led to its degradation, affecting fertility, accelerating erosion, and making us more vulnerable to phenomena like droughts and floods. How can we know if soil is healthy? In this article, we share four simple yet powerful indicators that allow us to assess its condition: texture, water infiltration, aggregate stability, and structure. The best part is that you don’t need to be an expert to observe them: with basic tools and a bit of curiosity, anyone can approach this resource with a more mindful perspective. This text is an invitation to reconnect with the earth, to understand it, and to care for it. Because protecting the soil is protecting life —both ours and that of future generations.
Keywords: soil health, degradation, sustainability, soil indicators, conservation.


Sobre lo que estamos parados… ¿Qué es el suelo, en realidad?

Cada vez que damos un paso, nos apoyamos en algo más que una superficie plana. Nuestros pies, al moverse, tocan algo que usualmente damos por sentado: el suelo. Pocas veces nos detenemos a pensar en esa capa invisible que sostiene nuestra vida. Pero ¿alguna vez te has preguntado qué es realmente el suelo? ¿Por qué importa tanto en nuestro día a día? ¿Y cómo afecta nuestro futuro, incluso si no lo vemos? Este artículo busca que reflexionemos sobre este recurso esencial que, aunque muchas veces ignorado, juega un papel crucial en nuestra existencia. Más que un simple “lugar donde pisamos”, el suelo es un pilar que sostiene nuestra vida, nuestra comida, e incluso nuestro futuro.

Perfil de suelo observado en la localidad de Assens

Figura 1. Perfil de suelo observado en la localidad de Assens, Dinamarca, donde se aprecian las capas que lo componen.
Crédito: Elaboración propia.

El suelo no es sólo tierra. Es el resultado de procesos naturales complejos. Se forma cuando las rocas se desintegran y se descomponen, gracias a la acción del clima, la topografía, el tiempo y los pequeños, pero poderosos microorganismos que lo habitan (Hillel, 1998). Estas interacciones físicas y químicas lo transforman en algo mucho más que arena o barro. Se convierte en un compuesto único de materia mineral (como arena, limo y arcilla), materia orgánica, agua, gases y, por supuesto, los microorganismos que lo hacen vibrar de vida. Sin embargo, no todo el suelo es igual. La proporción de sus componentes varía, y con ella, su capacidad para sostener la vida (Moebius-Clune et al., 2016). Por ejemplo, en México, casi el 52% de la superficie nacional está cubierta por suelos poco desarrollados, como los Leptosoles, que tienen una profundidad de menos de 25 centímetros, o los Regosoles, que son pedregosos y con poca materia orgánica. Pero, si buscamos fertilidad, ahí están los Phaeozems, Luvisoles y Vertisoles, suelos que dan vida a los cultivos que nos alimentan (semarnat, 2010).

La base de todo: la importancia del suelo en nuestra vida diaria

Es fácil olvidar cuán crucial es el suelo para nuestra supervivencia, ya que está bajo nuestros pies, fuera de nuestra vista cotidiana. Pero cuando lo observamos desde una perspectiva más amplia, nos damos cuenta de que el suelo es responsable de una de las contribuciones más vitales de la naturaleza: la provisión de alimentos. Sin el suelo, los más de 8000 millones de seres humanos que habitamos el planeta no tendríamos qué comer (Rabot et al., 2018). De hecho, el 95% de los alimentos que consumimos provienen directamente del suelo, y este, además, nos da los nutrientes que necesitamos para mantenernos saludables (fao, 2015; Pozza y Field, 2020). Así que, cada vez que saborees una zanahoria o disfrutes de un platillo, recuerda que el suelo es el lugar donde todo comenzó.

Pero el suelo no sólo nos alimenta; también nos da agua. Imagínate el suelo como una esponja gigante que captura y almacena el agua de lluvia, recargando los mantos acuíferos que nos dan el agua potable que necesitamos para vivir (Adhikari y Hartemink, 2016). Además, cuando el suelo capta, retiene y drena el agua, juega un papel fundamental en la prevención de inundaciones, que pueden causar estragos. De 1994 a 2013, alrededor de 2500 millones de personas se vieron afectadas por inundaciones, y el costo de los daños asciende a 40 mil millones de dólares por año (cred, 2015; oecd, 2016).

Finalmente, el suelo es el hogar de una increíble diversidad de microorganismos. Estos pequeños habitantes son la base de muchos de los antibióticos que usamos para curar enfermedades y salvar vidas (Kraamwinkel et al., 2021; Nieder et al., 2018). Es por todo esto que podemos decir, con certeza, que el suelo es mucho más que tierra bajo nuestros pies: es un recurso vital para nuestra salud, bienestar y el equilibrio del planeta.

¿Qué significa tener un suelo sano?

Cuando hablamos de salud, lo primero que solemos pensar es en nuestro cuerpo: si comemos bien, si dormimos lo suficiente, si nos sentimos con energía. Pero, ¿y el suelo? ¿Puede un pedazo de tierra estar sano o enfermo? La respuesta es sí.

El Departamento de Agricultura de Estados Unidos lo define como “la capacidad continua del suelo de funcionar como un ecosistema viviente que sustenta a las plantas, animales y humanos” (usda, 2009). Y esa idea —la del suelo como un ecosistema vivo— cambia por completo nuestra manera de entenderlo. Porque, aunque no lo veamos a simple vista, bajo nuestros pies hay millones de organismos realizando funciones vitales para el planeta. Banerjee y van der Heijden (2023) identificaron más de 40 funciones microbianas que impactan directamente no sólo la salud del suelo, sino también la nuestra, la de los animales y las plantas.

Un suelo saludable no necesariamente tiene que ser “virgen” o intocado. También puede ser un suelo manejado por las personas, siempre que conserve su capacidad de brindar servicios ecosistémicos —como filtrar el agua, alimentar cultivos o capturar carbono— y tenga la resiliencia necesaria para recuperarse después de eventos dañinos (Lehmann et al., 2020). En otras palabras, un suelo sano es un suelo con vida, dinámico, capaz de adaptarse y seguir funcionando. Por eso, más allá de la ciencia, respetarlo y cuidarlo es un compromiso ético. Porque si cuidamos al suelo, nos cuidamos a nosotros mismos.

Estado actual del suelo: ¿es momento de alarmarnos?

La verdad es que sí. Y mucho. Porque aunque el suelo parezca eterno, no lo es. De hecho, es un recurso no renovable a escala humana. Se estima que puede tomar hasta mil años formar tan sólo un centímetro de suelo fértil (Bartz et al., 2015; fao, 2017). Y si lo pensamos bien, eso significa que lo que hoy pisamos es el resultado de procesos que empezaron siglos —o incluso milenios— atrás. Lo menos que podemos hacer es protegerlo.

Sin embargo, la realidad actual es preocupante. A nivel global, se estima que alrededor del 40% de los suelos están degradados (unccd, 2022). ¿Por qué? Principalmente por actividades humanas: prácticas agrícolas intensivas, deforestación, pastoreo excesivo, contaminación y expansión urbana. Todo eso ha llevado al deterioro de este recurso vital.

Las amenazas son muchas: erosión, pérdida de materia orgánica, salinización, compactación, acidificación, desertificación, contaminación química… cada una va minando poco a poco la capacidad del suelo para sostener la vida. Y cuando esa capacidad se pierde, también se pierden oportunidades: de producción de alimentos, de desarrollo rural y de bienestar. En algunos casos, la degradación del suelo obliga a millones de personas a abandonar sus hogares en zonas rurales (Angerer et al., 2023), y si seguimos así, entre 50 y 700 millones más podrían verse afectadas para el año 2050 (Prăvălie et al., 2021).

Veámoslo con un ejemplo concreto: cuando dejamos el suelo desprotegido —sin vegetación que lo cubra—, el viento y el agua se lo llevan. Así de simple. Lo que se pierde primero es la capa orgánica, esa tierra oscura cargada de nutrientes (Kumarasinghe, 2021). Y con ella, perdemos fertilidad. Se estima que si un suelo pierde apenas el 0.01% de su carbono, el efecto sería equivalente a poner 100 millones de autos más circulando por el mundo (European Commission et al., 2020).

Otro problema serio es la compactación, causada por el uso excesivo de maquinaria agrícola o por el sobrepastoreo del ganado. Esto reduce los espacios por donde circula el aire y el agua, asfixiando a los microorganismos y limitando el crecimiento de las plantas (Krümmelbein et al., 2009). Y si a eso le sumamos la deforestación, que elimina la cubierta vegetal que protege y alimenta el suelo, el resultado es una pérdida de servicios ecosistémicos. Es decir, el suelo deja de hacer lo que normalmente haría: regular el agua, sostener cultivos, mantener la biodiversidad.

Y eso tiene consecuencias: los suelos degradados son más vulnerables a inundaciones, tolvaneras, sequías y otras catástrofes naturales que se intensifican con el cambio climático.

Afortunadamente, todavía estamos a tiempo de cambiar el rumbo. Existen prácticas sostenibles que pueden frenar —e incluso revertir— la degradación del suelo. Algunas de ellas son la rotación de cultivos, el ajuste de la carga animal en el pastoreo, y el manejo forestal integral. Pero igual de importante es crear conciencia. Porque no podemos cuidar lo que no conocemos, ni valorar lo que damos por hecho.

Y aquí surge una pregunta clave: ¿Cómo podemos saber si un suelo está sano o degradado? ¿Qué herramientas tenemos para monitorear su condición? De eso hablaremos a continuación.

¿Cómo saber si un suelo está sano? Las señales que nos da

Conocer la salud de un suelo es un poco como tratar de entender el pulso de la Tierra: hay que observar, escuchar, tocar y hasta oler. ¿Está vivo, respira, guarda humedad, ofrece sustento? La respuesta no está en una sola señal, sino en un conjunto de indicadores que, juntos, nos hablan del estado físico, químico y biológico del suelo. Estos indicadores no son sólo datos fríos: son pistas que nos permiten decidir cómo cuidarlo, cómo restaurarlo, cómo convivir con él sin dañarlo.

Entre los más reconocidos están la materia orgánica —esos restos de vida que aún dialogan con el presente— y el carbono orgánico, esa porción del carbono que queda atrapada en la materia orgánica como testimonio de los ciclos vitales. Pero también existen otros indicadores más inmediatos, sencillos de observar, con los que podemos comenzar a leer el lenguaje del suelo sin necesidad de laboratorios: la textura, la infiltración, la estabilidad de los agregados y la estructura. Vamos con ellos.

Textura del suelo

¿Rugoso, suave o quebradizo?

La textura del suelo es su huella digital. Se refiere a la proporción de tres tipos de partículas: arcilla (las más pequeñas), limo (de tamaño intermedio) y arena (las más grandes) (fao, 2023). Cada suelo tiene su propia mezcla, y esa mezcla determina su carácter: si es fértil o pobre, si retiene agua o la deja escapar, si respira con facilidad o se asfixia con cada lluvia.

Sentir el suelo entre los dedos —su suavidad, su aspereza, su capacidad de formar bolitas— es una forma ancestral y efectiva de leer su textura. Y aunque hay métodos más técnicos, también puedes hacer una prueba casera para identificarla. El siguiente enlace ofrece una guía sencilla para descubrir de qué está hecho tu suelo: textura del suelo.

Infiltración

Si tuvieras sed, ¿tu suelo sería capaz de saciarla?

El agua llega a la superficie, pero… ¿Qué tan rápido penetra? Eso es la infiltración: la velocidad con la que el agua entra al suelo y deja de ser charco para convertirse en vida subterránea. Por ejemplo, una tasa de infiltración de 15 mm/h indica que el suelo absorbe una capa de agua de 15 mm en una hora (cimmyt, 2013). No es sólo una cifra: es una señal de cuán preparado está el suelo para recibir el agua, almacenarla y compartirla con las raíces.

Medir la infiltración puede ser tan sencillo como jugar con agua y tiempo. El método de anillo simple requiere sólo un tubo (de unos 15 cm de diámetro y altura), agua (444 ml), un cronómetro y una bolsa de plástico. Se clava el tubo en el suelo unos 2 o 3 cm, sin alterarlo demasiado. Luego se cubre la superficie interna con la bolsa para amortiguar el golpe del agua, se vierte el líquido, se retira la bolsa y se pone en marcha el cronómetro. Si el agua desaparece rápido, es una buena señal. Si no, algo está fallando. Repite el experimento varias veces para obtener una tasa de infiltración constante.

Tasas de infiltración en distintos tipos de suelo

Tabla 1. Tasas de infiltración en distintos tipos de suelo, útiles para evaluar su capacidad de absorción de agua.
Crédito: Brouwer et al. 1988.

Estabilidad de agregados

¿Qué tan resistente es tu casa?

Imagina tu suelo como una casa hecha de pequeños bloques. Esos bloques son los agregados, o terrones, y su capacidad para mantenerse unidos ante la lluvia o la pisada de una vaca dice mucho sobre su salud. Si se desmoronan con facilidad, como un muro mal construido, el suelo está en riesgo. Pero si resisten, son signo de fortaleza.

Agregados estables significan raíces más profundas, agua mejor aprovechada, carbono capturado y una biodiversidad activa debajo de nuestros pies. Su resistencia depende, entre otros factores, de su textura y del contenido de materia orgánica.

Evaluación de la estabilidad de agregados del suelo

Figura 2. Evaluación de la estabilidad de agregados del suelo: un terrón sumergido en agua para observar su desintegración.
Crédito: Elaboración propia.

Para evaluar esta estabilidad, se puede hacer una prueba muy sencilla: en un vaso de cristal con agua se coloca una malla (tipo tela mosquitera) que sirva de sostén. Sobre ella, se pone el agregado y se deja reposar cinco minutos. Si se deshace en menos de un minuto, está en malas condiciones. Si se mantiene de uno a cinco minutos, puedes confiar en su estructura.

Estructura del suelo

El arreglo final de los ladrillos

Si los agregados son los bloques, la estructura del suelo es el diseño con el que están dispuestos. Es el plano arquitectónico subterráneo. De esta organización depende que haya huecos —poros— por donde circule el aire, fluya el agua y crezcan las raíces. Un suelo sano combina terrones pequeños con poros abundantes (figura 3 a). Pero si se compacta, si recibe demasiada presión, sus terrones se agrandan (figura 3 b), los poros se cierran y el suelo se convierte en una cárcel para la vida.

Comparación visual de dos suelos

Figura 3. Comparación visual de dos suelos: a) con terrones pequeños y poca cohesión; b) con terrones grandes y buena estructura.
Crédito: Elaboración propia.

Para conocer la estructura del suelo basta una pala y algo de atención. Extrae un bloque y observa: ¿cómo están organizados los terrones?, ¿hay poros visibles?, ¿se desmorona fácilmente o está apelmazado?

Este método de evaluación visual incluye ocho indicadores fáciles de observar. El siguiente enlace te guía paso a paso: evaluación visual. Al final, obtendrás una calificación que resume la salud estructural de tu suelo.

Lo que el suelo nos dice, si sabemos escuchar

El suelo es mucho más que el polvo bajo nuestros pies: es un recurso vital, insustituible y lleno de vida. Sin embargo, la forma en que lo hemos tratado —a través de prácticas agrícolas intensivas, deforestación, urbanización y contaminación— ha puesto en riesgo su salud y, con ella, la de todo el ecosistema del que formamos parte.

Conocer y aplicar los cuatro indicadores que aquí presentamos no sólo nos permite evaluar su condición, sino que también nos invita a mirar el suelo con otros ojos: como una plataforma viva que sostiene nuestra existencia. Estos métodos sencillos abren la puerta a estudios colaborativos, al fortalecimiento de la ciencia ciudadana y, sobre todo, a una reconexión urgente con la tierra.

Cuidar el suelo es cuidar la vida. Desde las raíces más pequeñas hasta las comunidades humanas más complejas, todo depende de ese delgado, pero poderoso manto que cubre al planeta. Que esta lectura no sea un punto final, sino el inicio de una curiosidad fértil por seguir aprendiendo, observando y protegiendo lo que sostiene nuestros pasos.

Referencias



Recepción: 2024/11/06. Aceptación: 2025/02/10. Publicación: 2025/05/05.

Vol. 26, núm. 3 mayo-julio 2025

De la espiga al hisopo: ¿cómo se detecta la COVID-19?

Blanca Ortiz-Quintero Cita

Resumen

Cansancio, fiebre, tos, diarrea, pérdida del olfato, entre otros síntomas combinados o aislados… ¿Cómo saber si tenemos covid-19? La única forma de responder esta pregunta es realizando una prueba diagnóstica que detecte la presencia del virus que produce el covid-19, el sars-CoV-2. En el mercado existen diferentes tipos de pruebas, ¿cuál debemos escoger? Este artículo de divulgación describe cuáles son los tipos disponibles, sus características, qué es lo que detectan, de qué parte del cuerpo se toma la muestra, en qué casos están indicadas, y su significado. Para comprender con claridad lo anterior, se incluye una descripción simplificada de la identidad del sars-CoV-2, cómo infecta y el tiempo en el que aparecen los síntomas.
Palabras clave: pruebas, covid-19, diagnóstico, virus, sars-CoV-2, pandemia.

From spike to swab: how is COVID-19 detected?

Abstract

Fatigue, fever, cough, diarrhea, loss of smell, among other combined or isolated symptoms… How can we know if we have covid-19? The only way to answer this question is by performing a diagnostic test that detects the presence of the virus that causes covid-19, sars-CoV-2. There are different types of tests available on the market; so, which one should we choose? This article describes the available types of tests, their characteristics, what they detect, from which part of the body the sample is taken, in which cases they are indicated, and what their results mean. To clearly understand this, the article includes a simplified description of the identity of sars-CoV-2, how it infects, and the timeline of symptom appearance.
Keywords: tests, covid-19, diagnosis, virus, sars-CoV-2, pandemic.


Sobre los virus y COVID-19

Los virus son entes microscópicos incapaces de reproducirse por sí mismos, por lo que infectan a las células de algún organismo animal, vegetal o a una bacteria y obligan a las células a producir más virus. Este proceso, conocido como replicación viral mata a las células infectadas, induciendo diversas enfermedades en los organismos afectados. Los virus están compuestos básicamente de ácidos nucleicos que contienen su información genética y moléculas proteicas (proteínas) que forman la estructura del virus.

El sars-CoV-2 (ver figura 1) contiene su material genético en el ácido ribonucleico (arn), presenta cuatro proteínas estructurales importantes, y está cubierto por una membrana lipídica, por lo que se conoce como un virus envuelto tipo arn. Estas cuatro proteínas estructurales son: la proteína espiga (S), la proteína de envoltura (E), la proteína de membrana (M), y la proteína de nucleocápside (N). Las proteínas espiga sobresalen en la superficie del virus semejando una corona, de ahí el nombre de coronavirus. La proteína S se une a la molécula conocida como la enzima convertidora de angiotensina 2 (ACE2) que está presente en varias células humanas y de esta forma puede infectarlas. La proteína E es esencial para el ensamblaje de los virus nuevos, la proteína M participa en la formación de la envoltura e interacciona con la proteína E en el ensamblaje de los virus nuevos. La proteína N se asocia al arn viral para ensamblarlo en un complejo de ribonucleoproteínas llamado la cápside (Hu, Guo, Zhou, y Shi, 2021; Satarker y Nampoothiri, 2020; Tebha, Tameezuddin, Bajpai, y Zaidi, 2024).

¿Por qué es relevante conocer los componentes del virus? Porque los componentes que distinguen al sars-CoV-2 de otros virus o microorganismos son los usados para desarrollar una prueba diagnóstica, aquella que indica la presencia de una condición, ya sea una enfermedad o una infección.

SARS-CoV-2 componentes

Figura 1. Representación esquemática del SARS-CoV-2 y sus principales componentes.
Crédito: elaboración propia.

La infección por el SARS-CoV-2

El virus sars-CoV-2 se transmite directamente de persona a persona a través de las gotitas que un individuo infectado expele al estornudar y toser. La infección ocurre cuando las gotitas que contienen el virus entran en contacto con la mucosa de la nariz y de la boca, o bien a través de los ojos de otra persona. La mucosa es el tejido que recubre las partes del interior del cuerpo que están en contacto con elementos del exterior, como la nariz, la boca, las vías respiratorias, las vías digestivas y urinarias (ver figura 2A) (da Silva Torres et al., 2022). El virus también se transmite de forma indirecta cuando tocamos con las manos las superficies u objetos contaminados con dichas gotitas y después nos tocamos la mucosa de la nariz, de la boca o los ojos.

La proteína S del virus se une a la molécula ACE2 presente en las células de la mucosa de las vías respiratorias y las infecta, iniciando el ciclo de replicación viral. En el humano, las células alveolares tipo i y ii (localizadas en el pulmón), las células epiteliales, los fibroblastos, las células endoteliales y los macrófagos presentan la molécula ACE2. Las células alveolares tipo ii son las que expresan la mayor cantidad de ACE2, por lo que el pulmón es el sitio de mayor replicación del virus sars-CoV-2 (ver figura 2A) (da Silva Torres et al., 2022; Hu et al., 2021).

Los síntomas del covid-19 tales como cansancio, fiebre, tos, diarrea, pérdida del olfato, entre otros, aparecen alrededor de 3 a 5 días después de la infección. A este tiempo, entre la entrada del virus y la aparición de los síntomas, se le conoces como período de incubación. Los estudios indican que cuando la persona infectada presenta el máximo de síntomas es cuando el número de virus es más alto en el cuerpo, especialmente en la zona de la faringe, por lo que éste es el sitio donde se colecta la muestra para hacer las pruebas que detectan a los componentes del virus (ver figura 2B) (He X et al, 2020). Las muestras se toman de la zona de la nasofaringe u orofaringe, mediante el raspado de la mucosa de esas zonas con un hisopo largo, que es una varilla con la punta recubierta con algodón (ver figura 2B).

SARS-CoV-2 infección

Figura 2. La infección por el SARS-CoV-2. A) Sitios de infección por del SARS-CoV-2 en el cuerpo humano. Los pulmones son el sitio principal donde el virus se replica, pero el virus puede afectar el bulbo olfatorio, el cerebro y el corazón. B) La muestra para la prueba de COVID-19 se toma de la zona de la nasofaringe.
Crédito: elaboración propia.

El ciclo de infección del virus nos indica el tiempo cuando se producen eventos tales como la entrada del virus a nuestro cuerpo, la cantidad de virus que se replican dentro del mismo, cuándo aparecen los síntomas de la enfermedad, el período cuando podemos infectar a otras personas sanas (período infeccioso) y la eliminación de virus en el caso de las personas que logran sanar. Describir este ciclo es relevante en este artículo porque nos proporciona parámetros para saber en qué tiempo se deben realizar las pruebas covid-19 para tener un resultado confiable. La figura 3 muestra el ciclo de infección del sars-CoV-2: el virus entra al cuerpo en un tiempo cero (eje de las X), infecta a las células y comienza a replicarse, incrementado la cantidad de virus en el cuerpo (eje de las Y). Debido a que es imposible conocer el día exacto cuando el virus entra al cuerpo, el tiempo de aparición máxima de síntomas es un punto de referencia en medicina y se usa para identificar el período infeccioso (ver figura 3) (He et al., 2020; Puhach, Meyer, y Eckerle, 2023; Zou et al., 2020). Si la persona monta una respuesta de defensa efectiva contra el virus (respuesta inmune), éste es eliminado en aproximadamente 15 días en la mayoría de los casos.

SARS-CoV-2 ciclo de infección

Figura 3. Ciclo de infección del SARS-CoV-2 y los períodos de detección de las pruebas COVID-19. El eje de las X indica el tiempo cuando entra el SARS-CoV-2 al cuerpo (tiempo cero) hasta que es eliminado (alrededor de 15 días) por las defensas naturales. El eje de las Y indica la cantidad de virus que entra al cuerpo, el incremento del número debido a la replicación viral (formación de nuevos virus) y el momento en el que ya no hay virus en el cuerpo. La prueba de PCR detecta al virus antes de que la persona presente síntomas (antes del período infeccioso), durante la aparición de síntomas (período infeccioso), y después de que éstos hayan disminuido o desaparecido. La prueba de antígeno es capaz de detectar al virus sólo cuando hay síntomas, siendo más confiable en el pico de la aparición de estos.
Crédito: La figura es una adaptación de las figuras publicadas en He X et al. 2020; Mina et al., 2020; y Sethuraman, Jeremiah, y Ryo, 2020.

¿Cuáles son los tipos de pruebas COVID-19 disponibles?

Hay tres tipos principales de pruebas covid-19: 1) la prueba de pcr, 2) la prueba rápida de antígeno y 3) la prueba de anticuerpos o serológica.

La prueba de pcr (por sus siglas de polymerase chain reaction, término en inglés que se traduce como reacción en cadena de polimerasa) detecta directamente al sars-CoV-2 mediante la identificación de su material genético. El arn identficado es único y distinguible de otro arn proveniente de diferentes virus o microorganismos que pudieran estar presentes. Debido a que el virus infecta las células de la mucosa que recubre la faringe, la muestra se obtiene de la nasofaringe u orofaringe mediante un raspado con un hisopo largo para llegar a la zona.

La prueba rápida de antígeno identifica a una proteína estructural específica del sars-CoV-2, que puede ser la proteína N o bien la S, en muestras de mucosa de la nasofaringe de personas infectadas.

La prueba de anticuerpos o serológica no detecta al sars-CoV-2 sino que identifica un tipo de componente de la respuesta inmune del organismo humano: los anticuerpos. Los anticuerpos se encuentran en mayor concentración en la sangre, por lo que la muestra para esta prueba se toma mediante una picadura de aguja en una vena del brazo.

¿Cuál prueba COVID-19 es más confiable para saber si estoy infectado o no?

Las pruebas de pcr y de antígeno son las únicas capaces de detectar si estamos infectados por el sars-CoV-2, ya que identifican al virus directamente. Ambas son confiables, pero esto depende del momento en el que se realice la prueba. Debido a que no podemos saber el momento exacto de la entrada del virus al cuerpo, el período de aparición máxima de los síntomas es el parámetro usado como referencia.

Revisando nuevamente la figura 3 observamos que la prueba de pcr detecta al virus durante un período mayor comparado con la prueba de antígeno. Esto se debe a que la prueba de pcr usa herramientas que detectan pequeñísimas cantidades del virus, de manera que cuando el virus entra al cuerpo y se replica a una cantidad suficiente, esta prueba es capaz de detectarlo, aún si no tenemos síntomas evidentes todavía. La detección es mucho mejor cuando la cantidad de virus se incrementa en el cuerpo y será óptima cuando el virus está en su cantidad máxima. Los estudios indican que la prueba de pcr puede detectar al virus en un período de tiempo que incluye unos días antes del periodo infeccioso, durante, y unos días después; lo cual coincide con el período que incluye antes de la aparición de los síntomas, durante la máxima sintomatología, y poco después de que los síntomas hayan disminuido considerablemente (He et al., 2020; Mina, Parker, y Larremore, 2020; Sethuraman, Jeremiah, y Ryo, 2020).

La prueba de pcr es la prueba más sensible que existe, por lo cual debe usarse para confirmar un diagnóstico de infección por el virus sars-CoV-2. Una prueba positiva de pcr confirma la presencia del virus sars-CoV-2. Una prueba negativa de pcr indica que la persona no está infectada o que ya eliminó al virus del cuerpo. Desafortunadamente este tipo de prueba tiene un costo elevado para el público, ya que se requiere de equipo y reactivos caros y de personal altamente calificado para realizarla. Por las mismas razones, la prueba de pcr requiere más tiempo para realizarse y los resultados tardan más tiempo en otorgarse (24 a 48 horas, dependiendo del laboratorio), comparando con la prueba de antígeno (ver tabla 1).

La prueba rápida de antígeno es menos sensible que la prueba de pcr, ya que requiere que el virus esté en cantidades grandes en el cuerpo para poder detectarlo. La cantidad necesaria del virus para que sea detectable por esta prueba coincide con el período de mayor número e intensidad de los síntomas de la enfermedad, y con el período infeccioso. La gran ventaja de esta prueba es que requiere mucho menos tiempo que la prueba de pcr. Los resultados de la prueba rápida de antígeno suelen entregarse en 1 a 2 horas, dependiendo del laboratorio. Incluso hay algunas pruebas rápidas de antígeno que requieren solo de 15 a 30 minutos para obtener un resultado (Sabat et al., 2023). El costo de la prueba de antígeno es aproximadamente el 30 y 35% del costo de la prueba de pcr. Por estas razones, la prueba de antígeno suele ser la opción elegida cuando la persona tiene síntomas y se requiere un diagnóstico rápido y a costo accesible. Es importante recordar que esta prueba es confiable cuando se realiza durante el período de mayor intensidad de los síntomas. Por tanto, un resultado negativo puede ser falso si la prueba se realiza antes o después de éste (ver tabla 1) (Sabat et al., 2023).

Resumen de las características de las pruebas  COVID-19

Tabla 1. Resumen de las características de las pruebas COVID-19.
Crédito: elaboración propia.

La prueba de anticuerpos o serológica nos indica si hemos estado infectados por el virus al detectar la presencia de anticuerpos que el cuerpo produce contra dicho virus. También se llama serológica porque la muestra que se analiza es el suero, que es la parte líquida de la sangre. Por su fundamento, pertenece a la categoría de pruebas conocidas como elisa por sus siglas en inglés enzyme-linked immunoassay, que se traduce al español como ensayo inmunoenzimático de absorción.

En este tipo de prueba, la muestra se coloca en una placa que contiene antígenos del virus. Si los anticuerpos contra el virus están presentes en la muestra, se unirá a los antígenos en la placa. Esta prueba se considera altamente sensible, y actualmente se usa principalmente para realizar estudios epidemiológicos dirigidos a saber el número de personas que han estado en contacto con el sars-CoV-2 (Kundu et al., 2022). Es importante saber que esta prueba puede ser positiva si estamos vacunados, por lo que su utilidad en estudios epidemiológicos es ahora limitada (Hayden et al., 2024). La mayoría de las personas producen anticuerpos como respuesta de defensa contra el sars-CoV-2; la cantidad de anticuerpos y su duración varía grandemente entre la población (Lapuente, Winkler, Y Tenbusch, 2024; Roltgen y Boyd, 2024), pero existen estudios que indican el comportamiento general de la producción de anticuerpos a través del tiempo (cinética).

Hay 5 tipos de anticuerpos, también llamados inmunoglobulinas, pero aquí sólo hablaremos de la inmunoglobulina M e inmunoglobulina G (IgM e IgG). El cuerpo humano requiere de días e incluso semanas para poder producir anticuerpos en cantidades suficientes para combatir a la infección. La figura 4 muestra la cinética de producción de anticuerpos IgM e IgG contra el sars-CoV-2 (Chvatal-Medina, Mendez-Cortina, Patino, Velilla, y Rugeles, 2021; Post et al., 2020). Las IgM son los primeros anticuerpos que el cuerpo produce en respuesta a una infección, y esta respuesta de producción de IgM tiene una duración relativamente corta en el cuerpo. Por otro lado, la producción de la IgG se inicia después, pero alcanza niveles mucho más altos y dura mucho más tiempo. La respuesta protectora de anticuerpos a largo plazo la proporcionan los anticuerpos IgG, y es lo que conocemos como inmunidad.

Cinética de producción de anticuerpos

Figura 4. Cinética de producción de anticuerpos IgM e IgG en respuesta a la infección por el SARS-CoV-2.
Crédito: elaboración propia a partir de la información de Chvatal-Medina et al., 2021 y Post et al., 2020.

Una persona que ha desarrollado inmunidad será capaz de reconocer rápidamente al virus y disparar las defensas del organismo lo suficientemente fuerte para evitar que vuelva a enfermarse (Lapuente et al., 2024). La cinética nos ayuda a entender que los anticuerpos son detectables hasta alrededor de 2 semanas posteriores a la aparición máxima de los síntomas de la enfermedad (ver figura 4). También podemos observar que después de un tiempo los anticuerpos disminuyen y puede llegar a ser indetectables. Las pruebas comerciales ofrecen la determinación de IgG, de IgM o de ambos tipos de anticuerpos (anticuerpos totales) (ver tabla 1). Las pruebas de anticuerpos comerciales no son capaces de determinar el tiempo cuando estuvimos infectados o cuando fuimos vacunados, tampoco si estamos protegidos ante infecciones posteriores.

Conclusiones

Es relevante comprender la variedad de pruebas diagnósticas disponibles para covid-19 y cómo elegir la más adecuada según las circunstancias individuales. Las pruebas de diagnóstico, como la de pcr, las pruebas rápidas de antígenos y la de anticuerpos, ofrecen diferentes ventajas en cuanto a sensibilidad, rapidez y propósito de uso. Por ejemplo, las pruebas de pcr son altamente sensibles y específicas, ideales para detectar la infección activa, mientras que las pruebas de antígenos son más rápidas y convenientes para la detección temprana en entornos de alta transmisión. Las pruebas de anticuerpos pueden indicar exposición previa al virus. Seleccionar la prueba adecuada depende de factores como los síntomas presentados, la exposición potencial al virus y la necesidad de resultados rápidos.

No hay que olvidar que el precio de las pruebas es un factor importante. Por ejemplo, la prueba rápida de antígeno es mucho más barata que las otras pruebas disponibles. En este contexto, las pruebas rápidas pueden ser las pruebas de elección por su bajo costo y rapidez de resultados, y pueden ser útiles en áreas de alta transmisión del virus y para detecciones masivas. Sin embargo, las autoridades sanitarias internacionales y mexicanas respaldan oficialmente el uso de la prueba de pcr como estándar de oro para el diagnóstico de covid-19, debido a su precisión y fiabilidad en la detección del virus.

En conclusión, es esencial consultar con profesionales de la salud para determinar cuál es la prueba más apropiada en cada situación, asegurando así una detección precisa y una gestión efectiva de la enfermedad. Además, comprender las limitaciones y características de cada prueba contribuye a una toma de decisiones informada y una respuesta eficaz frente al covid-19.

Referencias

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Recepción: 2024/04/05. Aceptación: 2024/04/18. Publicación: 2025/05/09.

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Revista Digital Universitaria Publicación bimestral Vol. 18, Núm. 6julio-agosto 2017 ISSN: 1607 - 6079