Vol. 21, núm. 4 julio-agosto 2020

Un futuro mejor: perspectivas e igualdad de género

Rosa María del Ángel Martínez Cita

¿Cómo se resuelve un conflicto entre dos partes si una de ellas no cree que haya un problema, o sólo lo reconoce como uno pequeño, mientras que la otra parte ve un problema grande y continuo? Esta es sin duda la pregunta constante que se aplica a muchos temas, como el cambio climático, las interacciones ciudadano-policía y, para los efectos de este número, la paridad de género.

Todos vemos el universo a través de nuestros propios lentes. Y esa ventana al mundo está formada por la experiencia, la esperanza, las creencias, y los criterios y filtros personales. El desafío radica en descubrir cómo conciliar esas creencias arraigadas y opuestas, en aras de mejorar una situación.

En este sentido, el equipo editorial de la Revista Digital Universitaria (rdu) decidió invitar a un grupo de expertos en el tema de perspectiva de género, con la intención de que miremos a través de sus anteojos, para que nos ayuden a profundizar en las causas de estas brechas, así como saber en qué vamos respecto a violencia de género en México.

En este número especial, abordaremos, por un lado, proyectos de organizaciones civiles, como el de gendes que se especializa en la transversalidad de la perspectiva de género con enfoque en masculinidades. También conoceremos el trabajo de la organización Fondo maria, que apoya a las mujeres que buscan servicios de aborto legal y aboga por cambios a las leyes que restringen la autonomía reproductiva en México. Ambos artículos nos llevan a reflexionar sobre los desafíos de la inclusión de la perspectiva de género en las políticas públicas.

Por otro lado, se discutirá el concepto de revictimización, los mecanismos asociados con ésta, y el impacto y los riesgos para las mujeres, así como una reflexión sobre la importancia de incrementar la visibilidad de los derechos de las víctimas, y de su atención mediante la interseccionalidad y un enfoque especializado y diferencial.

Creemos firmemente que la educación es un medio para lograr un cambio social. Consideramos que las instituciones educativas pueden desempeñar un destacado papel en el logro de la igualdad de género. Es por ello, que en este número también discutiremos, por un lado, la importancia de la incorporación de la perspectiva de genero al currículo para atender la violencia de género y, por otro, el problema del acoso y violencia escolares en México.

Asimismo, trataremos un interesantísimo análisis de la asociación entre brujas y mujeres: ¿qué tan exacto es este estereotipo?, ¿por qué las mujeres son mucho más propensas a ser acusadas?

Es cierto que la información, en lugar de las anécdotas, siempre es útil. Aunque también ayuda reconocer que necesitamos una comprensión compartida de cada una de nuestras experiencias, si queremos cerrar las brechas en nuestra visión del mundo y hacer los cambios necesarios para mejorar la vida de todos. Pero ¿cómo podemos lograrlo? Necesitamos que la sociedad civil y las comunidades estén empoderadas y sean cada vez más audaces y valientes, para hacer lo correcto para las mujeres, las niñas y los niños, para las personas con discapacidad, los pueblos indígenas, y los grupos que durante mucho tiempo han sido marginados y excluidos.

Este número especial es una pequeña aportación a la imperante necesidad de tener datos sólidos y desglosados sobre los derechos humanos y la igualdad de género, para descubrir en dónde se encuentran las mayores necesidades y garantizar la inclusión de los que hemos dejado rezagados. La igualdad de género, los derechos de las mujeres y los derechos humanos no pueden ser valores a los que simplemente aspiramos, sino que deben considerarse como los cimientos que fundamentan a la humanidad misma. Deben servir como nuestra guía, mientras navegamos este camino hacia un futuro mejor para todos.

Vol. 21, núm. 4 julio-agosto 2020

La violencia de género en México, ¿en qué vamos?

Anel Cecilia Sánchez de los Monteros Arriaga Cita

Resumen

La violencia ejercida contra las mujeres debido a su desvalorización social y cultural es un tema preocupante en nuestro país y a nivel internacional. Se han tomado medidas para protegerlas y cambiar el panorama social, y si bien se ha avanzado en 2012 al tipificar el feminidicio como un delito,1 los esfuerzos deben ir más allá de las acciones de los gobiernos y los procesos judiciales que las regulan. Es necesario hacer un cambio cultural de fondo, dejar atrás la ideología patriarcal de nuestra sociedad, especialmente la latina, debido a que la mayoría de los países con índices más altos de feminicidios se encuentran precisamente en América Latina.2 La ideología heredada de una superioridad masculina es la base para que se cometan actos violentos de género en contra de las mujeres. Si esta ideología es cuestionada y, sobretodo, modificada, cada hombre y mujer podrá hacer valer sus derechos y libertades para decidir sobre sí misma, además de rodear a las mujeres de una sociedad que las proteja y respete.
Palabras clave: discriminación, feminicidio, machismo, patriarcado, violencia de género.

Gender violence in Mexico, where are we?

Abstract

Violence against women due to their social and cultural devaluation is a matter of concern in our country and internationally. Measures have been taken in order to protect them and to change the social context, and although progress has been made in 2012 by criminalizing feminidice as a crime, efforts must go beyond the actions of governments and the judicial processes that regulate them. It is necessary to make a substantial change in culture, as to leave behind the patriarchal ideology of our society, especially the Latino one, because most of the countries with the highest rates of feminicides are found precisely in Latin America. The inherited ideology of male superiority is the basis for violent gender-based acts against women. If this ideology is questioned and, above all, modified, each man and woman will be able to assert their rights and freedom to decide on themselves, in addition to build a society in which women are protected and respected.
Keywords: discrimination, feminicide, sexism, machismo, patriarchy, gender violence.

Introducción

La violencia de género es aquella que afecta de una u otra manera a las mujeres, por el mero hecho de ser mujeres. Es atentar contra su integridad, libertad y dignidad. Algunos tipos de la violencia que se ejercen en contra de ellas son física, sexual y/o psicológica.

La violencia de género en México ha existido desde tiempos inmemoriales y responde a la cultura conocida como machista, con la que comulga gran parte de la sociedad. En 1993, la Asamblea General de las Naciones Unidas definió la violencia contra las mujeres como “todo acto de violencia basada en la pertenencia al sexo femenino, que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coerción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se produce en la vida pública como en la vida privada” (Orden Jurídico Nacional, 1993).

En la década de los noventa, en México, se comenzaron a recabar datos e información sobre la violencia a las mujeres. A finales de 2019, el inegi reportó un porcentaje de 66.1% de mujeres mayores de 15 años (30.7 millones) que fueron violentadas de alguna manera (siendo el más alto índice, de 43.9%, ejercida por su esposo o pareja actual). En 2018 se registraron 3,752 defunciones por homicidio de mujeres, el más alto registrado en los últimos 29 años (1990-2018), lo que en promedio significa que fallecieron 10 mujeres diariamente por agresiones intencionales (inegi, 2019). Diez años atrás, en 2009, tan sólo en el territorio de lo que entonces era el Distrito Federal, se registraron 128 feminicidios, que representan una tasa (por cada 100,000 mujeres) del 2.23. Y diez años más atrás, en 1999, 127 feminicidios, con una tasa del 2.85 (onu Mujeres, INMujeres México y lxi Legislatura Cámara de Diputados, 2011).

Desafortunadamente, la igualdad o equidad de género y la no discriminación no forman parte de la cultura en México. En los últimos años se han realizado muchos esfuerzos por parte de organizaciones internacionales, del gobierno local y de la sociedad civil para cambiar esta postura y desarrollar un concepto de equidad aplicable a nuestro contexto, pero actualmente aún seguimos en proceso de adoptarlo y adaptarlo a nuestra sociedad.

Desarrollo

En los estratos sociales, en general, se considera a las mujeres como seres humanos inferiores a los hombres (Quiñones, 2018). Engels opinaba que la diferencia entre una cortesana que alquila su cuerpo y una mujer casada era que esta última adquiere un “contrato” como esclava a cambio de un estatus social y estabilidad financiera (Cisterna, 2016). En la actualidad, esta inferioridad es notoria en la diferencia de sueldos entre hombres y mujeres que desempeñan una misma labor, que ocupan el mismo puesto. Especialmente en México, esta brecha salarial de género es muy marcada (Organización Internacional del Trabajo, 2019).

La inferioridad femenina es una idea tan arraigada en nuestra cultura y sociedad que se requerirán muchos años de educación familiar y académica para modificar esa idea equivocada sobre las mujeres, a una postura más justa para todos (Vázquez Pérez, 2008). Un sondeo realizado en 2017 por ipsos arrojó un resultado en el que 1 de cada 5 personas en el mundo (en países considerados del primer mundo), es decir aproximadamente 20% de la población mundial, considera que la mujer es inferior al hombre e incapaz de realizar ciertas actividades que el hombre sí puede.

La violencia de género afecta a toda la sociedad, especialmente a la latina, ya que se trata de países más tradicionalistas y donde las leyes difícilmente protegen a las mujeres. La sociedad que las rodea, por lo general, no cree en ellas. Y si nuestras mujeres son violentadas, nuestra sociedad también lo es, nuestra cultura y país. El índice de sexismo y violencia contra las mujeres se incrementa en grupos, zonas o países con menor nivel educativo, que se encuentran en guerra, con prácticas de riesgo (grupos delictivos), en adolescentes y en un nivel cultural bajo (ipsos, 2017).

Se ha dado un gran paso al reconocer que la violencia de género existe con la tipificación del feminicidio como delito. Con la publicidad para combatirlo, se le ve como real y ha salido del ámbito privado, o sea, de competer únicamente a la familia y no “pasar de la puerta”, a pasar a ser público. Así, se ha convertido en un tema que debe regularse legalmente y que figura en las principales preocupaciones a nivel mundial. Es verdad que la violencia de género sigue presente en la sociedad mexicana (ver infografía), en los anuncios piublicitarios donde se cosifica a la mujer, en los encabezados de desapariciones y muertes de mujeres, en la diferencia de sueldos por género… Pero, ha cambiado la manera en que la percibimos y ahora se trata como un tema reprobable, cuando antes se consideraba como algo “normal”. En la actualidad es un delito aparte, hay protestas públicas por abusos o muertes de mujeres o niñas, se despliegan marchas o campañas para fomentar la denuncia y fortalecer la seguridad de las mujeres por parte del gobierno y la sociedad. La discriminación hacia la mujer, es decir, la exclusión o restricción a sus derechos por el simple hecho de ser mujer, se ha vuelto notoria en redes sociales y otros medios de comunicación masiva con la información casi en tiempo real de secuestros o feminicidios. Lo que aún no se ha logrado es cambiar la mentalidad ni afianzar los valores que promuevan el respeto por igual hacia todos los miembros que conforman la sociedad.

Gracias a organizaciones internacionales, como la oms o la unee_cepe pertenecientes a la onu, la violencia de género comenzó a considerarse un problema de salud pública. Al tratarla de esta manera, se empezaron a crear programas de toma de conciencia, establecer los lineamientos para detectarla, atenderla y buscar soluciones para erradicarla, por lo que ahora existen leyes internacionales que protegen a las mujeres y se ha dimensionado lo grave del asunto. Por ejemplo, está la Plataforma de Acción de Beijing, que busca “garantizar que las mujeres tengan el mismo derecho que los hombres a ser jueces, abogados, funcionarios de otro tipo en los tribunales, así como funcionarios policiales y funcionarios penitenciarios, entre otras cosas” (onu Mujeres, 2011).

La violencia hacia las mujeres se da en todos los ámbitos: en su integridad física, mental, moral; sucede dentro de su propia familia, en su vida laboral, económica y política; se ejerce a través de la explotación sexual o la prostitución forzada. Según onu Mujeres hay tres distintos tipos de violencia ejercidos contra las mujeres: física, sexual y psicológica. Desafortunadamente, la violencia contra la mujer no sólo sigue sin resolverse, sino que continúan creciendo los números de feminicidios, trata de personas con fines de explotación sexual y/o laboral, discriminación de distintos tipos, etcétera.

A pesar de que la teoría, la investigación y las legislaciones se han desarrollado para erradicar la violencia contra las mujeres, a veces parecen imposibles de llevar a la práctica y son algo muy lejano a nuestra realidad. Ejemplo de ello son los casos de feminicidios que han tenido una denuncia previa de la víctima hacia el agresor, quien, posteriormente, asesina a la víctima. Entre esa denuncia y la muerte de la víctima, no hay ninguna acción por parte de las autoridades, sólo un papeleo y un antecedente legal de los hechos. Es decir, no hay lineamientos para evitar el feminicidio o se archiva la denuncia porque no se continúa con el proceso. Así fue el caso de Ingrid Escamilla, el indignante feminicidio cometido al norte de la cdmx, que consternó a la población mexicana a principios de febrero de 2020.

En México, en particular, hombres y mujeres permiten y fomentan la violencia hacia las mujeres, al seguir los patrones de la educación cultural que los ha rodeado y formado. Así también educan a sus hijos y adoptan un rol machista en su familia, con la ideología práctica de que las mujeres están para servir, para ocuparse de las labores de la casa, de los hijos… Ellas son restringidas de las oportunidades de estudiar, de superarse y de ejercer un trabajo fuera de casa. Sus voces, opiniones y esfuerzos por destacar son minimizados.

Es debido a esta misma ideología que las mujeres no denuncian cuando son víctimas de violencia, además del miedo a las represalias que pueden tomar en contra de ellas, así como a la revictimización de la que pueden ser objeto al momento de realizar la denuncia. Si se trata de una situación constante, les resulta sumamente difícil salir de ella: creen que no volverá a ocurrir o que “se lo ganaron” con su comportamiento, justifican al agresor y permiten que siga sucediendo. La ideología patriarcal sigue siendo dominante en nuestra cultura y eso nos sitúa a hombres y mujeres en un papel muy bien definido y del que es muy difícil despojarse. Cada paso que se ha dado hacia una ideología equitativa de género –cada vez que una mujer denuncia, que ejerce su derecho a vivir sin violencia– implica un enorme esfuerzo de por medio; uno por dejar atrás esas ideas y actitudes patriarcales, aún con todo lo que eso implica socialmente, y de enfrentar las leyes que no son favorables para las mujeres.

Las leyes y la sociedad civil necesitan hacer mucho más para alcanzar la equidad de género, para que se lleve a la práctica diaria y para que sea lo habitual en nuestra sociedad mexicana. En este sentido, la cultura de la denuncia aún no se ha difundido ni insertado lo suficiente para que cada caso de violencia sea atendido y solucionado. Los procesos judiciales no están estructurados para atender eficazmente las denuncias: para evitar la revictimización de las denunciantes y ofrecerles un entorno seguro, así como una solución real y práctica para protegerlas. Si el personal que recibe a las denunciantes no está calificado para esa labor, las víctimas no se abren a hablar sobre el agravio que les hicieron. De hecho, en muchas ocasiones, además del daño que ya han recibido, este mismo personal les hace sentir culpa por lo sucedido, como si ellas fueran quienes provocaron o incitaron a su agresor a atacarlas.

Cabe resaltar que los actos de violencia que se cometen contra las mujeres, como el feminicidio, no han sido tipificados penalmente en todos los países o es algo que recién ha ocurrido en otros. Algunas leyes han logrado establecer penalmente los delitos cometidos contra las mujeres y sus correspondientes sanciones, pero la aplicación de las leyes es muy ineficiente en México, así que, en la práctica, dichos delitos siguen quedando impunes. Por un lado, los agresores saben que es altamente probable que no sean sancionados y, por tal motivo, siguen cometiendo las agresiones. Por el otro, las víctimas prefieren callar precisamente porque conocen que el sistema no aplica las sanciones correspondientes y, además, tienen temor de que la ley no las proteja y a sufrir represalias por haber denunciado. Se cree que un porcentaje muy alto, prácticamente el equivalente al número de denuncias, permanece sin denuncia alguna (Expansión Política, 2020).

Las mujeres y todos tienen derecho a una vida libre de violencia. Cuando esta última es ejercida contra ellas, sus afectaciones pueden traer consecuencias de todo tipo (emocionales, de salud física y mental, y laboral), incluso la muerte. La violencia contra las mujeres las afecta en un principio a ellas, e indirectamente a sus familias, a la comunidad a la que pertenecen y a la sociedad de su país. La violencia que viven llega a convertirse en un padecimiento generacional, porque sus hijos y familiares sufren con ellas al momento de enterarse del suceso. Asimismo, sucede en los casos en que los hijos son espectadores del acto violento, pues se ha observado que vivir estas experiencias, por ejemplo, de violencia intrafamiliar, aumenta el riesgo de, en el futuro, convertirse en víctimas o en agresores. Además, es más probable que las mujeres que han padecido algún tipo de maltrato sexual y/o físico sufran un aborto u otros problemas de salud reproductiva, depresión o pensamientos suicidas, con respecto a aquellas que no lo han experimentado.

Es alarmante el índice de violencia de género que existe en México. De fondo, no se ha logrado cambiar la imagen y el concepto que se tiene de las mujeres y de su valor en la sociedad. Se le concibe como un ser frágil, dependiente y que está a merced de los demás, de su familia, su pareja, sus hijos… Se encuentra tan desvalorizada que es atacada por personas tan cercanas como su propia familia o tan desconocidos como cualquiera que pasa delante de ella por la calle. Se cree que la mujer es una extensión del hombre, que si está “sola” no es valiosa, que obtiene el “título nobiliario” de llamarla “Señora” sólo si tiene un hombre en su vida “que la respalda”. Se piensa que debe ser sumisa y callada, que su inteligencia es menor que la del varón, que está afectada por sus emociones y no es capaz de pensar con discernimiento; a veces se le ve como un objeto o un trofeo, carente de criterio, de opiniones y de sueños.

Conclusiones

La violencia de género es un problema que aqueja a todo el mundo, pero en Latinoamérica y, por ende, en México, representa un problema gravísimo y excesivamente preocupante. En estos países se concentran las tasas más altas de muerte por violencia de género. Los feminicidios se han convertido en parte del panorama habitual de las noticias, de los comentarios diarios y se encuentran a la vuelta de la esquina. No ocurren con mayor frecuencia en las comunidades más marginadas y con menos educación y recursos, como equivocadamente se cree, pasan en todos los niveles educativos, ideológicos y financieros.

Latinoamérica tiene el mayor número de casos de violencia sexual por parte de alguien que no es su pareja y un considerable número de casos de violencia ejercida por parejas. En algunos países latinos, incluyendo México, los feminicidos o actos violentos en contra de las mujeres tienen que ver, en gran parte, con el crimen organizado. En los países latinoamericanos la violencia de género sigue estando más presente que en otros de Europa como Italia, España o Alemania (ver gráfica 1).

Gráfica 1. Feminicidios cometidos en 2018, en gran parte de Latinoamérica y algunos países de Europa, así como la tasa de los mismos, por cada 100,000 mujeres. Elaboración propia con datos de CEPAL, 2019; La Vanguardia, 2019 y. AFP, 2020.

La cultura patriarcal en la que a la mujer se le resta valor, poder y participación con respecto a los hombres disminuirá en la medida en que las mujeres sean empoderadas por su país, su sociedad y por ellas mismas. De esta manera se puede alcanzar una equidad de género real, que permita a todos vivir libres de violencia. Cambiar gran parte de la base de la cultura, la misma que tiene México y los demás países latinos, es la gran tarea que tienen las organizaciones gubernamentales, las asociaciones y la sociedad civil, si realmente se quiere alcanzar la equidad de género. Transformar hacia la equidad todo aquello que resta derechos a las mujeres debe ser el objetivo principal de esta lucha para protegerlas.

Implementar programas regionales y nacionales para la difusión de las ideas de igualdad es una de las principales tareas. La humanidad merece mujeres completas, cuidadas y protegidas. Conseguirlo es deber conjunto del gobierno, las asociaciones y la sociedad civil. Para seguir avanzando, ¿qué más podemos hacer por nuestras mujeres?

Referencias

Sitios de interés



Recepción: 15/05/2019. Aprobación: 21/02/2020.

Vol. 21, núm. 4 julio-agosto 2020

La investigación acerca del acoso y violencia escolares en México

Mercedes de Agüero Servín Cita

Resumen

Este artículo analiza la investigación publicada en español acerca del acoso y la violencia escolares en México; muestra los ejes temáticos de los estudios, y los tipos de violencia y de actores educativos implicados en los centros escolares de secundaria y bachillerato. Este texto ofrece un panorama introductorio acerca de cómo se expresan los actos de acoso, hostigamiento, discriminación y desigualdad, los cuales se reproducen en las relaciones sociales y construyen identidades, así como la manera en la que se vuelven prácticas sociales de la violencia. Estas prácticas generan aprendizajes sobre la convivencia escolar y construyen contextos e interacciones entre los actores educativos, que se traducen en un fenómeno histórico-cultural de reproducción, resistencia y conflicto de desigualdad social e inequidad.
Palabras clave: acoso, maltrato infantil, juventud, desigualdad social.

Research on bullying and violence at school in Mexico

Abstract

This article analyzes the research published in Spanish about school bullying and school violence in Mexico; It shows the thematic axes of the studies, and the types of violence and educational actors involved in secondary and high schools. This text offers an introductory overview of how acts of bullyng, harassment, discrimination and inequality are expressed, they way they are reproduced in social relationships and build identities, as well as how they become social practices of violence. These practices generate learnings about school coexistence, and build contexts and interactions between educational actors, which translate into a historical-cultural phenomenon of reproduction, resistance and conflict of social inequality and inequity.
Keywords: bullying, child abuse, youth, social inequality.

Introducción

¿Alguna vez en la escuela, cuando fuiste niño o niña, tal vez entre los amigos, o jugando entre primos “te agarraron de bajada”, “agarraron a alguien de su cochinito”, “te traían asoleado”, o “no dejaban en paz ni un segundo a tus amigos o hermanas”? Muchas veces pensamos que así son las cosas y que hay poco que hacer para que cambien las formas como nos hablamos, jugamos, nos comunicamos, trabajamos o convivimos en los espacios de vida cotidiana. Sin embargo, no deben ser así nuestras interacciones con otros, éstas pueden cambiar hacia un buen trato entre compañeros y amigos, en los espacios escolares y fuera de éstos.

Las relaciones entre quienes integran los distintos tipos de familias, los que conviven y trabajan en la escuela o en las oficinas, o entre las personas que intercambian servicios y productos, necesitan de un buen trato, ser amables, respetuosas, seguras, con formas de actuar y hablar confiables.

El trabajo y el juego son dos actividades primordiales en la vida de las personas, los espacios donde los realizamos son múltiples y diversos, y las maneras como hablamos e interactuamos con los demás también lo son. Cuando no actuamos con responsabilidad y no nos relacionamos pensando en el bien común y en una sensación de bienestar pueden existir distorsiones en las creencias y en las interrelaciones sociales, lo que puede generar uno o varios tipos de acoso y violencia en las escuelas. Estas relaciones perjudiciales se ejercen por personas cercanas y se padecen por quienes son importantes para nosotros, incluyéndonos, sin que podamos verdaderamente distinguir cómo es que se llegan a pasar los límites de la sana relación.

La violencia escolar

El objetivo de este artículo es compartir lo que se sabe acerca del acoso y hostigamiento escolares en México, a través de la investigación educativa en la literatura publicada en español. La investigación en ciencias sociales y de la educación es un potente medio para comprender, explicar y resolver problemas, y tomar decisiones fundamentales que permitan ofrecer mejores servicios educativos y elevar la calidad y el bienestar de los actores educativos. Permite fomentar la agencia de los estudiantes y el profesorado, así como el desarrollo humano y el aprendizaje.

Si los distintos actores educativos tomaran decisiones con base en estudios sustantivos, se podrían diseñar mejores contextos sociales y escolares para atender, prevenir y resolver de forma fundamental el acoso y la violencia, concebidos como un problema multidisciplinar y multifactorial.

Los problemas de acoso escolar no ocurren en un coto de poder aislado del resto de las relaciones sociales que viven los jóvenes en secundarias y bachilleratos (Díaz-Barriga Arceo et al., 2019), sino que están en perfecta sintonía con el ambiente social, cultural y mediático con el que se relacionan.

Violencia, maltrato, acoso, intimidación, hostigamiento y acoso escolar son todos términos que se encuentran en la literatura especializada y científica en México. Si bien hay programas e información disponible para hacer frente a la problemática, tanto de educación básica como para educación media, las instituciones escolares se muestran desconcertadas ante dichos procesos sociales. A veces parecen sorprendidas, en otras su actuar es frívolo o superficial, y en muchas hay relaciones sociales que se hacen ciegas a lo que hacen los profesores y profesoras, estudiantes y trabajadores en general, comportamientos que las posicionan en procesos de complicidad.

Por ejemplo, los casos de acoso y abuso sexual en las escuelas, los de consumo y venta de drogas en las zonas circundantes a las secundarias y bachilleratos; las denuncias infructuosas de desaparición de niñas y adolescentes; y los casos más escandalosos, como la desaparición masiva de jóvenes, hombres y mujeres, en los que están implicados autoridades de gobierno de distintos niveles en colusión con policías municipales, estatales y federales, hasta con el ejército. Así, lejos de proponer una sociedad mejor a sus alumnos, las instituciones escolares reproducen automáticamente y fuera de toda conciencia las relaciones de poder que le circundan: las faltas de respeto, abusos, malos tratos, daños a la propiedad ajena, la ley del más fuerte, etcétera (Castillo Rocha y Pacheco Espejel, 2008, p. 840, ver video 1).



Video 1. Cambiar la educacion para cambiar el mundo: Claudio Naranjo (Dorado, 2019).


El tema se ha estudiado principalmente en Europa; desde hace cuarenta años aproximadamente, se identifica un grupo que se congregan alrededor del Laboratorio de Estudios sobre Convivencia y Prevención de la Violencia, ubicado en la Universidad de Córdoba en España. Estos estudiosos privilegian la línea de investigación psicoeducativa que “articula el conocimiento logrado mediante el trabajo científico a la intervención pedagógica rigurosamente realizada y evaluada” (Ortega, 2010, p.22).

Dicho grupo identifica tres momentos en que especialistas e investigadores se han interesado por el tema. El primero se refiere al descubrimiento del fenómeno como asunto de interés científico. El segundo tiene que ver con la definición del problema y la construcción de un lenguaje común con sentido unívoco, lo que generó, principalmente, estudios descriptivos. El tercero, de los años noventa a la fecha, fue cuando se realizan estudios explicativos con énfasis en la psicología educativa y el análisis de las características de los participantes como agresores, espectadores o víctimas.

En el año 2014, la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (cdhcm)

[…] convocó a un diálogo público sobre violencia escolar y derechos humanos, a través de foros y un seminario interinstitucional e interdisciplinario con la participación de instancias de gobierno de los diversos niveles, de la academia, de organismos públicos de derechos humanos, de Organizaciones de la Sociedad Civil y comunidades educativas, reconociendo y estableciendo los canales adecuados para asegurar la participación directa y efectiva de niñas, niños y adolescentes en el mismo (cdhcm, 2014, p.1).

Pese a estos esfuerzos que consideran a tres actores sociales fundamentales –gobierno (comisiones y consejos), organización de la sociedad civil y academia– el problema del acoso y la violencia escolar sigue creciendo, y reproduce patrones de relación e identidades machistas y de la cultura patriarcal. Además, este problema no se erradica en las escuelas, bachilleratos ni universidades. Los estudios del

[…] análisis de los factores explicativos del bullying [en inglés acoso y hostigamiento], son bastante ricos, los trabajos que ahondan en la dimensión afectiva y moral como base del comportamiento agresivo son notables […] así como aquellos que se hacen acerca de los procesos de interpretación del mundo social desde aproximaciones tanto del procesamiento de la información social (sip) como desde la Psicología Narrativa […] Otra importante línea de investigación y que enlaza directamente con las ya mencionadas tiene que ver con la naturaleza proactiva o reactiva del fenómeno y la diferente conceptualización y caracterización de éste de acuerdo con esta diferenciación (Ortega, 2010, p.76).

Los intentos de comprensión del fenómeno ahondan en sus componentes, dinámicas, procesos de origen, reproducción o complicidad a través de marcos de referencia y paradigmas teórico-conceptuales diversos, con sólidas preguntas, y rigor en sus métodos y técnicas de estudio. De esta manera, se alcanzan conclusiones fundamentales para tomar decisiones y cambiar las prácticas y significados que se reproducen en las escuelas por sus distintos actores educativos.

Sin embargo, en el contexto mexicano, preguntas como ¿qué tanto y de qué maneras padres de familia, profesorado y autoridades escolares, así como funcionarios educativos, impactan en la solución y erradicación del acoso y la violencia escolar?, ¿cuáles son los canales institucionales de diálogo entre investigadores y funcionarios de la educación? y ¿quiénes y cómo son los responsables gubernamentales para ofrecer programas permanentes, efectivos de prevención y atención? no son atendidas por la investigación. Además, los estudios en español son pocos para comprender la situación de los jóvenes escolarizados y generalmente se hacen fuera de México.

Si profesores, autoridades escolares, funcionarios de la educación usaran lo que se genera mediante la investigación, entonces, el conocimiento serviría para comprender la complejidad de la situación que viven, para atender los retos que enfrentan en los centros escolares de manera fundamental, y diseñar y elaborar programas, estrategias, y acciones puntuales y efectivas.

Acerca del acoso escolar en México

El acoso escolar incluye actos de hostigamiento que expresan la agresión entre distintos actores educativos, tanto en relaciones verticales de autoridades o personas mayores a menores o estudiantes, como horizontales, entre compañeros o colegas.

El problema de la agresión y la violencia en las escuelas mexicanas se ha estudiado bajo distintas denominaciones: bullying, maltrato escolar, intimidación entre iguales y acoso escolar. Cuando la agresión se expresa como abuso de la fuerza o del poder se convierte en un acto de violencia. Se identifican varios estudios aislados que trabajan el tema en distintas universidades y asociaciones nacionales y desde diversas disciplinas: la salud, la administración y la educación.

Acerca del acoso escolar en México se han realizado pocas investigaciones como tal, pero los temas de indisciplina y la violencia escolar merecieron dos números completos en la Revista Mexicana Investigación Educativa (año 2005, vol. 10, números 26 y 27). Se observa que hay menos estudios regionales, como en el caso de la Ciudad de México.

Por un lado, se identifica el estudio etnográfico de Gómez Nashiki (2005) en dos primarias públicas de la Ciudad de México, que da cuenta de cómo la violencia se gesta, sostiene y reproduce en la escuela mediante relaciones discriminatorias. Por otro, Saucedo Ramos (2005) explica la caracterización negativa que se hace de los alumnos que acuden a las escuelas en turnos vespertinos. Y, por último, Prieto Quezada, Carrillo Navarro, y Jiménez Mora (2005) concluyen la incidencia de factores familiares, escolares y sociales en este fenómeno y llevaron a cabo un programa de intervención para desarrollar conciencia sobre el fenómeno entre estudiantes de nivel medio superior en un bachillerato de Jalisco.

Además de la discriminación por el contexto familiar y socio-cultural de la familia de los niños, niñas y jóvenes, las creencias y prejuicios de las personas son los que dirigen sus acciones. Los estudios de

Los estudios de

[…] algunos trabajos de corte cualitativo sobre el tema describen las percepciones de los maestros sobre la violencia escolar (Chagas, 2005). Saucedo (2005) explica la caracterización negativa que se hace de los alumnos que acuden a las escuelas en turnos vespertinos. Prieto et al. (2005) concluyen la incidencia de factores familiares, escolares y sociales en este fenómeno y llevaron a cabo un programa de intervención para desarrollar conciencia sobre el fenómeno entre estudiantes de nivel medio superior en un bachillerato de Jalisco. Por su parte, Vázquez et al. (2005) describen la percepción de los jóvenes sobre la violencia. A pesar de que todos estos trabajos constituyen un aporte a la caracterización de la violencia en las escuelas, aún hay mucho por investigar (Castillo Rocha y Pacheco Espejel; 2008, p. 826).

Por su parte, Vázquez Reyes (2005, p. 739) mediante un estudio en nueve preparatorias del Estado de México describe la percepción de los jóvenes sobre la violencia, tanto la ejercida por sus pares como la ejercida por los profesores. Con una muestra de 346 alumnos (193 mujeres y 153 hombres) se identificaron 205 episodios de intimidación entre pares y 228 sucesos violentos de los profesores. Estas percepciones y creencias también incluyen aquellas que tienen que ver con las pautas culturales acerca del género.

Un estudio de Castillo Rocha y Pacheco Espejel, con estudiantes de secundaria en Mérida, Yucatán, describe el miedo escolar, la relación de los estudiantes con sus profesores, el abuso observado en las escuelas que padecen las víctimas y las diferencias de género. Observan que, aunque el maltrato verbal sigue siendo el de mayor frecuencia en ambos sexos, hay diferencias, pues los hombres parecen ser más insultados y las mujeres parecen ser víctimas de habladurías. Otra diferencia que se observó son las conductas de intimidación: los varones reciben más amenazas verbales y con armas que las mujeres. En general, los hombres padecen índices de abuso más elevados, por robo y golpes (Castillo Rocha y Pacheco Espejel, 2008, p. 837).

Es de tal forma que las prácticas y creencias de género, de clase social y del tipo de escuela van describiendo lo que se conoce como violencia psicológica, caracterizada, por ejemplo, por amenazas, calumnias, difamaciones, apodos, habladurías; y de lo que se define como violencia física, identificada, por ejemplo, por golpes, empujones, arañazos, sapes, jalones, pellizcos, nalgadas y hasta puñetazos o más.

Un estudio con pretensiones comparativas de los datos nacionales con los datos internacionales, es el de Muñoz Abundez, quien “analiza la magnitud de la violencia que reportan los alumnos de primaria y secundaria de México a través del informe Disciplina, violencia y consumo de sustancias nocivas a la salud en escuelas primarias y secundarias de México” (2008, p.1195), que presentó el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (inee), en comparación con las cifras relativas que ofrecen estudios de distintos países europeos, y otros dos, uno en Brasil y otro en Nicaragua.

Según Prieto Quezada et al. (2005), la violencia escolar tiene expresiones de violencia física en nuestro país y alcanza extremos tales como los secuestros exprés entre compañeros y la violación y el asesinato. Pero otro problema es la violencia de carácter institucional, que es una forma que se añade a las agresiones sufridas.

Los lugares donde se ejerce el acoso, el hostigamiento y la violencia ayudan a tipificar el problema. En suma: quien la ejerce y quien la padece, el lugar (por ejemplo, la casa, la calle, la escuela, etcétera), y las relaciones entre las personas (como compañeros de escuela, maestros y estudiantes, hermanos, padres e hijos, etcétera) ayudan a describir y entender la problemática escolar.

Acerca de la invisibilidad del acoso y la impunidad como una forma de agresión pasiva, Castillo Rocha y Pacheco Espejel (2008) comentan qué sucede con las autoridades educativas cuando finalmente los estudiantes y padres de familia manifiestan sus quejas por abuso. Lejos de escuchar e investigar las circunstancias, niegan el problema, protegen a los agresores y exponen a las víctimas. Se da el caso, por ejemplo, de quienes recomiendan al agredido y a sus familiares “no decir nada”, “por su propio bien”, pues el agresor “está muy bien parado en el sindicato” y puede generarse un ambiente adverso en otras escuelas por el simple hecho de haber denunciado el abuso.

Estos investigadores también observan el maltrato en los medios de comunicación masiva, que frecuentemente exponen a las víctimas como si fueran mercancía de ratting (del inglés: delatar). Asimismo, comentan que los jóvenes están habituados a sufrir malos tratos y, frecuentemente, prefieren recibir un apodo humillante a ser ignorados por sus compañeros. Entonces, como sucedió en dicho estudio, después de señalar que los insultan, les pegan y los amenazan, los estudiantes comentan que se llevan bien. Esta aparente “normalidad” y la evaluación positiva de los estudiantes de secundaria sobre las relaciones sociales que se gestan en sus escuelas, lejos de ser una señal de “bienestar social”, probablemente es un indicador de un proceso de socialización de la violencia, desde que se propone como algo que hay que tolerar, pues forma parte del ser habitual de las escuelas (Castillo Rocha y Pacheco Espejel, 2008, p. 839).

Con el conocimiento de que la violencia física, psicológica, sexual y la que se ejerce sobre las pertenencias, sucede en las escuelas, los estudios identificados mencionan poco el robo de ropa, comida, útiles escolares, dinero y, en general, las pertenecías personales de profesores y estudiantes. En caso de mencionarse se hace de manera que no se precisa o conceptualiza como violencia patrimonial.

¿Cómo cambiar las prácticas del acoso y la violencia escolar?

Al ser jóvenes entre los 12 y 15 años que cursan la secundaria, y de 15 a 19 el bachillerato, preguntarse acerca de las maneras en que es posible erradicar la violencia de las escuelas pretende invitar a iniciar la búsqueda en un contexto histórico y cultural de profundas desigualdades sociales y económicas –generador de diferentes tipos de violencia y acoso escolar–, así como de formas y prácticas culturales muy arraigadas.

También está fijada la idea entre los actores educativos de reflexionar y estudiar el acoso como una dimensión ética atribuible al estudiante o al profesor, más que concebirla como una práctica social. Pensar que el acoso escolar tiene sólo una dimensión afectiva es individualizar el problema y llevarlo a las características intrínsecas de la persona, así se le reduce y simplifica a una dimensión. El acoso y la violencia escolares son procesos sociales con prácticas e interacciones construidas mediante contextos de relaciones entre estudiantes y profesores, en espacios y tiempos específicos.

Todo tipo de exclusión provoca violencia. Una manera de concebir a los niños, niñas y jóvenes, así como a los profesores, desde la lupa de la violencia, hace una parada en la desigualdad social, la discriminación y los prejuicios sociales desde lo colectivo, y en la idea de los efectos del desamparo y el abandono familiar y social –de padres, maestros y directores– que viven algunos niños, niñas y adolescentes. Por ejemplo, los niños y jóvenes que viajan a los campos agrícolas con sus padres como jornaleros, de quienes nacen y viven en los sistemas carcelarios, de aquellos que están bajo la tutela del gobierno en casas hogares y albergues escolares, u otras situaciones de vida en internamiento.

Estos contextos de desamparo infantil y juvenil se evidencian en las huellas que dejan en el cuerpo y la mente –desamparo subjetivo– de los estudiantes. Las prácticas de violencia que se expresan en formas de desamparo como el hambre y la desnutrición, por pobreza o desatención de padres y maestros, tienen consecuencias imborrables como el desmedro y la emaciación. El desamparo deja huellas de los ultrajes al cuerpo por los abusos sexuales y de lesiones físicas, consecuencia de castigos e impulsividad de los adultos. El desamparo se imprime en la mente de las niñas, los niños y los jóvenes como algo intangible, un tanto invisible en sus emociones y vergüenza (Bautista Hernández et al., 2019); temas poco estudiados como violencia contra de la infancia y la adolescencia.

El problema de la desigualdad e inequidad social es una condición que propicia actos de violencia, que necesitan ser abordados como parte del marco de referencia de la vida y experiencia subjetiva, y de la construcción de significados de los jóvenes que experimentan acoso escolar (Reguillo, 2010). Los estudios de la sociología de la violencia (Debarbieux y Blaya, 2010) muestran cómo los centros educativos tienen una importante influencia en la construcción de la violencia.

Hay que distinguir entre la violencia del dominio social, como un abuso del poder en las relaciones interpersonales, y la agresión inherente de la infancia y del ser humano, como un mecanismo de supervivencia. Así, se abre el debate entre la dimensión endógena y la exógena de la violencia y la agresión. La agresión como una conducta de respuesta de protección que busca la supervivencia y la defensa no es intencional ni deliberada, es biológica e instintiva, tiene diferentes manifestaciones y no tiene dirección específica. En contraste, la violencia es una construcción social que desestructura, es destructiva, intencional, direccionada para controlar, someter, dominar; o sea, la diferencia sustantiva está en el abuso de poder (Naranjo, 2013; Freedman y Stoddard Holmes, 2003, ver video 2).



Video 2. La violencia: qué la genera y qué la previene | Feggy Ostrosky | TEDxYouth@BosquesDeLasLomas.


Ahora bien, la escuela cuenta con la posibilidad de tejer, a través de la cultura, una malla que ampare al sujeto y al colectivo, que promueva la estructura de relaciones sociales de buen trato, cuidado y bienestar. La escuela puede ser el espacio de relaciones sociales de otro orden: el racional, en el que se construyan relaciones sociales de acuerdo con concepciones, creencias, tradiciones, usos y costumbres de convivencia, creación, equidad, dignidad y libertad a través del entendimiento y el diálogo.

Este reconocimiento en las escuelas puede abrir paso al conocimiento con una filiación a una comunidad (Wenger, 1999), que permita el aprendizaje y la construcción de identidades solidarias, empáticas y propicias para el desarrollo de los niños, niñas y jóvenes; y, como efecto de los dos, abrir espacios para un proceso de filiación cultural. Sin ambas, la pertenencia cultural y el proceso de filiación institucional se dificultan y, entonces, los procesos de identidad social y psicológica se ven trastocados. Se desconoce cómo el acoso escolar altera el proceso de filiación institucional como parte de la construcción de la propia identidad y del aprendizaje social. Es necesario explorar al respecto en México.

Parece ser que hasta el año 2014 la investigación abordó los tipos, contextos y prácticas sociales, y los actores de acoso y violencia escolares. A partir de estos estudios se comienzan a investigar otros temas como las interacciones y la multicausalidad del fenómeno, así como las conexiones de las percepciones socioculturales, los mensajes explícitos e implícitos, y las conductas de los padres y maestros (Ruvalcaba Romero et al., 2015), tanto agresivas como prosociales y de buen trato.

Surge, también el estudio de otra forma de violencia escolar –y social–, el de la homofobia como:

[…] el rechazo a las personas o los actos que no siguen el modelo heterosexual hegemónico o que en su actuar cotidiano revelan actitudes sexuales o genéricas diferentes a las establecidas para lo masculino y lo femenino desde los marcos normativos de género, a partir de prácticas que pueden ir desde el desdén, pasando por la injuria hasta actos de agresión que pueden llevar al asesinato (List Reyes, 2016).

Otro tema más reciente es el de violencia de género impartida por las instituciones escolares. Por ejemplo, la violencia simbólica al omitir, negar o invisibilizar el acoso, la violencia en redes sociales, en lo que se considera culturalmente lo femenino y lo masculino, determinando los actos de erotismo, y el sexting, mediados por las tecnologías y las redes sociales (Gálvez Antúnez, 2018), con prácticas en las que los y las jóvenes se envían fotografías y videos de contenido sexualmente explícito, a través de dispositivos inteligentes y teléfonos celulares.

En suma, el cambio es una estrategia de dos puntas. Una es la búsqueda de políticas y acciones hacia la equidad social y económica, y la igualdad política, que contribuyan de manera fundamental a que en los centros escolares se cambien las prácticas y contextos sociales de acoso por otras de ciudadanía en el diálogo, buen trato y educación de los actores educativos. La otra será hacia todas aquellas políticas y acciones sociales –de gobierno, familiares y comunitarias– de protección y amparo de la infancia y la juventud; es decir, de construcción de ciudadanía.

Conclusiones

El acoso y la violencia escolar son temas de interés científico y relevancia social y educativas. La violencia no es solamente un hecho o fenómeno, sino que se expresa a través de actos, el violento y el discursivo. Es decir, las maneras de hablar sobre algunos actos muestran el significado que construyen los actores educativos acerca del acoso, el hostigamiento y la violencia. Así, todo se convierte en el acto violento. Los actos violentos de los actores educativos son un elemento más en las relaciones escolares: entre alumnos, docentes, familias y autoridades escolares.

Hoy en México se estudian los contextos, percepciones, discursos y prácticas escolares de acoso y violencia, que se alejan de la concepción individual y psicológica del problema, y la conciben como un fenómeno social multifactorial, multicultural y multicausal.

A pesar de que hay estudios con métodos cuantitativos y cualitativos, éstos no consiguen ofrecer diagnósticos que permitan comprender el problema y su ubicuidad mediada por los contextos de relaciones sociales, su dimensión histórica y cultural, y su estrecha relación con diversas cosmovisiones y éticas, que forman parte del multiculturalismo de México.

Por lo tanto, la escuela participa en la reproducción cultural y social del acoso y de la violencia, con formas abiertas y naturalizadas de relación y convivencia de los distintos actores educativos. Los resultados, a través de la evidencia fundamental de la literatura científica acerca de la relación que existe entre la victimización y la agresión, y el clima escolar, así como de la construcción de identidades e inequidad de género, suceden en contextos sociales imbricados, tanto con factores materiales y organizativos como humanos.

Referencias

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Recepción: 28/04/2020. Aprobación: 01/06/2020.

Vol. 21, núm. 4 julio-agosto 2020

La no revictimización de las mujeres en México

Dalia B. Carranco Cita

Resumen

La violencia contra las mujeres es, lamentablemente, una realidad muy activa en México. Una mujer víctima, aparte del daño que sufre por el delito, tiene dificultades para acceder a la justicia y sufre del perjuicio de la sociedad. En este artículo conoceremos más acerca de la rama que se encarga de estudiar la llamada revictimización y discutiremos cómo evitar hacer un doble, o incluso más, daño a las mujeres víctimas de un delito.
Palabras clave: victimología, victimización, revictimización, igualdad de género, derechos de las mujeres, violencia contra las mujeres, machismo.

Non-revictimization of women in Mexico

Abstract

Violence against women is, unfortunately, a very active reality in Mexico. A woman victim, aside from the damage she suffers from the crime, has difficulties in accessing justice and suffers from prejudice of society. In this article we will learn more about the branch of study that focuses in the so-called revictimization and we will discuss how to avoid causing double, or even more, harm to women victims of a crime.
Keywords: victimology, victimization, revictimization, gender equality, women’s rights, violence against women, machismo.

¿Cuántas veces no hemos leído un artículo de violencia y/o delitos contra las mujeres? Lamentablemente es algo muy común, tanto que muchas personas se han dejado de impresionar por este tipo de violencia,1 además de los feminicidios que existen en México. Igual de desafortunada es la cantidad de comentarios que leemos en redes sociales o escuchamos en la calle, en los cuales se culpa a la víctima: “saliendo a esas horas y sola, se lo buscó ella misma”, “también por qué anda vestida así”, “antes que agradezca, le hicieron un favor al acosarla”,2 y muchos otros comentarios, tanto de parte de hombres como de mujeres. Todos estos ejemplos son tan sólo una muestra de la cultura misógina instaurada en la sociedad mexicana.

Con este tipo de opiniones y forma de pensar, es muy difícil que las mujeres víctimas se atrevan a denunciar. En especial cuando también se cuestiona el mismo ataque; por ejemplo, para agresiones sexuales: “¿Y por qué hasta ahora denunció? ¡Si ya pasaron años!” o “Yo creo que es mentira o ni la afectó tanto si apenas lo acusó”. Poner en duda el delito mismo o la extensión del daño que tuvo ya es, por sí mismo, un impedimento para las mujeres que buscan obtener justicia. Así, la culpa en la mayoría de las ocasiones es atribuida a las mujeres y, como ya se mencionó, esto tiene raíces en la cultura y educación que recibimos. Pero eso no significa que no podamos hacer algo al respecto, tanto a nivel de leyes y políticas, como a nivel personal.

Luego de que se comete un acto criminal, lo que usualmente viene a nuestra mente es sancionar a quien causó la ofensa, tanto así que muchas leyes y políticas están enfocadas en ello. Sin embargo, esto sólo es la mitad del todo, no debemos olvidar que la regulación del derecho tiene el objeto de proteger a los ciudadanos y esto incluye a las víctimas, la otra importantísima cara de la moneda.

Las víctimas son seres humanos que pasan por situaciones negativas y que quedan indefensas contra las mismas. El Estado tiene la obligación de cuidar que su proceso para obtener justicia y las posibles reparaciones no sean aún más difíciles de lo que ya ha experimentado. De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas, víctima se define como “las personas que, individual o colectivamente, hayan sufrido daños, inclusive lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida financiera o menoscabo sustancial de los derechos fundamentales, como consecuencia de acciones u omisiones que violen la legislación penal vigente” (Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, 1985). Como se ve, se trata de una definición intrínsecamente legal, que sirve a los defensores de justicia.

No obstante, la simple ley hecha por estudiosos del derecho ha probado no ser siempre suficiente. La complejidad del ser humano es tal que la legislación y el derecho no bastan para crear políticas que protejan efectivamente a las víctimas. Se requieren de otras disciplinas con un enfoque diferente del ser humano, como la psicología y sociología. Es decir, se necesitan protocolos con enfoque multidisciplinario, para brindar a las víctimas el mejor entendimiento posible; es así como surge la victimología.

La victimología3 no es tan conocida como otras áreas de estudio, a diferencia de la criminología, de la cual tenemos muchas referencias y hasta programas de televisión, donde la manejan como su principal motor. Al igual que la criminología, “está interesada, muy ampliamente hablando, en el estudio de crímenes y delincuentes, [pero] la victimología se enfoca, también ampliamente hablando, en el crimen y sus víctimas” (Dignan, 2005, p.31, ver video 1). La o las víctimas pasan de ser el actor secundario a ser el principal. Ya no son más el personaje pasivo que sufrió un perjuicio, sino toda una entidad humana, con sentimientos, derechos y voz. De acuerdo con Andrew Karmen, poner a las víctimas al centro permite examinar cómo éstas son tratadas por la policía, la fiscalía, los abogados y los jueces. Del mismo modo que los criminólogos evalúan la efectividad de los programas de rehabilitación para los criminales, los victimólogos buscan ver el alcance de los problemas emocionales que las víctimas sufren después de un delito. Y, así como los criminólogos intentan calcular el daño económico y social causado por el delincuente, los victimólogos tratan de estimar las perdidas y gastos que las víctimas padecen debido a los hechos ilícitos (2012, p. 18).



Video 1. ¿Qué es la victimología? (UPV/EHU, 2016).


De allí la importancia de la victimología que, de acuerdo con la Sociedad Mundial de Victimología,4 es el estudio científico del alcance, naturaleza y causas de la victimización criminal, sus consecuencias para las personas involucradas y las reacciones a las mismas por parte de la sociedad, en particular de la policía y el sistema de justicia penal, así como de profesionales y voluntarios en dicho sistema de justicia (citado en Van Dijk, 1997). La victimología busca, pues, visibilizar a la víctima y tomarla como principal sujeto de estudio, para que tanto la legislación como las personas encargadas de ejecutarla tomen las medidas adecuadas a su favor, sin dañarla con acciones u omisiones que le puedan ser perjudiciales. Así, el estudio de la víctima y victimización –y como se verá más adelante de la revictimización– son el centro del estudio de la victimología.

Se le llama victimización al primer acto donde se comete el delito, cuando una persona es agredida. Aquí, a grandes rasgos, surgen dos partes: el perpetrador o criminal y la o las víctimas. Desde ese momento, la persona que padeció el delito ya sufre daños por ese mismo hecho, ya sea físicos, monetarios, psicológicos, etcétera. La revictimización o victimización secundaria se da cuando la misma víctima, aparte del ocasionado por el delito, sufre daño posterior causado por los impartidores de justicia, por la policía, jueces, voluntarios y trabajadores del sistema penal, y por la misma sociedad, incluyendo familiares, comunidades o medios de comunicación. En México, en el Modelo Integral de Atención a Víctimas publicado en el Diario Oficial de la Federación (dof) se definió revictimización como “un patrón en el que la víctima de abuso y/o de la delincuencia tiene una tendencia significativamente mayor de ser víctimas nuevamente. Se entiende como la experiencia que victimiza a una persona en dos o más momentos de su vida, es decir, la suma de acciones u omisiones que generan en la persona un recuerdo victimizante” (dof, 2015). Como acciones de prevención a la revictimización se encuentran “el acompañamiento terapéutico, la reconstrucción de redes sociales, diagnósticos y orientación, así como actividades a largo plazo que impliquen el restablecimiento de los derechos de las víctimas” (dof, 2015).

En el caso de las víctimas mujeres, muchas de ellas prefieren no denunciar ante las autoridades por diversos motivos, uno de los principales es el temor que tienen de que las personas encargadas de escucharlas y permitirles el acceso a la justicia las agredan con una serie de comentarios que las hagan sentir violentadas y poco protegidas. Y es que muchos servidores públicos no suelen tener una educación enfocada a la no revictimización y tienden a agredir con comentarios inadecuados a las víctimas. Aún más, algunos buscan la causa del delito en las acciones de la víctima, justificando al perpetrador.

Así, existe la revictimización “cuando las autoridades muestran mayor interés en su vida privada [de la víctima] que en el esclarecimiento de los hechos y la sanción de los responsables. De esta forma, algunas autoridades administrativas y judiciales no responden con la debida seriedad y diligencia para investigar, procesar y sancionar a los responsables” (Organización de Estados Americanos [oea], 2006-2007, parr. 19). En la legislación mexicana, la Ley General de Víctimas menciona en su artículo 5º que la victimización secundaria se refiere a que:

Las características y condiciones particulares de la víctima no podrán ser motivo para negarle su calidad. El Estado tampoco podrá exigir mecanismos o procedimientos que agraven su condición ni establecer requisitos que obstaculicen e impidan el ejercicio de sus derechos ni la expongan a sufrir un nuevo daño por la conducta de los servidores públicos (dof, 2013).

Sin embargo, el hecho de que muchas de las denuncias de delitos contra mujeres y niñas no sean procesadas debidamente o queden impunes nos muestra ya una enorme traba: se banaliza y minimiza el problema de la violencia contra las mujeres.

Aunado a este temor de la culpabilización e indiferencia de las autoridades, la misma sociedad también influye en el problema. En muchos lugares y comunidades se percibe de forma negativa a una mujer que sufrió abuso, se la rechaza, incluso sus parejas y familiares no las aceptan después de un ataque sexual: “La víctima mujer usualmente encuentra que su persona misma y su estilo de vida están en juicio” (Doerner y Lab, 2012, p. 14). De esta forma, se pierde de vista a los verdaderos perpetradores, al proceso y la investigación necesarios para que el delito no quede impune.

El Estado mexicano tiene la obligación internacional de respetar la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, conocida también como la Convención Belém do Pará (1994),5 que en el capítulo iii menciona que el Estado debe abstenerse de cualquier violencia contra la mujer y velar para que sus autoridades y funcionarios se comporten en conformidad. Aún más, está obligado a tomar las medidas apropiadas, incluyendo leyes, para abolir o modificar prácticas que respalden la tolerancia de la violencia contra la mujer.

En consecuencia, el Estado debe adoptar de manera progresiva una legislación y programas de educación para modificar patrones socioculturales de conducta, con el fin de “contrarrestar prejuicios y costumbres y todo otro tipo de prácticas que se basen en la premisa de la inferioridad o superioridad de cualquiera de los géneros o en los papeles estereotipados para el hombre y la mujer que legitimizan o exacerban la violencia contra la mujer” (Convención Belém do Pará, 1994, artículo 8). Como se había mencionado, la falta de educación acerca de la igualdad de género tiene un rol importante en la revictimización de la mujer y es algo tan interiorizado en la cultura que, a veces, es difícil notarlo. Y es la obligación del Estado combatirlo, con legislación, políticas, protocolos efectivos de seguimiento de la ley y programas de educación que hablen de la igualdad de la mujer y sensibilicen a personas, de todas las edades, respecto al machismo y micromachismos existentes en la cultura mexicana.

Por un lado, es importante no perder de vista que la policía y funcionarios dedicados a la administración de justicia juegan un papel importante al evitar la revictimización de las mujeres. Para ello, capacitarlos en igualdad de género y eliminación de la violencia contra la mujer es primordial. Por otro lado, los medios de comunicación también tienen un papel central en la revictimización. Muchas veces hemos leído encabezados como “La acosada que no pidió ayuda” o “Hayan a mujer muerta por una piedra”, que invisibilizan al hombre que las privó de la vida; o “Manifestaciones feministas desencadenan el suicidio de un profesor”, que culpa a las víctimas o a las personas que las; y otros encabezados que cambian la narrativa de lo que realmente pasó.6 Además, los medios de comunicación han mostrado irresponsabilidad contra la víctima al publicar sus fotografías de forma abierta,7 muchas veces incluso del delito sexual que vivieron. Lo irónico es que normalmente sí cubren las imágenes del presunto culpable.

De esta manera, el Estado tiene, una vez más, la obligación de crear legislación y políticas que gradualmente alienten a los medios de comunicación a elaborar directrices adecuadas de difusión que contribuyan a erradicar la violencia contra la mujer en todas sus formas (Convención Belém do Pará, 1994, artículo 8). Es más sencillo que las políticas públicas que buscan la igualdad de género y erradicar pensamientos antifeministas funcionen si los medios de comunicación las apoyan, porque, queramos o no, son un poder fáctico.

Afortunadamente, ya podemos ver iniciativas que están buscando evitar la revictimización de las mujeres. Muchas organizaciones no gubernamentales (ongs) han impulsado que las mujeres no sean revictimizadas durante los procesos penales ya que, como se ha visto, muchas veces son en éstos donde se trata a la víctima mujer como si ella hubiese ocasionado o realizado el delito. Asimismo, la importancia que tiene la sociedad civil organizada en la lucha contra la revictimización de mujeres es alta. En ocasiones, además de las comisiones de derechos humanos, las organizaciones no gubernamentales8 son los únicos lugares a los que pueden asistir las mujeres, sin perjuicios.

En el mismo sentido, las investigaciones en la academia en favor de la no revictimización de las mujeres también ayudan a visibilizar el problema:

La investigación feminista, la cual ha sido una fuerza impulsora importante para explicar la victimización de las mujeres, enfatiza que la victimización se ratifica a través de estructuras de poder que colocan a los hombres sobre las mujeres y son apoyados por el patriarcado cultural (Zaykowski y Campagna, 2014, p. 457).

Entre más estudios se encuentren de este problema, menos podrá ser ignorado y sus posibles soluciones tendrán que ser impulsadas. También es necesario que en el futuro existan aún más estudios feministas en Latinoamérica con el enfoque multidisciplinario que nos brinda la victimología.

La batalla de la igualdad de la mujer está lejos de completarse. Aún ahora en diversos lugares del mundo seguimos viendo cómo los procuradores de justicia y la sociedad en general tienden a revictimizar a las mujeres. Tenemos que garantizar la debida diligencia de los procesos de justicia, que los delitos de género sean atendidos adecuadamente, y que durante todo proceso de impartición de justicia con servidores públicos, éstos busquen no revictimizar a la víctima. Además, ayudaría mucho impartir programas de victimología y género para los policías y servidores públicos porque, como se mencionó, también tiene que existir una educación oportuna para evitar revictimizar a una mujer y para erradicar ideas discriminatorias que afectan la igualdad de género.

Concluyo este texto con una reflexión de la importancia de incrementar la visibilidad de los derechos de las víctimas, de estar conscientes de lo que sufren aún después del acto criminal. Hay que evitar juzgarlas sin conocer toda la historia. El saber que hay una serie de problemas para las mujeres en el acceso a la justicia y ubicar cuáles son los puntos que se deben mejorar nos ayudará a que: el sistema impartidor de justicia se gane la confianza de las mujeres víctimas, el legislador incluya más teorías de victimología y género en sus propuestas de leyes; la sociedad se concientice del daño que puede hacer con comentarios y acciones negativas contra víctimas mujeres, y a que los medios de comunicación adopten directrices internas enfocadas a la no revictimización. Así, en un futuro, podremos brindar a las víctimas mujeres de crímenes, como agresiones sexuales, violencia familiar, acoso laboral, entre muchísimos otros, una protección más amplia y estructural.

Referencias



Recepción: 26/04/2020. Aprobación: 22/05/2020.

Vol. 21, núm. 4 julio-agosto 2020

De brujas y mujeres

Morgana Carranco Cita

Resumen

Existe una asociación entre brujas y mujeres. Pero ¿cuál es la razón de ello? ¿Hay algún acontecimiento que lo justifique? En este artículo, mediante algunas consideraciones históricas, se trata de elucidar el vínculo entre estos dos conceptos.
Palabras clave: bruja, mujer, hechicera, caza de brujas, feminismo.

Of witches and women

Abstract

There is an association between witches and women. But what is the reason for it? Is there an event that justifies it? In this paper, through some historical considerations, we try to elucidate the connection between these two concepts.
Keywords: witch, woman, sorceress, witch hunt, feminism.

“Eres una Bruja por el hecho de ser mujer,
indómita, airada, alegre e inmortal”

Robin Morgan

“A las numerosas brujas que he conocido en el movimiento feminista
y a otras brujas cuyas historias me han acompañado
durante más de veinticinco años
dejando […] un deseo inagotable por contarlas,
por hacer que se conozcan,
por asegurar que no serán olvidadas”

Silvia Federici

¿Son siempre mujeres las brujas?

En varias ocasiones me he preguntado por qué existe la asociación entre brujas y mujeres. No es que no haya excepciones, pero cuando pensamos en una bruja casi siempre figuramos a una mujer. Cuando visualizamos a un hombre con magia, en cambio, se trata de un mago. Aún más, subsiste una connotación negativa hacia las brujas. ¿Cuál es la razón? ¿Hay algún acontecimiento histórico o alguna explicación lógica que lo fundamente? La respuesta no es sencilla. A pesar de toda la información al respecto (ver video 1) y de las múltiples explicaciones ofrecidas, no parece haber un argumento único que aclare dichos cuestionamientos. Por ello, es mi intención en este artículo explorar algunas de los motivos por los que se da dicho vínculo.



Video 1. El origen de las brujas (TikTak Draw, 2019).


La hechicera de la Antigüedad clásica

Para que exista la figura de la bruja, debe de haber un sistema que la admita,1 una cosmogonía que la propicie.2 Así, el estudioso Julio Caro Baroja plantea que en la Antigüedad clásica,3 la magia y la religión están unidas, mediante la convergencia en su campo de acción. A pesar de que el pensamiento mágico opera en “el campo del deseo y de la voluntad […] en tanto en cuanto la mente humana se somete de modo fundamental a ideas de acatamiento, agradecimiento y sumisión, sigue dentro del campo de los sentimientos religiosos” (2003, p. 49).4

De esta manera, en el mundo clásico, la magia benéfica no sólo era lícita, sino hasta imprescindible, pues había profesionales que se dedicaban a ella, como sacerdotes y médicos. Sin embargo, en un ámbito más cotidiano, cuando alguna persona tenía el deseo de alcanzar un objetivo, podía recurrir a medios más allá de los naturales para obtenerlo, mediante un mago o sacerdote, o una hechicera (Caro Baroja, 2003).

La hechicería, en este contexto, sería la magia negra, en el sentido de que se asocia con la noche, con lo oculto, lo maléfico; a aquella se le opone la magia blanca, vinculada con el día, lo público, lo bueno (Caro Bajora, 2003, p. 52). Siendo así, también hay una relación –evidente– entre la noche y la luna, así como de ésta última con el ciclo menstrual y con la mujer. Llegamos, de este modo, a la primera razón por la que se da la asociación entre mujer y bruja, que tal vez haya “podido contribuir a que se establezcan otras más complicadas, a través de vías menos claras, subconscientes” (Caro Baroja, 2003, p. 33, ver imagen 1).

Imagen 1. Existe un vínculo entre lo femenino, el ciclo menstrual, la luna y la noche.

Es de esta manera cómo se une a la noche y a la luna con ciertas divinidades del inframundo como Diana, Selene o Hécate, que se vinculan, a su vez, con sus adeptas, Circe y Medea; y ellas con la figura de la hechicera. En consecuencia, en el mundo clásico, existe evidencia de la creencia en mujeres que realizaban hechizos, especialmente de amor, que eran alcahuetas, que invocaban fenómenos naturales o enfermedades, capaces de metamorfosearse, expertas en las hierbas, venenos y perfumes, y que se reunían bajo la protección de la noche para adorar a Hécate o Diana (Caro Baroja, 2003, 70-71). Así, desde la Antigüedad clásica, se observan las conexiones, a veces evidentes, otras no tanto, entre la mujer y la hechicera.

De hechicera a bruja

Los vínculos de las mujeres y de las hechiceras de la Antigüedad clásica se reestructuran entre finales del Medievo e inicios del Renacimiento, cuando las hechiceras se convierten en brujas. Hay dos eventos que consolidan el imaginario brujeril. El primero ocurre el 5 de diciembre de 1484, con la emisión de la bula Summis desiderantes affectibus. En ella, el papa de Inocencio viii reconoce la existencia de las brujas y sus poderes, y las califica de amenaza.

El segundo evento que afianza la figura de la bruja fue la publicación, en 1487, del Malleus maleficarum, o El martillo de las brujas (ver imagen 2), atribuido a dos frailes dominicos: Heinrich Kramer y Jacob Sprenger.5 En dicho tratado, primero, se trata de convencer al lector de la existencia de las brujas, al hacer un breve recorrido de la historia, filosofía y teología de la brujería. Posteriormente, se delimitan sus características. Y, al final, se comparten los medios para descubrirlas y acabar con ellas. De esta manera, el concepto de bruja, a través de la publicación de dicho libro, se vuelve “netamente cristiano porque representa a la bruja como la imagen invertida del buen cristiano: adora al Diablo en lugar de a Dios” (Nathan Bravo, 1997, p. 22).

Imagen 2. Portada de la séptima edición de Colonia de El martillo de las brujas, escrito en 1486 y publicado en 1487 (Malleus maleficarum, 1520).

La hechicera se convierte en bruja al agregársele ciertos elementos. El primero, el sabbat o aquelarre, las asambleas de brujas en el campo, donde se burlan de los ritos cristianos, adoran al Demonio y se unen carnalmente con él y con otros de sus seguidores. Segundo, el pacto con el diablo (ver imagen 3). El sabbat es importante puesto que socializa, hace colectiva, la hechicería, que hasta entonces era mayoritariamente individual, además de que sustituye el culto a Hécate o a Diana por el del Demonio. El pacto hace que la bruja deje de ser una hechicera, que pierda sus capacidades transmitidas de madre a hija y/o descubiertas y aprendidas por sí misma. Ya no es esa mujer que sabe cómo curar, que conoce las hierbas y sus propiedades, que puede atender los partos y la sexualidad femenina. Se convierte en una sirviente, una criada, del Diablo:

[…] se incorporó la idea teológica de que los males que ésta causaba se debían a la existencia de un pacto con el Diablo, o por el poder que éste les otorgaba. De acuerdo con lo anterior, era el ser maligno quien le enseñaba a la bruja qué fórmulas pronunciar, qué objetos utilizar y cómo manipularlos para producir los maleficios (Blázquez Graf, 2014, p. 32).

Imagen 3. El pacto con el Diablo es una característica que define a la bruja medieval-renacentista y a la bruja en general. Se parece mucho al pacto con el señor feudal, propio de la época (Smootz, 1608).

Así, “el concepto de hechicera pertenece a un conjunto de ideas mágicas que […] se encuentran dispersas y con tenues relaciones entre sí. En cambio, el concepto de bruja remite a una demonología, a una teoría sistemática sobre el Diablo y las brujas, en la cual se establecen con precisión las relaciones entre sus modos de actuar, sus propósitos, etcétera” (Nathan Bravo, 1997, p. 23).

En consecuencia, el Malleus maleficarum desempeña dos funciones claves en la persecución de las brujas: por un lado, la sistematiza al definir qué se considera una bruja, por qué es peligrosa y cómo cazarla (ver video 2); y por otro, fija el vínculo entre mujeres y brujas. Al respecto, contiene un capítulo titulado “Acerca de las brujas que copulan con demonios. Por qué las mujeres son las principales adeptas a las malvadas supercherías”, con dos secciones: “Por qué la brujería se encuentra, por sobre todo, en las mujeres” y “Qué clase de mujeres es vista como supersticiosa y bruja antes que ninguna otra”. Entonces, según El martillo de las brujas, la maldad es algo propio de las mujeres. Además del pecado original, menciona que las mujeres son más supersticiosas que los hombres, crédulas, de mente débil e impresionables. Es precisamente por esta supuesta debilidad mental, y corporal, que “no resulta extraño que caigan en mayor medida bajo el hechizo de la brujería” (Kramer y Sprenger, 2016, p. 118).



Video 2. 8 rasgos por los que antiguamente serías bruja (Supercurioso, 2017).


Controlar a las mujeres

El componente religioso fue clave no sólo para definir a la bruja, sino para propiciar su caza (ver imagen 4). En parte, esto se debe a que en la nueva concepción cristiana, el mundo está dividido entre los que sirven a Dios por un lado, y al Demonio, por otro (Caro Baroja, 2018, p. 107). “Ya no solamente había creencias rectas y creencias siniestras, torcidas: había creencias superiores y creencias inferiores” (Caro Baroja, 2018, p. 107), y había que terminar con ellas.

Imagen 4. Entre los siglos xv y xviii se da el fenómeno conocido como la caza de brujas. En él, de acuerdo con la investigadora Anne L. Barstow, se acusaron aproximadamente a 200,000 mujeres y, entre ellas, 100,000 fueron asesinadas (cit. en Federici, 2015, pp. 268-269). Imagen: Wick, 1585.

Sin embargo, la caza de brujas es un proceso con multicausal. La sistematización de las ideas de brujería se da en un momento histórico único, en el cual se estaba llevando a cabo un ajuste en todos los ámbitos, por lo que las diferentes ideologías también se estaban acoplando a este cambio de paradigma, lo que implicó un reacomodo en las estructuras sociales, políticas y económicas. En lo que respecta a la asociación de brujas y mujeres, hay dos razones que propician la caza de brujas.

Por un lado, las hechiceras desempeñaban diversas labores: parteras, nodrizas, curanderas, perfumistas, cocineras. Por ello, habían desarrollado ciertos conocimientos que les eran propios. Éstos, no obstante, “fueron considerados sospechosos y amenazantes, pues atentaban probablemente contra las instituciones nacientes del poder político, religioso y científico” (Blázquez Graf, 2008, p. 31).

De este modo, la académica Norma Blázquez Graf propone que “en los procesos de brujería no sólo se perseguía a la magia o a las mujeres sino a la magia de las mujeres, y que una de las principales razones para perseguirlas era una intolerancia a los conocimientos relacionados con la sexualidad y la vida que dominaban y practicaban desde épocas ancestrales, y que era necesario controlar” (2008, p. 30).

Por otro lado, es importante hacer notar que en la misma época de la caza de brujas se estaba instaurando el sistema capitalista. Por consiguiente, y de acuerdo con la evidencia de que la mayoría de acusadas y asesinadas fueron mujeres, la filósofa Silvia Federici plantea que la persecusión de brujas “fue un ataque a la resistencia que las mujeres opusieron a la difusión de las relaciones capitalistas y al poder que habían obtenido en virtud de su sexualidad, su control sobre la reproducción y su capacidad de curar” (2015, p. 281, ver video 3).



Video 3. La Caza de Brujas en Silvia Federici: Mujer, Sexualidad y Capitalismo (Quiltro, 2018).


Asimismo, en su libro Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria (ver video 4), Federici expone que se buscaba alcanzar el control sobre la sexualidad de la mujer porque los cuerpos de las mujeres tenían que estar “bajo el control del estado y [ser] transformados en recursos económicos” (2015, p. 281). De este modo, se prohibieron ciertos comportamientos y se apoyaron otros, y la mujer, mediante una sexualidad únicamente productiva, pasó a ser la generadora de la fuerza de trabajo que se necesitaba.



Video 4. Silvia Federici habla sobre su libro Calibán y la bruja (Zur pueblodevoces, 2017).


¿Quién define a las brujas, a las mujeres?

Hasta ahora nos hemos encontrado con concepciones de las brujas y las mujeres que han sido construidas por alguien más. Son las élites religiosas, los inquisidores con sus manuales, los juzgados civiles, los que toman la palabra para darles forma, para resaltar ciertos rasgos, ocultar y crear otros. Así, al no estar definidas por un discurso propio, se convierten en el enemigo, y por ello son siempre marginales y se les adjudica lo que la institución hegemónica considere conveniente. Las brujas, entonces, encarnan la otredad, lo que “hace de su posible discurso un discurso corrompido, atravesado por voces que no son la suya y que la sofocan” (Cohen, 2018, p. 33).

Las brujas empiezan a adueñarse de su voz hasta el siglo xx, cuando surgen asociaciones que conscientemente se adscriben a algunas características de las hechiceras o de las brujas medievales-renacentistas. Por un lado, ciertos individuos se reconocen brujos –destaco la inclusión de ambos sexos–, al considerar la brujería como “una suerte de religión pagana muy antigua, con cultos de fertilidad, invocaciones a los espíritus, uso de círculos mágicos, etcétera, y que, al igual que las religiones establecidas, ofrece un camino de salvación” (Nathan Bravo, 1997, p. 25). Aquí entran las congregaciones wiccas y otros caminos espirituales neopaganos. Por otro, también hay grupos satanistas que se identifican como brujos, y que “se caracterizan por adorar al Diablo” (Nathan Bravo, 1997, p. 25).

De la misma forma, distintas agrupaciones feministas han retomado el término bruja como bandera de su fuerza y poder. Harta de los abusos en su contra, la mujer torna a la colectividad para que un símbolo tan grandioso como el de la bruja las vincule y las acerque. Como ejemplo está “la creación de witch (bruja) [Women’s International Terrorist Conspiracy from Hell], una red de grupos feministas autónomos que jugó un papel importante en la fase inicial del movimiento de liberación de las mujeres en Estados Unidos” (Federici, 2015, p. 267). Después, “el acrónimo inicial fue reformulado con otros significados, según la causa. Otro grupo que usó el mismo anagrama –Women Inspired To Commit Herstory– se inspiró en la retórica del crimen, identificando prácticas académicas como la lectura, la escritura y la enseñanza de la magia y la brujería como objetos de persecución” (Broad, 2014, p. 10, imagen 5).

Imagen 5. Integrantes de witch Boston, con carteles en oposición de las protestas contra la libertad de expresión de Boston el 19 de agosto de 2017 (GorillaWarfare, 2017).

Soy mujer, soy bruja

La bruja, por muchos años, estuvo definida por quienes dominaban su entorno. Es hasta hace poco que la voz de la enunciación cambió, y la bruja se construyó a sí misma. Al dejar de ser el otro, al estar determinadas por ellas mismas, las asociaciones mencionadas pueden elegir los atributos que prefieran, tomar el símbolo de la bruja y resignificarla. Ahora, la voz que define a las brujas proviene de ella misma, no está controlada por alguien más; y, al colocarse en el centro, se construye a sí misma, ya no silenciada o invisible, si no como un ente que ostenta el poder, que sabe cómo usarlo y que va a hacerlo.

Efectivamente, como lo asienta Robin Morgan, una de las feministas y activistas cofundadoras del primer witch:

Las brujas siempre han sido mujeres que se atrevieron a ser valerosas, agresivas, inteligentes, no conformistas, curiosas, independientes, liberadas sexualmente, revolucionarias […] witch vive y ríe en cada mujer. Ella es la parte libre de cada una de nosotras […] Eres una Bruja por el hecho de ser mujer, indómita, airada, alegre e inmortal (cit. en Federici, 2015, p. 267, ver imagen 6).

Imagen 6. Muchas mujeres hoy en día se consideran a sí mismas como brujas. Así, la bruja se ha convertido en un símbolo de fuerza y de lucha.

Es por ello que muchas mujeres en la actualidad se consideran brujas, porque son herederas de las injusticias que sufrieron sus antecesoras históricas y que hoy en día seguimos viviendo las mujeres. Porque son independientes, porque no están dispuestas a supeditarse al patriarcado, porque con su actitud y su forma de ver el mundo desestabilizan la estructuras hegemónicas, porque asumen y promueven el derecho de elegir sobre sexualidad y su cuerpo, porque se interpretan y se definen a sí mismas. Este tipo de brujas ya se ha resignificado y se transfigura y autodefine cada día. Y esta bruja busca generar un cambio en la concepción del mundo, la cual, por muchos años, la determinó a ella.

Referencias

  • Blazquez Graf, N. (2008). El retorno de las brujas: Incorporación, aportaciones y críticas de las mujeres en la ciencia. Universidad Nacional Autónoma de México, Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades.
  • Blázquez Graf, N. (2014). Los conocimientos de las brujas: Causa de su persecución. En M. Fe (Ed.), Mujeres en la hoguera: Representaciones culturales y literarias de la figura de la bruja (pp. 31–39). Universidad Nacional Autónoma de México.
  • Broad, C. (2014). Introducción. En M. Fe (Coord.), Mujeres en la hoguera: Representaciones culturales y literarias de la figura de la bruja (pp. 7–15). Universidad Nacional Autónoma de México.
  • Caro Baroja, J. (2003). Las brujas y su mundo. Alianza Editorial. (Publicado originalmente en 1961).
  • Cohen, E. (2018). Con el diablo en el cuerpo: Filósofos y brujas en el Renacimiento. Universidad Nacional Autónoma de México.
  • Federici, S. (2015). Calibán y la bruja: Mujeres, cuerpo y acumulación originaria (V. Hendel y L. S. Touza, Trads.). Tinta Limón Ediciones. (Publicado originalmente en 2004).
  • GorillaWarfare. (2017, 19 de agosto). W.I.T.C.H. Boston counterprotesters at the Boston Free Speech rally [fotografía]. https://en.wikipedia.org/wiki/File:W.I.T.C.H._Boston_counterprotesters_at_the_Boston_Free_Speech_rally.jpg
  • Kramer, H., y Sprenger, J. (2016). Malleus maleficarum. El martillo de los brujos. Distribuidora Editorial Más Libros. (Publicado originalmente en 1487).
  • Malleus maleficarum [portada de la séptima edición de Colonia]. (1520). https://en.wikipedia.org/wiki/File:Malleus.jpg
  • Nathan Bravo, E. (1997). Territorios del mal: Un estudio sobre la persecución europea de Brujas. Universidad Nacional Autónoma de México.
  • Quiltro. (2018, 11 de septiembre). La Caza de Brujas en Silvia Federici: Mujer, Sexualidad y Capitalismo [video]. YouTube. https://youtu.be/FRUvKXhD36E
  • Smootz, D. (1608). CompendiumMaleficarumEngraving5 [grabado de madera 5 del Compendium Maleficarum]. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:CompendiumMaleficarumEngraving5.jpg
  • Supercurioso. (2017, 9 de marzo). 8 Rasgos por los que antiguamente serías BRUJA [video]. YouTube. https://youtu.be/UtJGvyHk2CM
  • TikTak Draw. (2019, 23 de octubre). EL ORIGEN DE LAS BRUJAS | Draw My Life [video]. YouTube. https://youtu.be/HxadwVn7KkI
  • Wick, J. J. (1585, 4 de noviembre). Wickiana5 [ejecución de tres brujas en Baden, Suiza, ilustración de Wickiana]. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Wickiana5.jpg
  • Zur pueblodevoces. (2017, 26 de julio). Calibán y la bruja [video]. YouTube. https://youtu.be/GdijSEwAHz8


Recepción: 17/05/2020. Aceptación: 29/05/2020.

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Revista Digital Universitaria Publicación bimestral Vol. 18, Núm. 6julio-agosto 2017 ISSN: 1607 - 6079