Vol. 24, núm. 6 noviembre-diciembre 2023

Debemos escondernos

Doxa Cita

Resumen

En este texto muy personal, con tintes de humor y hasta melodrama, el autor comparte cómo es el trastorno limítrofe de personalidad: las características de esta condición, las dificultades a las que se enfrentó para encontrar el diagnóstico adecuado, la experiencia de vivirlo, las altas y las bajas que ha atravesado, así como las herramientas que ha aprendido a lo largo de su camino.
Palabras clave: neurodivergente, trastorno límite de la personalidad, testimonio, diagnóstico, estrategias de afrontamiento.

Must we hide

Abstract

In this very personal text, with humor and even melodrama, the author shares what borderline personality disorder is: the characteristics of this condition, the difficulties he faced in finding the right diagnosis, the experience of living it, the ups and downs he has gone through, as well as the tools he has learned along his path.
Keywords: neurodivergent, borderline personality disorder, testimony, diagnosis, coping mechanisms.



You see I cannot be forsaken
Because I’m not the only one
We walk amongst you feeding, raping
Must we hide from everyone?1
David Draiman

Introducción

—Usted solito puede— dijo la doctora y cerró su librito negro con los apuntes de quién sabe cuántas historias de loquitos. Sonrió incómodamente, se puso de pie y abrió la puerta. Salí sin darme cuenta, no sentía el cuerpo ni nada; cuando volví en mí, sólo podía pensar en el fuego abrasando su consultorio. No sé por qué fuego. No sé por qué muchas ideas cruzan mi mente, pareciera que ésta tiene su propia imaginación, las más de las veces poco sana.

Debí de comenzar explicando mi padecimiento, pero me gusta ser melodramático (lo cual es rasgo del mismo, por cierto). Padezco trastorno limítrofe de la personalidad; los amigos le decimos border. Según el dsm-52 (la venganza del dsm), en la página 666 (American Psychiatric Association, 2013), quienes padecen esta enfermedad se caracterizan por no poder tener relaciones duraderas —en verdad es entre las páginas 666 y 668, pero les dije: melodramático—. También dice en este texto que podemos ser hasta el 10% de la población mundial y que la propensión al suicidio es del 50%. Me gustan esos números; soy bueno para los volados. Esta es la versión oficial; a mí me gusta explicarlo de otra manera.

Mis emociones están descompuestas. No tienen freno. Cuando me enojo puedo ser muy violento. Me rompí la nariz a mí mismo por ello y tengo los brazos llenos de cicatrices, que provocan las más distintas reacciones: desde reírse, preguntando si era emo, hasta voltear la mirada disimuladamente; la peor fue la de mi familia: —Deberías de matarte y dejarle de hacerle al cuento. De igual manera que la brutalidad, cuando me enamoro me infatúo horriblemente. Y el resto de mis emociones tampoco calibran bien sus medidores: puedo reírme cuando veo una tragedia y deprimirme horas porque en el autoestéreo sonó una canción triste.

Se siente raro verlo en unas líneas. Es culpa de los editores que me dieron poquito espacio, pero también han sido los años de resumirlo ante distintos profesionales de la salud. La mayoría no quiere atenderme; no los culpo, para ser sincero. Tardé diez años en lograr el diagnóstico adecuado y supe que era el correcto porque nunca lo había escuchado y, cuando lo leí, sonaba a una descripción exacta de mí. Incluso aún hoy no entiendo la relación que tienen algunas cosas con mi padecimiento, pero que resultaron ciertas, como el hecho de que me gustan las pertenencias ajenas, aunque sean inútiles, por ejemplo, un cepillo o una prenda —no hablemos del teléfono de los demás—; aunque nunca me he robado nada por increíble que parezca.

Hay tres sujetos que pueden atender mi situación: los psicólogos, los psiquiatras o los psiquiátricos —también el hacer las cosas en forma de lista me reconforta, ignoro la razón, pero eso me lo enseñó mi primer buena doctora—. Al comienzo, cuando busqué ayuda en el psiquiátrico no me recibieron: —Debe de venir con alguien —dijo la persona que atendía la ventanilla del San Bernardino. Me salí de ahí y lloré (dramas). No entendía cómo esperaban que llegara acompañado y de voluntad propia juntos; creo que es un milagro que yo volviera años después.

Cuando ya tenía diagnóstico me sentí más seguro: era como darle cara al monstruo finalmente y sabía que debía haber una manera de vencerlo. Me habían canalizado del salón D de la Facultad de Psicología, donde me hicieron una evaluación y la pusieron en un sobre que no debía de abrir, sino entregarle al hospital. Por supuesto no pude obedecer, después de todo, en la hoja carta decía “tendencias a delinquir” y hubiera sido descortés hacer quedar mal a la misiva. Fue la primera vez que lo leí: trastorno limítrofe de la personalidad. Sonaba fancy. Cuando lo busqué me calzaba a la perfección. Como con la magia, nombrarlo ayudó. Era tangible. Real. No era yo con mis tonterías, era un padecimiento real, como la diabetes, y sabiendo qué era, ya podía combatirlo: así que finalmente decidí atenderme.

No logré mantenerme en el famoso hospital. Otro problema de la enfermedad es que tiendes a dejar las cosas inconclusas. En cuanto me dejaron dos horas en fila, dejé de ir. La siguiente vez, quizá dos o tres meses más tarde, acudí a un psicólogo gratuito de la alcaldía Cuauhtémoc. No les dije la evaluación, sólo les mencioné que necesitaba ayuda. Me dieron sertralina, que nunca me ha hecho nada más que revolverme el estómago, pero el pasante de medicina me envió con una psicóloga, quien resultó muy buena. Particular. Era lo máximo. El problema es que cobraba trescientos pesos por consulta, que, me dicen mis amigos fresas, es un buen precio para terapia. En mi caso resultaba demasiado. Si estar mal de la cabeza es difícil, no les cuento si le agregamos nacer pobre —dije que era bueno para los volados, no que tuviera suerte—.

Fui tres veces con ella, a quien mantendré en el anonimato porque sus métodos no les gustan a algunos de sus correligionarios y no vaya a ser… La primera reunión me dijo que me sentía muy rígido, como si estuviera escondiendo algo. Un delito, sospecho que sospechaba (también la paranoia me es muy común). Aunque eso sí puedo decirlo: nunca he roto ninguna ley. Sí he hecho cosas que no me orgullecen, pero tampoco como para que me estuviera escondiendo, eso sería tonto (o un cri de coeur;3 vaya las cosas que uno aprende investigando sus propios problemas psicológicos).

Por esa coraza que traía, ella quiso hacerme un procedimiento que no sé cómo se llama. Más tarde, un par de amigos psicólogos me han dicho que no les gusta: es muy intrusivo, aunque vaya que funciona. Cerré los ojos, me dijo unas palabras mágicas que no puedo repetir y me pidió hablar todo lo que debía de decir. Lloré. Amarga, duramente. También he visto que ese proceso se lo hacen a las personas para lavarles el cerebro cuando entran a una secta, menos mal que la doctora anónima estaba de mi lado, pues de sólo recordarlo mientras escribo siento el mismo nudo en la garganta de aquella tarde. Al terminar respiraba como si acabara de correr un maratón y sudaba. Me dolía todo, como si me hubiera aventado debajo del metro. Sin embargo, me sentía bien. Después de eso pudo ayudarme un poco y me dio herramientas, de las pocas que tengo, las mejores. Me enseñó a respirar ante posibles ataques de pánico (con el diafragma, como hacen los cantantes) y a hacer listas de las cosas que pasan en mi vida, lo que me ayuda a tener cierto sentido de control. Por desgracia un día ya no pude pagar y no volvimos a vernos. En ese tiempo me sentí enojado. Nunca supimos más del otro. Me molesté porque creí que debería de haberse preocupado de mí, pero a la mala entendí que eso no iba a pasar.

● ● ●

“NO MAMES ERES TÚ”. Fue el primer mensaje que me apareció en la aplicación de citas, seguido de: “No puedo creer que no te mataste alv”. No estaba bromeando. Era totalmente honesta y la noté, en realidad, contenta. Era una one night stand de mi pasado (seguro ella me considera igual), que busqué alguna vez porque mi condición también me hace correr riesgos. La había conocido más de un lustro atrás: pasamos un buen rato juntos, pero nada más —por cierto, eso que se ha popularizado de que la gente con cierto tipo de problemas mentales es buena para la cama: totalmente cierto; de todos modos, me ofende que se haya dado a conocer—. Ella me encontró en una de mis peores facetas: fui nefasto, chocante, odioso; la verdad, no sé cómo me llegó a aguantar, no digamos pasar la noche a mi lado, dios la bendiga.

Tras todo lo que platico, pude dejar atrás las prácticas de autolesiones y los intentos de suicidio, que yo no les llamo tales porque de verdad nunca lo intenté o hubiera acabado haciéndolo. No obstante, en terapia se dice que cuando alguien ya lo planea de verdad, con fechas, lugares, modos y todo, ya es preocupante… He podido irlo dejando. La práctica. Las ideas esas nunca se van. Sólo uno aprende a no hacerles caso.

Justo por el hecho de que la doctora anónima me ayudó tanto, la actitud de la psicóloga, que llamaremos “esa/·$/($”, me dolió tanto. Ella era parte de cierta área de atención a la salud en la unam, aunque no quiero estigmatizar a mi alma máter: así como estaba aquella malvada, también tienen un servicio de atención psicológica (teléfono 55 56 22 01 27 y 31) que te atiende bastante bien si no tienes un padecimiento severo, como es mi caso. Si necesitas alguien que te escuche (y en ocasiones es justo lo que uno ocupa), es buen lugar para acudir. Lo malo es que ese día no quería sólo hablar. Necesitaba algo más fuerte y pasarían años antes de que encontrara la correcta: mis amados botoncitos…

Ese día quien se quemó fui yo: no sé cómo logré salir en una pieza y los días siguientes se desvanecen y confunden con la cotidianeidad. Considero que tuvimos suerte. Todos. Ella, porque la gente con mi problema puede ser muy peligrosa; yo, porque cuando haces una estupidez igual sigues pagando los platos rotos, estés en crisis o no. Así que, aunque resulte anticlimático, no puedo contar cómo logré contenerme esa vez, simplemente porque lo ignoro.

Dice el famoso libro que a los 40 se logra cierta estabilidad. Este año los cumplo. Y me siento bien. Aunque me hubiera gustado tener a quién acudir y saber dónde atenderme, pero, más que nada, que me dijeran qué chingados tenía y cómo podría enfrentarme a ese monstruo que era yo.

A veces mi cabeza me dice si no le estaré haciendo a la payasada. Si no será que quiero entrar en ese cajón, pero recuerdo que esas voces nos engañan (todos las escuchamos; la diferencia es qué nos dicen a nosotros). Por ejemplo, pienso en lo de no poder tener relaciones duraderas (o al caso: cualquier cosa, como es mi situación). Cuando el estrés me agobia, en situaciones limítrofes (nunca mejor dicho), mi persona entra en estado de alerta y se vuelve conflictivo. Entonces, es natural que, en una mala temporada, truene con mi pareja o abandone el trabajo. No es algo del todo consciente: sólo pasa que, cuando estoy en este estado, empeora mi padecimiento. El delirio de persecución es lo peor: siento que todos quieren hacerme daño y mi reacción normal es hacerlo yo antes. Además, se me alebresta el sentido de destrucción: me dan ganas de agarrarme a madrazos con alguien, pero como soy un cobarde (y abogado) prefiero irme contra cosas inanimadas. En esos momentos extremos arremeto contra lo que tenga enfrente. Me ciego a lo mucho que las personas me quieren, o a la buena chamba que conseguí y los abandono en algún ataque de furia. Sin mencionar que el alcohol sabe más sexi y puede llegar a noquearte; quién diría que era justo lo que yo necesitaba.

¿Han pensado eso de “ojalá pueda dormir tres días y no saber nada de nadie”? En mi última crisis terminé en otro consultorio y esa vez en el del psiquiatra. Es verdad que te ven dos minutos y te avientan un puñado de pastillas; en mi caso era justo lo que necesitaba. Tomar una es como tener un botón de reset; cuando es demasiado tomo una y hasta mañana… Y siempre, hasta la noche más oscura se termina. Es difícil controlarlas: se siente raro tener una caja de treinta pastillas y que una sola te mande a dormir, aunque lo he logrado. Es mejor de lo que tenía antes, cuando acabé en un sólo día con mucho de lo bueno que tuve en la vida; únicamente porque dios es muy grande pude volver a construirlo y no sé cuántos tienen esa fortuna (por cierto, soy ateo y esto es una manera de hablar; namás digo para que no vayan a pensar que la religión tuvo algo que ver). Cuando miro el pasado, me pregunto qué hubiera sucedido de no haber corrido con la suerte de encontrar cómo hacerme control alt supr yo solito.

Ya viendo el final de la página, quisiera hablar sobre qué les recomendaría sobre alguien como yo: huyan. Ja, ja, ja… Pero ya en serio: huyan. Es una condición muy difícil y, como vimos, apenas la mitad se salva. Si son del tipo “vaso medio lleno”, entonces, ya se quedaron con esa persona. Deben saber que es difícil, aunque no imposible. Tengan cuidado con los límites. Yo sé que todos merecemos una segunda y a veces tercera… Pero ¿cómo diferenciar a alguien como nosotros de alguien con problema de adicciones (que es otro tema)? ¿O alguien que nada más es un culero? Como no hay forma, lo mejor es tener siempre el radar encendido; caminar con precaución. Leer este texto, si no conoces a nadie así, es un buen principio.

Al final de cuentas creo que la doctora tenía razón: sólo uno mismo puede ayudarse. Sigo pensando que es una fregadera decirle a alguien en plena crisis que le eche ganas… Sin embargo, quizás había una pizca de razón en su manera de verlo. Me cuido ahora porque a todo mundo le vales madre. Hoy tengo muchas personas a quien amar, y cosas a las que dedicarle mi tiempo, como estas líneas, pero al final, estamos cada uno por sí mismo. Así nacimos y así hemos de morir. Pero me importo a mí. Espero no se lea como algo de libro de autoayuda —que también los recorrí buscando mi solución: no están tan peores y hay de libros a libros—, pero en último de los términos estamos solos. Si no vemos por nosotros, ¿quién? Así que me cuido porque nadie más va a hacerlo… A veces sí sucede, pero prefiero pensarlo como un seguro de vida: ojalá nunca lo ocupes, pero qué bien tenerlo si es el caso, ¿no?

Como encore, quisiera hablarte a ti, a mí: a nosotros. Tú que sabes que lo tienes o lo sospechas, éste u otro padecimiento, o nunca habías escuchado, pero algo te suena: así comencé. Ahora uso una combinación de coping mechanisms y medicamentos de prescripción. Depende de qué esté sucediendo; tengo una escala: si simplemente me cae mal, puedo sobrellevarlo con respirar o ejercicio, como me enseñó la doctora anónima. Algo intermedio requiere gritar donde no moleste (o asuste) a la gente; también tengo una pila de cosas que hacer. Logoterapia, dicen los ridículos, pero funciona. Voy guardando listas que hacer y las saco eventualmente: estoy retocando este escrito en una pésima temporada y ayuda a pasar la noche. Aunque siempre existirá un punto en que ya no puedo enfrentar al monstruo y en esos casos rompo el vidrio.

Los medicamentos me han ayudado. Desearía haberlo sabido antes; ojalá no hubiera satanizado la ayuda médica. Me hubiera gustado entender que intentar mejorar con fuerza de voluntad es absurdo como aguantarse la fiebre… Es el sistema queriéndote hacer menos. Hasta en estas emergencias hay niveles: media pastilla sería un defcon 3,4 una completa defcon 2. Nunca hemos visto el 1 y espero nunca lo veamos, pero de suceder me daría un consejo: busca ayuda. Algo habrá. No es sencillo, lo sé, mas debes escucharme, ¡oh!, yo del pasado. Te conozco y sé que me harás gestos o te reirás de mí, ocultando con sarcasmo el dolor, pero de verdad: it gets better.

Referencias



Recepción: 26/08/2023. Aprobación: 20/09/2023.

Vol. 24, núm. 6 noviembre-diciembre 2023

Lo que aprendí…

Mabel Rangel Mendoza Cita

Resumen

Cómo te ves a ti misma está influenciado por las cosas que te rodean: opiniones, prejuicios, medios de comunicación, amigos, familia, etcétera. Pero cuando pasas un tiempo prolongado aislada del mundo que conoces, todo esto cambia. La pandemia del COVID-19 nos orilló a ser nuestra propia compañía y, en más de un momento, resultó una experiencia extraña; diferentes temas pudieron haber aparecido en nuestra cabeza: la salud mental, la ansiedad y la depresión fueron tópicos constantes de reflexión. Algo es muy claro, cada persona es un mundo y eso se vio reflejado en este período (incluso hoy en día puede que la reflexión continue). Cada persona tuvo su propio camino a seguir, ya sea desde los problemas que enfrentó o sigue enfrentando, o los aprendizajes que decidió agregar a su persona. Somos el resultado de todas esas experiencias, nos hemos convertido en el reflejo del constante cambio, y tenemos un detonante de transformación en común. Puede que no todos se sientan cómodos compartiendo sus reflexiones y retrospectivas, pero quienes lo hacemos esperamos que, más allá de simplemente leer otro punto de vista, los lectores encuentren un punto en común, algo que muestre el factor humano que todos compartimos.
Palabras clave: reflexión, pandemia, covid-19, salud mental, ansiedad, depresión, resiliencia, cambio, experiencias, aislamiento.

What I learned…

Abstract

The way you see yourself is influenced by the things around you: opinions, prejudices, the media, friends, family, etc. But when you spend a long period of time isolated from the world you know, everything changes. The covid-19 pandemic led us to be our own company and, in more than one moment, it turned out to be a strange experience; different topics appeared in our heads: mental health, anxiety and depression were constant objects of reflection. Something is very clear: each person is a world and that was reflected in this period (even today, the reflection may continue). Each person had their own path to follow, either for the problems they faced (or continues to face) or the learning they decided to carry out. We are the result of all these experiences, we have become a reflection of constant change, and we share a transformation trigger. Not everyone may feel comfortable sharing their reflections and retrospectives, but those of us who do, we hope that the reader, beyond simply reading another point of view, will find common ground, something that shows the human factor we all share.
Keywords: reflection, pandemic, covid-19, mental health, anxiety, depression, resilience, change, experiences, isolation.

A tres años y cacho

Ya han pasado más de tres años desde la pandemia del covid-19. No obstante, parte de nuestras vidas siguen paralizadas. Muchos deciden olvidar y simplemente continuar. Cuando viajo en el transporte público, a veces, me quedo viendo los rostros de las personas y algunas preguntas surgen en mi cabeza: ¿cuál es su historia?, ¿habrán superado todo?, ¿aún evitarán temas relacionados con la pandemia como yo lo hago?

Demos la vuelta al reloj: a comienzos de marzo del 2020 me encontraba estudiando Artes Visuales en la Universidad Nacional Autónoma de México (unam); tenía a mis amistades, buenas calificaciones, iba a ir a ver a Harry Styles, acababa de cumplir 20 años (siempre me ha gustado que mi edad coincida con el año en el que nos encontramos). Habíamos estado en un paro escolar desde el semestre pasado y apenas estábamos regresando a las instalaciones, pero no pasó tanto tiempo antes de que nos dijeran que era necesario abandonarlas. Ya corrían rumores de la enfermedad y otros países habían declarado estado de emergencia. Yo comparaba todo con la cuarentena que tuvimos en el 2009 por el H1N1, recordaba que estaba en la primaria y simplemente estuve en casa unos días. Amigas y compañeros tenían esa misma referencia, así que no hubo una gran despedida al irnos de la facultad. No teníamos ni la más mínima idea de todo lo que se nos venía.

Un día antes del cumpleaños de mi hermana menor, fue declarada una pandemia, el 11 de marzo del 2020. Se sintió aún más real cuando hablaban de muertos y de la gente más propensa a enfermarse, o de las medidas de seguridad necesarias. Nunca habíamos vivido algo así; ya no podíamos salir, teníamos temor de dejar la casa.

Recuerdo los sucesos, pero no exactamente cómo me sentía. Había miedo e incertidumbre. Aunque hay algo en lo que soy buena desde que tengo memoria: crear una barrera entre mi persona y el resto del mundo; eso fue exactamente lo que hice, trataba de mantenerme ocupada lo más posible. No me molestó retomar clases en línea ni pasar horas entre clases, tareas y proyectos; entre más ocupada estuviera era muchísimo mejor. Sin embargo, alcancé el famosísimo burn out1.

Todo cambiada cuando no trabajaba y me quedaba quieta. El silencio solamente estaba afuera, dentro de mí era todo lo opuesto: se repetían voces de los reporteros, ya que desde mi cuarto se escucha la tele de la sala de mi casa. Había días en los que desde temprano comenzaba a llorar, pues era lo primero que mis oídos captaban; también a mis compañeros hablando de sus experiencias. Pero había una voz especial, que se la pasaba repitiendo todo lo malo: cómo no me salvaría, cómo no valía la pena vivir ni nada de lo que estaba haciendo.

La primera muerte en mi familia lo sacudió todo: la enfermedad estaba entre nosotros. Ahora la voz ya no podía ser contenida, estaba a todo volumen, todo el día; aún y cuando trataba de contenerla lo más que podía, actuando de manera normal. Yo no hablaba del problema abiertamente, no lo quería reconocer, sentía que si me rendía y hablaba, la poca estabilidad que quedaba se perdería. El trauma2 comenzaba a manifestarse.

Salud mental, ansiedad, depresión…

Estos eran temas relativamente nuevos y, como no eran tan tratados por mi familia o gente que conociera, los asociaba con algo malo. En este período presenté un mayor interés por el tema y comencé a investigar, pero la información me confundía y, por viejos hábitos, me autocastigaba por no entender las cosas. Eso no ayudaba en nada.

Así que a escondidas comencé a buscar un psicólogo. No quería que se supiera, tenía miedo a que me consideraran loca y me encerraran en algún lugar en donde terminaría dependiendo de medicamentos, a ese extremo me daba miedo hablar de todo. Sabía que había un gran estigma rodeando las terapias psicológicas. Las sesiones eran a través de una pantalla, para mantener la costumbre (nótese el sarcasmo).

No es nada glamoroso: es muy doloroso ir tratando de sanar, de tener un verdadero proceso para hacerlo. El peor momento de mi depresión y ansiedad fue mientras estaba en terapia: al principio saqué la mayoría de lo que me molestaba, el siguiente paso fue ir más a fondo, tratar de entender lo que ocurría dentro de mí, qué lo desencadenaba y cómo podría manejarlo para que no me afectara tanto. Es como cuando vez una película, pero no logras entenderla completamente porque le adelantaste a partes importantes, así que debes de verla completa para entender la trama; aun así, al final llegan a haber tramas sin resolver.

Mi cuerpo comenzaba a manifestar su malestar: dolor de cabeza, dolor muscular, aumento de insomnio, ataques de pánico y ansiedad, sensación de abandonar mi cuerpo, llanto, etcétera. De verdad había momentos en los que sentía que no podía más.

En esos momentos encontré refugio en un grupo llamado BTS: era la primera vez en mi vida que personas que yo admiraba admitían batallar igualmente con su salud mental y nos hablaban de ello, no de un modo completamente sombrío, sino también con la esperanza de que todo mejoraría, de que los trastornos mentales no eran defectos. Así ya no me sentía como mercancía dañada, pude admitir con mayor libertad que no me sentía bien, me dormía con mayor facilidad y (aunque suene extraño) feliz, comencé a hacer ejercicio y gané el peso que perdí. La fortaleza que fui obteniendo me ayudó mucho a terminar mi carrera universitaria (ya quería salirme), me inspiré para mis proyectos, pude entenderme un poco mejor a mí misma e ir avanzando. Llegué incluso a hacer ejercicios de respiración coordinados con algunas de las canciones de BTS.


Dibujo de Mabel sobre lo que sentía

Mis padres, mi hermana, otros miembros de mi familia, amistades, reencontrarme con el arte, terapias. Todos fueron elementos puestos sobre la mesa para sentirme mejor. Pero la voz regresaba, aunque con menos frecuencia. Había decidido que era momento de encararla directamente, y vaya sorpresa que me llevé al hacerlo. La voz era yo, yo misma era la emisora y receptora, una parte muy oscura y escondida muy en el fondo. Una parte de mi comenzaba a salir. No le había prestado atención, la tomaba como amenaza, pero me avisaba que algo faltaba, que no podía continuar viviendo exactamente como lo estaba haciendo, y no se refería solamente a la pandemia, sino a mi vida en general. Estaba en una balsa a la deriva y no estaba agarrando los remos.

¿Qué aprendí?

La respuesta varía. Un aprendizaje colectivo puede ser lo valiosos que son el tiempo y la gente que amamos, pero también la convivencia con nosotros mismos nos lleva a tener un cambio notable. El término resiliencia describe perfectamente el final de esta montaña rusa, más que nada porque seguimos aquí y ya no debemos de presionarnos por ser algo que no somos. Siempre vamos a tener fallas, vamos a cometer más de un error, pero al mismo tiempo vamos aprendiendo y obteniendo algo en cada momento, no estamos aquí para ser llevados por la corriente. También debemos de aprender a resaltar sentimientos como la gratitud, la simpatía y la compasión. La escritora Chloé Valdary 3(2023) hace hincapié en ello, pues al final es lo que nos conecta con el resto de la humanidad: el reconocer que compartimos sentimientos y emociones, que no discriminan a nadie para manifestarse.

Aprendí a sentir.

Referencias

Recepción: 30/08/2023. Aceptación: 20/09/2023.

Vol. 24, núm. 6 noviembre-diciembre 2023

Salud mental: vivencias, reflexiones y soluciones para despertar la empatía y la esperanza

Guillermo Martínez-Cuevas Cita

“Ya han pasado más de tres años desde la pandemia del covid-19. No obstante, parte de nuestras vidas siguen paralizadas. Muchos deciden olvidar y simplemente continuar”, nos cuenta la autora de “Lo que aprendí”. Y es que este número de la Revista Digital Universitaria, en consonancia con los tiempos de la pospandemia, se ha enfocado en la salud mental, un tema al que, hasta hace poco tiempo, no se ponía mucha atención.

Con humor y con valor, autoras y autores nos revelan cómo es vivir con ciertas condiciones: “Debí de comenzar explicando mi padecimiento, pero me gusta ser melodramático (lo cual es rasgo del mismo, por cierto). Padezco trastorno limítrofe de la personalidad; los amigos le decimos border”, nos dice, por un lado, el autor de “Debemos escondernos”. Por el otro, el autor de “Cuando el soñar despierto nos separa de la realidad” nos comparte lo desestabilizador que puede llegar a ser su condición: “El soñar despierto es aterrador cuando parece no haber distinción entre lo que se sueña y lo que se vive. El aquí y el ahora se vuelve una idea confusa”.

Además, otra característica común de nuestros autores es que tardaron años en descubrir que aquellas sensaciones podían tener un nombre. Como dice la autora de “Ataques de depresión”: “Sí, nombrar es importante”. Desconocer la propia condición puede producir un desgaste. Por ejemplo, cuando se vive dentro del espectro autista: “El burnout autista proviene del esfuerzo sostenido durante mucho tiempo para adaptarse lo mejor posible al mundo neurotípico”, leemos en “Punto de quiebre y de partida: descubrirse autista”. Esto resulta de especial importancia en las mujeres: los instrumentos diagnósticos no son sensibles al género. Para saber más puede leerse “Perspectivas únicas: el espectro autista en mujeres”. De igual manera, parte del reconocimiento es también darse cuenta de las habilidades con las que se cuenta, derivadas de la propia condición. Así, los autores de “Habilidades extraordinarias: el síndrome de Asperger en el mundo laboral”, nos comparten las capacidades para el trabajo que poseen y que pueden ser muy útiles, como originalidad, enfoque prolongado, capacidad de síntesis y pensamiento abstracto, atención a detalles, veracidad, integridad y sentido de justicia.


Imagen de salud mental

A veces resulta complicado distinguir la línea entre lo que consideramos un trastorno y lo que solamente es una manera de ser en el mundo. Por ejemplo, algunos estudiantes que han visitado hospitales psiquiátricos, para simplemente conversar con los ingresados, se cuestionan por qué una persona está en el hospital. Reflexiones de este tipo pueden derivarse de La nave va o de cómo surcar el mar de asfalto de la salud mental”, colaboración que nos permite ver una fotografía de la vida en una institución de salud mental.

Pero independientemente de los matices, lo cierto es que los trastornos existen y alguien debe de atenderlos. En este sentido, se resalta que el estudiantado de medicina no necesariamente tiene las condiciones para cuidar de su propia salud mental. Así, “Curando a quienes curan: los desafíos emocionales de los estudiantes de medicina” señala la importancia del diagnóstico y de crear ambientes sanos para el estudiantado: talleres, cursos, consejería, grupos de apoyo, eliminar el estigma y promover el autocuidado. Y esto es válido también para los lugares de trabajo. En el video “Salud mental en el trabajo: un camino hacia el equilibrio” se fundamenta “en la perspectiva en la cual, los trabajadores tienen derecho a trabajar en un ambiente sano y seguro, en el que puedan desempeñarse y desarrollarse profesionalmente”. En este material se ayuda a las personas a identificar el síndrome de burnout o “síndrome del quemado”.

Conjuntamente, para crear ambientes saludables, se requiere un compromiso personal: “mantener una red de apoyo social, buscar ayuda profesional cuando sea necesario y cultivar un equilibrio entre el trabajo y el tiempo personal”. Por ello, los autores de “¿De qué hablamos cuando hablamos de cuidar y proteger nuestra salud mental?”, elaboraron una serie episodios de podcast que tienen la finalidad de que la información sea accesible a la población en cualquier momento y lugar. En esta misma línea se presenta “Bienestar emocional y autonomía para la salud mental: Psicoterapia Punk, el pódcast”, una entrevista que nos invita a tomar la vida en nuestras manos y decidirnos a hacer algo: el enfoque de “hazlo tú mismo” acompaña distintos temas de salud mental.

Al intentar mejorar nuestro estado de ánimo, muy probablemente todo mundo ha echado mano de la música. Ahora se sabe que ésta afecta de distintas maneras a las personas: en la atención, las emociones, la comunicación, la cognición y la conducta, lo que se aborda en “Melodías que reconfortan: el poder terapéutico de la música en los trastornos psiquiátricos”. En este artículo y en “Terapia musical, una alternativa para personas con trastornos mentales” es posible conocer cómo la música puede llegar a ser útil en el trastorno bipolar, depresión, esquizofrenia, ansiedad, autismo, Alzheimer o trastorno obsesivo-compulsivo.


Imagen de camino

Sin embargo, la música no es suficiente. Además de los trastornos mentales, una enfermedad física, como el cáncer, también puede producir un enorme malestar, físico y psicológico. Por ello ha surgido la psicooncología, que busca la atención clínica y el desarrollo de investigación en aspectos psicológicos, sociales y espirituales, a lo largo del proceso de salud-enfermedad por el que deben transcurrir las personas afectadas; puede conocerse más en “La importancia de la psicooncología como parte integral del tratamiento en oncología”.

En este sentido, siempre se está en la búsqueda de aprender más acerca de las enfermedades mentales: qué las detona a nivel psicológico y social, y cuáles son sus mecanismos a nivel fisiológico. Esto, con la esperanza de encontrar nuevas intervenciones. Al respecto se habla en “Desvelando misterios: un viaje por la depresión y las posibles soluciones”, artículo en el que, además de comprender más a fondo qué es la depresión, se nos comparte el trabajo que lleva a cabo el equipo de investigación de los autores: “evaluar los efectos antidepresivos de la mecamilamina en un modelo animal de depresión. [Pues] En el sistema nervioso central, la mecamilamina es un antagonista de los receptores a acetilcolina (neurotransmisor implicado en la depresión)”.

Los problemas de salud mental y la necesidad de promover una cultura del cuidado de la salud mental son tan extensos que, en distintas partes del mundo, se ha recurrido a formar personas no especializadas en salud mental con un entrenamiento básico, para atender esta problemática. Sin embargo, esta situación en poco conocida en México, y aquí se presentan dos experiencias ya realizadas: la primera, el “Entrenamiento en Guardianes para la prevención del suicidio en estudiantes”, donde “los participantes adquieren la capacidad de identificar señales tempranas de riesgo suicida, evaluar el nivel de riesgo y entablar conversaciones motivacionales con individuos en riesgo”. La segunda, el apoyo que profesionales de la pedagogía pueden realizar en este campo, en actividades como “diseño de intervenciones psicoeducativas, materiales didácticos y guías; orientación educativa individual y grupal; divulgación; investigación y formación de recursos humanos”, lo cual puede revisarse en “Pedagogía y salud mental: un encuentro necesario”.

Este número de la Revista Digital Universitaria es un llamado que puede tener múltiples implicaciones: despertar curiosidad, informar, disminuir el miedo, aumentar la empatía. Si bien se señalan problemas, se presentan, ante todo, soluciones. Agradecemos a autoras y autores su generosidad al compartir sus conocimientos y experiencia. Esperamos poder contribuir a aumentar la esperanza e invitar a la acción.

Vol. 24, núm. 6 noviembre-diciembre 2023

Desvelando misterios: un viaje por la depresión y las posibles soluciones

Andrea Mondragón García, Fabiola Hernández Vázquez, Carmen Daniela Francia Ramírez, Julieta Garduño y Salvador Hernández López Cita

Resumen

La depresión es uno de los trastornos mentales más comunes de nuestra época, se espera que en el 2030 sea la segunda causa de discapacidad a nivel mundial. Las principales emociones de la depresión son la tristeza y la desesperanza, asimismo, también se pueden presentar malestares físicos, como fatiga y pérdida de apetito. Una de las causas de la depresión es la disminución de los niveles de serotonina en el cerebro. Por ello, el principal tratamiento se basa en el empleo de medicamentos que inhiben selectivamente la recaptura de serotonina (ssri). Sin embargo, el 30% de las personas con depresión presentan resistencia al tratamiento, viviendo incapacitadas por los síntomas. Dicha problemática es la que nos ha conducido a investigar un nuevo blanco terapéutico que brinde una mejor calidad de vida a las personas que viven con depresión. Un ejemplo es la mecamilamina, la cual se ha observado, tiene efectos antidepresivos en modelos animales de estrés crónico impredecible, esto debido a que aumenta la actividad de las células serotoninérgicas del núcleo dorsal del rafe (drn). Los datos obtenidos de nuestra investigación abren la posibilidad de un nuevo tratamiento para pacientes que sufren de depresión mayor.


Palabras clave: depresión, tristeza, anhedonia, serotonina, modelos animales.

Unveiling mysteries: a journey through depression and possible solutions

Abstract

Depression is currently one of the most disabling mental disorders and it is predicted to become the second leading cause of worldwide disability by 2030. Individuals affected by depression experience emotional ailments such as sadness and hopelessness, as well as physical discomforts like tiredness, and loss of appetite. One of the main causes of depression is the reduction of serotonin levels in the brain, making it susceptible to treatment through selective serotonin reuptake inhibitors (ssri). However, 30% of the individuals with depression do not respond to the treatment, remaining disabled by the persisting symptoms. This challenge is the main motivation of our investigation. Our objective is to identify a new therapeutic drug capable of enhancing life quality for those who live with depression. Mecamylamine has been shown to exhibit antidepressant effects in animal models subjected to chronic unpredictable stress conditions. This positive outcome can be attributed to an increased activity of serotonergic neurons located in the dorsal raphe nucleus (drn). These findings hold the potential to offer insights into a more optimistic future for individuals affected by major depressive disorder.


Keywords: depression, sadness, anhedonia, serotonin, animal models.

Introducción

Con frecuencia, nos enteramos de que alguno de nuestros amigos y/o familiares la está pasando mal, que se siente desanimado, triste. El impulso natural que tenemos es recomendarle que le “eche ganas”, que todo va a estar bien. Sin embargo, en muchos casos la persona implicada lejos de sentirse mejor empeora. En este artículo abordaremos qué es la depresión, cuáles son sus posibles causas, cómo se diagnostica y cómo se trata. Asimismo, discutiremos las bases fisiológicas que la explican y por qué su tratamiento resulta a veces complicado. Finalmente, reflexionaremos la importancia de que este trastorno sea estudiado y entendido para poder brindar una ayuda efectiva que promueva que las personas que la padecen tengan una vida plena.

¿Qué es la depresión?

El reconocimiento y la comprensión de la depresión como una condición médica se remontan a tiempos antiguos (300 a.C.) y han evolucionado a lo largo de la historia. Inicialmente, se pensaba que los trastornos mentales estaban influenciados por fenómenos naturales y por espíritus. Posteriormente, Hipócrates, en su doctrina humoralista, empleó el término “melancolía” para describir un profundo y persistente sentimiento de tristeza acompañado de un estado de ánimo bajo y pérdida de interés. No fue sino hasta finales del siglo xviii que se utilizó el término moderno “depresión”, acuñado por Sir Richard Blackmore (Rodríguez, 2010). Pero, ¿cuál es el panorama actual de este padecimiento?

La tristeza es una de las emociones asociadas a la depresión, y diferenciarla de esta última puede ser complicado. Comenzaremos mencionando algunos puntos importantes que ayudarán a entender ambos conceptos. La tristeza produce malestar emocional desencadenado por un evento percibido como negativo; esta emoción puede ser una forma temporal de afrontar situaciones, como cuando esperas aprobar un examen y ocurre lo contrario. Sin embargo, esta sensación puede desaparecer en un periodo corto, y no afecta tu rendimiento ni está acompañada de síntomas físicos (Pérez, 2012; Alcocer, 2016). Por el contrario, la depresión se caracteriza por la presencia de síntomas persistentes. Entre los más comunes se encuentran la pérdida de interés por cosas o actividades que antes generaban placer, trastornos del sueño, fatiga permanente, pérdida de apetito y pérdida de peso. La depresión también se caracteriza por la presencia de emociones como tristeza e irritabilidad, así como pensamientos negativos, por ejemplo, de desesperanza y culpa, e incluso ideación suicida. Entonces, la depresión se ha definido como un trastorno mental que afecta la vida cotidiana de las personas, alterando su estado de ánimo y sus relaciones con otras personas (who, 2023).

Distintos tipos de depresión

Como en todo padecimiento mental, no podemos generalizar y mucho menos pensar que todas las personas que padecen depresión sienten o experimentan exactamente lo mismo. Se reconoce la existencia de varios tipos de depresión, todos caracterizados por emociones que guardan similitud con la tristeza, pero que difieren en función de síntomas específicos.

Por ejemplo, uno de estos tipos es el trastorno depresivo persistente, en el cual se presentan síntomas tales como sensación de desesperanza, baja autoestima y falta de concentración. Dichos síntomas se manifiestan de manera crónica, con una duración de al menos dos años. Existe también el trastorno depresivo mayor, el cual se diagnostica cuando el paciente presenta síntomas durante al menos dos semanas, aunque pueden prolongarse durante meses o años e incapacitan al individuo social y laboralmente. Este tipo de depresión, el más común, presenta resistencia al tratamiento, con medicamentos antidepresivos convencionales, en muchos pacientes.

Otro tipo destacado es la depresión relacionada con el embarazo o postparto, una condición que afecta a una significativa proporción de mujeres. Cerca de la mitad de las mujeres experimenta síntomas, que suelen desaparecer en dos semanas, pero si persisten, se consideran síntomas de depresión postparto (Henshaw, 2003). Además, existen trastornos de depresión asociados con las estaciones del año, donde la luz natural desempeña un papel crucial; no es sorprendente sentir melancolía en días nublados.


Imagen de lo que experimenta una presona con depresión: un snetimiento abrumador de desesperanza y tristeza

Figura 1. La persona con depresión experimenta un sentimiento abrumador de desesperanza y tristeza, que persiste ante cualquier entorno. Crédito: elaboración propia.

En nuestro círculo social, comúnmente se escucha que alguien tiene depresión. Sin embargo, ¿cuántas personas realmente han recibido un diagnóstico de este trastorno? A nivel mundial, se estima que el 3.8 % de la población vive con depresión, siendo más prevalente en mujeres. Y en personas jóvenes, el riesgo de suicidio es una de las consecuencias más graves de este trastorno (who, 2023). Cada 40 segundos, una persona pierde la vida por esta causa a nivel global. En México, las estadísticas son aún más alarmantes, ya que el 15.4 % de la población padece depresión, con una tasa de suicidio de 6.5 personas por cada 100 mil habitantes, siendo la cuarta causa de muerte en personas de 15 a 29 años (inegi, 2021). Se pronostica que para el 2030, la depresión se convertirá en la segunda causa de discapacidad a nivel mundial (Otte, 2008). Ante el creciente impacto de este trastorno a nivel global, es crucial explorar su etiología, es decir, comprender cómo se desarrolla esta condición mental.

Aspectos biológicos de la depresión y su posible tratamiento

Antes de adentrarnos en las teorías que explican el desarrollo de esta enfermedad mental, es esencial comprender algunos aspectos fundamentales de la fisiología de nuestro cerebro, el órgano que controla nuestras emociones y otras funciones. Aunque el cerebro consta de diversas células, las neuronas representan la unidad estructural y funcional más importante, siendo la comunicación entre ellas clave para el adecuado funcionamiento de nuestro organismo. La comunicación neuronal puede asemejarse a una llamada telefónica: una persona (neurona 1) marca un número para compartir información relevante, siendo las palabras de esta persona los neurotransmisores liberados por la neurona 1. La información llega a otra persona (neurona 2), quien procesa la información y emite una respuesta. A diferencia de una llamada telefónica entre dos personas, la comunicación entre neuronas es prácticamente instantánea, ocurriendo en milisegundos.


Imagen de la analogía de la 
    comunicación telefónica entre 
    dos personas y la comunicación 
    entre dos neuronas

Figura 2. Analogía de la comunicación telefónica entre dos personas y la comunicación entre dos neuronas. Crédito: elaboración propia.

Habiendo explicado cómo se comunican las neuronas, exploraremos los neurotransmisores clave (mensajes enviados por las neuronas) implicados en la depresión y las teorías que explican su desarrollo.

La teoría serotoninérgica, considerada la más aceptada, destaca el papel crucial de la serotonina, conocida como el “neurotransmisor de la felicidad”. Un aumento de la serotonina genera bienestar, mientras que su disminución constante se asocia con la depresión. Esta teoría respalda tratamientos que buscan incrementar la serotonina, como la inhibición de su recaptura por las terminales nerviosas.

Otra teoría implica a la dopamina, relacionada con el placer; su aumento provoca sensaciones placenteras, además de un incremento en la actividad motora, mientras que su disminución se asocia con la pérdida de interés y placer, síntomas depresivos. Otro neurotransmisor implicado en este trastorno es la noradrenalina. Los fármacos antidepresivos que aumentan la concentración de este neurotransmisor en áreas específicas del cerebro han demostrado mejorar los síntomas asociados con la depresión.

Además, se reconoce la relevancia de la acetilcolina, una molécula endógena que activa receptores nicotínicos. Estos últimos, denominados así debido a su activación también por la nicotina, principal componente psicoactivo del tabaco, desempeñan un papel crucial. Se ha sugerido que el acto de fumar podría representar una forma de automedicación para la depresión, ya que se ha observado una reducción significativa de los síntomas asociados con este trastorno en quienes fuman (Fluharty, 2013).


Imagen de neurotransmisores que participan en la depresión

Figura 3. Neurotransmisores que participan en la depresión (Modificada de: Nutt, 2008).

Considerando la información presentada, surge la pregunta de por qué el número de personas afectadas por la depresión está en aumento a pesar de que se conocen las causas de esta enfermedad. La respuesta a esta interrogante no es sencilla, ya que la depresión es una enfermedad multifactorial que involucra aspectos ambientales, sociales, genéticos, psicológicos y biológicos. Además, el tratamiento para la depresión no siempre es personalizado ni efectivo para todos los pacientes, lo que puede requerir una combinación de enfoques terapéuticos.

En casos leves a moderados, la terapia psicológica se erige como la primera línea de tratamiento. Sin embargo, cuando no se evidencia mejoría, la intervención de un psiquiatra y la prescripción de medicamentos pueden ser necesarias para restablecer el equilibrio en los niveles de neurotransmisores en el sistema nervioso central. Por consiguiente, la colaboración entre el psicólogo y el psiquiatra emerge como clave para mejorar el estado de ánimo del paciente con depresión. Este hecho resalta la importancia de adoptar un enfoque integral y personalizado para el manejo y tratamiento de esta enfermedad.

Como se mencionó, los medicamentos más utilizados para tratar la depresión son los inhibidores de la recaptura de serotonina (ssri). Sin embargo, el porcentaje de remisión de los síntomas en pacientes tratados con estos fármacos es bajo, ya que aproximadamente el 30% de ellos muestra resistencia al tratamiento, es decir, no experimenta una disminución de los síntomas depresivos al recibir el medicamento (Levinstein y Samuels, 2014). Resulta preocupante que un porcentaje significativo de pacientes sea resistente al tratamiento. Por lo tanto, desde el área de la investigación en ciencia básica, con el uso de modelos animales, se están realizando importantes esfuerzos para desentrañar los mecanismos fisiológicos que originan la enfermedad y encontrar soluciones efectivas que mejoren los síntomas y, en general, la vida de las personas que padecen dicho trastorno.

Uno de nuestros objetivos, como equipo de investigación, es evaluar los efectos antidepresivos de la mecamilamina en un modelo animal de depresión. En el sistema nervioso central, la mecamilamina actúa como un antagonista de los receptores de acetilcolina, un neurotransmisor implicado en la depresión. Podemos imaginar esto como una puerta con una cerradura que se abre con una llave específica (agonista) y permite el paso de personas. Si la cerradura está bloqueada con una llave rota, porque alguien insertó una llave incorrecta, entonces la llave correcta no podrá abrirla. De manera similar, las neuronas actúan como puertas con cerraduras, representadas por los receptores nicotínicos, donde la acetilcolina actúa como la llave correcta. Estos receptores se abren en presencia de un agonista (como la acetilcolina), pero si hay un antagonista, es decir, una “llave incorrecta”, no permitirá que el agonista tenga efecto, evitando que el receptor se abra y permita el paso de señales.

Algunos de los grandes hallazgos en la ciencia han ocurrido por serendipia, y el caso de la mecamilamina no es la excepción. Inicialmente utilizada como antihipertensivo, se observó que, en pacientes con síndrome de Tourette, además de reducir la presión arterial, a bajas dosis también disminuía los síntomas depresivos, lo que llevó al inicio de su estudio (Phillip et al., 2010). Como se mencionó, la teoría predominante de la depresión, centrada en la disminución de los niveles de serotonina, orientó la investigación del mecanismo de acción de la mecamilamina hacia el núcleo dorsal del rafe (ndr), una región cerebral donde el 50 % de las neuronas son serotoninérgicas y constituyen la principal fuente de serotonina hacia el cerebro anterior (Dahlström y Fuxe, 1964). Entre las funciones destacadas de este núcleo se encuentran el procesamiento de estímulos emocionales y la regulación del estado de ánimo. A nivel celular, se ha observado que la mecamilamina promueve la actividad de las neuronas serotoninérgicas en el ndr, sugiriendo un aumento en los niveles de serotonina en todo el cerebro. Probablemente, este mecanismo subyace en los efectos antidepresivos de la mecamilamina.

Una vez conocidos los efectos del fármaco a nivel celular, es crucial evaluarlo mediante el uso de un modelo animal que simule las características del proceso biológico de la enfermedad en los seres humanos. Para el estudio de la depresión, el animal comúnmente utilizado es la rata de la cepa Wistar. Este animal presenta características anatómicas y fisiológicas semejantes al humano, permitiendo la extrapolación de resultados para comprender los mecanismos fisiológicos que explican la depresión (Pangemanan et al., 2023).

Sabemos que una persona que sufre estrés de manera constante, puede padecer depresión. Para estudiar este fenómeno en animales, se utiliza el modelo de estrés crónico impredecible (eci). Éste consiste en la aplicación de distintos estresores a la rata durante al menos 3 semanas. La condición es que cada estresor se aplique de manera aleatoria y no se repita en un lapso de 48 horas. Se denomina estresor a un estímulo que desencadena una respuesta biológica, como la liberación de cortisol, conocido como la hormona del estrés (Godoy et al., 2018).

La aplicación de estos estresores busca aproximar las condiciones que padece un humano en el animal. Se prevé que los estresores no se repitan constantemente para evitar la habituación, una situación en la que el animal ya sabe el estresor que vendrá y se encuentra preparado. Un ejemplo de habituación en humanos puede ser cuando al terminar las actividades del día tomamos el transporte público en la hora “pico” para regresar a casa. Las primeras veces, nos genera estrés e incomodidad, pero con el paso de los días ya sabemos que el transporte estará lleno, por lo que nos acostumbramos y ahora no representa un sentimiento tan negativo como al inicio.

Volviendo a los estudios en animales de laboratorio, el estresor que más se utiliza para generar el modelo de eci es la restricción de movimiento. En este caso, se inmoviliza a la rata en un cilindro durante 1 hora, cuidando que no sufra dolor. Se ha comprobado que este modelo produce conductas tipo depresivo en las ratas (Ampuero et al., 2015).

Este estresor, simula el contexto vivido durante la pandemia por covid-19, en donde debíamos quedarnos en casa. Múltiples estudios han mostrado el impacto que el aislamiento social provocó sobre la salud mental de las personas y muestran que la incidencia de la depresión incrementó (who, 2022; Chen et al., 2021).


Modelo animal de restricción de movimiento que simula el encierro

Figura 4. Modelo animal de restricción de movimiento que simula el encierro en un humano. Crédito: elaboración propia.

Mediante el uso de este modelo, hemos observado que la mecamilamina mejora los síntomas tipo depresivos, sugiriendo su potencial como un nuevo tratamiento farmacológico. Además, podría considerarse en combinación con otros medicamentos antidepresivos cuando los pacientes presentan resistencia a dichos fármacos.

Conclusión

La depresión es un problema importante de salud pública y su estudio se ha abordado desde tiempo atrás. Sin embargo, los esfuerzos por atacar esta enfermedad parecen poco funcionales, ya que su incidencia va en aumento. Dada su naturaleza multifactorial como trastorno mental, su estudio resulta complejo.

En el ámbito de la investigación básica, dedicamos considerables recursos para ampliar el entendimiento de la depresión y desarrollar terapias farmacológicas alternativas que contribuyan al tratamiento de quienes la padecen. Nuestro trabajo se ha enfocado en el estudio de las propiedades antidepresivas de la mecamilamina. Esta podría utilizarse como un medicamento para tratar este padecimiento, ya que su uso en modelos animales, ha arrojado resultados alentadores. No obstante, el camino hacia su aplicación en seres humanos es extenso, demandando una continua dedicación al estudio de sus efectos específicos sobre la depresión.

Agradecimientos

Agradecemos el apoyo y financiamiento del proyecto dgapapapiit, IN216319 del Doctor Salvador Hernández López. Agradecemos a los estudiantes Yaremi Rojano Posada, Adriana Animas Fernández, Enrique Ramírez Sánchez y César Sandoval González que han participado en la realización de los experimentos en modelos animales. Así como al Dr. Omar Hernández González por el apoyo técnico en el trabajo experimental. Finalmente, agradecemos a Roselia Garduño Torres por la elaboración de las figuras que se muestran en el artículo.

Referencias

Recepción: 30/8/2023. Aceptación: 10/11/2023.

Vol. 24, núm. 6 noviembre-diciembre 2023

Ataques de depresión

Morgana Carranco Cita

Resumen

En este texto, la autora describe cómo ha experimentado la depresión. Al mismo tiempo, nos comparte las dificultades de averiguar, comprender y aceptar los trastornos psiquiátricos que padece, así como la importancia de nombrarlos, para poder así enfrentarlos y vivir con ellos. Palabras clave: depresión, trastorno depresivo mayor, trastorno depresivo persistente, neurodivergencia, trastorno por déficit de atención con hiperactividad, TDAH.
Palabras clave: depresión, trastorno depresivo mayor, trastorno depresivo persistente, neurodivergencia, trastorno por déficit de atención con hiperactividad, tdah.

Depression attacks

Abstract

In this text, the author describes how she has experienced depression. At the same time, she shares the difficulties of finding out, understanding, and accepting her psychiatric disorders, as well as the importance of naming them, in order to be able to face them and live with them.
Keywords: depression, major depressive disorder, persistent depressive disorder, neurodivergence, attention deficit disorder and hyperactivity, adhd.

Crisis

Comienza con un pequeño golpe en la boca del estómago, que se propaga en rápida vibración por todo el cuerpo. En seguida, llegan las ganas de llorar y, por supuesto, las lágrimas. Por último, la desesperanza y el sentimiento de que ya no quiero seguir, que sería mejor desaparecer mágicamente. Que vivir es muy cansado y que en realidad no vale la pena. A veces esa sensación desaparece después de un rato de llanto. Otras, se queda por mucho, hasta que mi cuerpo se cansa y, como protección, consigue dormir.

Esto sucede, no como yo lo esperaría, ante los eventos más nimios: el no poder encontrar cierta blusa, que no me respondan un correo, que mi madre me pida —de la manera más educada que existe — que mueva un fólder que había dejado en la mesa durante días. No pasa, como es de suponerse, ante noticias trágicas. La vez que me dijeron que se había muerto mi tío, además de que no lo podría creer, reaccioné de manera muy controlada: estaba entera. Le pregunté a mi tía que cómo estaba y si podía ayudarle en algo, tras lo cual le avisé a mis papás y hermana. Por supuesto que la tristeza terminó por alcanzarme y lo lloré como lo hicieron el resto de mis primos, exceptuando a sus hijos. Pero eran otro tipo de lágrimas: de despedida, de tristeza, de duelo.

Entonces, ¿por qué la vez que tuve que salir tarde del trabajo terminé así? ¿Por qué si mi hermana dice que hizo algo pensando en mí, siento que soy una carga y lloro? ¿Por qué de la nada, si viene a mí un recuerdo bello o desagradable o me encuentro con una situación difícil, acabo en llanto? Llamo a estos momentos ataque de depresión. Los llamo, porque es importante nombrar las cosas, y porque hasta ahora no he encontrado una descripción acertada de ellos. Y sí, si te has topado con algo parecido, podrías tener síntomas de depresión. Te lo digo desde mi opinión experta en experimentarlos.

Según la Organización Mundial de la Salud (oms):

En un episodio depresivo, la persona experimenta un estado de ánimo deprimido (tristeza, irritabilidad, sensación de vacío) o una pérdida del placer o del interés por actividades. […] Estos episodios abarcan la mayor parte del día, casi todos los días, durante al menos dos semanas. ( oms, 2023)

A pesar de que me identifico con todo eso, debo de decir que, por mucho tiempo, no sentí que estuviera propiamente diagnosticada. Mi psicóloga de hace años decía que en la adolescencia había tenido episodios depresivos y, de hecho, lo que ella buscaba evitar en mí, al inicio de la pandemia de la covid-19, era que cayera en uno de ellos. No obstante, nunca escuché de ella las palabras “tienes depresión”, así que a veces aún dudaba de ello, porque ningún experto hasta esa fecha me lo había dicho explícitamente. Sí, nombrar es importante.

Un episodio depresivo sigue siendo depresión, pero puede sólo sucederles a las personas una vez en la vida. No es mi caso. Si tuviera que alinearme con alguna descripción de esas páginas de consulta general, sería con el de la National Institution of Mental Health, de Estados Unidos. Ahí exponen que los síntomas —además de ese sentimiento de tristeza, ansiedad o vacío y pérdida de interés, que muchas de las personas le adjudican— son el pesimismo o falta de esperanza, sentimientos de culpabilidad, inutilidad o impotencia, fatiga o sensación de estar más lento, problemas para concentrarse, recordar o tomar decisiones, trastornos del sueño, cambios alimenticios, irritabilidad, dolores físicos y pensamientos de muerte (2021).


Pensamientos negativos en un ataque de depresión

Yo experimento todos esos de síntomas. A veces los siento al mismo tiempo; otras, aislados o en sus diversas combinaciones. Pero hasta ahora, en mi búsqueda, no he encontrado lo que yo denomino ataque de depresión. Sí hay, en cambio, muchas páginas de otros tipos de ataque: de ansiedad y de miedo. Al principio pensaba que lo que me pasaba era alguno de estos otros tipos; pero no, es diferente.

Es verdad que en los tres tipos hay una suerte de descontrol, pero te llevan a distintos lugares y, por supuesto, tienen diferentes causas. Si tuviera que emparentar el ataque de depresión de manera más cercana con alguno, diría que se parece más al de pánico, puesto que ambos son repentinos y sin causa aparente —o al menos no una causa nombrable—. A pesar de que no presenta la demás sintomatología —sentir peligro inminente, miedo a morir o a perder el control o desmayarte, taquicardia, sudor, temblores, escalofríos, mareos, náuseas, sensación de que te sofocas y te falta de aliento, y dolor en el pecho, abdomen o cabeza (Mayo Clinic, 2018)—, lo otro que tienen en común es la sensación de irrealidad o desconexión.

En ciertas ocasiones me sucede que en un ataque de depresión puedo percibir, si estoy muy atenta, cómo me voy separando de la realidad; y cómo si dejo que se vaya más allá y tome control, entro en un lugar donde no valgo, en el que nadie me quiere y la desesperación es tanta que necesita acabar. Pero he aprendido una técnica para evitarlo: llorar más fuerte y decirme las cosas que son verdad, pero que olvido: que hay gente que me quiere, que todo va a estar bien, que hay cosas peores. Así, cuando tengo energía, poco a poco logro tranquilizarme. Cuando no, simplemente espero que logre dormir pronto.

Detesto cuando tengo un ataque de depresión, pero el nombrarlos me ha ayudado a tener más control sobre ellos, me han hecho ver que presentaban en mí un patrón y que puedo hacer algo para remediarlos. Observar sus variantes y ver si otros los han experimentado. Espero que nunca te hayas sentido así, pero si lo has hecho, que sepas que otros hemos estado ahí, y, más importante, que hemos regresado.

Epílogo

Meses después de haber escrito lo anterior, y como resultado de una búsqueda activa de atención psicoterapéutica y psiquiátrica, por fin me diagnosticaron con todas sus letras: “Trastorno depresivo mayor recurrente” —se considera que es recurrente cuando el estado de ánimo depresivo ha durado por más de dos años y se manifiesta durante la mayor parte del día— (Coryell, 2022).

Como consecuencia, me recetaron un antidepresivo: fluoxetina. Durante el primer mes y medio de tomarla no sentí nada. Pero, de manera muy sutil, con el paso del tiempo, fui notando que los ataques de depresión eran menos fuertes. Que la sensación de tormenta y vacío llegaba, pero no se instalaba en mí. Que iba cediendo, apareciendo menos. Ahora siento que las cosas son más llevaderas. No todo el tiempo. No en todas las situaciones. Pero en general estoy más tranquila.


Imagen de una mujer caminando entre los ataques de depresión

Sin embargo, no sólo tenía depresión. También me detectaron Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (tdah), presentación combinada. Según el dsm, “el tdah es un trastorno del neurodesarrollo definido por niveles problemáticos de inatención, desorganización y/o hiperactividad-impulsividad” (apa, 2014, p. 32). La presentación combinada, como su nombre lo indica, implica síntomas tanto de inatención y desorganización como de hiperactividad-impulsividad. Por ello, en cuanto a la inatención, a menos que el tema me interese mucho, me cuesta trabajo prestar y mantener la atención, tengo algunas dificultades de organización y me falta motivación para realizar actividades que requieren un esfuerzo mental sostenido. Al mismo tiempo, en cuanto a la hiperactividad, es raro que me pueda mantener quieta en un lugar por mucho tiempo: me levanto, cambio de posición y muevo mis pies, aprieto mis manos o jalo mi cabello de manera constante. También, en ocasiones, hablo mucho y si no me controlo interrumpo las conversaciones. Odio esperar mi turno, puedo actuar impulsivamente y suelo preferir las recompensas inmediatas en lugar de las de largo plazo (apa, 2014, pp. 59-61)

Tal vez la conjunción de ambos trastornos psiquiátricos es la razón de que yo experimente de esta forma la depresión. Tal vez mi “baja tolerancia a la frustración, la irritabilidad y la labilidad del estado de ánimo” (apa, 2014, p. 61) que causa el tdah hacen que sea más sensible a los estímulos, que las cosas más pequeñas me hagan sentir tan mal.

A la distancia, ambos diagnósticos tienen mucho sentido y no puedo creer que haya pasado toda mi vida culpándome por rasgos y reacciones que están más allá de mí. No obstante, el nombrar mis condiciones me ha ayudado a conocerme más y a tratar de buscar estrategias para vivir con ellas, tanto psiquiátricas y psicoterapéuticas, como herramientas individuales. Es verdad que encontrar y conservar la salud mental es un proceso, es algo constante; parafraseando a Cortázar, la salud mental se debe de abordar como una novela y no como un cuento: se gana por puntos, no por knock out.

Referencias

Recepción: 06/11/2023. Aceptación: 13/11/2023.

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Revista Digital Universitaria Publicación bimestral Vol. 18, Núm. 6julio-agosto 2017 ISSN: 1607 - 6079